Omraam Mikhaël Aïvanhov
Hacia una civilización solar
Izvor 201-Es
ISBN 978-2-85566-195-7
Traducción del francés
Título original:
VERS UNE CIVILISATION SOLAIRE
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I
EL SOL, INICIADOR DE LA CIVILIZACIÓN
Cuando amanece, el sol esparce su luz, su calor y su vida, y esta luz, este calor y esta vida empujan a los hombres a levantarse para ir al trabajo. Unos van al despacho, a la fábrica o al campo, otros abren sus tiendas. Los niños van a la escuela. Las calles se llenan de ruido, de gente y de coches que circulan... Por la noche, cuando se pone el sol, se cierran las tiendas, los despachos, y volvemos a casa, y después... ¡a la cama! El sol marca el ritmo de la vida de los seres y también es el iniciador de la cultura y de la civilización.
Algunas veces nos preguntamos quién fue el primero que enseñó a los hombres la escritura, la agricultura, el uso del fuego o de algunos instrumentos, y citamos a tal o cual, pero en realidad, en el origen de todos estos descubrimientos, está el sol. Diréis que no es posible, que el sol no es inteligente, que no tiene cerebro para pensar ni boca para hablar. Así pues, según vosotros, sólo los hombres ignorantes son inteligentes y aquél gracias al cual toda vida es posible en la tierra ¡no es inteligente!... Sin embargo, el sol es el primero que trajo la ciencia al hombre. ¿Cómo? Es muy fácil de comprender.
Podemos ver los objetos, las formas, los relieves, los colores, las distancias, porque el sol nos da la luz. Gracias a esta luz podemos orientarnos, observar, comprar, calcular. Sin la luz ninguna ciencia es posible. ¿Qué podemos conocer en la oscuridad? Nada.
Y si pregunto quién trajo la religión, algunos que se creen grandes filósofos, me responderán que el miedo, el miedo de los humanos ante las fuerzas de la naturaleza. No, este es un punto de vista muy limitado. Es el sol quien ha creado la religión: dando su calor a los humanos, introduce en ellos una necesidad de dilatarse, de amar, de adorar. En el frío, no puede haber amor. Pero si sois cálidos con alguien, se expande, se siente bien y empieza a amar. Así apareció la religión: gracias al calor. Esta religión, al principio, puede no ser más que el amor por un hombre, una mujer o incluso un animal: un perro, un gato, un canario... Importa poco, es un comienzo. Un día este amor se elevará hasta el Maestro del universo, hasta el Señor.
El sol es también el iniciador del arte, porque él trae la vida. Desde que un ser tiene vida quiere moverse, actuar, expresarse; de ahí nace la danza, el canto, la pintura, la escultura. El arte empieza con la vida. Mirad los niños: se mueven, gritan, pintarrajean... Sus gritos son el comienzo de la música, sus garabatos son el comienzo de la pintura, su barro es el comienzo de la escultura, sus pequeñas casitas son el comienzo de la arquitectura, y todos sus movimientos son el comienzo de la danza. Sí, el arte empieza con la vida y la vida viene del sol.
