MJ Brown - La vida me debe una vida contigo

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La vida me debe una vida contigo: краткое содержание, описание и аннотация

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«Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper». Ellos se conocen desde niños y un hilo rojo adorna sus muñecas desde entonces. Un hilo que de tanto estirarse está a punto de romperse para así convertirse en la excepción que confirma toda regla. Él es Junior, hijo de Aris y Elena. Ella es Vicky, hija de Héctor y Gloria. Hay personas que están destinadas a ESTAR. Hay personas que están destinadas a SER. Pero ellos están destinados a SER y ESTAR. Si te enamoraste de la historia de Aris y Elena o de Héctor y Gloria, la de Junior y Vicky te llegará hasta el corazón.

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De mi padre tengo el color castaño de mi pelo, aunque de pequeña era muy rubia, tanto como mi madre, pero con los años se fue oscureciendo hasta quedar igual al de mi padre.

Ellos dicen que he sacado las mejores cosas de cada uno y la valentía por partida de doble. Por lo visto, ambos estuvieron de acuerdo en que yo sería valiente además de lista, guapa, luchadora y feliz. Pero hace un tiempo que demostré que no tengo valentía por partida doble. Y, sobre la felicidad, por ahora prefiero no hablar. Solo voy a aclarar que la felicidad es efímera. Solo hace falta un chasquido de los dedos para tenerla y otro para perderla.

La felicidad, tal y como la atrapas en tus manos, se esfuma entre los dedos. La felicidad son momentos, instantes… Eso es la felicidad.

—¿De verdad, está todo bien? —insiste inquieto.

—Sí. Solo que te echo de menos, bueno, os echo de menos a los dos, a mamá y a ti —le digo encogiéndome de hombros y limpiando de un manotazo las lágrimas que ruedan por mis mejillas, finalmente no he conseguido controlarlas.

A pesar de que llevo varios años viviendo en Londres, sigo echando mucho de menos a mis padres, bueno en realidad sigo echándolos de menos a todos. A todos…

—Eso tiene solución —me dice. Vuelvo a fijar mi mirada en la suya, pero esta vez lo hago sorprendida.

—¿Ah sí? —pregunto agarrándome a su brazo y poniendo rumbo al porche donde mamá sigue sentada, observando la escena.

Sé que ella no ha querido interrumpir este momento, ella es consciente de ese vínculo especial que mi padre y yo tenemos. Ella ha querido disfrutar, a su manera, de ese momento de intimidad que mi padre y yo acabamos de tener.

—La solución es que vuelvas a casa, con nosotros. No tienes por qué seguir en Londres

—Papá… —farfullo entre dientes.

—Héctor… —le riñe mamá, dándole un beso en los labios, a la vez que un pequeño manotazo sobre un hombro como reprimenda.

—¿Qué pasa? Tengo que quemar todos los cartuchos antes de que el guiri ese me la arrebate para siempre —protesta mi padre.

—Gordon, se llama Gordon —replica mi madre.

—Me da igual su nombre. Se llame como se llame va a llevarse para siempre a una de las dos personas que más quiero en esta vida.

—Espero que la otra persona sea yo —protesta mi madre cruzándose de brazos frente a él en señal de enfado.

—¿Acaso lo dudas, nena? —pregunta mientras la alza en brazos y le come la boca, literalmente, a besos.

Por favor, ver esta escena en mis padres no es que resulte demasiado agradable, ¡si parecen dos adolescentes con las hormonas revolucionadas! Bueno, he de reconocer que, a pesar de llevar tantos años juntos, me gusta ver como aún se siguen haciendo esas muestras de amor y cariño. Solo espero que, algún día y después de muchos años, yo también siga disfrutando del amor de esta manera. Me gusta cómo se miran, hay algo especial en sus ojos cuando se encuentran.

No. No, es algo especial, es ese amor infinito que se tienen el uno al otro, esa admiración mutua y ese respeto que ellos se profesan.

Amor infinito, admiración mutua y respeto.

Eso es lo que hay entre mis padres.

Eso es lo que ellos transmiten cuando se besan y se miran. Eso es.

11

Junior

«Una vez escuché o tal vez leí que “te amo” en italiano se dice “ti voglio bene” que significa “te quiero bien” y, sinceramente, creo que debería ser la meta de toda relación, querer bien a la otra persona para ser un apoyo, no una dificultad».

Y eso fue lo que hice, querer bien a Vicky. Amarla. Renunciar a ella para no ser una dificultad en su vida. Para no ser una carga.

