Hubo una interrupción. La voz metálica dio paso a un murmullo y después un silencio.
—De los descastados ni hablan. —Félix alargó la mano y me devolvió la radio. Ya estaba a punto de apagarla cuando él agitó sus brazos para evitarlo.
«De los descastados no hace falta que os hable mucho. Los conocéis bien. Sois la población sin linaje y suponéis aproximadamente un tercio de los habitantes del planeta. En último lugar están los parias, los excluidos de la sociedad a los que no tenemos prácticamente acceso ninguno de nosotros. No sabemos ni cuántos son, es difícil estimarlo ya que cada día mueren casi tantos parias como nacen. Podrían alcanzar casi la mitad de todos los pobladores del mundo».
Félix y yo nos sonreímos porque nos habíamos pasado de listos. Me volví a sentar en la cama y seguimos escuchando con atención.
«Tal fue la manipulación en nuestros genomas que impidieron que personas de diferentes castas pudieran reproducirse entre sí, convirtiéndonos prácticamente en especies diferentes. Nos hicieron creer que tener relaciones afectivas entre miembros de diferentes castas, y más aún entre descastados y castizos, era potencialmente peligroso. Nos dijeron que la combinación podría crear mutaciones aún más terribles de la GD. Por ello, limitaron el contacto entre castas a temas profesionales o prácticos, y solo entre clases inmediatamente inferiores o superiores, excepto los parias, que solo pueden relacionarse entre ellos. También decidieron que no se podría acceder a profesiones de linajes superiores, y por ello desactivaron en nuestros genotipos las habilidades de los segmentos de la población superiores a nosotros. Pero lo peor de todo fue la manera en que hicieron que la GD se manifestara en cada uno de nosotros. La Casta 1 supo desde el principio que la mejor manera de mantenerse en el poder era ser inmune a la Gran Depresión, ser puro. A la Casta 2 le introdujeron una variante de la GD crónica pero no letal. Sin embargo, esta versión de la enfermedad les indujo a una desmotivación que les hace desistir de progresar para lograr alcanzar la Casta 1. A la Casta 3 se le activa la enfermedad razonablemente tarde y se pueden permitir implantes y parches que mejoran su vida notablemente. Lo más probable es que mueran de la GD, pero a una edad muy avanzada. Por su parte, la Casta 4 sí sufre la enfermedad desde etapas más tempranas de su vida y pueden acceder a remedios, pero menos efectivos que los de sus superiores».
Ya empecé a perder el interés en la narración. No estaba contando nada nuevo o que nos fuera útil y la voz metálica me estaba levantando dolor de cabeza.
«Sabéis que los descastados sufren la enfermedad en cualquier estadio de su vida. Su cuerpo rechaza cualquier prótesis y tampoco se las pueden permitir económicamente. Los efectos anímicos son devastadores en ellos. Aun así, se les trata médicamente para que puedan seguir trabajando durante unos años de manera aceptable para los castizos. Y los parias, con la Gran Depresión más cruel y sin ningún tipo de asistencia sanitaria, mueren a una edad muy temprana y con una muerte que no se desearía al peor de los enemigos».
Me levanté de nuevo y le dije a Félix que por mí apagábamos ya el cachivache. Por suerte, él me agarró la mano para que continuara a su lado escuchándolo.
«Pero también hay buenas noticias: la ciencia no es exacta, compañeros. La evolución va por delante de la mano del hombre. Sabemos que hay personas de diferentes castas que sí logran reproducirse entre ellas. Hay gente que, a pesar de la tristeza, aún saca fuerzas para rebelarse contra la opresión genética. Y existen algunas pocas personas capaces de ofrecer resistencia a la enfermedad, aunque su tipo genético lleve escrito que la GD debía haber acabado con ellas hace mucho tiempo».
Félix y yo sabíamos que ese era exactamente su caso. Yo no sabía cómo reaccionar. Él sí iba a decirme algo y un fuerte estruendo me impidió escuchar sus palabras.
La radio dejó de emitir. Probablemente se trataba de la tercera explosión en la ciudad en lo que llevábamos de mes.
