Y dejémoslo así, y digamos cómo ordenamos de ir á Méjico.
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CÓMO ACORDÓ NUESTRO CAPITAN HERNANDO CORTÉS CON TODOS NUESTROS CAPITANES Y SOLDADOS QUE FUÉSEMOS Á MÉJICO, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ.
Viendo nuestro capitan que habia diez y siete dias que estábamos holgando en Tlascala, y oiamos decir de las grandes riquezas de Montezuma y su próspera ciudad, acordó tomar consejo con todos nuestros capitanes y soldados de quien sentia que le tenian buena voluntad, para ir adelante, y fué acordado que con brevedad fuese nuestra partida; y sobre este camino hubo en el real muchas pláticas de desconformidad, porque decian unos soldados que era cosa muy temerosa irnos á meter en tan fuerte ciudad siendo nosotros tan pocos, y decian de los grandes poderes del Montezuma.
Cortés respondió que ya no podiamos hacer otra cosa, porque siempre nuestra demanda y apellido fué ver al Montezuma, é que por demás eran ya otros consejos; y viendo que tan resueltamente lo decia, y sintieron los del contrario parecer que tan determinadamente se acordaba, y que muchos de los soldados ayudábamos á Cortés de buena voluntad con decir «adelante en buen hora,» no hubo más contradicion; y los que andaban en estas pláticas contrarias eran de los que tenian en Cuba haciendas; que yo y otros pobres soldados ofrecido tenemos siempre nuestras ánimas á Dios, que las crió, y los cuerpos á heridas y trabajos hasta morir en servicio de nuestro Señor y de su majestad.
Pues viendo Xicotenga y Masse-Escaci, señores de Tlascala, que de hecho queriamos ir á Méjico, pesábales en el alma, y siempre estaban con Cortés avisándole que no curase de ir aquel camino, y que no se fiase poco ni mucho de Montezuma ni de ningun mejicano, y que no se creyese de sus grandes reverencias ni de sus palabras tan humildes y llenas de cortesías, ni aun de cuantos presentes le ha enviado ni de otros ningunos ofrecimientos, que todos eran de atraidorados; que en una hora se lo tornarian á tomar cuanto le habian dado, y que de noche y de dia se guardase muy bien dellos, porque tienen bien entendido que cuando más descuidados estuviésemos nos darian guerra, y que cuando peleáramos con ellos, que los que pudiésemos matar que no quedasen con las vidas, al mancebo porque no tome armas, al viejo porque no dé consejo, y le dieron otros muchos avisos.
Y nuestro capitan les dijo que se lo agradecia el buen consejo; y les mostró mucho amor con ofrecimientos y dádivas que luego les dió al viejo Xicotenga y al Masse-Escaci y todos los más caciques, y les dió mucha parte de la ropa fina de mantas que habia presentado Montezuma, y les dijo que seria bueno tratar paces entre ellos y los mejicanos para que tuviesen amistad, y trujesen sal y algodon y otras mercaderías; y el Xicotenga respondió que eran por demás las paces, y que su enemistad tienen siempre en los corazones arraigada, y que son tales los mejicanos, que so color de las paces les harán mayores traiciones, porque jamás mantienen verdad en cosa ninguna que prometen; é que no curase de hablar de ellas, sino que le tornaban á rogar que se guardase muy bien de no caer en manos de tan malas gentes.
Y estando platicando sobre el camino que habiamos de llevar para Méjico, porque los embajadores de Montezuma que estaban con nosotros, que iban por guias, decian que el mejor camino y más llano era por la ciudad de Cholula, por ser vasallos del gran Montezuma, donde recibiriamos servicios, y á todos nosotros nos pareció bien que fuésemos á aquella ciudad; y los caciques de Tlascala, como entendieron que queriamos ir por donde nos encaminaban los mejicanos, se entristecieron, y tornaron á decir que en todo caso fuésemos por Guaxocingo, que eran sus parientes y nuestros amigos, y no por Cholula, porque en Cholula siempre tiene Montezuma sus tratos dobles encubiertos.
Y por más que nos dijeron y aconsejaron que no entrásemos en aquella ciudad, siempre nuestro capitan, con nuestro consejo muy bien platicado, acordó de ir por Cholula; lo uno, porque decian todos que era grande poblacion y muy bien torreada, y de altos y grandes cues, y en buen llano asentada, y verdaderamente de léjos parecia en aquella sazon á nuestra gran Valladolid de Castilla la Vieja; y lo otro, porque estaba en parte cercana de grandes poblaciones, y tener muchos bastimentos y tan á la mano á nuestros amigos los de Tlascala, y con intencion de estarnos allí hasta ver de qué manera podriamos ir á Méjico sin tener guerra, porque era de temer el gran poder de mejicanos; si Dios nuestro Señor primeramente no ponia su divina mano y misericordia, con que siempre nos ayudaba y nos daba esfuerzo, no podiamos entrar de otra manera.
