Lo malo es… lo de siempre, que con tanta dificultad, y tanta limitación y tantas cosas, es infernal la tarea de encontrar temas viables, y trabajo poco. (Temas viables que no sean imbéciles, naturalmente.)
Nunca estuve, sin embargo, más tranquilo. Preveo con temible evidencia que la partida está ganada: que ante la fuerza de las cosas auténticas serán vanas las coces contra el aguijón que achican y achatan de momento nuestra escena y la vida profesional de los escritores que la estamos salvando.
Es probable que estrene dentro de poco Madrugada en Buenos Aires. Pero no seguro. Como las cosas allí están tan revueltas, no es buen momento para el teatro; pero peor sería no estrenar. También me traducen ahora al alemán Hoy es fiesta y quizá la pongan; así cono Aventura en lo gris. Triste consecuencia de no haber logrado estrenar aquí ninguna de las dos, hoy por hoy.
Supongo que te deleitaría El pato salvaje. ¡Asombroso capo di lavoro! Lo leí a los dieciséis años; la vuelvo a leer a los treinta y nueve y no deja de maravillarme. Quizá sea lo mejor de él. ¡Qué pena me dan las gentes que, en su deformación, se espantan ante obras tan hermosas, honestas y humanas!
Te incluyo un recorte con los datos del Lope de Vega. ¡Anímate! A Delgado Benavente le ensayan ya, al fin, su Media hora antes para el próximo estreno en el Español. Entre tanto languidece el Proceso de Jesús —una cosa de Fabri, de idea interesante y detestable texto—. En el María Guerrero van a poner ahora también otra cosa de Fabri, creo que algo mejor: Proceso de familia. En ello se evidencia, una vez más, nuestra característica generosidad con el extranjero.
¡Escríbeme tú enseguida! ¡Recuerdos a Blanquita! Te abraza,
Toni
A Vicente Soto
Madrid, 9 de diciembre de 1956
Querido Soto:
Cinco meses de silencio y tu carta, en unión de otras muchas, esperando. Pero han sido cinco meses de campeonato. Resumiré: estreno triunfal de Hoy es fiesta en el María Guerrero el 20 de septiembre —y no falté a un solo ensayo desde mes y medio antes, y trabajé fuerte en ellos y en todo lo de la obra, incluido decorado, que quedó precioso, sobre idea mía perfilada por Burgos—; excelente crítica de conjunto al día siguiente; entradones que hacen augurar a los más pesimistas que hay obra para muchos meses. Esto último no ha sido así: la obra declinó al segundo mes y se mantuvo decentemente hasta las 147 representaciones, en que ha sido retirada. De todos modos un éxito muy franco y muy lisonjero —incluido el económico— y una atmósfera de prestigio recobrado como si el éxito hubiese sido de 300 representaciones. Pero, al tiempo de todo esto, escribiendo —sudando, mejor— otra obra. La historia es la siguiente: mucho antes del estreno y en momento en que nadie —salvo Claudio de la Torre— me mira a la cara, el gran actor Alberto Closas me encarga un drama. Está cansado de comedias monas y quiere que le vean aquí en el género dramático, que en Buenos Aires le ha dado su mayor prestigio. Tan gentil manera de desdeñar precauciones de taquilla me conmueve y se lo prometo. Luego se adelantan sus planes y tengo que apretar. ¿Quién piensa en correspondencia? A luchar entre el ajetreo de la obra a estrenarse, de la obra a escribir y —todo hay que decirlo— de un flirt que me lleva bastante tiempo. (O, mejor dicho, de dos: el de la entrante y el de la saliente.) Hace tres días terminé mi nueva obra: Una extraña armonía. Closas la estrenará en la Comedia de Madrid el 18 de enero, que se presenta de nuevo. En este momento —como suele ocurrirme— estoy ciego y desmoralizado ante lo escrito. Además, supongo que habrá que pagar el éxito de Hoy es fiesta y que me esperan con serruchos tras las esquinas. Y no considero a esta obra de ahora superior a Hoy es fiesta. Pero, en fin: todos estos gajes y peligros son los del oficio, y Closas debe estrenar mi obra, y yo con él. De modo que estoy casi en capilla de nuevo. Toquemos amplias cantidades de madera. Ya te enviaré Hoy es fiesta; aún no está publicada. […]
De otras cosas: ni idea de cuándo harán en cine Madrugada, pero me importa un pito, pues la tengo íntegramente cobrada, y cuanto más tarden, mejor. Por mí, como si la quieren hacer el día del juicio. Hoy por hoy, esto del cine no es más que un beneficio económico. Preocuparse por el aspecto artístico, tal como tú me recomendabas, no se deja de hacer, pero es baldío. De la Ardiente nada nuevo tampoco al respecto; la opción se ha prolongado hasta fin de año. Y me acaban de traducir al turco Historia de una escalera.
