—¿Te quieres callar? —me increpó Félix. Solo pude hacerle burla, pero esta vez él tenía razón.
«El mundo se convirtió en una lucha entre múltiples frentes que solo buscaban su propio beneficio, sin importar que sacrificaran a sus súbditos para lograrlo. Por ello, y con un secretismo hermético, la Alianza de los Estados del Bienestar, un grupo reducido de líderes de todas las regiones del planeta, creó la Gran Depresión. Ese fue el verdadero origen de la enfermedad. Un virus letal que minaba la mente de los Miembros del Terror, hasta hacerles caer en una tristeza tan potente que erradicaba cualquier intento de continuar en su lucha. Lo llamaron…».
—¡La Guerra Final! —dijimos al unísono los dos.
«… la Guerra Final, y en gran medida funcionó. La GD infectó a los terroristas y a sus líderes, pero por desgracia también acabó con los animales y las plantas… e incluso, más de dos tercios de la población humana quedó reducida a la nada».
—Será mejor que sigamos escuchando la radio en nuestro cuarto —dije a Félix, poniendo el transistor en la mesita que había junto a su sillón.
Acerqué la silla de ruedas de frente al sillón, puse los dos frenos y me coloqué delante de mi marido con la silla detrás de mí. Cogí las manos de Félix y las posé en mis hombros. Después de contar «un, dos, tres» le ayudé a ponerse en pie, y con un, dos, tres pasos, le giré ciento ochenta grados hacia mi lado derecho para sentarle en su silla. Quité los frenos, cogí el transistor y nos fuimos a nuestra habitación para seguir escuchando en un sitio más resguardado.
«Después de la Guerra Final, era el momento de reconstruir el mundo. Podrían haberse hecho las cosas bien. Podrían haber recuperado material genético de las otras especies y haberlas reproducido de nuevo. La ciencia en aquel momento era capaz y además era totalmente legítimo. Pero no fue así. Aprovechando la coyuntura, los líderes de la Alianza de los Estados del Bienestar decidieron establecer un nuevo gobierno capaz de instaurar el orden y la paz. Para ello creó un sistema de castas basado en el genotipo de cada una de ellas».
Yo estaba sentada en la cama frente a la silla de mi marido. Ahora era él quien sostenía la radio en sus manos.
—Esto no lo sabía yo —le dije a Félix impactada.
—Tiene su lógica —me contestó Félix—. Para que unos pocos vivan muy bien, el resto tiene que malvivir.
—Pero ¿por qué? —dije un poco incrédula por tanta crueldad.
—Escucha…
«Siempre nos han hecho pensar que nuestro sistema de castas era una cuestión pura del origen de la creación. Lo cierto es que los líderes de la Alianza son los antepasados de quienes hoy conocemos como Casta Superior. Ellos alteraron a su antojo el genoma del resto de los humanos que sobrevivieron a la Guerra Final. Los líderes introdujeron diferentes cepas del virus GD para alterarles el ADN según el destino que habían escrito para ellos. Y el resultado fue el sistema piramidal dividido en cuatro castas, descastados y parias que hoy en día conocemos».
No pude reprimir gritar y dar un puñetazo a la cama. Hasta entonces había sido muy duro ver a mi marido consumirse por la GD, pero sería peor desde aquel instante, en el que supe que detrás de ella no estaba el azar, sino la mano del hombre. No sabía si quería seguir escuchando, pero Félix me pidió que guardara silencio y no pude negárselo.
«En esta pirámide, los parias y los descastados ocupan la base. Los miembros de estos dos segmentos suponen en número más de tres cuartos de la población mundial. La Casta 1 ocupa la punta de la pirámide. Ellos son nuestros gobernantes y pensadores, no suponen más del uno por ciento de la población. Poco sabemos de ellos, quiénes son o dónde viven. Solo unos pocos miembros de la Casta 2 pueden tener algún tipo de contacto con ellos. Entre la base y la punta de la pirámide, se encuentran las Castas 2, 3 y 4».
