Y un día sin darnos cuenta nos besamos. Fue un beso tímido y lleno de cariño. Fue un beso lleno de agradecimiento, lleno de miedo. Un beso tembloroso. Un beso que nos prometimos que no volvería a repetirse. Un beso que, a pesar de las promesas, si volvimos a repetir pasado algún tiempo.
Dos meses, dos meses fueron los que estuvo viajando Vicky cada fin de semana a su lado, al lado de Junior. Dos meses en los que yo la acompañaba hasta el aeropuerto cada viernes y la despedía con un pellizco en el estómago. Un pellizco que me acompañaba hasta el domingo en que regresaba hasta allí para recogerla. Y cada domingo al recogerla, ella estaba un poquito más rota de lo que la había dejado. Un poquito menos Vicky. Un poquito menos todo.
Pero un domingo la recogí rota por completo. La abracé y mientras lo hacía pude escuchar como dentro de ella tintineaban todos y cada uno de los pedacitos en los que venía hecho, una vez más, ese corazón que yo estaba consiguiendo parchear. Nunca lo llegué a reconstruir del todo. Nunca lo he conseguido. Nunca lo conseguiré. Nunca.
Pegué mis labios a su cuello y le prometí en un susurro que volvería a recomponerla, que volvería a pegar uno a uno cada trozo de su corazón roto.
Un par de meses después de aquel día, nos miramos a los ojos y volvimos a besarnos tal y como habíamos hecho tiempo atrás. Solo que en este beso había muchas más cosas. Era un beso que nos demostraba que ambos estábamos preparados para volver a querer a alguien, que, aunque nuestros corazones seguían heridos, estaban dispuestos a intentarlo de nuevo y, si ellos lo hacían, ¿por qué no íbamos a hacerlo nosotros?
Y así fue como decidimos que ambos merecíamos ser felices. Que ambos merecíamos una nueva oportunidad y que la vida nos la estaba dando.
Y eso es lo que he hecho desde entonces. Cumplir mi promesa de volver a recomponerla a ella y a su corazón. Pero la pieza clave para terminar de recomponer ese corazón destrozado la sigue teniendo él. Ese pedazo que siempre me ha faltado y me sigue faltando lo tiene Junior. Siempre lo tendrá. Soy consciente de que el corazón de Vicky nunca será entero para mí, siempre lo compartiré con él. Con Junior.
16
Vega
No me puedo creer que me haya colgado el teléfono y me haya dejado con la palabra en la boca. A mí, colgarme el teléfono a mí. Y todo porque le he dicho la verdad de lo que pienso. Todo porque le he dicho lo que, en realidad, ella también sabe y además piensa y se sigue negando a sí misma. El único problema de todo esto es que no quiere reconocerlo. Y eso no es un problema, eso es un problemón.
«¡¡¡Mierda!!!», grito llena de rabia, al mismo tiempo que lanzo mi teléfono bien lejos en señal de enfado, después de hablar con mi hermano e intentar, por enésima vez en lo que va de día, contactar con Vicky. La muy cabrita no se ha conformado con colgarme el teléfono y dejarme con la palabra en la boca, es que además la muy zorra (léase con cariño lo de zorra) ha desconectado el maldito teléfono.
«Oh. Joder. Joder. Joder», grito al darme cuenta de lo acabo de hacer, lanzar el teléfono como si estuviera practicando lanzamiento de martillo.
Me levanto del escalón del porche de mi casa, en el cual estoy sentada y corro. Corro para llegar hasta donde creo que ha caído el puto teléfono y, en el trayecto, me doy de bruces con un chico que camina en dirección contraria a mí, acompañado de un perro.
Es tal el golpetazo que nos damos, que yo me tambaleo hasta perder el equilibrio por completo y caigo de culo sobre la arena.
—¡Vaya mierda! —es lo primero que sale de mi boca. Ni perdona ni nada. A veces soy bastante bruta como podréis ir comprobando por vosotros mismos poco a poco.
»Perdona —consigo decir algo después, y muerta de la vergüenza, mientras hago un intento por levantarme. Digo intento porque, al verlo, vuelvo a sentarme de culo, y esta vez lo hago a propósito.
Madre. Mía. Cómo. Está. El. Chico.
