1 ...7 8 9 11 12 13 ...22 Sé que algunas personas en determinados momentos de su vida (me incluyo entre ellas) han tenido algún tipo de experiencia extrasensorial. Intentando comprender este tipo de fenómenos, había llegado a creer que todo era producto de la mente, ilusiones producidas por nuestro cerebro, aunque desconocía qué mecanismo era el que hacía que nuestras neuronas nos engañasen, haciendo que nos pareciese real un episodio completamente imaginario e ilusorio.
Sin embargo, tras mi experiencia tan impresionante con el agua, lo que había sentido no me parecía ilusorio, sino otra cosa muy distinta. Algo mental, desde luego, pero no imaginario. Y siguiendo con mis cábalas deductivas, pienso que determinados estímulos puntuales, o un periodo de aprendizaje y mucha práctica, pueden despertar algunas facultades de nuestro cerebro, acaso atrofiadas o acaso sin desarrollar, que nos permiten tomar contacto no con mundos imaginarios, sino con otras realidades que, en las condiciones normales de nuestro día a día, no sabemos o no podemos captar.
Así que, definitivamente, pensaba que todo, absolutamente todo lo que existe, no es más que la misma energía, que, al vibrar en distintas escalas, se manifiesta de diferentes formas. Me viene ahora a la mente una frase del genial científico Nikola Tesla: «Si lo que quieres es encontrar los secretos del universo, piensa en términos de energía, frecuencia y vibración».
Resumiendo (sigo con las pantuflas puestas), tenía el convencimiento de que lo que me ocurrió frente al océano fue que mi energía vibró en aquellos momentos en la misma frecuencia que la del agua y por eso llegué a fusionarme con ella. Mental y energéticamente, fui agua. Así de complicado y, a la vez, así de simple.
Recuerdo que cuando acabé mis reflexiones sentí un enorme alivio, pues pensé que había descubierto algo así como la piedra filosofal. Y me quedé mirando el fuego… Siempre me ha fascinado contemplar las figuras caprichosas de las llamas. Igual que puedo pasarme horas frente al mar, puedo pasarme horas frente a una chimenea. Rememoré algunos viajes con amigos y amigas y estancias en casas con chimenea o acampadas al aire libre con hogueras nocturnas, y cómo teníamos que echar a suertes quién se encargaba de encenderla porque todos queríamos hacerlo. ¿Nos vendrá esa fascinación de nuestros recuerdos ancestrales de las fogatas en las cavernas?
El caso es que me quedé mirando fijamente las llamas, aunque no había dejado de mirarlas durante toda mi disquisición «pantuflo-enciclopédica», y pensé: «Pues igual que lo he conseguido con el agua, puedo intentarlo con el fuego».
Y me puse a ello. Fijé mi vista en los troncos ardiendo e intenté sentirme llama… Sentirme llama… Soy la llama…
Cuando desperté, estaba amaneciendo y en la chimenea solo quedaban rescoldos. No recordaba haberme sentido fuego, ni llama, ni flama, ni lumbre, ni brasa… vamos, que ni siquiera cerilla. En ese momento lo único que sentía era un dolor enorme en las cervicales, por lo que deduje que me había fusionado con algún contorsionista.
Pero no vayan a pensar ustedes que por ello me desanimé. De eso nada. Tenía la seguridad de que el análisis de mi experiencia con el agua estaba bien planteado y aclaraba, de momento, todas mis interrogantes. Así que pensé que tendría que practicar más veces o que quizás no había dado resultado por el cansancio, pero mi disposición a seguir investigando y avanzando por aquel camino era total.
SALIR DE LA HIBERNACIÓN
En cuanto a mis sentimientos, no quise ni escudriñarlos. Me había sorprendido que alguien hubiese despertado mi curiosidad hasta el punto de hacerme pensar de nuevo en el amor. Habían pasado algunos años desde mi última experiencia amorosa, que, para colmo, no había terminado muy bien, lo que, unido a la edad que me iba llegando sin haberla llamado, me hizo retirarme del mercado y dar por finiquitados mis escarceos y coqueteos seductores. Cerré aquella etapa de mi vida y me dediqué a confraternizar más con mis amigos, ir a conciertos, al cine, leer y trabajar. Una vez atendidos estos quehaceres, no me quedaba tiempo para mucho más.
