Si por algo se ha caracterizado siempre mi padre es por tener cerca de él a los mejores. Siempre. Y Vicky era y es muy buena en su trabajo como correctora de textos. Además, poco a poco empieza a despuntar en el equipo de diseño y maquetación del grupo como diseñadora de portadas para los libros que publicamos.
Hasta ahora, como diseñadora gráfica, lo único que ha hecho han sido pequeñas colaboraciones junto a otros diseñadores con más experiencia, pero el trabajo que va a realizar en España será íntegramente suyo, y lo hará con una de nuestras autoras estelares, Hache Winter.
Tras algunas conversaciones con ella, tanto por teléfono como personalmente, accedió a nuestras condiciones y se trasladó a vivir aquí, a Londres. Vicky fue un soplo de aire fresco en las oficinas centrales tan risueña, tan trabajadora, tan llena de vida y de alegría. Tan Vicky. Tan ella.
La invité a cenar a la semana de trasladarse a Londres, estaba sola y también un tanto desubicada. Echaba de menos a su familia, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo, su casa, su entorno y, por supuesto, a Junior. Sobre a todo lo echaba de menos a él.
Aquella noche me habló de Junior, me habló de ellos y lo hizo con tanta pasión, con tanto amor, con tanto cariño, con tanta admiración, con tanto de todo…, que supe de inmediato que yo debía retirarme de esa guerra que ni siquiera había empezado y ya estaba más que perdida. Así pues, fui un caballero y acepté que jamás podría tener nada con ella, a pesar de todo lo que había empezado a sentir por Vicky: sin apenas darme cuenta, me había enamorado de ella.
Para Vicky, Junior lo era todo. Todo.
Es más, a día de hoy y aunque ella esté conmigo y vayamos a casarnos en apenas unos meses, creo que él sigue siendo su todo. Siempre lo será, siempre. Es algo que tengo tan asumido que soy plenamente consciente de que en nuestra relación en lugar de ser dos, somos tres. Ella, yo y la sombra de Junior, esa sombra que nos persigue constantemente, aunque hace mucho tiempo que dejamos de hablar de ella.
Más adelante, yo mismo pude comprobar de primera mano el amor que se profesaban el uno al otro, cuando más de un fin de semana él vino hasta Londres para visitarla.
Juntos eran la viva imagen del amor, si el amor tuviera una imagen, claro está, sería la de Junior y Vicky juntos. Esas miradas, esos besos, esas caricias, esa complicidad. Ese todo entre ellos. Un todo que yo no he conseguido tener, un todo que ella y yo jamás conseguiremos, que jamás tendremos.
Conocí su historia por boca de ellos, me contaron cómo sabían que estaban destinados el uno al otro desde niños. De cómo para ellos el estar juntos era lo más normal del mundo desde que apenas levantaban un palmo del suelo. Me contaron su boda simulada, siendo unos niños y la historia de las anillas de refrescos. Anilla que, por cierto, Vicky sigue llevando enganchada en el cordón de una de sus zapatillas, una anilla que me recuerda a diario que él sigue estando anclado en sus pensamientos. Una anilla que nunca le pediré que se quite. Nunca lo haré.
Junior me mostró la suya también atada al cordón de una de sus zapatillas. Me pregunto, si él, tal como Vicky, también la conservará actualmente.
También me mostraron sus cordones de hilo rojo, atados alrededor de sus muñecas. Cordón que, por cierto, yo también llevo atado a una de las mías, pues yo también estoy, o estuve hace algún tiempo, no lo sé, vinculado a alguien a través de un hilo rojo. Pero eso es otra historia, tal vez más adelante os la cuente. O tal vez ni siquiera lo haga. A veces es mejor no remover sentimientos. No se debe hacer si todavía duelen. Y los míos, en ocasiones, siguen doliendo. Hay heridas que tardan en sanar o quizás nunca lo hacen.
Un cordón que, al igual que Vicky, no he sido capaz de quitar de mi muñeca, porque supongo que si lo hago será algo así como romper por completo el vínculo que aún me une con esa persona. A estas alturas y después de varios años, todavía no estoy preparado para hacerlo.
