—¿Cuándo piensas empezar? —le preguntó Hugh, poniendo cara de “¿a qué esperas?”
Valentina se vio sorprendida por la pregunta, pero en el fondo tenía razón. ¿A qué estaba esperando?
—Creo que el día de hoy me ha dado suficiente material, para empezar a escribir. Así que, en el momento en que me siente delante de mi portátil, empiezo.
—Eso está muy bien. Por cierto ¿saldré yo por algún lado?, —preguntó Hugh con cara de despiste.
—Sin lugar a dudas. De momento ya sé que título le voy a poner.
—Sorpréndeme.
—“ El día que conocí a Hugh Grant” ¿Qué te parece?
—Creo que es un título perfecto, aunque si nos ceñimos a la legalidad, te tendré que cobrar los derechos por usar mi nombre —dijo Hugh mientras la señalaba con el dedo índice, y con cara de pocos amigos.
—¿Lo dices de broma, verdad? —contestó Valentina con cara de incrédula.
Hugh la miró entrecerrando los ojos.
—Bueno, quizás me lo piense y solo te pida producir la película, con mi correspondiente beneficio, por supuesto, —contestó Hugh, con cara picarona.
Valentina le miró con las cejas levantadas, en señal de sorpresa, pero con una amplia sonrisa en sus labios. Después de unos segundos de silencio, empezaron a reír, cada uno de ellos pensando, en si lo que acababan de decir, se convertiría en realidad.
Salieron de la cafetería, no sin antes recibir un sinfín de sonrisas y de agradecimientos, por parte de las propietarias, y del resto de la gente que había en ese momento. Iniciaron el camino de regreso al coche, con la idea de pasar desapercibidos, aunque no fue fácil conseguirlo. Caminaron despacio para disfrutar del ambiente de la ciudad, hasta que llegaron al coche. El paseo programado por el chófer, les condujo desde Vía Layetana hasta la Plaza de Colón. Valentina miró a Hugh sin entender por qué se había sincerado con él. Quizá lo hizo porque consideró, que aquello era un presente efímero, y al día siguiente ese hombre desaparecería de su vida, de la misma forma que apareció. Hugh la miró con una sonrisa, mientras cogía su mano y la apretaba para darle las gracias. Valentina desconocía en ese momento, la ruptura con Jessica, así que no podía imaginar que Hugh se sintiera tan deprimido. El conductor, con una exquisita educación, continuó deleitando a sus pasajeros, con un paseo por la zona del Port Vell, hasta llegar al Maremágnum. Finalmente se dirigió al Hotel Arts, en pleno Puerto Olímpico de Barcelona, donde se alojaba Hugh. Al llegar, el chófer salió velozmente de su asiento, para abrir la puerta a Valentina. Le ofreció su mano y le ayudó a salir del coche. Ella le dio las gracias. Seguidamente abrió el maletero para coger las bolsas, y entregarlas al botones, para que las subiera a la suite del actor. Se despidió de ambos, no sin antes confirmarles, que había reservado una mesa para dos, en la terraza del Restaurante Agua, tal y como se lo había solicitado. Hugh se lo agradeció con su exquisita y británica educación. Empezaron a caminar por el Paseo Marítimo hacia el restaurante. Aquel día lució un maravilloso sol de primavera, que invitaba a pasear y a olvidarse del ya casi caduco invierno. El mar, de un azul brillante y limpio, estaba en calma, con ese toque marinero, que tanto hacía disfrutar a Valentina. Hugh estaba encantado con la meteorología. Había salido de Londres hacía tres días, con lluvia y un frío de pleno invierno. Este sol no tenía precio. Al llegar al restaurante fueron atendidos con la máxima rapidez y educación. Se sentaron en la terraza donde disfrutaron de unas maravillosas vistas al mar, y del calor del sol. Hugh dio plena libertad a Valentina para que eligiera el menú. Empezaron con unos montaditos de jamón y foie, acompañados de un Ribera de Duero, que les terminó de deleitar el paladar. Como plato principal, comieron un arroz al carbón, obligatorio para un británico, dispuesto a saborear los platos típicos de la zona. Acabaron con una crema catalana y con un Earl Grey para cada uno. Las miradas de Hugh, sus atenciones y sus perfectos modales británicos, hicieron sentir a Valentina, por primera vez en mucho tiempo, deseada. Por su parte Hugh, encontró en Valentina, el paréntesis necesario para aliviar, aunque solo fuera por un día, a su maltrecho corazón. No entendía los motivos, pero aquella chica le infundía paz. Al salir del restaurante, fueron despedidos por el camarero que les atendió y por el encargado, que no cesaban en darles las gracias, por haberles elegido para disfrutar del “lunch”. Empezaron a caminar hacia el hotel, en silencio. Valentina sabía que se acercaba el momento de despertar, de aquel día mágico, pero no quería hacerlo, aunque tampoco le pareció correcto subir a la habitación de Hugh, sin una invitación previa. Hugh no quería despedirse de Valentina todavía, porque sabía que volvería a pensar una vez más en Jessica, y eso era sinónimo de dolor. Pero tampoco se atrevía a invitarla a subir. Primero, porque no quería darle una mala imagen, y segundo, porque no sabía si podría resistirse a no besarla. Aquellos pensamientos provocaron un silencio un tanto embarazoso. Había que romper el hielo cuanto antes, así que Valentina fue directa al grano.
—¿Has roto con Jessica, verdad?, —preguntó con voz firme y mirándole directamente a los ojos.
—Sí, —contestó sorprendido, de que hubiese llegado por sí sola a esa conclusión.
—Yo también con mi pareja, —confesó Valentina, con la mirada puesta en el suelo.
—Maravilloso. Así que somos dos personas, a las que se nos resiste el amor. ¿No es así? ¿Qué te parece si tomamos una copa en mi suite, para terminar de ahogar nuestras penas?
—Me parece perfecto.
Como si se hubiesen quitado un peso de encima, aceleraron el paso para llegar al hotel. Subieron en el ascensor que les llevó hasta la planta cuarenta y tres, donde estaba la suite de Hugh, justo delante de la zona spa Six Senses. Cuando Valentina entró, se encontró con una habitación amplia, acogedora y bañada por el sol del atardecer. La cama, tamaño King Size, estaba cubierta por sábanas y edredones blancos inmaculados, hasta donde llegaban los colores dorados y rojizos de la luz del sol. Cuatro cojines blancos, puestos en perfecta harmonía, terminaban por adornarla. Los sillones, la mesa de despacho, el televisor, el inmenso cuarto de baño y las vistas que ofrecían los grandes ventanales, hacían que aquella suite fuese más bien el apartamento soñado por muchas personas, para vivir. Valentina se descalzó. Empezó a caminar sobre aquella moqueta muy lentamente, como si quisiera regalarle un masaje a sus pies. Se dirigió hacia la ventana, con la idea de admirar las maravillosas vistas del Mediterráneo, mientras cerraba los ojos e inflaba su pecho, como si quisiera oler el mar. Hugh la miraba detenidamente, de arriba abajo, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, como si quisiera admirar, hasta el más mínimo detalle de aquella mujer.
—¿No te parece precioso? —dijo Valentina, refiriéndose al mar.
—Me pareces divina, —contestó Hugh con un susurro.
Valentina sonrió, mientras se giraba hacia él y apoyaba su espalda contra la ventana.
—Me refiero a las vistas del mar, —contestó Valentina con tono de “no seas malo”.
—Ah, sí, por supuesto, muy relajantes y muy útiles para meditar —contestó de forma profesional.
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