—Prométeme que a partir de ahora vas a hacer lo posible para que Isobel no se sienta sola. Quiero que seas su mejor amigo. ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo mamá y también te prometo que te cuidaré y que haré todo lo posible para que seas feliz.
Mi madre me miró extrañada.
—¿A qué viene todo esto Philip? Yo ya soy feliz. Te tengo a ti.
Volví a abrazar a mi madre con fuerza incapaz de poder dejar de llorar. Ella me estrechó entre sus brazos y me empezó a besar para tratar de calmarme. En ese instante empezó mi aventura.
Moffat, Escocia, 6 de junio de 1959
El accidente de Isobel casi le hizo olvidar el día que era. Estaba tan preocupada por lo que había ocurrido que se movía con la misma rapidez y ligereza de un día normal de trabajo. Afortunadamente, como era habitual en esa fecha, no tuvimos inquilinos. Ese sábado tampoco fuimos al río a pasear con Betty. Sin embargo, la vela permaneció encendida durante toda la jornada hasta que se consumió al anochecer.
Mientras mi madre se dirigía a la cocina a preparar el desayuno, yo subí a mi habitación a asearme y vestirme, pero sobre todo a guardar el candado y la llave en un lugar seguro. En mis pensamientos, no dejaba de rogar al cielo para que mi madre no descubriera el cambio que había hecho y así poder regresar a ese pasado que guardaba bajo llave, siempre que quisiera. Antes de bajar me detuve frente al espejo. Me miré con detenimiento y desesperación en busca del más mínimo parecido con el que hasta ese momento había creído que era mi padre, pero lo único que encontré fueron los hoyuelos que compartía con el tal Elwyn que acababa de conocer. Mi cabello rizado y de un castaño claro, nada tenía que ver con el pelo ondulado y negro de John. El dolor que oprimía mi pecho se acentuó tanto que apenas podía respirar. Esa fue la primera vez de muchísimas más que odié haber abierto mi particular caja de Pandora, pero ya no había marcha atrás. Inimaginable era para mí lo que acababa de empezar. Mi madre me llamó desde la cocina para que bajara a desayunar pero yo me sentía incapaz de contener las lágrimas y de comer nada. Por un lado quería que se marchara de casa para poder regresar cuanto antes a esa historia que acababa de descubrir, pero por otro lado deseaba no haberla descubierto nunca. Desafortunadamente, los acontecimientos del día no me permitieron regresar a la buhardilla hasta bien entrada la noche. Cuando me volvió a llamar aparté las lágrimas con las manos, suspiré y escudándome en la desgracia de Isobel me dirigí a la cocina.
Aquel día que hubiese agradecido el silencio habitual de mi madre, no dejó de hablar durante todo el desayuno. Mis respuestas monosilábicas le hicieron sonreír más de una vez, confundida por los verdaderos motivos.
—No sabía que fueras tan amigo de Isobel —dijo con una sonrisa—. Nunca la habías nombrado en casa, pero me alegro de que os llevéis tan bien. En un par de horas Geena me la traerá para que se quede en casa mientras ella trabaja. Me ha dicho que la recogerá por la noche pero creo que es mejor que se queden a dormir aquí, así si ocurre algo estaré a su lado para atenderla. ¿No te importa verdad?
—No —contesté sin levantar la mirada del plato aunque para mis adentros no dejaba de pensar si aquella inesperada visita entorpecería mis planes.
—Te enseñaría a curar heridas de este tipo pero no creo que a Isobel le haga mucha gracia.
—Me lo imagino —dije sin entrar en más detalles.
Le contestaba por inercia, no porque verdaderamente la estuviese escuchando. Mi mente no dejaba de dar vueltas a las fotos que había visto y a lo poco que había leído. Necesitaba respuestas. En mi interior se estaba librando una batalla que no podía contener por más tiempo en las trincheras. Me salió sin pensar. Ni siquiera valoré las consecuencias. La primera pregunta que le hice marcó el inicio de mi aventura.
