Emilio Vaschetto - ¿Podemos vivir en una civilización sin dios?

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¿Cómo pensar una civilización sin dios? Tal era la consigna que resonaba en nuestro argumento hasta que la peste llegó a la puerta de nuestros hogares. Todo se acomodó con velocidad y el furor por las pantallas también contagió al psicoanálisis. En aquel argumento hablábamos de la «consistencia provista por los dispositivos publicitarios» superando las posibilidades de lo simbólico, y así vimos amanecer un nuevo lenguaje. La crítica al monoideísmo –que destilaba nuestra formulación–, lejos de diluirse en la situación excepcional de la pandemia, se acentuó. La pan disipó; las posibilidades de lo singular y nuestra propuesta no sólo se tornó necesaria sino urgente.La marca opera en dos frentes: aislando una singularidad y haciendo legible el deseo del analista. La fórmula implica de entrada una circularidad inexpugnable: la marca más singular es patrimonio del sujeto y la presencia del analista aquello que hace posible su lectura. Pero, ¿dónde hallarla? ¿En qué caso puede aislarse? ¿A qué llamamos segundas marcas —en plural—?En tiempos de generalización del trauma, de uniformidad, de coronalengua, hoy más que nunca sigue reverberando una pregunta: ¿dónde reside la Marca más singular del sujeto? Quizás el lector pueda encontrar aquí algunas respuestas, por nuestra parte nos contentamos con haber dejado el trazo de las preguntas.

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Entonces estaríamos en otra muerte de Dios, y habría que esperar los efectos de esto —si los tiene—. Me da la impresión que está por verse si acaso con estas cuatro fuentes que nombraste del malestar en la cultura, no hay un modo de evitar este fracaso de veinte años.

Lo que se resiste al algoritmo… por ahora

Gustavo Dessal

Hay muchas cuestiones interesantes en tu comentario. Es muy importante distinguir la dimensión de la ciencia y de la tecnología. Son cosas indiscutiblemente ligadas, ya que no hay tecnología que pueda crearse sino es a partir de ciertos principios científicos fundamentales. Pero observamos una evolución en la que la ingeniería pretende hegemonizar tanto el dominio técnico como el dominio científico. Vemos esto en la disputa entre el campo médico y el de la ingeniería. Los ingenieros que se dedican a la aplicación de la tecnología a lo biológico, al estudio de los mecanismos de la vida, apuestan a un futuro que además declaran inmediato, donde las máquinas van a reemplazar a los médicos. En un futuro los ordenadores y la inteligencia artificial harán a los médicos y al saber médico general, prescindible. Muchos ingenieros creen que la acumulación de datos y su tratamiento matemático dará mejores resultados que todo el saber que la medicina ha acumulado durante siglos. No necesitábamos esperar a la pandemia para darnos cuenta que esto es una estafa. Pero que lo sea no impide que haya un movimiento mundial impresionante, que este relato movilice una cantidad de dinero inimaginable, presupuestos en investigaciones de cifras que son ilegibles para nosotros.

La contracara de esto: Apple y Google se han unido a partir de la pandemia para trabajar en una aplicación de rastreo de la cadena de contagios y que han ofrecido al gobierno de Estados Unidos. Casi todos los responsables sanitarios de los estados se han negado a la aplicación. Y me interesa señalar el porqué. La negativa se fundamenta en el hecho de que consideran que el rastreo de las personas y de los miembros de su entorno que pueden haber tomado contacto con infectados, no se puede delegar en la pura tecnología. Es necesaria la intervención humana. Prefieren contratar rastreadores a los que se les proporciona una formación muy rápida, para que telefónicamente se pongan en contacto con la gente y sean los intermediarios entre los ciudadanos y las autoridades sanitarias. ¿Por qué? Porque las personas necesitan esa mediación, necesitan saber que cuando se les llama por teléfono y se les pregunta y se les pide datos, al otro lado de la línea hay un ser humano, no una máquina. Todavía eso es fundamental. Es el reconocimiento de la importancia y el valor —como también sucede en la medicina— que tiene la transferencia. Porque también es una relación transferencial la que se instaura entre un ciudadano y un representante de la autoridad sanitaria que lo llama para preguntarle cómo está y cómo se encuentra, qué ha hecho, con quién se ha juntado, con quién ha estado. Esa no es una información que uno da alegremente a un desconocido. Es interesante que todavía existan situaciones que suponen una objeción a este avance hegemónico de la tecnología, que se ha ido convirtiendo en la religión soberana. Es notable lo poco que se habla de Dios desde que apareció el Covid-19. La poca fe en Dios que se aprecia en este momento es algo digno de estudiar. La gente no se está volcando de manera masiva a la religión para buscar una respuesta. El debate se juega en lo sanitario y lo político.

