1 ...8 9 10 12 13 14 ...32 Estoy contento con mi trabajo. Es duro y absorbente. Voy conociendo una nueva profesión, muy difícil, sin duda. Prácticamente está en mis manos la organización de todo el restaurante, cuya complejidad no sospecha siquiera el que llega y se sienta a comer. El dueño, el enfatuado patrón, me es cada día más intolerable. Pero esto mismo, no sé si me comprenderás, me hace enfrascarme con mayor fuerza en mi trabajo —que, como el propio restaurante, en el fondo nada tiene que ver con él.
Después tengo mis clases de español, siempre bien pagadas —sin exagerar: en proporción de 10 a 1, con respecto a las de España.
Blanca me está ayudando. Le compré una máquina eléctrica de coser y, sin moverse de casa, va haciendo lo suyo, de semana en semana más importante. No quiero inflar mucho el perro aquí, porque esto lo leerá ella seguramente y enseguida me pedirá crema para la cara y un canesú.
¿Os ha invitado M.ª Rosa? Marchó de aquí vencida en toda la línea y espero cuente las cosas más falsas de Londres y de los ingleses. No la creáis, ni poco ni mucho ni ná. Lo que hace falta es deseo de trabajar. Esa frase parece encerrar una crítica superficial, pero resume muchas cosas. Como también parece fácil acusarla de que todo lo que buscaba era la aventura —a ser posible con final matrimonial—, y también la acusación resume mucho.
En fin. Una buena persona. Una buena persona completamente loca. Podría decir por qué lo creo así; tengo prisa.
Por favor, no le digas lo que pienso —debe sospecharlo ya— si va por ahí, a veros. No habría más remedio que reñir con ella del modo más violento.
Quisiera también hablarte de cómo, con una aclimatación más madura a esta simpática tierra de infieles, voy enriqueciendo mis sensaciones con algunas ya «de cepa», sin los primeros asombros del turista; del sabor único que tienen esas callejas del Soho y Piccadilly, donde se aprietan las cervecerías, los bailes oscuros y sofocantes, las freidurías continentales, y por donde se afana una multitud de todos los colores y de marineros y de chicas tristes —y del limpio silencio que duerme sobre todo ello en las primeras horas de la mañana, cuando lo atravieso de paso para mi trabajo—; de tipos que he conocido y de cosas sensacionales leídas, de anécdotas.
Pero hablemos de ti.
Supones bien suponiendo has de mandarme Irene. Espero tener que decir muchas cosas después de leerla.
Si no tuvieras editada en EE. UU. En la ardiente oscuridad, ahora estarías a punto de recibir una propuesta desde aquí y justamente con el alcance de aquella edición: como libro de lectura para estudiantes de español. No más lejos de anoche, Vicente Terrádez, director de la Biblioteca del Hispanic Council y personaje bastante ilustre dentro del profesorado de español de acá, me habló de ello —sabe que somos amigos y me pidió te lo planteara yo en principio—. Entonces comenté, del modo más inoportuno posible: «Sí, Vd. quiere algo parecido a lo que hicieron en Norteamérica». Y se vino todo abajo. Hecho ya el mismo trabajo y con respecto al mismo idioma, la cosa no tiene objeto para él. De nada valió que yo le sugiriese otras obras tuyas y que tratase de entrarle por aquí y por allá: era En la ardiente oscuridad lo que quería.
[…]
Yo te pediría alguna obra tuya, aparte de Irene. Cierto que yo tengo varias; pero están en Valencia, al fondo de un cajón de libros, claveteado y polvoriento. Mi madre no podría sacarlas sin riesgo de su vida. Digo que me las mandes para que yo pudiera dárselas a leer a Terrádez, si es que te interesa la posibilidad —ya más lejana— de que pique.
¿Trabajas en algo nuevo? No ensayo, ni prólogo o comentario: ¡obra nueva! No sabes cómo deseo un nuevo triunfo tuyo, que venga a aventar esas últimas cenizas y esas últimas sonrisas. Duro. No hay otro camino. Aun contando con esa situación adversa al teatro, tu propia y repetida experiencia te dice que puede ser. Bueno, yo sé que será. (No creas que lo digo para animarte; es que lo sé, simplemente).
