Marga Serrano - Más allá de las caracolas

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Más allá de las caracolas: краткое содержание, описание и аннотация

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Más allá de las caracolas trata de la evolución psicológica y espiritual de una mujer en la cuarta etapa de su existencia. En unas extrañas vacaciones, en las que nada sale como estaba programado, conoce una pequeña aldea, al otro lado del océano, que la atrapa emocionalmente, y siguiendo un fuerte e incomprensible impulso traslada su vida allí. Durante su estancia vive la experiencia de encontrar el amor verdadero, que puede surgir en cualquier lugar, con cualquier persona y cuando menos lo esperamos.A partir de esa experiencia vital, en la que no falta una oscura y enfermiza etapa de celos, producto de su inseguridad emocional y de problemas de su pasado aún no resueltos, comienza un camino de introspección y evolución que la lleva a conocer y tomar contacto con el mundo mágico al que, generalmente, no tenemos acceso, lo que le hace darse cuenta de que no solo es real lo que vemos o tocamos. Hay otras realidades que nos rodean, como una especie de multiverso individual, cuyo acceso solo es posible cuando se hace a través del corazón y la espiritualidad, que supera ampliamente cualquier sentimiento relacionado con las religiones. La protagonista, a través de un duro camino de lucha interior contra las malsanas inclinaciones del ego y contra su propia razón, finalmente accede también a un secreto ancestral que esconden los habitantes de la pequeña aldea, convirtiéndose a partir de ese momento en copartícipe y guardiana del mismo.

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—Lo siento —conseguí balbucear mientras volvía a colocarme en mi asiento.

—¿De verdad? —preguntó muy bajito Nina inclinándose sobre mi oído.

Obviamente, no respondí, y me di cuenta de la jornada que me esperaba si, como empecé a sospechar, Nina tenía previsto divertirse a mi costa con sus devaneos seductores. Por si fuera poco, con el traqueteo de la furgoneta y las curvas, aunque me había agarrado al asidero de la puerta para no volver a irme hacia ella, era inevitable nuestro roce, por lo que mis nervios estaban ya saliendo por todos los poros de mi piel.

Nina no solo no se apartaba, sino que parecía disfrutar, pues en cada curva hacía que el contacto fuese aún más próximo y constante. Cuando tras casi dos horas de viaje por aquella carretera, en la que era imposible meter la cuarta velocidad, llegamos a la ciudad, por un lado, respiré y por otro, habría preferido que el viaje continuase.

Miguel aparcó cerca de la gran plaza donde los domingos se celebraba el mercado. Él y Amanda se marcharon para recoger unos encargos en dos de los comercios del pueblo y quedamos para comer en un pequeño y acogedor bar-restaurante, situado en las cercanías. Y allí, en la calle, me quedé con Nina, intentando serenar mi desasosiego para conseguir pasar el día que me esperaba y esconder como buenamente pudiera mi agitación, aun sabiendo que no me iba a servir de nada, pues tenía la certeza de que aquella mujer era capaz de captar mis sentimientos. Así que me armé de valor y procuré aparentar tranquilidad y aplomo.

Me preguntó qué tenía que hacer yo y le respondí que pasarme por la biblioteca.

—Si no te importa —dijo sonriendo—, acompáñame primero a una tienda y luego ya, con más tranquilidad, nos vamos a la biblioteca hasta la hora de comer.

—De acuerdo —respondí—, pero antes quiero decirte algo.

—Sí, dime lo que quieras.

—Quiero pedirte disculpas.

—¿Disculpas? ¿Por qué? —preguntó interrumpiéndome y mirándome directamente.

—¿Por qué? —repetí en voz alta. No podía creer que preguntase el porqué—. Bueno —continué—, el otro día en mi casa me porté de una forma un tanto grosera y lo siento, de verdad que lo siento. Aunque veo que no pareces estar enfadada.

—No te preocupes, ya sé que lo sientes, así que disculpas aceptadas. No tiene importancia. Y no, no estoy enfadada. Lo estaría si la que hubiese respondido así hubiese sido yo. Yo no soy responsable de tus palabras, así que no puedo enfadarme contigo por lo que tú hagas o digas. Eres tú quien tiene que ser consciente de tus acciones.

—Sí, tienes razón —respondí con cierto asombro ante su argumento, pues la verdad es que siempre solemos enfadarnos por lo que hacen los demás y casi nunca por lo que hacemos nosotros mismos.

—Además —añadió—, más que grosería, creo que fue miedo y orgullo absurdo. Y vuelvo a repetirte que tienes que solucionar tus conflictos internos. Ya te dije que no me buscases hasta que no lo hicieras.

—Pero… hoy yo no te he buscado —repliqué con sorpresa.

—Claro —respondió riéndose—, te he buscado yo. Pero si querías disculparte deberías haberme buscado tú al día siguiente.