MEMORIAS VI
Rodinia, año 201
Belle entró en casa tratando de no hacer ningún ruido. Iba a ser muy difícil ocultar el bebé a su madre, porque el espacio era mínimo. El apartamento que les habían asignado después de la detención de su padre solo contaba con una habitación y un cuarto de baño minúsculo. En la habitación había pocos lugares donde esconderlo: una litera de dos camas, una mesilla de noche y un pequeño armario de metal donde guardaban la poca ropa que tenían, el jabón, un par de trapos, un cepillo del pelo y el racionamiento. Su madre dormía en la cama de abajo porque ella prefería dormir arriba. Desde que su padre se había marchado, Belle se refugiaba allí en lo alto, bajo la sábana, anclada en sus recuerdos, repasando en su memoria sus rasgos, su pelo negro y abundante, su voz profunda y el tacto de sus dedos agrietados que le hacían cosquillas debajo de la barbilla.
El baño de su casa tampoco tenía muchos recovecos donde ocultar al niño. Era poco más que un lavabo y una letrina-ducha, que Belle trataba de mantener tan limpios como su madre lo había hecho antes de que su estado de salud empeorase tanto.
El bebé seguía aletargado. Belle lo dejó en su cama y se acercó a su madre. Estaba totalmente dormida. «Lo siento mamá», dijo Belle. Había pasado demasiadas horas sola, quizá llevaba durmiendo desde que ella se marchó. Le besó la frente y estaba ardiendo. Lo más probable es que no se hubiera tomado sus medicinas. Belle abrió el primer cajón de la mesilla de noche y cogió un bote de píldoras que le había conseguido Félix hacía unos días. No podría hacerle tragar la medicina sin agua, así que se dirigió al armario de metal donde estaba la garrafa. Al abrirlo, pudo verse en el espejo que había colgado en el interior de la puerta. Tenía un aspecto horrible, con el pelo sucio y enmarañado, y unas ojeras que le hacían aparentar mucho mayor. «Ojalá tuviera diez años más», pensó en alto, y hasta el mismo pensamiento hizo que se mordiera el labio con culpabilidad.
Belle sabía que la GD de su madre se encontraba en su última fase y que quizá era cuestión de días, a lo sumo un mes, que falleciera. Era terrible pensar que pronto tendrían que despedirse para siempre, pero no podía evitar preocuparse más por ella misma. Si cuando su madre muriera no había alcanzado la mayoría de edad, para lo que aún quedaban casi diez meses, Belle pasaría a ser una dócil, perdiendo todos sus derechos legales de por vida y, lo que era aún peor para ella, no volvería a ver a Félix nunca más.
Echó un poco de agua en un vaso y se acercó a su madre. Cuando se arrodilló con el agua junto a la cama y le besó la mejilla, se dio cuenta de que su estado se había agravado. Belle pudo sentir los pómulos de la mujer clavándose en su propia cara y advirtió que estaba empapada en sudor. Le irguió la cabeza y le colocó la píldora sobre la lengua. Después introdujo el vaso de agua en la boca y consiguió hacerle tragar. No sabía qué contenía aquella medicina que había conseguido Félix, pero era capaz de bajarle la fiebre en menos de diez minutos, el tiempo del que disponía para pensar cómo explicarle a su madre la presencia del bebé. El bebé. Se dio cuenta de que el pequeño llevaría horas no solo sin tomar bocado, sino también sin beber nada. Aprisa, abrió el segundo cajón de la mesilla donde guardaba unos guantes de goma, que también le había conseguido Félix para que no tocara con las manos sucias las heridas de su madre. Abrió después el armario y los frotó con jabón para limpiarlos. Los aclaró con un poco de agua y vertió otra poca en su interior. Anudó el guante y subió a su cama. El niño seguía aletargado entre las mantas. Lo cogió entre sus brazos y vio que, efectivamente, tenía los labios secos. Mordió la punta de uno de los dedos del guante y consiguió hacer un agujero en él. Después lo puso sobre la boca del niño a modo de tetina y él comenzó a beber con desesperación. «Mi pobre, debes de estar deshidratado. Y ni siquiera te hemos puesto nombre. Pero prefiero elegirlo con Félix. Él será tu papá y yo tu mamá. Nunca vamos a abandonarte».
Читать дальше