Isabel Montes - El día que conocí a Hugh Grant

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El día que conocí a Hugh Grant: краткое содержание, описание и аннотация

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Valentina siempre supo que era diferente, pero nunca llegó a imaginarse hasta qué punto. Consciente de que su relación con Giacomo debe de terminar, su corazón vuelve a latir por Gabriel, su amor de juventud. Aunque sus esperanzas de reencontrarse con Gabriel son nulas, decide volver a empezar y retomar el camino que se le prohibió sin ser consciente de que su vida ya está en manos del destino. Conocer a Hugh, un encuentro inesperado en el corazón de Stonehenge, los consejos de su querido abuelo y una intuición que no deja de advertirle en susurros al oído, la llevarán directamente a hacer realidad sus sueños hasta que vuelva a renunciar al propósito para el cual nació.
…"Valentina, no puedes huir de tu destino"…
En la vigilia de los sueños donde dos mundos paralelos se encuentran y nuestras mentes alcanzan una mayor lucidez, Valentina descubrirá el error que ha cometido.
…"En mi lista de tareas escribí una más: Recuperar a Gabriel"…

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Cuando Nicole le vio, se quedó literalmente con la boca abierta. Sin apartar la vista de Antonio, se levantó para dirigirse a la silla más cercana a él, que pudo encontrar. No podía apartar la mirada de aquel bello equino, y de la elegancia de Antonio. Como si su corazón quisiera avisarla de que aquel hombre, era el hombre de su vida, empezó a latir a tal velocidad, que las sienes parecían que le iban a estallar. No sé en qué momento Antonio fue consciente de su presencia. A lo mejor ni la vio llegar, pero a Nicole no le importó, ya que tenía claro que iría a presentarse en el momento que le fuera posible. Ni siquiera se fijó en los aires que realizaba. No sabría decir si trotaba o galopaba. Lo único que sus ojos veían era a Antonio. Iba vestido con un traje cordobés negro. La torera hacía resaltar el blanco inmaculado de su camisa. Los pantalones ajustados, dejaban ver unos muslos musculosos y bien formados. Sus botas camperas resaltaban por el corte del pantalón. Sus manos fuertes, se agarraban poderosas a las riendas del caballo. Tenían un tono tostado por el sol al igual que la piel de su cara, perfectamente afeitada y resplandeciente, que hacía resaltar el negro de su pelo engominado, oculto en parte, por el sombrero cordobés que llevaba puesto. Nicole estiraba el cuello todo lo que podía, no sé si para verle mejor o para dejarse ver, pero él ni se inmutaba de su concentración. Cuando terminó la demostración, empezó a galopar alrededor del escenario, para dejar ver la belleza de las crines de su caballo. Cuando se paró, lo hizo justo delante de ella. En aquel instante, Nicole no pudo contener más sus modales, y sin reparo alguno se levantó de la silla, para empezar a aplaudir como si estuviese delante de una soprano, en la ópera de París. Aquella vez fue la primera que Antonio le sonrió. Levantó su sombrero, y le hizo una reverencia, mientras sus labios gesticulaban la palabra “gracias”. Nicole no se lo pensó dos veces. Se acercó a él para pedirle si, por favor, podía concederle unos minutos. Antonio desmontó y se acercó a ella para decirle, que en media hora estaría libre, y que si quería, podía acercarse a las cuadras para ver sus caballos. Nicole miró el reloj para cronometrar la media hora más larga de su vida. Le dijo que allí estaría. Antonio se alejó junto a su caballo. Nicole admiró sus hombros anchos y su cuerpo perfecto. Cuando pensó que no se giraría nunca, cambió las riendas de mano y empezó a caminar de espaldas para mirarla y saludarla con su sombrero. La sonrisa de Antonio la volvió loca. Se giró despacio y desapareció. Nicole se marchó en busca del bar del recinto, para esperar con impaciencia, que el reloj llegase a la hora indicada. Inicialmente quiso pedir una tila para calmarse un poco, pero cuando vio las tapas de queso y jamón que había preparadas, y el fino listo para ser bebido, se lanzó al ruedo con la confianza de que no le subiría a la cabeza, más de la cuenta. A las cinco y veinte ya no podía esperar más. Se acercó al camarero y le preguntó cómo podía llegar a las cuadras. Con cuatro indicaciones rápidas, encontró el camino. Pagó y empezó a caminar con pasos firmes, ya que el fino había hecho su efecto, mucho más rápido de lo que ella hubiese imaginado. Cuando llegó, le vio de espaldas sin su torera. Estaba cepillando al caballo.