En esos últimos años había conocido bastante gente nueva, pues seguía teniendo una vida social muy activa, pero nunca conocí a nadie que volviese a hacerme sentir aquella chispa mágica y primaveral que nos hace salir de la hibernación en la que de vez en cuando todas las personas entramos. Por eso, andaba yo tan tranquilamente por la vida, sin pensar ya en esas zarandajas, y de pronto, cuando menos lo esperaba, en una aldea de cincuenta personas al otro lado del globo me tropiezo con un rostro, con unos ojos, con una mirada que me conturba, que desarma mi sentido común y que convierte mi mente en un caos del que no sé muy bien cómo voy a salir. Pero no les voy a engañar, en el fondo me hacía sentir la vida con más fuerza que nunca. Siempre había oído decir que el amor no tiene edad, ni color, ni conoce barreras, pero mi edad y, sobre todo, la diferencia con la de ella sí que suponían para mí una barrera, una muralla psicológica, pero muralla al fin y al cabo. Y aunque me hacía ser más consciente de la vida y me había sacado de mi letargo amatorio, me resistía. Me resistía hasta el punto de pensar que empezaba a estar un poco senil, que aquello no era posible, y empecé también a sentir que aquellos sentimientos rozaban el ridículo. Así que, como ya he dicho, opté por no darle más vueltas. «¿Quién sabe?», me dije. «A lo mejor es un calentón repentino y se me pasa sin más».
Estaba ordenando un poco la cocina, después de haber desayunado, cuando oí que llamaban a la puerta y tanto Tao como Greta no paraban de dar saltos y ladridos. Abrí, secándome las manos con un paño de cocina, y allí estaba ella.
—Buenos días —dijo mientras acariciaba a mis perros.
—Buenos días —respondí sonriendo e, intentando aparentar tranquilidad, me aparté de la puerta invitándola a entrar.
—Hace una semana que no te dejas ver. ¿Otra vez te escondes?
«¡Vaya!», pensé, viendo cómo se diluía mi tranquilidad. «No te andes por las ramas, tú directa».
No le respondí. La invité a sentarse, preparé una infusión de hierbas, las mías tranquilizantes, y me senté frente a ella. Estaba jugando con Greta, y Tao se le había subido encima. Tomó el cacillo con la infusión y me miró un poco seria.
—No pretendo inmiscuirme en tu vida, pero no he vuelto a verte desde que tuviste tu experiencia y solo quiero saber si estás bien. Quizás quieras hablar de ello, cualquier cosa menos esconderte. Sabes, en el fondo de tu corazón lo sabes, que no debes temer nada. Estoy aquí para ayudarte, para que tu camino sea más fácil. —Hizo una pausa y continuó—: Pero si no quieres mi ayuda, si no quieres continuar lo que has comenzado, dímelo y desapareceré. No volveré a molestarte.
Consiguió asombrarme y, a la vez, desarmarme de nuevo. No sabía a qué se refería con lo del camino, aunque en el fondo lo intuía. Entonces, sin pensarlo, me levanté, me senté junto a ella y le conté todo lo que había sentido (sobre la experiencia, se entiende), todas las preguntas que me había hecho y las conclusiones a las que había llegado, sin obviar el intento fallido de la noche anterior con el fuego. Esto último la hizo reír mientras me miraba con expresión divertida.
—No es tan fácil. La verdad es que es bastante difícil conseguirlo. Lleva mucho tiempo y hay que practicar mucho.
—Entonces —respondí con extrañeza— ¿por qué lo conseguí el otro día si era la primera vez que lo intentaba?
—Porque estabas conmigo. Mi energía mental potenció la tuya y te ayudó a experimentarlo.
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