Tiene los ojos azules más bonitos del mundo. Su pelo es rubio y lo lleva atado en una coleta, algunos mechones rebeldes se han soltado y resbalan por sus mejillas y, además, tiene los labios más sensuales y apetecibles que he visto en mucho tiempo. ¡Qué coño en mucho tiempo!, ¡en toda mi vida! Y su piel…, su piel parece muy suave y está muy bronceada. Mamma Mía.
—¿Española? —me pregunta arqueando una ceja hacia arriba y dando una calada al cigarrillo que sujeta entre sus dedos. No fumo y estoy en contra del tabaco, por lo de las enfermedades y todo eso. Pero me da muchísimo morbo ver a un hombre fumando. Y a este… pues que queréis que os diga, a este mucho más.
—Sí. ¿Se nota mucho? —respondo a su pregunta con otra y lo hago de manera algo irónica.
—Un poco —responde él en un español casi perfecto y esbozando una sonrisa. Ahora soy yo quien arquea la ceja hacia arriba.
Escuchar hablar español, después de tanto tiempo sin hacerlo, me resulta extraño. Y os preguntareis que por qué no escucho hablar nuestro idioma desde hace tanto tiempo. La respuesta es sencilla, estoy en Australia, concretamente en Byron Bay, la cuna del surf, pero eso ya lo sabéis, mi hermano o Vicky habrán hecho mención de ello en algún momento.
Un lugar que no es que tenga las mejores olas del mundo, pero tiene la famosa ola Byron Bay, un fenómeno que sucede de vez en cuando. Se produce cuando se juntan tres points al subir la marea, creando una larga ola que avanza hacia la derecha. Una ola que comienza en la punta del cabo y entra en la bahía con tubos regulares y sincronizados. Y solo por esa ola vivir en este lugar, merece la pena. Solo por esa ola.
¿Que por qué estoy aquí? Soy una trotamundos, un espíritu libre. Y porque también soy una cobarde. Sobre todo, esto último. Me vine huyendo después de todo lo que le ocurrió a Junior. Me vine para no sufrir. Porque no soportaba ver como mi hermano se consumía en una cama. No soportaba ver como la vida se iba pasando y él no era consciente de ello, debido a su estado de coma. No le he visto después de que despertara de su letargo, yo siempre le digo que ha estado hibernando como los osos, intento quitarle un poco de drama a todo lo vivido. Así soy yo. Los dramas se los dejo a mi madre, ella es muy de ellos, por algo es escritora.
Mi hermano me conoce lo suficiente como para saber que siempre, bueno, casi siempre, bromeo cuando hablo. Bromear para mí es casi un mecanismo de defensa.
En este tiempo, desde que despertó, mi hermano y yo hemos hablado mucho por teléfono, he sido su confidente, y he seguido respetando la decisión que él tomó con respecto a su relación con Vicky. El respeto es fundamental para la convivencia y el día a día. Aunque a veces esto suponga no compartir ciertas decisiones.
Desde el principio pensé y, a día de hoy, sigo pensando que fue y es una locura lo que mi hermano hizo. También reconozco que fue una decisión valiente, o tal vez egoísta, no lo sé, nunca lo he tenido claro.
Tras el anuncio hace unos días de su salida de la clínica, donde ha estado ingresado durante las fases más duras de la rehabilitación y su regreso definitivo a casa, y coincidiendo que mi contrato en la escuela de Byron Bay como profesora de surf ha terminado, he decidido regresar a casa. Ya es hora de que lo haga. Ya es hora de volver junto a los míos. Ya es hora de abrazar a mi hermano y también de que tome cartas en el asunto. Tengo una misión que cumplir. Conseguir que Vicky y mi hermano se reconcilien. ¿Qué cómo voy a hacerlo? Ni idea, pero algo se me ocurrirá. Seguro.
Yo como Tom Cruise y su Misión imposible. Solo que yo espero que la mía sea posible.
—¿Es tuyo? —me pregunta, el chico contra el que he chocado, señalando al perro que le acompaña, y sacándome así de mis pensamientos. Menos mal. Si no llega a hacerlo, en estos momentos, estaría colgada de un arnés y secuestrando a Vicky el día de su boda con Gordon. Vale, vale, vale, me he venido arriba al pensar en Tom Cruise. Por Dios, si creo que hasta he escuchado la banda sonora de la película en mi cabeza.
Читать дальше