Emilio Vaschetto - ¿Podemos vivir en una civilización sin dios?

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¿Cómo pensar una civilización sin dios? Tal era la consigna que resonaba en nuestro argumento hasta que la peste llegó a la puerta de nuestros hogares. Todo se acomodó con velocidad y el furor por las pantallas también contagió al psicoanálisis. En aquel argumento hablábamos de la «consistencia provista por los dispositivos publicitarios» superando las posibilidades de lo simbólico, y así vimos amanecer un nuevo lenguaje. La crítica al monoideísmo –que destilaba nuestra formulación–, lejos de diluirse en la situación excepcional de la pandemia, se acentuó. La pan disipó; las posibilidades de lo singular y nuestra propuesta no sólo se tornó necesaria sino urgente.La marca opera en dos frentes: aislando una singularidad y haciendo legible el deseo del analista. La fórmula implica de entrada una circularidad inexpugnable: la marca más singular es patrimonio del sujeto y la presencia del analista aquello que hace posible su lectura. Pero, ¿dónde hallarla? ¿En qué caso puede aislarse? ¿A qué llamamos segundas marcas —en plural—?En tiempos de generalización del trauma, de uniformidad, de coronalengua, hoy más que nunca sigue reverberando una pregunta: ¿dónde reside la Marca más singular del sujeto? Quizás el lector pueda encontrar aquí algunas respuestas, por nuestra parte nos contentamos con haber dejado el trazo de las preguntas.

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5 El fenómeno del tatuaje

Clase del 28 de Mayo de 2020 a cargo de Cecilia Castelluccio

Jorge Faraoni

Tal como habíamos adelantado hoy nos acompañará Cecilia Castelluccio. Se me ocurrió, pensando en cómo presentarla, tomar el texto Tótem y tabú nombrándolo como la marca-Uno introducida por Freud en la civilización; o sea, la cuestión del parricidio y de la culpa que él ubica en primer plano.

Freud sitúa ahí lo que sería la primera marca en torno a la cual la civilización se organiza, incluso donde la psicopatología ordena sus formas clásicas. Hablo de una marca que es común y fundante de un «para todos». Considero importante ubicar este aspecto porque es el lugar privilegiado donde malestar y clínica se entretejen. Asimismo, el concepto de culpa es central en Freud y me parece importante destacar este detalle: se trata de una «clínica del retorno». Lo que más se muestra en la sociedad, para el psicoanálisis, es que siempre está la pregunta sobre cómo fue aquello, y simplificando mucho, uno podría pensar que siempre retorna la pregunta acerca de si ¿podemos vivir en una civilización sin dios? Un punto de inercia en torno al cual el sujeto se va constituyendo.

En la reunión anterior, junto a Gustavo Dessal, se hizo referencia a su libro Inconsciente 3.0 , donde algo de esto se menciona de un modo novedoso. Dessal sitúa la tecnología como la religión de este tiempo, lo cual conduce a múltiples preguntas, sobre todo por la particularidad que adquiere esta religión. En principio, podemos ubicarla como una religión que se orienta hacia adelante, hacia el futuro, una religión que, por no tener un movimiento de retorno, no hace honor a la marca. En una parte del libro advierte que la tecnología se va renovando, tiene una vida útil de dos años, y cita la visión que Jeff Bezos —fundador de Amazon— le ha otorgado a su empresa, que consiste en la idea de que «siempre es el día uno». O sea, mañana también es el primer día, pasado es el primer día y así sucesivamente. Dicho de otro modo, se trata de que cada día es un intento de borrar la marca producida por esta nueva religión el día anterior.

Volviendo a la cuestión que nos convoca, la de los tatuajes, quiero decir que resulta ingenuo caer en aquel universal freudiano de Tótem y tabú , ya que en esta religión-tecnología universal se resalta el beneficio particular que cada uno puede obtener del uso del objeto tecnológico. En la clínica esto podría resultar un facilitador: el sujeto que en su discurso refiera al uso del objeto tecnológico, podría desplegar las fantasías propias que le atribuye.

Cecilia Castelluccio

Buenas tardes a todos. La idea es comentar algunas cuestiones teóricas, algo de mi pasaje por una institución carcelaria, donde surgió el tema de mi tesis de maestría en psicoanálisis. Mi intención es contarles el trabajo teórico que posibilitó investigar sobre el tatuaje en la cárcel y cuestiones vinculadas a la época.