—No quiero seguir escuchando —dije sin darme cuenta de que estaba hablando en alto.
—Hazlo por mí, Chispita. Nos merecemos saber quién nos ha hecho tanto daño ―me pidió apesadumbrado.
«La Casta 2 tiene su origen en los líderes de las religiones del Mundo de Antaño. Cada una de estas religiones defendía la existencia de un ser divino —distinto al de las otras— al que veneraban y también temían. Cada religión, al menos las más importantes, contaba con millones de seguidores que se unían bajo la creencia de su divinidad y se enfrentaban a los que no pertenecieran a su mismo grupo religioso. Tal fue la magnitud de estos enfrentamientos que algunas de las subguerras más devastadoras y longevas en el Mundo de Antaño fueron entre grupos religiosos rivales. En la época de la Guerra Final, los líderes religiosos desempeñaron una labor fundamental. Ellos tenían el poder de influenciar a sus millones de seguidores y los gobernantes no podían desaprovechar esta poderosa arma. A cambio de ocupar uno de los sectores más privilegiados del nuevo mundo que estaba por llegar, los líderes religiosos debían incitar a sus propios seguidores a sembrar el caos y la destrucción en el planeta. Así, en nombre de las religiones, y con el apoyo armamentístico de las diferentes potencias mundiales, sus seguidores sembraron el terror en el Mundo de Antaño. Aquel fue el inicio del fin de estas creencias, que fueron terminantemente prohibidas en el mundo que resurgió. Los líderes religiosos también renunciaron a sus dogmas. A cambio, estos dirigentes y sus personas más allegadas se afianzaron en el segundo segmento más poderoso de la pirámide, la Casta 2, que supone desde entonces el tres por ciento de la población».
—Vamos, que los jefes de las religiones enviaron a sus seguidores a morir por sus creencias y luego, por salvarse el culo ellos, renunciaron a ellas. —No podía creer nada de lo que estaba escuchando. Me habría parecido una noticia manipulada y difundida por la Autoridad de no ser por que todo lo que nos estaban contando iba totalmente en contra de ella.
Félix seguía en silencio. Conociéndole, estaría tratando de asimilar toda la información, para poder analizarla con posterioridad.
«La Casta 3 o los Media Casta, son lo que llamamos clase alta, y fue formada por los altos cargos de la medicina, la justicia y los grandes empresarios. Ellos fueron indispensables también para que la Guerra Final terminara. Los médicos más reputados implantaron la GD en toda la población, excepto en los miembros de la Casta 1, que ya habían sido evacuados a algún lugar seguro. Estos doctores eran los profesionales más afamados del momento, e introdujeron en la genética de la población la temible enfermedad para conseguir ocupar una posición de bienestar para ellos y sus familias. Pero este no era el único precio que debieron pagar, sino que ellos tuvieron que modificar su propio ADN y el del resto de los miembros de la recién formada Casta 3. Se trataba de una variedad de la GD muy leve, pero aun así su calidad de vida empeoraría para siempre».
—¡Bravo! —continué con mi indignación—. Así que los que se suponía que debían curarnos fueron los que nos metieron la enfermedad.
Me levanté de la cama y di un paso con la intención de abrir la ventana y airearme. De inmediato me di cuenta de que no era buena idea, porque podrían oírnos desde fuera.
«Los miembros más influyentes de la Justicia también jugaron un papel importante en la Guerra Final, juzgando a su fin a los miembros insurrectos que podían haber puesto en peligro el nuevo sistema de castas y estableciendo las nuevas leyes que hoy nos rigen. Por su parte, algunos grandes empresarios sin escrúpulos financiaron a los gobiernos para llevar a cabo la Guerra Final. Así fue como consiguieron formar parte de la Casta 3, que supone menos del ocho por ciento de la población. La Casta 4 fue establecida para profesionales de menor rango de los distintos sectores. Entre ellos hay médicos, jueces, cuerpos de defensa, ingenieros… Ellos ocupan el siguiente escalón de la pirámide y no llegarán al trece por ciento del total».
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