Pero hablemos de ti. Tengo una curiosidad loca por saber si sigues en el Majorca o tarifaste al fin con su patrón. Tal como me lo contabas, aquello parecía un drama de O’Neill. Por favor, relátame el desenlace, si lo hubo, y qué haces ahora si ya no estás allí.
Por aquí, todo por el estilo. La pareja sigue sin descendencia y tan contenta. A mi madre la operaron de una rija y en el futuro —ojalá sea muy lejano— tendrán que operarla de cataratas, que se le están formando, y a medio camino. Ella ve todavía —dice que «bien»—; trabaja como siempre, se obstina en coser y repasa el periódico. Su salud, en general, es buena. Pero se le están apagando los ojos y ello, unido a su leve sordera, ya antigua, confirma la esclerosis senil… Es un sentimiento perfectamente triste el que nos causa el ver cómo la implacable naturaleza va convirtiendo a los seres más queridos en objetos.
Cumplí mis cuarenta, solete. También esto comporta una leve melancolía. Pero estoy bien, y hasta hago algún ejercicio de yoga que pocos pueden hacer.
Este, por ejemplo:
O este: 
Muchos recuerdos a Blanca y a la jambeta, y a Visentico el poeta. Muchas felicidades en la Navidad y el nuevo año.
Te abraza,
Toni
A Antonio Buero Vallejo
Londres, 9 de junio de 1957
Querido Tony:
Te escribo con el retraso ya habitual. Y ahora no es por culpa directa de la familia: estoy solo hace casi un mes. Pero esto, si bien me descarga de gritos y carreras, me añade mil puñeterías domésticas —lavado, compra, cocineo, etc. La solución a la española, de tomar una mujer para que lo ventile todo, aquí es impracticable, a menos que seas rico. En fin, que sigo sin tener tiempo ni para rascarme.
En agosto, como te dije, me tendréis ahí. Muy poco en Madrid, pero lo suficiente para que charlemos, refresquemos cosas y actualicemos nuestras noticias. Esto de actualizar se va haciendo ya necesario. Cierto que nunca nos hemos escrito a vuelta de correo. Pero cada vez vamos dando más largas a nuestras respuestas, de modo que casi nos imponemos la situación de los tiempos de Maricastaña, en que los correos tardaban meses.
¿Cómo condolerme, en junio, de que no estrenaras en enero? ¿Cómo alentarte para proyectos de traducciones, adaptaciones, etc., que pueden ya estar realizadas o desechadas? Lo peor es que la amistad, que tiene más de utilitario que de sentimental —lo que le da todo su sentido—, también se enmohece sobre «novedades» anticuadas y noticias pasadas de rosca. Ojalá no lleguemos al punto de solo felicitarnos por Navidad.
Bueno. A ver si consigo decirte algo vivo.
Ya te diría Agustín que recibí oportunamente tus diez Escaleras. (Claro que debí decírtelo yo. Claro. Pero, ¡ay!…) He hecho trabajar con esta obra —y también con Las palabras— a un grupo interesantísimo. Son personas inteligentes, casi todas mujeres. Conocen bien el español y han hecho críticas, en general, estupendas. Críticas positivas, de reconocimiento de altos valores en la literatura española de hoy. Es uno de mis objetivos. Espeluzna el desconocimiento del inglés sobre España. Me da la impresión de que Francia, plantada ante sus narices, le hace creer que el mundo termina en París; y me da la impresión de que siempre ha sido así. (Tema fascinante que tiene mil ramificaciones. Si suena la cuerda, ya lo tocaremos cuando nos veamos.) Para ellos el mundo latino es un simpático, intrascendente fenómeno, en donde el tiempo se estancó p[ara] solaz de las razas rubias en sus vacaciones. Todos los tópicos que ahí presentimos —nuestra pereza, intensidad sexual, valentía— tienen aquí plena confirmación. Poseen una idea romántica de nuestro mundo, que admiran, ¡ay!, con un suspiro desdeñoso. Es para ellos como una deliciosa reliquia, en la que ya no pasa sino el eco de lo que pasó. En un ensayo sobre el bailarín Antonio —el enorme Antonio—, que les entusiasma hasta el frenesí, leí: «Y lo que no pudo conseguir Felipe II en toda su vida, lo consiguió Antonio en una sola noche: conquistar Londres». Eso es todo: lo que pasó. Nada más vale la pena, no ya en el campo del pensamiento, sino en el ajuste de los datos más elementales. El Daily Telegraph —nada menos— ha dicho hace muy pocos días —conservo el recorte—: «El yate… llegó a Río de Janeiro (Argentina)».
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