Fue una mañana de otoño con olor a lluvia, ese a Elena, mi madre, tanto le gusta, ella siempre ha defendido la teoría de que la lluvia purifica y trae aires nuevos.

Esa mañana también tenía cierto sabor a invierno, un invierno que desde ese momento se instaló en mi corazón, para siempre. Un invierno que desde ese instante me acompañó día a día, sin ella. Sin Vicky, sin el roce de sus manos en mi piel, sin el sonido de mi nombre en su boca, sin sus dedos enredados en mi pelo, sin el sabor de sus labios en los míos. Sin ella.

Vicky viajaba cada viernes desde Londres para acompañarme los fines de semana en mi recuperación. Un proceso lento y doloroso, que me hacía sufrir y también sé, aunque nunca me lo dijera, que le hacía sufrir a ella. Podía ver ese sufrimiento en sus ojos, esos ojos que siempre han hablado por sí solos.

Insistí, en numerosas ocasiones, que no era necesario que viniera cada fin de semana para estar conmigo. Pero aun así ella seguía viajando para estar a mi lado, aferrada a un pequeño halo de esperanza que yo no estaba dispuesto a darle. Una esperanza que decidí romper porque no quería que ella siguiera sufriendo a mi lado.

Mi recuperación física iba más lenta de lo normal. Más de lo que los médicos pronosticaron y de lo que yo mismo deseaba que fuera. Y ni ellos ni yo estábamos seguros de cuando terminaría aquella tortura y tampoco de que fuera a ser el mismo de antes del accidente. Tal vez mi vida se quedaría relegada a una silla de ruedas, no lo sabíamos, y no quise que Vicky hipotecara su vida al compás de la mía. No quería hacerlo. No podía hacerlo. No debía hacerlo.

Los domingos a última hora de la tarde se despedía de mí, lo hacía con un beso en los labios y una caricia en mi rostro, hasta el siguiente viernes. Pero aquel domingo, lluvioso y casi invernal, decidí que sería la última vez que nos veríamos, que sería la última vez que nuestros labios se besarían, la última vez que sentiría sus manos acariciando mis mejillas. Sí, lo decidí así.

—Deberías irte —murmuré en apenas un susurro, mientras las gotas de lluvia golpeaban de manera intensa los cristales de la ventana, tic, tic, tic, tic, tic, tic. Tenía un nudo tan grande en mi garganta que a punto estuvo de ahogarme antes de pronunciar aquellas dos malditas palabras.

—Aún me queda un rato para coger el vuelo —respondió Vicky con los dedos entrelazados en los míos y acariciando el dorso de mi mano con su dedo pulgar.

—Creo que no me has entendido —aclaré a la vez que me giraba hacia la pared para no encontrarme con sus enormes ojos azules, haciéndome preguntas para las que yo no tenía respuestas. No las tenía, porque no las había.

—Quiero que te vayas y que no vuelvas —noté como su cuerpo se tensionaba y también sentí como se agarraba con más fuerza a la mano que aún acariciaba con su dedo pulgar. Una mano que yo retiré de manera lenta, queriendo así marcar en mi piel el tacto de la suya por última vez, como si de un tatuaje se tratara.

Mientras soltaba su mano de la mía pude escuchar como su corazón, y también el mío, se rompía en pedazos. Crac, crac, crac…, aquel día descubrí que cuando un corazón se rompe, no se parte por la mitad, en solo dos pedazos, lo hace en mil.

—Pero… ¿Por qué Junior? ¿Qué he hecho mal? ¿Qué ha pasado? —balbuceó todas y cada una de las preguntas con apenas un hilo de voz, lleno de ansiedad, lleno de dolor, lleno de angustia, de tantas cosas…

«Maldita sea», pensé. Me pregunta que ha hecho mal, cuando soy yo el único que está haciéndolo todo mal. Todo.

Estoy decidiendo por ella. Cuando debería ser ella la que determinara si quiere continuar a mi lado a pesar de todo. Sin embargo, soy yo el que no le está dando ninguna opción a ella. Ninguna.

—Yo te quiero y tú me quieres, nos queremos, siempre, lo hemos hecho. ¿O es que acaso tú has dejado de hacerlo? —Su voz sonaba temblorosa e insegura. Y yo quise dejarle claro que la decisión que había tomado era un acto de amor hacia ella.

—No he dejado de quererte, nunca dejaré de hacerlo. Joder. Por eso te pido que te vayas y me dejes, porque no creo que sea justo que tú estés aquí a mi lado. Sin saber qué va a ocurrir conmigo, con nosotros. VIVE, VICKY, VIVE. Pero hazlo sin mí. Por favor —supliqué.

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