Y desque los vimos de aquel arte, estábamos para tirarles con los tiros y con las escopetas y ballestas, y quiso nuestro Señor que acordamos de los llamar, é con Julianico y Melchorejo, los de la Punta de Cotoche, que sabian muy bien aquella lengua; y dijo á los principales que no hubiesen miedo que les queriamos hablar cosas que desque las entendiesen, hubiesen por buena nuestra llegada allí é á sus casas, é que les queriamos dar de lo que traiamos.
É como entendieron la plática, vinieron obra de cuatro canoas, y en ellas hasta treinta indios, y luego se les mostraron sartalejos de cuentas verdes y espejuelos y diamantes azules, y desque los vieron parecia que estaban de mejor semblante, creyendo que eran chalchihuites, que ellos tienen en mucho.
Entónces el capitan les dijo con las lenguas Julianillo ó Melchorejo, que veniamos de léjas tierras y éramos vasallos de un grande Emperador que se dice D. Cárlos, el cual tiene por vasallos á muchos grandes señores y calachioníes, y que ellos le deben tener por señor y les irá muy bien en ello, é que á trueco de aquellas cuentas nos dén comida de gallinas.
Y nos respondieron dos dellos, que el uno era principal y el otro papa, que son como Sacerdotes que tienen cargo de los ídolos, que ya he dicho otra vez que papas les llaman en la Nueva-España, y dijeron que harian el bastimento que deciamos é trocarian de sus cosas á las nuestras; y en lo demás, que señor tienen, é que agora veniamos, é sin conocerlos, é ya les queriamos dar señor, é que mirásemos no les diésemos guerra como en Potonchan, porque tenian aparejados dos jiquipiles de gentes de guerra de todas aquellas provincias contra nosotros: cada jiquipil son de ocho mil hombres; é dijeron que bien sabian que pocos dias habia que habiamos muerto y herido sobre más de ducientos hombres de Potonchan, é que ellos no son hombres de tan pocas fuerzas como los otros, é que por eso habian venido á hablar, por saber nuestra voluntad; é aquello que les deciamos, que se lo irian á decir á los caciques de muchos pueblos, que están juntos para tratar paces ó guerra.
Y luego el capitan les abrazó en señal de paz, y les dió unos sartalejos de cuentas, y les mandó que volviesen con la respuesta con brevedad, é que si no venian, que por fuerza habiamos de ir á su pueblo, y no para los enojar.
Y aquellos mensajeros que enviamos hablaron con los caciques y papas, que tambien tienen voto entre ellos, y dijeron que eran buenas las paces y traer bastimento, é que entre todos ellos y los pueblos comarcanos se buscara luego un presente de oro para nos dar y hacer amistades; no les acaezca como á los de Potonchan.
Y lo que yo vi y entendí despues acá, en aquellas provincias se usaba enviar presentes cuando se trataba paces, y en aquella punta de los palmares, donde estábamos, vinieron sobre treinta indios é trujeron pescados asados y gallinas é fruta y pan de maíz, é unos braseros con ascuas y con zahumerios, y nos zahumaron á todos, y luego pusieron en el suelo unas esteras, que acá llaman petates, y encima una manta, y presentaron ciertas joyas de oro, que fueron ciertas ánades como las de Castilla, y otras joyas como lagartijas, y tres collares de cuentas vaciadizas, y otras cosas de oro de poco valor que no valía doscientos pesos; y más trujeron unas mantas é camisetas de las que ellos usan, é dijeron que recibiésemos aquello de buena voluntad, é que no tienen más oro que nos dar; que adelante, hácia donde se pone el sol, hay mucho; y decian Culba, Culba, Méjico, Méjico; y nosotros no sabiamos qué cosa era Culba, ni aun Méjico tampoco.
Puesto que no valía mucho aquel presente que trujeron, tuvímoslo por bueno por saber cierto que tenian oro, y desque lo hubieron presentado, dijeron que nos fuésemos luego adelante, y el capitan les dió las gracias por ello é cuentas verdes; y fué acordado de irnos luego á embarcar, porque estaban en mucho peligro los dos navíos por temor del norte, que es travesía, y tambien por acercarnos hácia donde decian que habia oro.
