Emilio Vaschetto - ¿Podemos vivir en una civilización sin dios?

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¿Cómo pensar una civilización sin dios? Tal era la consigna que resonaba en nuestro argumento hasta que la peste llegó a la puerta de nuestros hogares. Todo se acomodó con velocidad y el furor por las pantallas también contagió al psicoanálisis. En aquel argumento hablábamos de la «consistencia provista por los dispositivos publicitarios» superando las posibilidades de lo simbólico, y así vimos amanecer un nuevo lenguaje. La crítica al monoideísmo –que destilaba nuestra formulación–, lejos de diluirse en la situación excepcional de la pandemia, se acentuó. La pan disipó; las posibilidades de lo singular y nuestra propuesta no sólo se tornó necesaria sino urgente.La marca opera en dos frentes: aislando una singularidad y haciendo legible el deseo del analista. La fórmula implica de entrada una circularidad inexpugnable: la marca más singular es patrimonio del sujeto y la presencia del analista aquello que hace posible su lectura. Pero, ¿dónde hallarla? ¿En qué caso puede aislarse? ¿A qué llamamos segundas marcas —en plural—?En tiempos de generalización del trauma, de uniformidad, de coronalengua, hoy más que nunca sigue reverberando una pregunta: ¿dónde reside la Marca más singular del sujeto? Quizás el lector pueda encontrar aquí algunas respuestas, por nuestra parte nos contentamos con haber dejado el trazo de las preguntas.

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Como dice Gustavo Dessal:

Es una suerte que exista la angustia porque lo real es lo que no avisa27.

El cuerpo (libidinal) dice algo que el sujeto no quiere escuchar28

Recuerdo a una paciente de mediana edad que atendí durante un año en el hospital. La médica que la seguía por los dolores corporales crónicos decide derivarla a la guardia clínica. Dice que está muy triste y que piensa en matarse dado que la vida no tiene sentido. Siempre lo ha vivido de ese modo aunque —aclara— hace unos días le ocurre algo novedoso: su dormir se ve severamente perturbado. Las floridas quejas en relación con su marido e hijos dan lugar a una confesión, verdad retenida durante más de 30 años: su padre la manoseaba de niña. La desesperación se hace insoportable al recordar que era su madre quien la mandaba a acostarse con el padre «para que se quede tranquilo». El «querer matarse» del inicio encuentra una primera modalización: escaparse . Hace el relato de los distintos pasajes al acto, al modo de la huida o el errar sin rumbo, que ocurren cuando la angustia aparece. También los estallidos de furia y violencia en relación con su marido, episodios en los que se ve confrontada con el deseo de este hombre. Se sabe, por su historia, que quedó embarazada en su primera relación sexual, siendo expulsada del hogar con el estigma de «puta», proferido por su madre.

«Pienso que estoy enamorada de mi marido, no sé» —dice en una oportunidad—. Señalo la vacilación y corto la entrevista. A la vez siguiente se sorprende al escucharse decir que su primer hijo fue «planeado». Debe reconocer aquello que siempre supo y no quiso saber: el embarazo y el posterior casamiento fue el modo de salir de la casa paterna antes de que el padre tuviera una relación sexual con ella. En su partenaire se conjugan la repetición del infierno parental y la defensa frente a la pregunta por el deseo, con el recurso de la mortificación de un sentido depresivo. Descubre con ello que siempre ha sostenido, cuando no propiciado, que su marido vaya a «hacer esas cosas con otras».

De las otras mujeres que sí pueden gozar de una relación sexual y reír, arriba a un recuerdo infantil:

Me escapaba a lo de la vecina, que era una mujer que veía revistas pornográficas y decía que el sexo era lo más lindo. Un día me mostró una revista. Me asusté y me escapé. Ella se reía.

Por primera vez en su vida empieza a sentirse «alborotada» en presencia de un hombre que porta un rasgo: ojos claros. Recuerda que su vecina de la infancia decía que los hombres de ojos claros son buenos en el sexo. A partir de ese momento, el tratamiento girará en torno de lo que ella llama su «cobardía» y de las cosas a las que decidió «renunciar», privarse.

Retroactivamente, la paciente podrá dar cuenta de aquello que vino a despertarla y que originó la consulta: unos días antes, una de sus hijas le anuncia que se va a casar. Entonces apuntamos a la angustia, y repito porque: por su condición de señal de lo real —a saber: lo que no engaña— aquello que despierta de una buena manera al sujeto, haciéndolo salir de allí donde un fantasma depresivo o mortífero lo había retenido29. Y esto con una condición: que consienta a un querer saber, y claro, a condición también de que haya un analista dispuesto a estar al día con esas urgencias y «hacer el par», provocando una nueva lectura de esas marcas.

