1 ...6 7 8 10 11 12 ...18 —La verdad es que me encantan las historias de amor. ¿Qué le voy a hacer? Nací un catorce de febrero, y por si lo habías olvidado, me llamo Valentina. ¿Qué opinas de la historia de San Valentín?, —le preguntó, mientras cruzaba las piernas para sentarse en la cama frente a él.
—Una magnífica estrategia de marketing, que obliga a los hombres a comprar algo a sus parejas, si quieren evitar una semana de castigo.
—¿Cómo dices? Pero si es una historia de amor preciosa. Desde que la conocí, decidí que si alguna vez me casaba, lo haría en un jardín, un campo o mejor aún, en un bosque.
—¿Casarte en un bosque? Y ahora me dirás que tus damas de honor serán unas elfas ¿no? A ver, sorpréndeme con esa historia tan maravillosa.
—Qué poco romántico que eres. Quizás por eso no hayas tenido suerte con tus parejas. Escucha y aprende Mr. Grant de Glenmoriston.
San Valentín fue un sacerdote cristiano que vivió en pleno mandato del emperador Claudio II. Cuando el imperio romano empezó a desmontarse, al emperador se le ocurrió la brillante idea, de prohibir las bodas de los soldados ya que, según él, los hombres casados no rendían tan bien en el campo de batalla. Muchas parejas se vieron truncadas por aquella nueva ley, hasta que a San Valentín se le ocurrió una solución. Empezó a casar a las parejas, en los bosques, a escondidas, bajo el rito cristiano. ¿Te acuerdas de la escena de Braveheart cuando Mel se casa con su novia en el bosque? Pues eso mismo hacía San Valentín. Pero como ocurre siempre, la voz empezó a correr entre las gentes, hasta que llegó a los oídos equivocados. San Valentín fue llamado ante la justicia por incumplir el mandato del emperador. Cuando argumentó sus actos, casi consiguió que el emperador se convirtiera a la fe cristiana, pero los consejeros de éste, finalmente consiguieron que cambiara de opinión y lo encarcelara. Al entrar en prisión, el carcelero se burló de su fe. San Valentín siguió defendiendo su religión, hasta el punto que el carcelero le retó. Le dijo que si su Dios era tan milagroso, sería capaz de devolverle la vista a su hija, ciega de nacimiento. San Valentín aceptó el reto y encomendándose al Señor, obró el milagro de devolverle la vista a Julia. Cuando aquello ocurrió, el carcelero se arrodilló a sus pies para pedirle perdón y suplicarle que instruyera a su hija en la fe cristiana. Diariamente Julia acudió a la prisión, a recibir las clases que San Valentín le daba, hasta el día antes de la ejecución. Aquel día, cuando se despidieron, dejaron muchas cosas por decir. La última noche que pasó San Valentín con vida, descubrió un nuevo significado de la palabra amor. Se había enamorado perdidamente de Julia. Le escribió una nota donde le explicaba todo lo que sentía por ella, y la firmó: “de tu Valentín”. Aquel catorce de febrero al amanecer, San Valentín fue ejecutado.
Valentina cayó durante unos segundos. Cerró los ojos y puso su mano sobre el pecho, como si pudiese tocar su interior.
—No me digas que no es bonita esta historia, —dijo con voz pausada y con los ojos vidriosos.
—Pues sí. Y muy triste a la vez, —contestó Hugh. ¿Sabes una cosa Valentina? Tienes un don para contar historias. Deberías hacer un pensamiento y empezar.
—Sí. Es lo que he decidido hacer, —dijo con voz firme. Bueno que ¿Jacuzzi Richard?, —preguntó con voz infantil.
—Jacuzzi Julia, —contestó, mientras la cogía de la mano y la llevaba directamente al baño.
Mientras la bañera se llenaba, Valentina preparó un té, y lo acompañó con unas galletas escocesas de mantequilla, que había en el mueble bar. Esta imagen tan hogareña, provocó una sensación de bienestar en Hugh. Estuvieron cerca de una hora dentro del Jacuzzi. Hablaron, rieron, se olvidaron del mundo, mientras disfrutaban del momento.