Como todos saben, el tatuaje supone una marca en la dermis (que es una capa profunda de la piel donde se deposita el pigmento). Esta marca tiene características peculiares, entre ellas, el ser una marca que es indeleble (al menos así era hasta hace un corto tiempo). Actualmente con determinados procedimientos quirúrgicos, láser por ejemplo, se puede borrar. Ahora bien, esta marca, aunque se pueda borrar, no se iría sin dejar otra marca en su lugar, es algo que me parece interesante para pensarlo en relación con el nombre del seminario. Borrar una marca produce una nueva marca. Cabe preguntarse si esta es, en sentido estricto, una segunda marca, el tatuaje como una primera marca y su borramiento como una segunda marca. Lo cierto es que donde hubo una marca necesariamente aparece otra, porque no se puede borrar completamente. Incluso se puede dar el caso —otra operación frecuente— de «borrar» un tatuaje con otro que tape al primero. Por ejemplo, el nombre de una ex pareja queda sustituido por cierta ornamentación en su lugar.

Algunas consideraciones históricas

Es importante situar el tatuaje en la historia, ya que las particularidades que ha adquirido en la actualidad no son las mismas. El tatuaje no es algo nuevo, no es una práctica nueva, aparece en distintas culturas con diferentes usos. De hecho, los usos que se le ha dado a lo largo de la historia, tanto en Occidente como en Oriente, aparecen de modos diversos. Ya sean rituales, ornamentales o bélicos, los tatuajes han tenido diferentes funciones . Cuando digo «funciones» pienso funciones en el sentido de suponer un sujeto ahí. Habrá que ver en cada caso particular de qué se trata.

Hay otros tipos de tatuajes —dada su característica de ser imborrable o indeleble— que se han usado a lo largo de la historia para marcar a los esclavos, por ejemplo, o para marcar a los criminales; al ser una marca que no se borraba, quedaban estigmatizados de por vida y por ende no había forma de borrar su condición. En este sentido, hay un cuento de Kafka que menciono en el libro1 que es sumamente interesante. Si no lo leyeron, se los recomiendo, se llama «En la colonia penitenciaria» y es muy interesante para pensarlo desde el psicoanálisis. Se trata de un prisionero sometido a una especie de proceso —al estilo de Kafka— sin saber de qué se lo acusa ni cómo llegó hasta ahí. El relato gira en torno a delincuentes que son marcados por un aparato, un dispositivo que tatúa su delito y su pena en la piel. Uno de los personajes explica que, a pesar de saberse de qué trata todo ese asunto, el tatuado ya lo entenderá, ya lo podrá leer en su propio cuerpo. Esto que queda marcado en el cuerpo será entendido, podrá ser descifrado. No se los voy a «espoliar», pero el cuento de termina mal.

Retomando el comentario de Gustavo Dessal en el encuentro anterior, con esta idea del mal que él menciona, tan propio de lo que decía Jorge del malestar en la cultura y que atraviesa justamente al ser hablante, me parecía interesante pensar en un tipo de tatuaje particular y su connotación de malignidad. Es el tatuaje que se le efectuaba a los judíos en los campos de concentración donde los prisioneros quedaban reducidos a una cifra, a un número, perdiendo —entre otras cuestiones— su identidad, su nombre. Hay algunos textos de Primo Levi muy interesantes donde menciona justamente esa operación de reducir el sujeto a la condición de número, deshumanizarlo. En este punto anida la idea del mal. No solo por esa operación en sí misma, sino porque además para el pueblo judío está prohibido tatuarse, hacerse marcas en el cuerpo. En un pasaje del Levítico se hace mención a esta prohibición: «no haréis rasguños en el cuerpo a un muerto, ni imprimiréis en vosotros marca alguna». Marcar el cuerpo humano está prohibido por la Torá.

La palabra kahakah , en hebreo significa: «sacar de raíz». Es la palabra que se usa para decir tatuaje. Uno puede pensar que lo que se saca de raíz, con esta operación del tatuaje, es el cuerpo dado por Dios; al intervenirlo, al marcarlo, vemos cierta cuestión asociada al mal en ese punto, un mal con las características que Hannah Arendt proponía como concepto: la «banalidad del mal».

Entonces habría que comprender qué pasa hoy, qué pasa en nuestra época con el tatuaje. Una época que muchos autores caracterizan como una época donde lo imaginario está en un primer plano, donde se manifiesta cierta deflación de lo simbólico, donde se presenta un rechazo de la falta y un rechazo de la castración. Para mencionar a Bauman —también citado por Dessal— se trata de una época líquida, inconsistente, donde el cuerpo desnudo actual no es un cuerpo sin ropa, sino un cuerpo sin «trabajar». Y esto se ve claramente en el momento de tener que ponerse el traje de baño y mostrarse en la playa. Hay todo un trabajo previo para poder llegar a mostrar el cuerpo, porque un cuerpo sin intervenciones es un cuerpo vergonzante, desnudo —como decíamos—.

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