Emilio Vaschetto - ¿Podemos vivir en una civilización sin dios?

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¿Podemos vivir en una civilización sin dios?: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Cómo pensar una civilización sin dios? Tal era la consigna que resonaba en nuestro argumento hasta que la peste llegó a la puerta de nuestros hogares. Todo se acomodó con velocidad y el furor por las pantallas también contagió al psicoanálisis. En aquel argumento hablábamos de la «consistencia provista por los dispositivos publicitarios» superando las posibilidades de lo simbólico, y así vimos amanecer un nuevo lenguaje. La crítica al monoideísmo –que destilaba nuestra formulación–, lejos de diluirse en la situación excepcional de la pandemia, se acentuó. La pan disipó; las posibilidades de lo singular y nuestra propuesta no sólo se tornó necesaria sino urgente.La marca opera en dos frentes: aislando una singularidad y haciendo legible el deseo del analista. La fórmula implica de entrada una circularidad inexpugnable: la marca más singular es patrimonio del sujeto y la presencia del analista aquello que hace posible su lectura. Pero, ¿dónde hallarla? ¿En qué caso puede aislarse? ¿A qué llamamos segundas marcas —en plural—?En tiempos de generalización del trauma, de uniformidad, de coronalengua, hoy más que nunca sigue reverberando una pregunta: ¿dónde reside la Marca más singular del sujeto? Quizás el lector pueda encontrar aquí algunas respuestas, por nuestra parte nos contentamos con haber dejado el trazo de las preguntas.

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La cultura es, para Freud, la gran maquinaria que instituye la renuncia como precio a pagar por el hecho de ingresar en la colectividad humana. Esta funciona como un mecanismo extractivo de goce. Por supuesto que las circunstancias y las características de esa época, las modalidades de los semblantes que eran contemporáneos a Freud, han cambiado mucho. Es verdad que algunas observaciones que podemos leer en El malestar …, hoy en día pueden sonarnos un tanto pasadas de moda. Pero creo que es necesario hacer un cierto esfuerzo para extraer la lógica del texto. Algo que hoy haré mediante breves pinceladas, pues es una tarea muy grande. Pero si hacemos ese esfuerzo para extraer su lógica, o sea, la estructura despojada de los relativismos de la época, podremos redescubrir el temperamento de ese texto, vigoroso y capaz de desafiar el tiempo. A su vez nos permite siempre encontrar una fuente de luz. Por supuesto, para despejar este ensayo de algunas rémoras históricas necesitamos inevitablemente la obra de Lacan. Es decir, sin la obra de Lacan no podemos acometer esa tarea. Por ejemplo, con su concepto de discurso o con las fórmulas de la sexuación (para tomar simplemente algunas de las referencias), Lacan extrajo la lógica del mito en Tótem y tabú . Esa operación de sacar a la superficie la lógica subyacente en la narrativa mítica, la debemos realizar para mantener vivo el vigor de ese texto de Freud en particular. Creo que vale la pena intentar hacer algo así, especialmente porque uno de los argumentos para juzgar lo que Freud plantea, es que se trataría de una tesis caduca pues estamos en una época donde la represión ya no rige más. Por lo tanto, ese texto habría perdido el alcance que pudo tener antaño. Hoy, al contrario de la época de Freud, la vida individual y colectiva parece entregada desde hace un tiempo al gobierno de una exhortación a gozar.

Freud no es Rousseau, no es «El Contrato Social». Cuando Freud se refiere a la renuncia a la que la cultura obliga, no cree en una edad dorada de la que hemos sido expulsados, o en una suerte de sentimiento oceánico primigenio, una satisfacción perfecta que alguna vez habríamos conseguido experimentar. Es así como comienza el El malestar en la cultura , con un debate con Romain Rolland, escritor y amigo, quien por lo visto creía en eso.. El propio Freud, en esa obra, desdobla el superyó en dos aspectos: hay un lado que se vincula con la prohibición, el lado que podríamos denominar como un nombre de la castración impuesta por el lenguaje y que tiene su correlato en la noción lacaniana de alienación y elección forzada; y por otro, tenemos efectivamente el superyó en su valor de exhortación, de imperativo a gozar, un imperativo que en modo alguno puede ser obedecido de manera absoluta. Hay una imposibilidad en la constitución misma de la cultura, teniendo en cuenta que la cultura es amboceptora: es al mismo tiempo producto y agente de la represión; resultado de la represión y a la vez su causa, es decir, que surge de una represión inaugural para luego imponer nuevas formas de renuncia. También tenemos una imposibilidad en el otro extremo, la de responder a los imperativos del superyó. O dicho de una manera mucho más sintética: ya sea porque el superyó nos prohíbe gozar por un lado, y por el otro, al contrario, nos ordena gozar, el ser hablante está atrapado entre estos dos modos de la alienación que indudablemente arruinan lo que Freud denomina «el proyecto del principio de placer.»