Y despues de muchas pláticas y acuerdos, nuestro camino fué por Cholula; y luego Cortés mandó que fuesen mensajeros á les decir que cómo, estando tan cerca de nosotros, no nos enviaban á visitar y hacer aquel acto que son obligados á mensajeros, como somos, de tan gran Rey y señor como es el que nos envió á notificar su salvacion; y que los ruega que luego viniesen todos los caciques y papas de aquella ciudad á nos ver, y dar la obediencia á nuestro Rey y señor; si no, que los ternia por de malas intenciones.
Y estando diciendo esto, y otras cosas que convenia envialles á decir sobre este caso, vinieron á hacer saber á Cortés cómo el gran Montezuma enviaba cuatro embajadores con presentes de oro, porque jamás, á lo que habiamos visto, envió mensaje sin presentes de oro, y lo tenia por afrenta enviar mensajeros si no enviaba con ellos dádivas; y lo que dijeron aquellos mensajeros diré adelante.
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CÓMO EL GRAN MONTEZUMA ENVIÓ CUATRO PRINCIPALES HOMBRES DE MUCHA CUENTA, CON UN PRESENTE DE ORO Y MANTAS, Y LO QUE DIJERON Á NUESTRO CAPITAN.
Estando platicando Cortés con todos nosotros y con los caciques de Tlascala sobre nuestra partida y en las cosas de la guerra, viniéronle á decir que llegaron á aquel pueblo cuatro embajadores de Montezuma, todos principales, y traian presentes; y Cortés les mandó llamar, y cuando llegaron donde estaba, hiciéronle grande acato, y á todos los soldados que allí nos hallamos; y presentado su presente de ricas joyas de oro y de muchos géneros de hechuras, que valian bien diez mil pesos, y diez cargas de mantas de buenas labores de pluma, Cortés los recibió con buen semblante; y luego dijeron aquellos embajadores por parte de su señor Montezuma que se maravillaba mucho estar tantos dias entre aquellas gentes pobres y sin policía, que aun para esclavos no son buenos, por ser tan malos y traidores y robadores, que cuando más descuidados estuviésemos, de dia y de noche nos matarian por nos robar, y que nos rogaba que fuésemos luego á su ciudad y que nos daria de lo que tuviese, y aunque no tan cumplido como nosotros mereciamos y él deseaba; y que puesto que todas las vituallas le entran en su ciudad de acarreo, que mandaria proveernos lo mejor que él pudiese.
Aquesto hacia Montezuma por sacarnos de Tlascala, porque supo que habiamos hecho las amistades que dicho tengo en el capítulo que dello habla, y para ser perfectas habian dado sus hijas á Malinche; porque bien tuvieron entendido que no les podia venir bien ninguna de nuestras confederaciones, y á esta causa nos cebaba con oro y presentes para que fuésemos á sus tierras, á lo ménos porque saliésemos de Tlascala.
Volvamos á decir de los embajadores, que los conocieron bien los de Tlascala, y dijeron á nuestro capitan que todos eran señores de pueblos y vasallos, con quien Montezuma enviaba á tratar cosas de mucha importancia.
Cortés les dió muchas gracias á los embajadores, con grandes caricias y señales de amor que les mostró, y les dió por respuesta que él iria muy presto á ver al señor Montezuma, y les rogó que estuviesen algunos dias allí con nosotros, que en aquella sazon acordó Cortés que fuesen dos de nuestros capitanes, personas señaladas, á ver y hablar al gran Montezuma, é ver la gran ciudad de Méjico y sus grandes fuerzas y fortalezas, é iban ya camino Pedro de Albarado y Bernardino Vazquez de Tapia, y quedaron en rehenes cuatro de aquellos embajadores que habian traido el presente, y otros embajadores del gran Montezuma de los que solian estar con nosotros fueron en su compañía; y porque en aquel tiempo yo estaba mal herido y con calenturas, y harto tenia que curarme, no me acuerdo bien hasta dónde allegaron; mas de que supimos que Cortés habia enviado así á la ventura á aquellos caballeros, y se lo tuvimos á mal consejo, y le retrujimos, y le dijimos que cómo enviaba á Méjico no más de para ver la ciudad y sus fuerzas; que no era buen acuerdo, y que luego los fuesen á llamar que no pasasen más adelante; y les escribió que se volviesen luego.
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