La pregunta sobre si todo esto es capaz de ejercer una incidencia en la subjetividad como para producir un sujeto distinto: soy muy cauto al respecto en el libro. Soy muy cauto y estoy tentado de afirmar que no, de afirmar que efectivamente hay algo que es inalcanzable. Cuando Lacan planteó que hay una imposibilidad —formulada por el psicoanálisis como la imposibilidad de la escritura de la relación sexual— se llame así o se llame de otra manera, lo interpretemos como lo interpretemos, lo que Lacan afirmó es que hay un reservorio de la subjetividad que es inalcanzable e inmodificable.

Y eso es una apuesta muy fuerte y difícil de demostrar (Lacan hizo inmensos esfuerzos al respecto), pero lo interesante es que quienes se dedican a las tecnologías, especialmente a las de la comunicación, ya saben esto. Ya han descubierto que hay algo que hace obstáculo a los algoritmos.

Primero lo descubrieron en las investigaciones en torno al lenguaje. Descubrieron que el lenguaje humano es muy difícil de trasladar enteramente al plano algorítmico, hay algo que se resiste. Pero después descubrieron otra cosa, mucho más inquietante desde nuestro punto de vista: han comprendido que el lenguaje no es solamente simbólico —un sistema y una combinatoria de representaciones—, sino que el significante tiene una significación personal producida por una singularidad de cada uno de los seres hablantes, y esa singularidad no puede todavía ser descifrada por ellos. Nosotros apostamos a que eso no se va a poder descifrar o traducir desde el punto de vista algorítmico, que ese es el límite irrebasable de la tecnología, así como hay un imposible que la ciencia reconoce, ese será el imposible de la tecnología. Claro, apostamos a ese real del psicoanálisis y aseguramos que es irreductible. Ahora bien, poder aseverar que ese imposible lo será para siempre es un poco difícil de demostrar. Para la tecnología, a diferencia de la ciencia, lo imposible es una contingencia del momento, no algo del orden de lo necesario. Es decir, lo que hoy es imposible, mañana, pasado, dentro de cien años, puede dejar de serlo; en cambio para la ciencia no, al menos hasta que aparezca alguna teoría que desmienta eso.

Un nuevo master y retorna el péndulo

Florencia Shanahan

Quería retomar lo que Emilio situó al principio respecto al título y la palabra remasterizar, y preguntarte Gustavo, si podías decir algo con relación con esta idea ¿qué se puede localizar como constitución de nuevas figuras del amo, del master?

Gustavo Dessal

Te voy a responder citando una parte de la correspondencia que tuve con Zygmunt Bauman. Una de las cosas que más me impactó de este personaje es su valentía intelectual. Después de tantos años desarrollando el concepto de lo líquido, hacia el final de su vida tiene el coraje de pensar que a lo mejor habrá un retorno del péndulo (de allí el título del libro que le sugerí a él y que se corresponde con una frase de su correspondencia): «Avecino el retorno del péndulo». Él no desarrolla esa idea, y yo la interpreto a mi manera: el mundo líquido es aquel en el que se disuelve el valor de los significantes amo tradicionales y se inaugura una época donde, en lugar de haber significantes que operen como punto de capitón, la lógica que impera es la de la metonimia. La idea de la red, en el sentido de internet, está concebida como algo que pertenece al orden de la metonimia. Por eso toda la retórica que nace a partir de internet es una retórica que siempre esta referida a la idea de deslizamiento. Por ejemplo, la idea de «surfear». Uno se desliza por el mar de los datos. ¿Y qué es lo que hace de punto de capitón cuando uno se mete en internet? Es difícil, salvo que el lector o usuario tenga un elemento de su propia singularidad que permita introducir un punto ahí. Entonces, el retorno del péndulo alude a que todo aquello que hemos vivido en los últimos años ha sido un experimento de liquidación de los significantes amo tradicionales, y en el que se nos ha hecho creer que cada uno es amo de sí mismo y de su destino. Podíamos elegir todo: el nombre, el apellido, el sexo, el color de ojos de nuestros hijos, etc. Ahora hay un cambio. Cuando todo el mundo se ha entregado a esa creencia, hemos entrado en una nueva fase, la del retorno del péndulo, donde se imponen nuevos significantes amo, o incluso vuelven los antiguos. La pandemia ha sido una oportunidad extraordinaria para la exaltación de la ignorancia, que se promociona como un verdadero significante amo, el significante amo por antonomasia, el significante fundamental de la política actual. El significante amo de la ignorancia como exaltación desvergonzada se está convirtiendo en un principio rector, una nueva fórmula de la subjetividad y de la comunidad.

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