Mal vecino

Estuve leyendo los resúmenes que Emilio y Jorge me hicieron llegar de las reuniones anteriores. Tres reuniones plagadas de ideas interesantísimas, donde cada una de ellas se ramifica en muchas direcciones que merecen ser investigadas. Encontré allí una idea que me llamó particularmente la atención y de la que me valdré para organizar mi comentario. Jorge Faraoni propone —lo cito— que «la cultura es el intento fallido de cubrir el mal». Me he detenido en esa referencia, pues el mal es un interrogante que Freud persigue en toda su obra, declinado de distintas maneras. Por supuesto, de un modo muy especial en este ensayo [ El malestar en la cultura ] donde las dos grandes pulsiones —la pulsión sexual y la pulsión de muerte— se conjugan con su teoría de la cultura. Lo que Freud trata de mostrar en este texto, a contrapelo de los principios de la Ilustración, es que el mal no es un accidente en el proceso civilizatorio, en la construcción de la cultura. Todo lo contrario, el mal es inherente a ese proceso, no es un producto residual, sino un engranaje de la cultura misma. Ahí tenemos, por ejemplo, la guerra, que es un elemento que hace parte de la civilización y el lazo social. Aunque nos parezca un contrasentido, la guerra forma parte del lazo social. Y tenemos también el análisis tan minucioso que Freud hace del mandamiento «amarás a tu prójimo como a ti mismo». En ambos ejemplos —el de la guerra y el de la crítica que Freud hace al mandamiento— se puede apreciar hasta qué punto la destructividad y la agresividad que no están intrincadas a Eros, a la pulsión sexual, también forman parte del lazo social. Es decir, todo lo que Lacan ha desarrollado sobre la segregación como un efecto de la fraternidad, sale —a mi entender— precisamente del modo en el que Freud concibe la relación con el semejante. Y lo que Freud dice en El malestar en la cultura es exactamente la misma lógica que había propuesto muchos años antes en ese texto que Lacan rescata, el «Proyecto de psicología para neurólogos» donde encontramos la teoría del «complejo del semejante».

Hace unos días he leído algo que llamó mucho mi atención. Algo que ha existido siempre en los Estados Unidos, pero que en el último tiempo ha tenido un incremento astronómico debido al ascenso de la ultraderecha y, también, como consecuencia de la pandemia: la defensa armada de los senderos que existen en las zonas rurales. En todas partes del mundo hay zonas rurales donde los territorios privados no están debidamente delimitados, uno no sabe si está entrando o no en una propiedad privada. Se está generando un fenómeno que ya existía, pero que ahora está cobrando una importancia dramática, que consiste en que la gente que vive en esos lugares no se puede alejar mucho de su propia casa, porque es difícil saber cuándo uno está entrando en el territorio del vecino. La gente que acostumbraba a hacer caminatas, a andar en bicicleta, está teniendo que contenerse pues se tropiezan con gente que les sale al paso armada y advirtiendo que se trata de una propiedad privada. Lo interesante es el que el argumento de las personas que están caminando, «Oiga, yo soy un vecino, soy el que vive aquí al lado», ese argumento, no disuade a los propietarios. El término «vecino» en inglés es « neighbour » y tiene la misma raíz que el alemán « Neben ». El complejo del semejante del que habla Freud es el complejo del « Nebenmensch ». El concepto de «vecino» ha comenzado a despojarse de la envoltura del amor fraterno para dar paso crudamente a la relación de una pura destructividad, a la regresión tópica a la especularidad más mortífera. Cuando el autor del blog donde encontré esta información se pone a investigar qué es lo que está sucediendo entre los habitantes de la región, lo que descubre es que los propietarios en realidad no están defendiendo exactamente el valor de la propiedad privada. Más bien experimentan el temor de ser judicialmente demandados. Es decir, en una sociedad donde la paranoia es la regla dominante del lazo social y la desconfianza se apodera cada vez más del estilo de vida, aparece este miedo a que alguien entre en el terreno, sufra alguna clase de accidente, y demande al propietario. Entonces los propietarios niegan el paso de manera decidida y armada, pues «si a ti te sucede algo me vas a demandar, y por eso me anticipo y te excluyo, te prohíbo la entrada».

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