Bernal Díaz del Castillo - Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3)

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Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3): краткое содержание, описание и аннотация

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La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es una obra de Bernal Díaz del Castillo, que fue uno de los soldados participantes en la mayoría de las jornadas de la conquista de México en el siglo XVI. Es una obra de estilo cautivador desde las primeras líneas. Nos narra el proceso de la conquista de México de una manera ruda, aunque sencilla, ágil y directa. Leer su libro es transportarse al pasado y vivir al lado de un soldado todos los sucesos de la conquista: descripciones de lugares, relatos de personajes, anécdotas, críticas agudas y angustiantes relaciones de fatiga y peligros enfrentados.

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Agora sea por lo uno ó por lo otro, estaban en posta á vela indios del grande Montezuma en aquel rio que dicho tengo, con lanzas largas y en cada lanza una bandera, enarbolándola y llamándonos que fuésemos allí donde estaban.

Y desque vimos de los navíos cosas tan nuevas, para saber qué podia ser fué acordado por el general, con todos los demás soldados y capitanes, que echamos dos bateles en el agua é que saltásemos en ellos todos los ballesteros y escopeteros y veinte soldados, y Francisco Montejo fuese con nosotros, é que si viésemos que eran de guerra los que estaban con las banderas, que de presto se lo hiciésemos saber, ó otra cualquier cosa que fuese.

Y en aquella sazon quiso Dios que hacia bonanza en aquella costa, lo cual pocas veces suele acaecer; y como llegamos en tierra hallamos tres caciques, que el uno dellos era gobernador de Montezuma é con muchos indios de propio, y tenian muchas gallinas de la tierra y pan de maíz de lo que ellos suelen comer, y frutas que eran pinas y zapotes, que en otras partes llaman niameyes; y estaban debajo de una sombra de árboles, puestas esteras en el suelo, que ya he dicho otra vez que en estas partes se llaman petates, y allí nos mandaron asentar, y todo por señas, porque Julianillo, el de la Punta de Cotoche, no entendia aquella lengua; y luego trujeron braseros de barro con ascuas, y nos zahumaron con uno como resina que huele á incienso.

Y luego el capitan Montejo lo hizo saber al General, y como lo supo, acordó de surgir allí en aquel paraje con todos los navíos, y saltó en tierra con todos los capitanes y soldados.

Y desque aquellos caciques y gobernadores le vieron en tierra y conocieron que era el capitan general de todos, á su usanza le hicieron grande acatamiento y le zahumaron; y él les dió las gracias por ello y les hizo muchas caricias, y les mandó dar diamantes y cuentas verdes, y por señas les dijo que trujesen oro á trocar á nuestros rescates.

Lo cual luego el gobernador mandó á sus indios, y que todos los pueblos comarcanos trujesen de las joyas que tenian á rescatar; y en seis dias que estuvimos allí trujeron más de quince mil pesos en joyezuelas de oro bajo y de muchas hechuras; y aquesto debe ser lo que dicen los cronistas Francisco Lopez de Gómora y Gonzalo Hernandez de Oviedo en sus corónicas, que dicen que dieron los de Tabasco; y como se lo dijeron por relacion, así lo escriben como si fuese verdad; porque vista cosa es que en la provincia del rio de Grijalva no hay oro, sino muy pocas joyas.

Dejemos esto y pasemos adelante, y es que tomamos posesion en aquella tierra por su majestad, y en su nombre Real el gobernador de Cuba Diego Velazquez.

Y despues desto hecho, habló el General á los indios que allí estaban, diciendo que se queria embarcar, y les dió camisas de Castilla.

Y de allí tomamos un indio, que llevamos en los navíos, el cual, despues que entendió nuestra lengua, se volvió cristiano y se llamó Francisco, y despues de ganado Méjico, le vi casado en un pueblo que se llama Santa Fe.

Pues como vió el General que no traia más oro á rescatar, é habia seis dias que estábamos allí y los navíos corrian riesgo, por ser travesía norte, nos mandó embarcar.

É corriendo la costa adelante, vimos una isleta que bañaba la mar y tenia la arena blanca, y estaria, al parecer, obra de tres leguas de tierra, y pusímosle por nombre isla Blanca, y así está en las cartas del marear.

Y no muy léjos desta isleta Blanca vimos otra isla, mayor, al parecer, que las demás, y estaria de tierra obra de legua y media, y allí enfrente della habia buen surgidero, y mandó el general que surgiésemos.