Al igual que Vicky no ha podido sacar ni de su corazón ni de su cabeza a Junior, tampoco yo he conseguido sacar de mi corazón y tampoco de mi cabeza a esa persona que un día lo fue todo para mí. Su recuerdo sigue estando muy dentro de mí. Tan dentro que es muy probable que si intento arrancarlo puede que incluso muera al hacerlo.
Puede ser que ni Vicky ni tampoco yo lo hayamos intentado con las fuerzas suficientes. Un recuerdo que me sigue quemando. Es uno de esos recuerdos que no sabes si te hacen bien o mal. Es un recuerdo enquistado. He intentado desecharlo más de una vez, pero no lo he conseguido, o tal vez no he querido hacerlo.
Esa persona fue, es y será el amor de mi vida. En eso, Vicky y yo estamos en igualdad de condiciones. Los dos tenemos un amor inolvidable, que nos acompañará siempre. Un amor que pudo ser, pero que, finalmente, no fue.
Sin embargo, yo, a diferencia de ella, nunca he sido capaz de contarle quien es la persona a la que estoy unida por ese hilo rojo. Nunca he sido capaz de hablarle sobre ella. Para mi alivio, he de confesar que ella nunca ha preguntado.
Pero sé que vosotros os estaréis preguntando qué significa Vicky para mí. Qué lugar ocupa ella en mi vida. Ella…, ella es la mujer de mi vida, y eso no quiere decir que por ello tenga que ser el amor de la mía.
El amor de mi vida un día lo tuve entre mis manos y, tal como lo atrapé, lo dejé escapar entre mis dedos. No supe conservarlo. No supe defenderlo. Se esfumó. Se evaporó. Dejé que lo hiciera. Dejé que se fuera.
Vicky es la mujer con la voy a compartir lo bueno y lo malo, de hecho, ya lo hacemos desde hace algún tiempo, desde el día que decidimos unir nuestras vidas. La quiero con locura y siempre la querré, a Vicky es muy fácil quererla. Muy fácil.
Vicky fue mi tirita para ese corazón que yo también tenía roto en mil pedazos.
Para ese corazón que pensé que nunca podría recomponer.
Para ese corazón que pensé que nunca podría volver a querer y amar a alguien.
Y yo, sin duda alguna, lo fui para ella y también para su corazón.
Cuando ocurrió el accidente de Junior, temí por ella, por su integridad física y psicológica. Perdió peso, apenas comía y dormía. Se pasó días, semanas y meses sentada en una silla esperando a que Junior se despertara o a que no lo hiciera. Su vida quedó condenada al verbo esperar.
Dadas las circunstancias, le concedimos un permiso especial en la editorial durante las primeras semanas. Después accedimos a su petición de trabajar desde la sede de España, desde el hospital y desde casa. Por fortuna su trabajo se lo permitía.
Yo personalmente me trasladé varias veces hasta allí, para acompañarla y para interesarme por la evolución de Junior. Y sin darme cuenta me convertí en ese paño de lágrimas donde ella necesitaba llorar a menudo.
Meses después de lo ocurrido, a regañadientes, tras escucharnos a todos y tras las súplicas de sus padres, para que fuera yo quien la obligara a regresar a las oficinas bajo la amenaza de perder su trabajo, finalmente, se incorporó de nuevo a trabajar en la sede central en Londres. Cuando lo hizo nos encontramos a una Vicky rota. Una Vicky que no era ni siquiera la sombra de lo que un día fue.
No me separé de ella ni un minuto, no quería que nada malo le ocurriera y que tampoco hiciera ninguna tontería. Así fue como poco a poco me fui ganando su confianza y su cariño, y yo, yo me fui enamorando de ella un poquito más cada día.
Le di ese cariño que yo también necesitaba. Yo había vivido en mi propio cuerpo lo que es sufrir la pérdida de esa persona que se ha convertido en el centro de tu universo. De la misma manera, yo sentí como mi mundo se paraba cuando ella se fue de mi vida. Yo la entendía mejor que nadie en aquellos momentos.
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