—¿Por qué no te quedas esta noche? “y no porque te pague, sino porque tú quieras”, —preguntó Hugh acentuando la voz.
—Vaya, veo que recuerdas el diálogo de Pretty Woman. “Ya sabes que no puedo”, —contestó Valentina interpretando su personaje.
—Fuera bromas ¿Por qué no te quedas? En serio, —preguntó Hugh mientras la encaraba a él.
—Me encantaría. Pero te recuerdo que aún tengo que romper con mi pareja. Cuanto antes acabe con todo esto, antes podré empezar a ser la verdadera Valentina. Además, mañana regresas a Londres, y yo me marcho unos días a Córdoba. Está claro que nuestras vidas siguen caminos diferentes. Aunque, siempre nos quedará Barcelona.
—¿No era París?, —preguntó mientras se rascaba la cabeza.
—Claro que sí hombre, pero ¿es que has estado alguna vez conmigo en París?
—No.
—Pues entonces… “ siempre nos quedará Barcelona”.
Salieron de la bañera. Se vistieron entre risas y comentarios de lo ocurrido aquel día. Cuando ya no quedaba nada más por hacer ni por decir, se dirigieron a la puerta de la suite, para despedirse y finalizar aquella historia de un día.
—Le diré al chófer que te acompañe a casa, y así mañana me presentaré con un ramo de flores y te gritaré desde la calle: “¡Princesa Bibian!”
—¡Hugh!, —contestó mientras le daba una suave palmada en el brazo. Esta salida no me la esperaba. Que gracioso que eres. No, no te preocupes, me iré paseando un rato, y luego cogeré un taxi hasta casa.
—Ni hablar. Irás con el chófer y por favor, película aparte, aquí tienes mi tarjeta y mi teléfono particular. Siéntete libre de llamarme siempre que quieras, y si viajas por mi país, no dudes en venir a verme. Intentaré no llevarte a la cama, pero me encantará disfrutar de una cena en tu compañía.
—Eres un encanto. La guardaré bien a mano. Nunca se sabe. Te dejo la mía por si algún día decides regresar por aquí. ¿Sabes una cosa? Cuando te vi en Cuatro bodas y un funeral, soñé con acostarme contigo tantas noches, que ahora que mi sueño se ha hecho realidad, no quiero despertar. Por cierto, ha sido mejor de lo que imaginaba, —dijo Valentina casi en un susurro.
—Muchas gracias. Ha sido un verdadero placer disfrutar de este día contigo. Creo que eres ese tipo de persona, con una luz especial, que se hace imposible de olvidar. No entiendo como tu pareja puede dejarte escapar.
Se abrazaron y juntaron sus labios, en un beso que pretendía sellar una amistad. Ambos sabían muy bien por quienes latían sus corazones. Valentina se sentía feliz, y con energía, para asumir las decisiones que debía de tomar. Le acompañó al ascensor, y esperó hasta que las puertas se cerraron. Valentina desapareció de su vista. Hugh volvió a la suite cargado de dudas. No tenía claro por dónde empezar. Lo único que sabía con certeza, era que debía de hacer las maletas, para coger su vuelo de mañana. Miró la tarjeta de Valentina y la guardó en su cartera.
Valentina salió del hotel con paso enérgico y seguro; con la espalda erguida y los hombros firmes; y con una sonrisa en los labios. Lo primero que hizo, al notar el calor del sol sobre su cuerpo, fue pellizcarse el brazo. Sí, estaba despierta y aquello había ocurrido de verdad. Miró el reloj. Eran las siete y treinta y dos minutos. Cogió su móvil y marcó el número de Giacomo. Al tercer timbre contestó.
—Estoy ocupado Valentina, te llamo luego, —dijo con voz ruda y sin querer perder ni un minuto.
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