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CÓMO VIMOS EL PUEBLO DE AGUAYALUCO, QUE PUSIMOS POR NOMBRE LA-RAMBLA.
Vueltos á embarcar, siguiendo la costa adelante, desde á dos dias vimos un pueblo junto á tierra, que se dice el Aguayaluco, y andaban muchos indios de aquel pueblo por la costa con unas rodelas hechas de conchas de tortugas, que relumbraban con el sol que daba en ellas, y algunos de nuestros soldados porfiaban que eran de oro bajo, y los indios que los traian iban haciendo grandes movimientos por el arenal y costa adelante, y pusimos á este pueblo por nombre La-Rambla, y así está en las cartas del marear.
É yendo más adelante costeando, vimos una ensenada, donde se quedó el rio de Fenole, que á la vuelta que volvimos entramos en él, y le pusimos nombre rio de San Antonio, y así está en las cartas del mar.
É yendo más adelante navegando, vimos adonde quedaba el paraje del gran rio de Guacayualco, y quisiéramos entrar en el ensenada que está, por ver qué cosa era, sino por ser el tiempo contrario; é luego se parecieron las grandes sierras nevadas, que en todo el año están cargadas de nieve, y tambien vimos otras sierras que están más junto al mar, que se llaman agora de San Martin, y pusímoslas por nombre San Martin, porque el primero que las vió fué un soldado que se llamaba San Martin, vecino de la Habana.
Y navegando nuestra costa adelante, el capitan Pedro de Albarado se adelantó con su navío, y entró en un rio que en Indias se llama Papalohuna, y entónces pusimos por nombre rio de Albarado, porque lo descubrió el mesmo Albarado.
Allí le dieron pescado unos indios pescadores, que eran naturales de un pueblo que se dice Tlacotalpa; estuvímosle aguardando en el paraje del rio donde entró con todos tres navíos, hasta que salió dél, y á causa de haber entrado en el rio sin licencia del general, se enojó mucho con él, y le mandó que otra vez no se adelantase del armada, porque no le aviniese algun contraste en parte donde no le pudiésemos ayudar.
É luego navegamos con todos cuatro navíos en conserva, hasta que llegamos en paraje de otro rio, que le pusimos por nombre rio de Banderas, porque estaban en él muchos indios con lanzas grandes, y en cada lanza una bandera hecha de manta blanca, revolándolas y llamándonos.
Lo cual diré adelante cómo pasó.
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CÓMO LLEGAMOS Á UN RIO QUE PUSIMOS POR NOMBRE RIO DE BANDERAS, É RESCATAMOS CATORCE MIL PESOS.
Ya habrán oido decir en España y en toda la más parte della y de la cristiandad, cómo Méjico es tan gran ciudad, y poblada en el agua como Venecia; y habia en ella un gran señor que era Rey de muchas provincias y señoreaba todas aquellas tierras, que son mayores que cuatro veces nuestra Castilla; el cual señor se decia Montezuma, é como era tan poderoso, queria señorear y saber hasta lo que no podia ni le era posible, é tuvo noticia de la primera vez que venimos con Francisco Hernandez de Córdoba, lo que nos acaesció en la batalla de Cotoche y en la de Champoton, y agora deste viaje la batalla del mismo Champoton, y supo que éramos nosotros pocos soldados y los de aquel pueblo muchos, é al fin entendió que nuestra demanda era buscar oro á trueque del rescate que traiamos, é todo se lo habian llevado pintado en unos paños que hacen de henequén, que es como de lino; y como supo que íbamos costa á costa hácia sus provincias, mandó á sus gobernadores que si por allí aportásemos que procurasen de trocar oro á nuestras cuentas, en especial á las verdes, que parecian á sus chalchihuites; y tambien lo mandó para saber é inquirir más por entero de nuestras personas é qué era nuestro intento.
Y lo más cierto era, segun entendimos, que dicen que sus antepasados les habian dicho que habian de venir gentes de hácia donde sale el sol, que los habian de señorear.
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