—¡ Está de treinta y siete semanas. Tiene el fémur roto. Por el sangrado que tiene, la femoral debe de estar dañada. Le he hecho un torniquete! ¡Tienen que salvar al niño!, —gritó Natalie con los ojos desorbitados.
—¿ Vienes con ella? ¿Eres alguno de sus familiares? ¿Eres médico? — preguntó Josep con la esperanza de que así fuera, para no perder de vista a aquella preciosidad que tenía delante.
—¡ Llamen a mi marido por favor! ¡Llamen a Carlos! ¡Mi hijo por favor! ¡Salven a mi hijo!, —g ritaba Ana desesperada .
—No te preocupes que ya me encargo yo de llamar a tu marido, tú resiste. ¿Me oyes? ¡Resiste!, ¡quiero entrar con ella!, ¡soy médico! — gritó Natalie con la intención de no separarse de aquel chico, tan tremendamente atractivo.
—¡ Y nosotros también señorita! ¡Quédese aquí fuera y gracias por su ayuda! , — gritó el Dr. Albareda con la idea de sacarse de encima, a aquella estudiante un tanto prepotente.
Las puertas del box se cerraron, y Natalie se quedó quieta en mitad del pasillo. A los pocos segundos llegaron las otras dos camillas con los muchachos. Una de ellas a toda velocidad, la otra sin prisa alguna. Natalie se dirigió a la recepción del hospital, para intentar localizar al marido de Ana, y ya de paso preguntar a qué hora se cambiaba el turno de urgencias. La recepcionista le contestó, sin apenas mirarle a los ojos, que a las seis de la mañana. Natalie nunca imaginó que pasaría la víspera de su cumpleaños, sentada en una silla de urgencias. Pero aquel chico, bien merecía la pena.
A las seis menos cinco de la mañana, Natalie se levantó de su silla, para dirigirse a la puerta de entrada del Hospital. Era una mañana fría, como era de esperar para el mes de marzo. En dos horas empezaban sus clases prácticas. Tenía que ducharse, desayunar algo y averiguar dónde estaba su coche. Ya llamaría a Alicia un poco más tarde, para ver qué había hecho con él. A las seis y diez de la mañana, Josep salió por la puerta, pálido, con ojeras y escondido entre la cazadora y la bufanda.
—¿ Se ha salvado el bebé? —preguntó Natalie para dejarse ver.
—Creo que era más importante la madre ¿no crees? —contestó Josep, sorprendido y a la vez emocionado por volverla a ver.
—Depende. Para ella seguro que no.
—Sí. Están los dos bien. Cuando hemos normalizado la hemorragia, se le ha tenido que practicar una cesárea. El niño está bien pero en la incubadora. Ella está en la UCI, pero creo que lo conseguirá. ¿Llevas aquí toda la noche?, — preguntó, con un inicio de sonrisa en los labios.
—Sí. No quería irme sin saber cómo había acabado todo. Y como no tengo tu teléfono para llamarte, he decidido esperar para que me lo cuentes todo, — respondió con cara de intelectual.
—Pues ahora mismo te lo doy, — contestó complacido. No me imaginé que empezaría mi cumpleaños de esta manera.
—¿ Hoy es tu cumpleaños? — preguntó Natalie sorprendida por la casualidad.
—Sí. ¿Por qué?
—También es el mío. Felicidades ¿Te apetece celebrarlo con un café con leche y un croissant?, — preguntó Natalie con una expresión de felicidad en su rostro.
—Me parece una idea estupenda, — dijo Josep.
—Me llamo Natalie, —dijo, mientras le alargaba la mano.
—Yo soy Josep—le contestó, sin prestar atención al saludo, mientras se acercaba a ella y le daba dos besos.
Natalie se ruborizó sin poder evitarlo.
Desayunaron en la cafetería del hospital. Hablaron de sus proyectos, de sus estudios, del futuro que querían conseguir y de sus metas. Poco a poco se dieron cuenta, de que sus vidas eran caminos paralelos que, por una jugada del destino, se habían cruzado aquel diecinueve de marzo de 1999. Josep acompañó a Natalie, en coche, hasta su casa en la calle Mallorca. Si no hubiese tenido que ir a la facultad, a hacer unas prácticas, no le hubiese importado pasar toda la mañana con él. Además, seguramente nadie en casa, se acordaría de que era su cumpleaños. Antes de despedirse, intercambiaron los números de teléfono. Josep se marchó a su piso de la calle Aribau, feliz de estar a tan solo tres manzanas, de donde vivía aquella futura ginecóloga, que le acababa de robar el corazón.