No, no se confirmó lo del nuevo vástago. Tras una falsa retención, de nuevo los fatídicos signos normales. Veremos si hay más suerte ahora. Sí que la habrá.
Isabelín comienza a ir al colegio pasado mañana. «Nos hacen viejos» es la frase que empiezo a comprender.
Bueno, Isabelín está monísima y hecha una rependón casi en dos idiomas. Voy a ver si consigo que dibuje algo para ti y te lo mando con esta. Piensa que cumplió tres años hace un mes exactamente.
A lo mejor Blanca añade algo aquí.
Da muchos recuerdos a tu madre. Dales a Agustín y a Carmen [Buero]. Y tú recibe un fuerte abrazo de tu buen amigo
Sotoroto
A Vicente Soto
Madrid, 8 de marzo de 1956
Querido Vicente:
Habrás estado esperando noticias mías y forjándote mil conjeturas por su tardanza. Pero yo he tenido mil cosas que hacer y en que pensar, y, entre ellas y los fríos terribles, he estado muy desganado para la correspondencia. En fin, aquí estoy de nuevo, sin otros percances de salud que una fuerte gripe y dispuesto a darte puntual noticia de mis cosas.
Supongo que la varicela de la jambeta se resolvería ya, y que Blanca enfila de proa su segunda prueba en perfectas condiciones. ¿Eres ya administrador de tu propia casa? ¿Empieza a adelantarse la crematística predicción de la italiana? Supongo que aún es pronto; pero a juzgar por los 140 cm de perímetro que confiesas sin el menor empacho, se diría que sí. ¿No te da vergüenza? Esa gordura es obscena; esa ostentación física no tiene nada de correcta; no es inglesa. ¡Salve King!
Repaso las dos cartas tuyas y encuentro la alusión a Terrádez. ¿Cómo no me conoces? Ni por un momento pensé en darle gratis nada. Sobre todo habiendo hecho una decente proposición inicial. Yo soy más inglés que él y me atengo a lo dicho, y no tengo prisa. De modo que lo consideré asunto liquidado y lo mandé mentalmente al diablo. Por cierto que tu penúltima carta la desarrollas efectivamente en un alarde de bolígrafo y pluma que, si no se debe a una reacción latina ante la comedida Navidad británica, no llego a explicarme, pues ambos instrumentos parecían funcionar perfectamente.
Muy interesantes los programas que me enviaste. Ignoro si el Cid de Madariaga terminaría por ser bueno o no, pero nada me extrañaría lo primero, pues la pluma de ese hombre es bastante mejor de lo que generalmente se sabe o se cree. También Escobar, según me entero ahora, estrenó su «Elena Ossorio» en ¿Ackworth, Pontefract, Yorkshire? el 20 de abril del 55.
En cuanto a mí, he firmado hace unos días contrato con la BBC para la televisión de En la ardiente… La traduce Mr. Derek Patmore, y desea los derechos para el teatro también, pues es posible que en la TV la represente una compañía que quiere luego incluirla en su repertorio. Esto último es, claro, muy dudoso; pero lo primero es seguro.
Esta noticia, y la de la venta al fin para el cine de Madrugada por una saneada cantidad, son las dos cosas gratas que por ahora puedo adelantarte de mí. Pues en el teatro propiamente dicho las cosas no van nada bien. Hoy es fiesta no fue, finalmente, aceptada para el María Guerrero, alegando según me dicen que «por haber estrenado en la misma sala la anterior temporada convenía espaciar más y dar paso a otros autores». Esto no impidió que fuesen también rechazadas una obra de Sastre y otra de Paso. Entonces la llevé —pero ya tarde y mal— a los otros dos sitios que podrían quizá aceptarla —pues su índole y montaje no son fáciles— y también pinché en hueso. Resultado: esta temporada no estreno, con lo cual se frotarán las manos más de cuatro… de los que, a mi vez, juro solemnemente reírme a carcajadas más adelante.
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