Emilio Vaschetto

Me parece que lo que nos trae Lisandro Isasa es un debate Janet/Freud que aún sigue vivo. En lo que es la impronta de la época, ganó Janet. La impronta del individuo insuficiente, no es con lo que podemos hacer en el psicoanálisis, evidentemente.

Recuerdo una conversación que tuve con Germán García que está en el libro compilado bajo el título Depresiones y psicoanálisis 30 y él se refiere a la oscilación entre deseo y cobardía. Lacan ubica la depresión como rechazo del inconsciente, y dice Germán:

Lacan tenía ese arte de utilizar el significante del Otro, cambiarle una letra, marcárselo. No es lo mismo decir ‘de- presión’, aunque eso no quisiese decir nada, que aceptar ‘depresión’31.

Ubica también cuales son los ejes en los que nos situamos. Me parece que la depresión se sitúa en el eje diacrónico —de la coronalengua vamos a decir ahora— y la angustia se sitúa en el orden del acontecimiento —tal como lo dijo muchas veces Lisandro— o como dice Lacan en «La Tercera», es el síntoma tipo de todo acontecimiento en lo real. Entonces, es algo que se sitúa de manera a-histórica (como un objeto que retorna de manera anacrónica, un objeto congelado sobre el que se construye todo lo otro).

Jorge Faraoni

Fuimos armando la palabra «coronalengua» en estas tres reuniones. Es un modo de nombrar algo del lado del sentido común, y me parece que tanto en la «Apertura» como en lo que comentó Lisandro, el psicoanálisis queda ubicado en un lugar distinto, es un discurso que pone en el centro la cuestión de lo real, se interesa por lo queda velado en el sentido común.

Pero intentamos no quedar encerrados en la soledad del propio discurso inaugurado por Freud sino también contar con otros discursos. En esta oportunidad intentaré aproximarme a dos autores que son antropólogos.

Bruno Masino

Me parece interesante señalar la articulación con las primeras dos clases en tanto nos permiten seguir pensando en la cultura como segunda marca, el mal, y la relación entre el hombre y las tecnologías. Creo que las dos intervenciones quedarán unificadas en tanto buscan rastrear la relación del discurso analítico con ciertos significantes claves del amo de las diferentes épocas; la cultura como punto desde el que opera la retroacción y constitución de sentidos.

Apocalipsis cultural

Jorge Faraoni

Emilio me pasó un libro en formato electrónico, cuyo título es La fine del mondo . Su autor es el italiano Ernesto De Martino, fallecido en 1965. Este libro tuvo una edición póstuma en el año 1977 y no hace mucho salió esta edición en Italia que se encuentra agotada en formato impreso. De Martino se licenció en Letras, pero luego, cuando se dedicó a la antropología, realizó estudios sobre el sur de Italia. Esta lectura me sirvió para encontrar a otro autor, Günther Anders. Ambos trabajan sobre los efectos de la Segunda Guerra Mundial y el apocalipsis cultural que significó este acontecimiento. Es así como De Martino equipara Auschwitz e Hiroshima, para poner en evidencia el horror que es capaz de causar el ser humano, sin distinguir los ganadores de los perdedores ya que para él son lo mismo.

Voy a leer algunas cosas de De Martino que intentaré traducir en simultáneo:

[…] este dossier que hemos restituido […] está constituido por reflexiones generales acerca de la situación de crisis que la cultura de Occidente sufre, sobre todo después de las catástrofes autodestructivas del siglo XX que le otorgan a este malestar la dimensión concreta y posible de fin del mundo que la misma humanidad podría provocar. Se trata obviamente de un final total y definitivo, completamente extraño al universo religioso; sin rescate, sin refundación, y sin escaton 32.

Escaton es una palabra griega del vocabulario cristiano que designa aquellas realidades definitivas que trascienden la historia humana como la resurrección de los muertos, el juicio divino y la felicidad eterna con Dios o el infierno. De este modo, De Martino trata de ubicar un final total sin ninguna trascendencia de lo humano. Se debe, sobre todo, a Hugo Friedrich y su Estructura de la poesía moderna de 1956, donde identifica el momento inaugural de la crisis de Occidente. O sea, la negación y la realización del romanticismo que han hecho Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, entre otros.

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