Bernal Díaz del Castillo - Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3)

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Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3): краткое содержание, описание и аннотация

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La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es una obra de Bernal Díaz del Castillo, que fue uno de los soldados participantes en la mayoría de las jornadas de la conquista de México en el siglo XVI. Es una obra de estilo cautivador desde las primeras líneas. Nos narra el proceso de la conquista de México de una manera ruda, aunque sencilla, ágil y directa. Leer su libro es transportarse al pasado y vivir al lado de un soldado todos los sucesos de la conquista: descripciones de lugares, relatos de personajes, anécdotas, críticas agudas y angustiantes relaciones de fatiga y peligros enfrentados.

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En las cuales cartas dice que hubieron mucho placer en la villa, y escribió el Escalante lo que allí habia sucedido, y todo vino muy presto; y en aquellos dias en nuestro real pusimos una cruz muy suntuosa y alta, y mandó Cortés á los indios de Cimpacingo y á los de las casas que estaban junto de nuestro real que encalasen un cu y estuviese bien aderezado.

Dejemos de escribir desto, y volvamos á nuestros nuevos amigos los caciques de Tlascala, que como vieron que no íbamos á su pueblo, ellos venian á nuestro Real con gallinas y tunas, que era el tiempo dellas, y cada dia traian el bastimento que tenian en su casa, y con buena voluntad nos lo daban, sin que quisiesen tomar por ello cosa ninguna aunque se lo dábamos, y siempre rogando á Cortés que se fuese luego con ellos á su ciudad; y como estábamos aguardando á los mejicanos los seis dias, como les prometió, con palabras blandas les detenia; y luego, cumplido el plazo que habian dicho, vinieron de Méjico seis principales, hombres de mucha estima, y trujeron un rico presente que envió el gran Montezuma, que fueron más de tres mil pesos de oro en ricas joyas de diversas maneras, y ducientas piezas de ropa de mantas muy ricas de pluma y de otras labores, y dijeron á Cortés cuando lo presentaron, que su señor Montezuma se huelga de nuestra buena andanza, y que le ruega muy ahincadamente que ni en bueno ni malo no fuese con los de Tlascala á su pueblo ni se confiase dellos, que lo querian llevar allá para roballe oro y ropa, porque son muy pobres, que una manta buena de algodon no alcanzan; é que por saber que el Montezuma nos tiene por amigos y nos envia aquel oro y joyas y mantas, lo procurarán de robar muy mejor; y Cortés recibió con alegría aquel presente, y dijo que se lo tenia en merced y que él lo pagaria al señor Montezuma en buenas obras; y que si se sintiese que los tlascaltecas les pasase por el pensamiento lo que Montezuma les enviaba á avisar, que se lo pagaria con quitalles á todos las vidas, y que él sabe muy cierto que no harán villanía ninguna, y que todavía quiere ir á ver lo que hacen.

Y estando en estas razones vienen otros muchos mensajeros de Tlascala á decir á Cortés cómo vienen cerca de allí todos los caciques viejos de la cabecera de toda la provincia á nuestros ranchos y chozas á ver á Cortés y á todos nosotros para llevarnos á su ciudad; y como Cortés lo supo, rogó á los embajadores mejicanos que aguardasen tres dias por los despachos para su señor, porque tenia al presente que hablar y despachar sobre la guerra pasada é paces que ahora tratan; y ellos dijeron que aguardarian.

Y lo que los caciques viejos dijeron á Cortés se dirá adelante.

CAPÍTULO LXXIV

Índice

CÓMO VINIERON Á NUESTRO REAL LOS CACIQUES VIEJOS DE TLASCALA Á ROGAR Á CORTÉS Y Á TODOS NOSOTROS QUE LUEGO NOS FUÉSEMOS CON ELLOS Á SU CIUDAD, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ.

Como los caciques viejos de toda Tlascala vieron que no íbamos á su ciudad, acordaron de venir en andas, y otros en chamacas é á cuestas, y otros á pié, los cuales eran los por mí ya nombrados, que se decian Masse-Escaci, Xicotenga el viejo é ciego, é Guaxolacima, Chichimeclatecle, Tecapaneca, de Topeyanco; los cuales llegaron á nuestro real con otra gran compañía de principales, y con gran acato hicieron á Cortés y á todos nosotros tres reverencias, y quemaron copal y tocaron las manos en el suelo y besaron la tierra; y el Xicotenga el viejo comenzó de hablar á Cortés desta manera, y díjole:

