“Cualquier teoría de la inteligencia humana que ignore la interdependencia de la mano y la función cerebral, los orígenes históricos de tal relación o el impacto de esa historia en la dinámica del desarrollo de los humanos modernos resulta altamente inconducente y estéril”, dice el neurólogo Frank R. Wilson. A lo largo de la historia, se impuso una visión que separó el desarrollo del pensamiento y la inteligencia humana de las acciones corporales, del trabajo y de las técnicas asociadas a él. Sus vinculaciones fueron olvidadas o ignoradas durante mucho tiempo y perduran en el siglo XXI, en plena era digital (valga la paradoja). Y si hay una disciplina en particular que ha soslayado el papel de las manos, del hacer y del trabajo en general, ella ha sido la filosofía, como si se pensara sólo con el cerebro, en actitud contemplativa.
Este libro sintetiza y procura compartir parte de una investigación de muchos años en torno a la relación del trabajo manual e intelectual en los orígenes de la cultura occidental y de los muchos prejuicios instalados a lo largo de los siglos, muchos de los cuales aún perviven, como el de la analogía computacional, que asimila el hardware al cuerpo y el software al cerebro, la mente o la inteligencia.
Un enfoque multidisciplinario nos propone una manera muy diferente de comprender la interacción entre manos y cerebros, las actividades manuales y las intelectuales. Advertir esto puede cambiar profundamente nuestra manera de ver las cosas. El camino a recorrer, por momentos arduo y sinuoso, conduce a paisajes inesperados y sorprendentes.
Marta Abergo Moro.Egresada de Filosofía (Universidad de Buenos Aires) con especialización en Epistemología e Historia de la Ciencia. Desde 2002 ha organizado numerosos talleres y cursos de filosofía por autogestión y en diversas instituciones (Centro Cultural Rojas, Centro Cultural Borges, Sociedad Científica Argentina, Asociación Médica Argentina, Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y otras). También ha desarrollado tareas de investigación en forma independiente, con el reconocimiento institucional de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y como integrante de equipos del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la misma universidad.
Desarrolla una perspectiva interdisciplinaria, para lo cual realiza permanentes actualizaciones en distintas áreas de la ciencia y la cultura. Procura brindar herramientas que permitan ayudar a comprender y actuar con sentido crítico en el mundo contemporáneo, construyendo puentes tanto entre las diferentes disciplinas como entre el ámbito académico y la sociedad.
MARTA ABERGO MORO
¡ARRIBA LAS MANOS!
Sobre el papel de las manos y el trabajo en el desarrollo del pensamiento y la filosofía
Cualquier teoría de la inteligencia humana que ignore la interdependencia de la mano y la función cerebral, los orígenes históricos de tal relación, o el impacto de esa historia en la dinámica del desarrollo de los humanos modernos, resulta altamente inconducente y estéril.
Frank R. Wilson, neurólogo
A lo largo del recorrido algunas personas ofrecieron generosa contribución en cuanto a sugerencias y bibliografía.
Expreso mi profundo agradecimiento al Dr. Néstor L. Cordero, a los investigadores del Equipo Interdisciplinario de Estudios e Investigaciones Arqueológicas de Minas Antiguas y Patrimonio Industrial de Grecia (ERMINA) Denis Morin, Patrick Rosenthal, Richard Herbach, Denis Jacquemot y Adonis Photiades, así como a quienes participaron de los primeros avances en la investigación en los cursos ofrecidos en el Centro Cultural Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires. Vaya también mi agradecimiento a Viviana Sacco por su dibujo de la mano en flexión ulnar.
Marta Abergo Moro
mayo de 2019
La obra El pensador , del escultor Auguste Rodin, usada para ilustrar muchos manuales de filosofía, representa al hombre que piensa con un cuerpo musculoso, atlético, con manos poderosas (figura 1). Poco se repara en ello, aunque el mismo escultor dijo que “lo que hace que mi pensador piense es que piensa no sólo con el cerebro, con las cejas fruncidas, las aletas de la nariz distendidas y los labios apretados, sino también con cada músculo de los brazos, la espalda y las piernas, con los puños cerrados y los dedos de los pies encogidos”.
1. Auguste Rodin, El pensador .
Pese al uso reiterado de la imagen de esa escultura, cuesta advertir el contraste de ese cuerpo con la representación mental del pensador, de figura frágil y desgarbada, que predomina en el imaginario de la cultura occidental. De hecho, a lo largo de la historia se impuso una visión que escindió el desarrollo del pensamiento y la inteligencia humana de las acciones, del trabajo y de las técnicas a él asociadas. Sus vinculaciones fueron olvidadas o ignoradas durante mucho tiempo y perduran en el siglo XXI, en plena era digital (valga la paradoja). Y si hay una disciplina en particular que ha soslayado el papel de las manos, del hacer y del trabajo en general, ella ha sido la filosofía, como si se pensara sólo con el cerebro, en actitud contemplativa.
Este libro invita a examinar algunos aspectos del malherido vínculo, a la vez que procura disipar muchos de los prejuicios que lo han oscurecido. Hoy la antropología, la arqueología, las neurociencias, las ciencias del comportamiento, la historia de la ciencia, de las técnicas y de la filosofía, entre varias disciplinas, nos proponen una manera muy diferente de comprender el papel de las manos, del trabajo y las técnicas en relación con el desarrollo del pensamiento. Advertir esto puede cambiar profundamente nuestra manera de ver las cosas. El camino a recorrer, por momentos arduo y sinuoso, conduce a paisajes inesperados y sorprendentes.
¡Tranquilícese! Esto no es un asalto. Es un llamado de atención hacia esas partes de nuestros cuerpos que están unidas al antebrazo y que van desde la muñeca inclusive hasta la punta de los dedos y a la inversa.
Si dispone de dichas partes anatómicas, intente el siguiente ejercicio: reconstruya todos sus movimientos, desde los más bruscos hasta los más delicados al comenzar su día. Quizá lo primero que hizo fue tantear nerviosamente con una de sus manos buscando la tranquilizadora presencia de su teléfono celular. O quizá comenzó sintiendo el roce de las sábanas en las yemas de sus dedos, los dobló y tomó los bordes de la tela para apartarlos de su cara, tiró con un poco más de fuerza porque se le habían enredado entre sus piernas y las cobijas se resistían a soltarlas, hasta que sus manos lograron apartarlas. Arqueó sus dedos índices y se frotó sus párpados. Pasó sus dedos por su cabello como peinándolo y con uno o algunos de ellos oprimió la tecla o el botón del velador y casi al mismo tiempo la del reloj despertador para impedir que sonara, pues se había despertado un poco antes. Quizá se manejó sin sus manos para ubicar sus pantuflas y calzarlas, pero no tuvo más remedio que volver a usarlas para tomar su bata o algún tipo de abrigo, y deslizarlas –junto con sus brazos, claro– a lo largo de las mangas.
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