—¿ Cómo se llama?,preguntó Nicole de forma seductora y sin esconder su marcado acento francés.

Antonio se giró despacio, con una sonrisa como si ya supiese que estaba allí.

—¿ El caballo o yo?,preguntó con la mirada fija en sus ojos.

En los labios de Nicole apareció una sonrisa facilona, propia del alcohol que circulaba por sus venas.

—Ya puestos los dos.

Antonio alargó su mano hacia ella.

—Antonio Ordoñez Torres. A su servicio señorita.

—Nicole Beauchamp. Encantadísima de conocerle.

Antonio le cogió la mano, pero no se la estrechó, sino que optó por besarla. El tacto de los labios sobre su piel, la hizo estremecer. Nicole hubiese querido detener el tiempo en aquel instante, pero enseguida que pudo reaccionar, continuó con las preguntas.

—¿ Y el caballo?dijo Nicole un tanto nerviosa, mientras separaba su mano de la de Antonio.

—Se llama Canelo, y es el mejor tesoro que tengo, de momento,dijo Antonio con una mirada cargada de picardía y insinuación.

Nicole se ruborizó.

Estuvieron cerca de una hora viendo los caballos que tenía en la feria. Antonio le explicó que estarían hasta el domingo, y que el lunes regresarían a Lucena, donde vivían. Nicole le dijo que vivía en Paris, que había venido a Madrid por temas de trabajo, y que ahora estaba disfrutando de unos días de vacaciones. El sábado regresaba por la tarde a casa. Cuando Antonio oyó aquellas palabras, la miró con aquellos ojos negros que se te clavan en el corazón, y le dijo que estaría encantado de acompañarla durante esos días, para enseñarle la ciudad. Podía organizarse con su padre y su hermano el trabajo en la feria y así disponer de un poco más de tiempo libre, siempre y cuando a ella le pareciese correcto y quisiese. Nicole le miró con los ojos vidriosos, como consecuencia de la ingesta acelerada de fino, y le dijo que le parecía una idea maravillosa. Quedaron aquella misma noche. A las ocho de la tarde, Antonio pasaría a recogerla por el Hotel, para llevarla a cenar.

Y así fue como se desencadenó todo.”

—Ayer hablé con tu padre. Está encantado de que pases unos días en Lucena. Está deseando verte. También le dije que habías roto con Giacomo, pero no pude comentarle nada porque la verdad, aún no sé qué es lo que ocurrió.

—¿Qué quieres que ocurra? Le vi, a la media hora de dejarme en Barcelona, como cogía un taxi con Susana. Pasaron delante de mí, pero claro, no pudieron verme porque se estaban besando como lo que son: dos amantes.

—Hija lo siento mucho —dijo Nicole, incapaz de mirarle a los ojos.

—Mamá muchas veces me he preguntado, si alguna vez creíste posible, que el abuelo hubiese intentado impedir tu relación con papá. Y si fuera cierto ¿Qué hubieses hecho tú? Si analizamos fríamente la situación, hubiese sido lo más lógico. Dos vidas tan diferentes y alejadas una de la otra, sin ningún nexo de unión excepto, el amor. ¿Por qué crees tú que no lo hizo?

Nicole la miró avergonzada.

—No lo sé, —contestó apesadumbrada.

—Yo sé la respuesta mamá. Porque vio más allá de lo que podía parecer un capricho de juventud. Porque vio amor y pasión entre vosotros, y eso es algo que no se debe ni se puede impedir, aunque todo a tu alrededor te diga, que es la crónica de una muerte anunciada.

Nicole seguía con la cabeza agachada, muy consciente de que su hija tenía toda la razón. Cuando pudo recomponerse un poco, levantó la cabeza.

—¿No podrás perdonarme nunca, verdad hija?

—Sí que puedo mamá, ya me conoces. Lo hice ayer por la mañana cuando vi a Giacomo con Susana. Creo que ambas nos merecíamos este castigo. Tú por impedir mi relación con Gabriel, y yo por consentirlo.

—Hija, el amor verdadero nunca se olvida. Estoy segura de que si…

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