—No podía. Estaba tratando de solventar mis conflictos internos — contesté riéndome también mientras asimilaba con placer la idea de que me había buscado ella.

—¿Y lo has conseguido?

—Mejor no preguntes —dije con ironía.

Ahora fue Nina la que soltó una carcajada mientras me miraba con uno de sus gestos de seducción.

—No, si al final voy a tener que solucionarlos yo…

—¿Tienes alguna varita mágica?

—No la necesito.

—¿Y qué método vas a emplear?

Su mirada burlona me hizo ser consciente de que estaba coqueteando con ella como si, efectivamente, hubiera eliminado mis temores. Pero aquel juego me divertía y me dejé llevar.

—Ya lo sabrás cuando llegue el momento —respondió Nina.

—¡Vaya! ¿Ni una pequeña pista? —pregunté con un gesto incitador.

Me miró de nuevo, sonrió, se acercó a mí y, antes de que me diese cuenta, sentí sus labios sobre los míos.

—¿Te vale esta? —preguntó mientras me clavaba sus ojos.

Aquel beso acabó con mi diversión. Me di cuenta de dónde me estaba metiendo con mis coqueteos. El temor despertó de nuevo mis fantasmas mientras trataba de asimilar su directa y estimulante provocación a la vez que iniciaba otra cobarde retirada.

—¿Dónde decías que te acompañase? Lo digo porque se nos va a hacer tarde.

—¡Qué sutileza! —dijo Nina tras soltar otra carcajada—. Anda, vámonos, pero algún día tendrás que dejar esas inútiles huidas.

Ya no respondí. Caminé flotando junto a ella hasta llegar a una pequeña tiendecita, varias calles más allá de la plaza. Era una de esas tiendas típicas con hierbas, ungüentos y jarabes, así como talismanes, muestras de minerales, velas, inciensos y caracolas. Tenían esas enormes caracolas que tanto me habían fascinado en casa de mis abuelos.

Tras presentarme a una pareja de agradables viejecitos, Paola y Jorge, que atendían el establecimiento, observé que saludaron muy cariñosamente a Nina, quien sacó de su bolso algunos tarros con hierbas y unos cuantos frascos con jarabes, que les entregó. Mientras los tres hablaban, yo me movía por aquel pequeño espacio curioseando la diversidad de los artículos que, perfectamente colocados en las estanterías, se ofrecían a los posibles compradores. Tenía en mis manos una de las caracolas y, sin poder resistir su atracción y la llamada de mi recuerdo infantil, me la llevé al oído. Estaba intentando conectar con alguna sirena de las profundidades, de aquellas que recordaba del libro de mi abuela, cuando sentí que la sirena terrestre, detrás de mí, rodeaba con sus brazos mi cintura y acercaba su boca a mi oreja libre.

—¿Aló? ¿Dígame?… Mmm, creo que no hay cobertura.

A pesar de que estaba en situación de alerta, esperando en cualquier momento algún que otro gesto burlón de provocación y coqueteo, consiguió sorprenderme, pues mi mente estaba en aquel momento en la alcoba de mi abuela, de donde salí bruscamente al sentir sus brazos, sus labios rozando mi oreja y, sobre todo, el contacto de sus pechos en mi espalda. Me quedé completamente inmóvil, incapaz de reaccionar, pero a la vez deleitándome con la cercanía de su cuerpo. Tras unos segundos, solté una risa nerviosa. Nina también se rio, pero no se movió, y yo tampoco. Mi cuerpo se negaba, mi mente se olvidó por un momento de aquello de la edad y mis duendes danzaban como locos dentro de mi estómago. Tras varios segundos más, dejé la caracola en la estantería y puse mis manos sobre las suyas, intentando eternizar aquel instante. Nina se apretó más contra mí, o me apretó más contra ella, y yo acaricié sus manos a la vez que sentía una leve sensación de mareo. Finalmente, sentí sus labios recorriendo mi cuello y, lentamente, me volví sin que ella dejase de rodear mi cintura con sus brazos… Y en ese momento maldije, supongo que ella también, el ruido de las campanillas indicando que alguien había entrado en la tienda. Un poco perezosamente nos separamos mientras nos besábamos con los ojos y el deseo nos envolvía en una burbuja invisible.

Aquel tintineo rompió la magia del momento, aunque cuando salimos a la calle tras despedirnos de Jorge y Paola, que habían salido de la trastienda al oír la campanilla, fui consciente otra vez de mis recelos y agradecí que lo hiciera. Caminamos en dirección a la plaza, aún dentro de aquella burbuja, de la que yo intentaba salir con toda mi fuerza de voluntad y raciocinio. Nina me cogió de la mano y yo entrelacé mis dedos con los suyos, pero después, suavemente, me solté y sin decir una palabra llegamos a la biblioteca.

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