Christina Damon no confiaba en nadie, y menos en Jimmy, eso era indiscutible. Tenía que saber al precio que fuese qué había descubierto.
En el pasillo estaban Xavier y Alisha exultantes, la sonrisa les atravesaba de punta a punta la cara. Alisha le cogió el ordenador portátil con el que había realizado su conferencia y le pidió la bolsa con su taza para llevarla hasta su despacho. Xavier lo abrazó con fuerza para mostrarle lo orgulloso que estaba de él.
–Alisha, perdona pero la taza se queda conmigo. ¿Podrías encontrarme algo para el dolor de cabeza? Siento que pronto me van a explotar las meninges. –Se veía agotado.
–Si, claro, llevo solo dos días aquí, pero removeré cielo y tierra hasta encontrar un analgésico, no te preocupes, ¿te lo llevo a tu oficina? –le preguntó con dulzura.
–Si por favor y, ¿sería mucho pedirte, además, un café extralargo? Ya sé que esto no está incluido en tus funciones como post doctorando, pero estamos en una situación de emergencia extrema, y tu jefe puede morir en los próximos instantes si no tiene un café y un analgésico, y entonces te quedarías sin trabajo y lo que es peor, tendrías que abandonar el tema del ADN basura.
–Ah, no, ¡eso sí que no!, me importa un comino que no esté en mi contrato, yo por el ADN basura sería capaz incluso de matar, ¿cómo no voy a ir a por un café? –replicó, risueña.
–Que tu Dios te lo pague con un montón de retoños, porque ya sabes que el mío no está por esas labores y, además, no existe. Te espero en mi oficina. ¡No te olvides del Ibuprofeno!
–Vale, pero prepárate, porque a mí sí que me vas a tener que explicar lo de la nueva especie Homo y su mutación en el ADN basura que has descubierto en el cerebro ¿de acuerdo, jefe? –Alisha empezó a caminar hacia atrás por el pasillo para dirigirse a la cafetería, pero antes tuvo tiempo para regalarle otra de sus maravillosas sonrisas.
Los asistentes de la conferencia, que abandonaban el auditorio, pudieron oír las carcajadas de Alisha, todo el mundo se había enterado de quién era la nueva colaboradora del investigador más polémico del MIT. Mientras Jimmy ponía su brazo derecho por detrás del cuello de Xavier y se iba caminado orgulloso por el pasillo.
El ADN basura que regulaba la expresión de muchos de los genes que codificaban la chifladura del vikingo loco a menudo le jugaba malas pasadas, pero en ocasiones también lo ayudaban, permitiéndole que el martillo de Thor se le apareciese en las manos para ayudarle a romper en mil pedazos algún viejo dogma de la ciencia.
Al acabar la conferencia, los miembros de la Santísima Trinidad se quedaron solos en la sala.
–Señores, creo que tenemos un problema y es muy serio –dijo Ina. –Una cosa es hacer ciencia y otra bien distinta es poner en peligro a la sociedad. Si corre por ahí fuera el rumor de que un investigador del MIT afirma que hay una nueva especie de seres humanos entre nosotros, y que es mucho más inteligente, vaticino muchos problemas, y no solo para el instituto.
–¿Qué tal si convocamos una reunión del Comité? –propuso Erans.
–Si, la convocaré lo más rápido posible, pero tardará un poco porque el arzobispo O´Brien está de viaje y el Dr. Bohr está en Oregón en la reunión nacional de presidentes y directores ejecutivos de la industria biofarmacéutica –replicó Bacon.
–Perfecto, pero el más difícil será McNamara, ya sabemos que los altos cargos políticos de nuestra nación siempre están ocupadísimos –dijo Erans.
–En fin, amigos, ha sido un día muy duro, vamos a descansar, pero no dejemos de estar encima de este grave problema. Esto tiene que organizarse muy bien, no podemos permitir que se descontrole. Todo tiene un límite –dijo Ina.