—«Malinche, Malinche, muchas veces te hemos enviado á rogar que nos perdones porque salimos de guerra, é ya te enviamos á dar nuestro descargo, que fué por defendernos del malo de Montezuma y sus grandes poderes, porque creiamos que érades de su bando y confederados; y si supiéramos lo que ahora sabemos, no digo yo saliros á recibir á los caminos con muchos bastimentos, sino tenéroslos barridos, y aun fuéramos por vosotros á la mar donde teniades vuestros acales (que son navíos); y pues ya nos habeis perdonado, lo que ahora os venimos á rogar yo y todos estos caciques es, que vais luego con nosotros á nuestra ciudad, y allí os daremos de lo que tuviéremos, é os serviremos con nuestras personas y hacienda; y mirá, Malinche, no hagas otra cosa, sino luego nos vamos; y porque tememos que por ventura te habrán dicho esos mejicanos algunas cosas de falsedades y mentiras de las que suelen decir de nosotros, no los creas ni los oigas; que en todo son falsos, y tenemos entendido que por causa dellos no has querido ir á nuestra ciudad.»

Y Cortés respondió con alegre semblante, y dijo que bien sabia, desde muchos años ántes que á estas sus tierras viniésemos, cómo eran buenos, y que deso se maravilló cuando nos salieron de guerra, y que los mejicanos que allí estaban aguardaban respuestas para su señor Montezuma; é á lo que decian que fuésemos luego á su ciudad, y por el bastimento que siempre traian é otros cumplimientos, que se lo agradecia mucho y lo pagaria en buenas obras; é que ya se hubiera ido si tuviera quien nos llevase los tepuzques, que son las bombardas; y como oyeron aquella palabra sintieron tanto placer, que en los rostros se conoceria, y dijeron:

—«Pues cómo, ¿por esto has estado y no lo has dicho?»

Y en ménos de media hora traen sobre quinientos indios de carga, y otro dia muy de mañana comenzamos á marchar camino de la cabezera de Tlascala con mucho concierto, así de la artillería como de los caballos y escopetas y ballesteros, y todos los demás, segun lo teniamos de costumbre; y habia rogado Cortés á los mensajeros de Montezuma que se fuesen con nosotros para ver en qué paraba lo de Tlascala, y desde allí les despacharia, y que en su aposento estarian porque no recibiesen ningun deshonor; porque, segun dijeron, temíanse de los tlascaltecas.

Ántes que más pase adelante quiero decir cómo en todos los pueblos por donde pasamos, ó en otros donde tenian noticia de nosotros, llamaban á Cortés Malinche; y así, le nombraré de aquí adelante Malinche en todas las pláticas que tuviéremos con cualesquier indios, así desta provincia como de la ciudad de Méjico, y no le nombraré Cortés sino en parte que convenga; y la causa de haberle puesto aqueste nombre es que, como doña Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su compañía, especialmente cuando venian embajadores ó pláticas de caciques, y ella lo declaraba en lengua mejicana, por esta causa le llamaban á Cortés el capitan de marina, y para más breve le llamaron Malinche; y tambien se le quedó este nombre á un Juan Perez de Arteaga, vecino de la Puebla, por causa que siempre andaba con doña Marina y con Jerónimo de Aguilar deprendiendo la lengua, y á esta causa le llamaban Juan Perez Malinche, que renombre de Arteaga de obra de dos años á esta parte lo sabemos.

He querido traer esto á la memoria, aunque no habia para qué, porque se entienda el nombre de Cortés de aquí adelante, que se dice Malinche; y tambien quiero decir que, como entramos en tierra de Tlascala, hasta que fuimos á su ciudad se pasaron veinte y cuatro dias, y entramos en ella á 23 de Setiembre de 1519 años; y vamos á otro capítulo, y diré lo que allí nos avino.

CAPÍTULO LXXV

Índice

CÓMO FUIMOS Á LA CIUDAD DE TLASCALA, Y LO QUE LOS CACIQUES VIEJOS HICIERON DE UN PRESENTE QUE NOS DIERON, Y CÓMO TRUJERON SUS HIJAS Y SOBRINAS, Y LO QUE MÁS PASÓ.

Como los caciques vieron que comenzaba á ir nuestro fardaje camino de su ciudad, luego se fueron adelante para mandar que todo estuviese aparejado para nos recebir y para tener los aposentos muy enramados; é ya que llegábamos á un cuarto de legua de la ciudad, sálennos á recebir los mismos caciques que se habian adelantado, y traen consigo sus hijas y sobrinas y muchos principales, cada parentela y bando y parcialidad por sí; porque en Tlascala habia cuatro parcialidades, sin las de Tecapaneca, señor de Tepoyanco, que eran cinco; y tambien vinieron de todos los lugares sus sugetos, y traian sus libreas diferenciadas, que aunque eran de nequen, eran muy primas y de buenas labores y pinturas, porque algodon no lo alcanzaban.

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