Aquella mañana, en contra de lo que le pedía el cuerpo, Natalie fue a la facultad. Allí se encontró con su coche y sus amigas. Estaba ansiosa por explicarles lo que le había ocurrido. Nada más llegar, respondió a todas y cada una de las preguntas del interrogatorio. Cuando acabaron las dos horas de prácticas, que tenían aquel sábado, se marcharon las tres al Fornet d´en Rossend, en la Rambla de Catalunya, muy cerca de la casa de Natalie. Aunque ya no tenía nada más que contar, y sus ojos estaban pidiendo a gritos un descanso, sus amigas insistían en retenerla en aquella cafetería un poco más. ¿Qué estarían tramando aquellas dos?, — pensó. A las doce del mediodía, como si fuese la hora acordada, Alicia y Montse se levantaron para acompañarla a casa. Natalie no entendía nada, pero estaba claro que parecía que no se marcharían nunca. Decididamente, algo se estaba cociendo a sus espaldas. Cuando Natalie abrió la puerta de casa, escoltada por sus dos amigas, encendió la luz del enorme pasillo, en el mismo instante en que todos, excepto yo, salieron a recibirla con confeti y aplausos. Para su gran sorpresa allí estaban, mamá, papa y mis abuelos Jean Luc, Michelle y Antonio. Yo me negué a regresar a Barcelona y decidí quedarme en París con Sidonie. Quizás Natalie me echara en falta, o quizás no. Aquella fiesta sorpresa, puso el broche final a un día maravilloso, que no olvidaría jamás.
Natalie se sintió culpable al pensar que nos habíamos olvidado de ella. Pero lo que no sabía era que mamá, se había pasado semanas organizando el viaje de los abuelos. Creo que aquella fue la primera vez, que desobedecí a mi madre. Si no hubiese sido por Sidonie, me hubiese visto obligada a regresar a Barcelona, y lo que menos quería, en ese momento, era volver a ver a mi hermana. Durante cuatro días, no la dejaron sola. Pobre Natalie. Estaba feliz, pero ansiosa por volver a ver a Josep.
El martes, de la semana siguiente, cuando salió de casa, a las siete y cuarto de la mañana, para ir a la facultad, se encontró cara a cara con Josep. Estaba sentado, estratégicamente, en la terraza de la cervecería de debajo de casa, tomando un café. La expresión de su cara, mostraba como un espejo, el intenso frío que sentía. Vino, nada más terminar su guardia en el hospital.
A Natalie no le importó saltarse su clase de anatomía. Estaba sorprendida de preferir la compañía de Josep. ¿Qué le estaba pasando a aquella chica tan responsable, que nunca faltaba a clase? Quizás se estaba enamorando. Desde aquel día, organizaron sus apretadas agendas, para pasar juntos todo el tiempo que tuvieran libre. Cuando Nicole estaba trabajando en casa, Natalie marchaba a la calle Aribau, donde conoció a la encantadora Eva, y con la que rápidamente entabló una bonita amistad. Cuando Nicole salía de viaje, Josep venía a casa. Gracias a la compañía inseparable de Josep, Natalie descubrió que no era tan fuerte, ni tan segura, como demostraba a los demás. En el fondo se sentía muy sola. Papá era el amor de su vida, pero ella quería seguir viviendo en Barcelona, porque sabía que allí estaba su futuro. Desde que empezó en la facultad, le veía poco. Era mamá la que solía viajar a Lucena. Cuando ya hacía mucho tiempo que no se habían visto, papá venía a Barcelona para verla y pasar el fin de semana juntos, pero no era lo más habitual. Por otro lado, Natalie sabía que siempre había sido el ojo derecho de mamá, hasta que decidió empezar su carrera de medicina, y renunciar al mundo que le ofre- cía. Un mundo de pasarela y de moda, que no le atraía lo más mínimo. Nicole aceptó su decisión, pero los continuos viajes y su ajetreada agenda, la distanciaron un poco de ella. Conmigo ya no existía relación alguna. Al conocer a Josep supo que, por fin, tendría a alguien que la protegería, que estaría a su lado en todo momento, con el que pudiese hablar y disfrutar de una tarde de domingo, abrazados en el sofá. Fue entonces cuando tomó conciencia del daño que me había hecho. Aquellos meses también fueron especiales para Alicia y Montse, ya que gracias a aquel encuentro, empezaron a salir con Víctor y José, amigos de Josep. Sin darse cuenta, habían formado una pandilla divertida y llena de un futuro profesional, muy prometedor.
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