El último en salir fue el Dr. Bacon. Si Jimmy había entrado a la sala magna del MIT para dar su conferencia sin apenas convicción, con paso lento y semblante apático, el director ahora le iba a la zaga, solo le quedaban fuerzas para apagar las luces y cerrar la puerta principal. Cabizbajo y derrotado, entró en el ascensor que le llevaba al piso noble del edificio A-120 del MIT, el quinto. Estaba realmente contrariado y no paraba de dar vueltas a todo lo que Jimmy había explicado, hacía mucho tiempo que no tenía una sensación similar. Sin apenas convicción, dejándose llevar por algún automatismo archivado en las capas profundas de su cerebro reptiliano, pulsó el botón número cinco. Cuando las puertas se iban cerrando, unas manos las bloquearon.
–Por favor, Donald, no te olvides de convocar al Comité –con extremada delicadeza le volvió a recordar Ina. Y él le respondió con un signo que aparentemente quería indicar que no se preocupara y que en breve tendría noticias suyas. Cuando el ascensor comenzó a subir, con sus dos manos y doblando el cuello hacia su pecho se cogió con fuerza la cabeza, respiró profundamente y miró hacia el suelo.
William O´Brien, el arzobispo de la Archidiócesis de Boston, acababa de llegar de un viaje relámpago a la Santa Sede. Había sido convocado con urgencia por el camarlengo del Sacro Colegio, el cardenal Julian McEvory. Todo parecía indicar que muy pronto iba a ser proclamado cardenal por el Santo Padre en sustitución del recientemente fallecido cardenal protoobispo Angelo Marcelo Martino. En breve empezaría a preparar su entrada en el Sacro Colegio Cardenalicio, por lo que no estaría para nada ni nadie. Sin embargo, cuando su secretario le dijo que quien estaba en la línea era el Dr. Bacon, aceptó la llamada con su acostumbrada cordialidad.
–Hola Donald, ¿qué me cuentas?
–Perdona que te moleste Will, pero es imperativo que convoques al Comité –Bacon fue directo al tema que le preocupaba.
–Querido, es que voy a estar muy ocupado las próximas semanas. ¿Es urgente?
–No, no es urgente, solo es de vida o muerte –le espetó.
–Entiendo. ¿Cuántos días vamos a necesitar?
–De momento, creo que con una tarde será suficiente. Eso facilitará la reunión, ¿no crees?
–Sin duda. Dame un par de días y te llamaré, ¿vale, Donald?, pero de verdad, ¿es tan urgente? –insistió.
–Ya me lo dirás tu cuando te expliquemos de lo que vamos a hablar –respondió lacónicamente el Dr. Bacon.
Tan solo tuvieron que transcurrir cuatro días desde la presentación de Jimmy para que el Comité se reuniese con carácter extraordinario en el lugar de siempre. Nadie faltó y los seis miembros postergaron todas las reuniones familiares y profesionales que tenían programadas desde hacía mucho tiempo, pues cuando el Comité era convocado, nadie se podía permitir el lujo de no asistir.
La discreción era la regla de oro y estaba por encima de todo y de todos. Nadie, incluidos los familiares, podía saber de la existencia del Comité de Concord. No se podían reunir en ningún lugar público, por discreto que fuese, ni en ningún local de ninguna de sus empresas u organismos. Nadie podía verlos juntos.
Era el mismo arzobispo O´Brien quien, ya hacía algún tiempo, había ideado un plan perfecto. Había creado un sistema que permitiría tener todo controlado para mantener ese tipo de reuniones en el anonimato. Ordenó que el Arzobispado adquiriese un pequeño refugio que sería para el uso y disfrute exclusivo de los altos cargos eclesiásticos, a fin de poder darles el ambiente propicio cuando necesitaran recogimiento espiritual. En el condado de Middlesex, a pocos kilómetros de Boston, en el pequeño pueblo de Concord, se compró una pequeña mansión lo suficientemente alejada del núcleo urbano como para asegurar una total discreción. El lugar era perfecto porque a los encantos paisajísticos de la zona, en especial Walden Pond, se unía el reclamo turístico por ser el sitio donde una comunidad literaria excelente, única e irrepetible formada por Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau y la famosa autora de Mujercitas , Louisa May Alcott habían desarrollado sus actividades artísticas con tal grado de maestría, que el pequeño pueblo se había convertido en un lugar de peregrinación para muchos turistas, deseosos de conocer el lugar donde habían vivido esos tres grandes genios de la literatura y del pensamiento americanos. Era perfecto porque nadie sospecharía que allí, a escasas millas de un lugar tan público y concurrido, se reunían ellos.
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