Echados los bateles en el agua, fué el capitan Juan de Grijalva con muchos de nosotros los soldados á ver la isleta, y hallamos dos casas hechas de cal y canto y bien labradas, y cada casa con unas gradas por donde subian á unos como altares, y en aquellos altares tenian unos ídolos de malas figuras, que eran sus dioses, y allí estaban sacrificados de aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por los pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes llenas de sangre. De todo lo cual nos admiramos, y pusimos por nombre á esta isleta isla de Sacrificios.

Y allí enfrente de aquella isla saltamos todos en tierra, y en unos arenales grandes que allí hay, adonde hicimos ranchos y chozas con ramas y con las velas de los navíos.

Habíanse allegado en aquella costa muchos indios que traian á rescatar oro hecho piecezuelas, como en el rio de Banderas, y segun despues supimos, mandó el gran Montezuma que viniesen con ello, y los indios que lo traian, al parecer estaban temerosos, y era muy poco.

Por manera que luego el capitan Juan de Grijalva mandó que los navíos alzasen las anclas y pusiesen velas, y fuésemos adelante á surgir enfrente de otra isleta que estaba obra de media legua de tierra, y esta isla es donde agora está el puerto.

Y diré adelante lo que allí nos avino.

CAPÍTULO XIV

Índice

CÓMO LLEGAMOS AL PUERTO DE SAN JUAN DE CULÚA.

Desembarcados en unos arenales, hicimos chozas encima de los mastos y medaños de arena, que los hay por allí grandes, por causa de los mosquitos, que habia muchos, y con bateles sondearon el puerto y hallaron que con el abrigo de aquella isleta estarian seguros los navíos del norte y habia buen fondo, y hecho esto, fuimos á la isleta con el General treinta soldados bien apercibidos en los bateles, y hallamos una casa de adoratorio donde estaba un ídolo muy grande y feo, el cual se llamaba Tezcatepuca, y estaban allí cuatro indios con mantas prietas y muy largas con capillas, como traen los dominicos ó canónigos, ó querian parecer á ellos, y aquellos eran Sacerdotes de aquel ídolo, y tenian sacrificados de aquel dia dos muchachos, y abiertos por los pechos, y los corazones y sangre ofrecidos á aquel maldito ídolo, y los Sacerdotes, que ya he dicho que se dicen papas, nos venian á zahumar con lo que zahumaban aquel su ídolo, y en aquella sazon que llegamos le estaban zahumando con uno que huele á incienso, y no consentimos que tal zahumerio nos diesen; ántes tuvimos muy gran lástima y mancilla de aquellos dos muchachos é verlos recien muertos é ver tan grandísima crueldad.

Y el general preguntó al indio Francisco; que traiamos del rio de Banderas, que parecia algo entendido, que por qué hacian aquello, y esto le decia medio por señas, porque entónces no teniamos lengua ninguna, como ya otras veces he dicho. Y respondió que los de Culúa lo mandaban sacrificar; y como era torpe de lengua, decia: Olúa, Olúa. Y como nuestro capitan estaba presente y se llamaba Juan, y asimismo era dia de San Juan, pusimos por nombre á aquella isleta San Juan de Ulúa, y este puerto es agora muy nombrado, y están hechos en él grandes reparos para los navíos, y allí vienen á desembarcar las mercaderías para Méjico é Nueva-España.

Volvamos á nuestro cuento: que como estábamos en aquellos arenales, vinieron luego indios de pueblos allí comarcanos á trocar su oro en joyezuelas á nuestros rescates; mas eran tan pocos y de tan poco valor, que no haciamos cuenta dello; y estuvimos siete dias de la manera que he dicho, y con los muchos mosquitos no nos podiamos valer, y viendo que el tiempo se nos pasaba, y teniendo ya por cierto que aquellas tierras no eran islas, sino tierra firme, y que habia grandes pueblos, y el pan de cazabe muy mohoso é sucio de las fátulas, y amargaba, y los que allí veniamos no éramos bastantes para poblar, cuanto más que faltaban diez de nuestros soldados, que se habian muerto de las heridas y estaban otros cuatro dolientes; é viendo todo esto, fué acordado que lo enviásemos á hacer saber al gobernador Diego Velazquez para que nos enviase socorro; porque el Juan de Grijalva muy gran voluntad tenia de poblar con aquellos pocos soldados que con él estábamos, y siempre mostró un grande ánimo de un muy valeroso capitan, y no como lo escribe el coronista Gómora.

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