—Mamá, ¿por qué nunca me cuentas nada de cuando vivías en Birmingham? Apenas me hablas de mis abuelos. Solo sé sus nombres y que murieron hace muchos años —le dije con voz pausada y la mirada firme.
Mi madre me miró sorprendida mientras su sonrisa empezó a desaparecer de su rostro. Al cabo de unos segundos tragó saliva lentamente y me respondió.
—Tienes toda la razón, Philip. Debería hablarte de ellos más a menudo. No se merecen que los tenga guardados entre mis recuerdos como si no hubiesen existido nunca.
Su respuesta me tranquilizó porque intuí que no le importaría hablar de su pasado. La puerta se acababa de abrir. Estaba listo para cruzarla y empezar a caminar.
—¿Fue en Birmingham donde conociste a mi padre? —pregunté siendo muy consciente de cómo había formulado la pregunta.
Mi madre me miró en silencio durante unos segundos en los que sus labios temblaron ligeramente. Finalmente me contestó agachando la cabeza.
—No. Tu abuela Bárbara murió al poco tiempo de mi nacimiento y tu abuelo Robert murió en Dunkerque. Al quedarme huérfana, mi tía Jennifer me acogió pero al cabo de unos años decidí marcharme a vivir lejos de allí. Otro día te explicaré porqué. Una mañana emprendí el camino a Moffat con el hermano de tu padre, tu tío Michael, que vivía cerca de mi amiga Brenda. Al llegar aquí, tu padre me ofreció un trabajo que no pude rechazar en aquel momento.
—Se enamoró de ti nada más verte, ¿verdad? —le pregunté con una sonrisa para tratar de calmarla porque vi la tristeza que había en sus ojos.
—Era muy fácil querer a tu padre. Nos enamoramos al poco tiempo de conocernos.
—¿Por qué no tienes fotos del día de la boda?
—Eran otros tiempos, Philip. Nos casamos en la iglesia una tarde acompañados de Michael y Geena, nuestros testigos. No hicimos fiesta ni celebración, simplemente nos casamos y punto.
—Entonces cuando decías que te ibas a visitar a la familia y me dejabas con papá o con Geena ¿era para ver a tu tía Jennifer?
—Pues sí. Iba a Birmingham, la visitaba, pasaba la noche allí y regresaba a casa al día siguiente.
Aquella respuesta me tranquilizó. Por un momento pensé que aquellos viajes eran para ver a Elwyn, pero pronto descarté esa ridícula teoría ya que aquel hombre, según el diario de mi madre, había muerto años atrás.
—¿Por qué ya no la visitas? —pregunté extrañado.
—Porque no quiero dejarte solo —mintió—. Ahora la llamo por teléfono una vez al mes para ver que tal sigue y así me evito el viaje. Ella lo entiende.
—Y ¿vive sola?
—Philip, no quiero seguir hablando de ella —dijo con voz firme.
Su reacción no me sorprendió al recordar lo que había leído de la tía Jennifer en su diario. Había cometido un error al preguntar por ella. La conversación había terminado. Mi madre agachó la cabeza hacia su plato con el rostro cargado de tristeza. No me atreví a preguntarle qué día se casó con mi padre porque estaba seguro de que mentiría. Las fechas hablaban por sí solas. Mi madre tuvo que llegar a Moffat embarazada.
—El sábado que viene, cuando vayamos al río a pasear con Betty, ya me contarás cosas de mis abuelos ¿de acuerdo? —le dije con una sonrisa para relajar la tensión que había creado mi desafortunado interrogatorio.
Mi madre me miró con los ojos brillantes y una sonrisa temblorosa. Se levantó de la mesa sin haber terminado su desayuno y empezó a lavar los platos sin decir una sola palabra. Yo terminé mi porridge sin ganas, dejé el plato en el fregadero, recogí la mesa y le pregunté si no le importaba que me fuera a pasear un rato con Betty. Sin siquiera mirarme me contestó que estuviera el tiempo que quisiera. Seguramente no se despidió de mí con un beso, como hacía siempre, porque no querría que la viera llorar.
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