¿Cómo podría crear un artista si el mundo estuviera sumergido en la oscuridad? ¿De dónde tomaría sus modelos? ¿Quién le daría la idea de los movimientos de las formas y de los colores? Les digo a algunos pintores: “Pintáis cuadros, pero ¿quién os ha dado los colores? ¿Los habéis fabricado vosotros? No. Es el sol quien os ha dado los colores a través de los minerales y de los vegetales de donde proceden, ¿pensáis en esto?” Los pintores nunca le agradecen al sol que les suministra los colores, e incluso es muy raro que lo plasmen en sus cuadros. El sol es pues el iniciador de la ciencia, de la religión y del arte porque aporta la luz, el calor y la vida. Y sin embargo es lo último que los seres humanos aman y respetan. Yo soy el abogado del sol, ¡pido la rehabilitación del sol! Estoy indignado al ver cómo se le trata: ¡se levantan monumentos a impostores y nunca al sol! Y sin embargo él es la causa primera, el origen de todas las cosas. La tierra y los otros planetas han salido de él, es él quien los ha engendrado. Por eso la tierra contiene los mismos elementos que el sol, pero en estado sólido, condensado. Los minerales, los metales, las piedras preciosas, las plantas, los gases, los cuerpos sutiles o densos que se encuentran en el suelo, en el agua, en el aire y en el plano etérico, provienen del sol. Los humanos, por ejemplo, aprecian tanto el oro, que para poseerlo son capaces de cometer crímenes... El oro es una formación del sol. Pues de la misma forma que en la tierra existen fábricas donde se elaboran toda clase de productos y de objetos, también bajo la tierra hay fábricas donde trabajan millones de entidades que han condensado la luz solar, que fabrican oro.
Diréis: “¿Pero cómo puede ser el oro una condensación de la luz solar?” Para que esté más claro, consideremos el caso del árbol. Los árboles, sobre todo algunos como los pinos, los abetos, los robles y los nogales, aparecen como una materia extremadamente compacta y dura, y con ellos se pueden construir casas, barcos, etc...
El árbol nace de la tierra y se le considera como una formación de la tierra. Bien, esto es un error: el árbol está hecho de la luz del sol. Tomad un árbol, el más grande que encontréis y quemadlo: se producen llamas, una cantidad formidable de llamas, gases en menor cantidad y muy poco vapor de agua; en el suelo sólo queda un montoncito de cenizas: la tierra que contenía. El árbol está hecho de tierra, de agua, de aire y de fuego, pero lo que contiene en mayor cantidad es fuego, rayos de sol. Un árbol no es pues tierra, sino luz solar condensada. Por otra parte, si vais a algunos bosques como los que he visto en la India, en Ceilán, en los Estados Unidos, en Canadá o en Suecia, podréis constatar que estos árboles, que representan millares y millares de toneladas, no han hecho bajar el nivel del suelo; si los elementos que los constituyen hubieran salido de la tierra, el suelo debería haberse hundido varias decenas o centenas de metros. Esta es una prueba más de que el árbol es una condensación de la luz solar. Y si los árboles logran captar y materializar así los rayos del sol, ¿por qué algunas entidades que trabajan bajo la tierra no podrían hacer lo mismo para fabricar el oro?... Sí, hay sobre qué reflexionar.
Un día conocí a alguien cuya mayor pasión era buscar oro. Se había comprado toda clase de libros sobre tesoros, así como sobre las prácticas mágicas que permiten descubrirlos. Durante un cierto tiempo le dejé hacer sin decir nada (evidentemente no encontraba nada), pero un día le pregunté: “¿Por qué galanteas a la camarera en lugar de intentar conquistar la amistad de la dueña?” Se indignó: “¿Yo? Pero si estoy casado, ¡no galanteo a nadie! – Ya sé que estás casado y que eres un marido fiel, pero sin embargo veo que tratas de seducir a la camarera…”
No entendía lo que quería decirle, entonces le expliqué: “Buscas el oro, pero el oro no es más que la camarera. La dueña es la luz del sol, cuya condensación en las entrañas de la tierra ha producido el oro. Y cuando la dueña ve que en lugar de intentar obtener sus favores, sus miradas, sus sonrisas, persigues a su camarera, se siente ofendida y te cierra la puerta. En adelante dirígete directamente a la dueña, a la luz del sol, intenta amarla, comprenderla, atraerte su favor y un día u otro, el oro vendrá. ¿Por qué no dirigirte a lo más alto? Si eres el amigo del rey, todos sus súbditos te considerarán, pero si sólo has conquistado la amistad del conserje, te quedarás con el conserje y los demás no te conocerán…” Estaba estupefacto: “He comprendido”, dijo. Pero no lo creo, ¡continuó persiguiendo a la camarera!
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