Bernal Díaz del Castillo - Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3)

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Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3): краткое содержание, описание и аннотация

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La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es una obra de Bernal Díaz del Castillo, que fue uno de los soldados participantes en la mayoría de las jornadas de la conquista de México en el siglo XVI. Es una obra de estilo cautivador desde las primeras líneas. Nos narra el proceso de la conquista de México de una manera ruda, aunque sencilla, ágil y directa. Leer su libro es transportarse al pasado y vivir al lado de un soldado todos los sucesos de la conquista: descripciones de lugares, relatos de personajes, anécdotas, críticas agudas y angustiantes relaciones de fatiga y peligros enfrentados.

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»Y á lo que decis de estar entre los amigos totonaques, nuestros aliados, si nos viesen que damos vuelta sin ir á Méjico se levantarian contra nosotros, y la causa dello seria que, como les quitamos que no diesen tributo á Montezuma, enviaria sus poderes mejicanos contra ellos para que los tornasen á tributar y sobre ello dalles guerra, y aun les mandaria que nos la dén á nosotros; y ellos, por no ser destruidos, porque les temen en gran manera, lo pornian por la obra; así que, donde pensábamos tener amigos, serian enemigos; pues desque lo supiese el gran Montezuma que nos habiamos vuelto, ¿qué diria? ¿En qué ternia nuestras palabras ni lo que le enviamos á decir? Que todo era cosa de burla ó juego de niños.

»Así que, señores, mal allá y peor acullá, más vale que estemos aquí donde estamos, que es bien llano y todo bien poblado, y este nuestro real bien bastecido: unas veces gallinas, otras perros, gracias á Dios no falta de comer, si tuviésemos sal, que es la mayor falta que al presente tenemos, y ropa para guarecernos del frio.

»Y á lo que decis, señores, que se han muerto desde que salimos de la isla de Cuba cincuenta y cinco soldados de heridas, hambres, frios, dolencias y trabajos, é que somos pocos, é todos heridos y dolientes, Dios nos da esfuerzo por muchos; porque vista cosa es que las guerras gastan hombres y caballos, y que unas veces comemos bien, y no venimos al presente para descansar, sino para pelear cuando se ofreciere; por tanto os pido, señores, por merced, que pues sois caballeros y personas que ántes habíades esforzar á quien viésedes mostrar flaqueza, que de aquí adelante se os quite del pensamiento la isla de Cuba y lo que allá dejais, y procuremos de hacer lo que siempre habeis hecho como buenos soldados; que despues de Dios, que es nuestro socorro é ayuda, han de ser nuestros valerosos brazos.»

Y como Cortés hubo dado esta respuesta, volvieron aquellos soldados á repetir en la plática, y dijeron que todo lo que decia estaba bien dicho; mas que cuando salimos de la villa que dejábamos poblada, nuestro intento era, y ahora lo es, de ir á Méjico, pues hay tan gran fama de tan fuerte ciudad y tan multitud de guerreros, y que aquellos tlascaltecas decian que los de Cempoal eran pacíficos, y no habia fama dellos, como de los de Méjico; y habemos estado tan á riesgo nuestras vidas, que si otro dia nos dieran otra batalla como alguna de las pasadas, ya no nos podiamos tener de cansados, ya que no nos diesen más guerras; que la ida de Méjico les parecia muy terrible cosa, y que mirase lo que decia y ordenaba.

Y Cortés respondió, medio enojado, que valía más morir por buenos, como dicen los cantares, que vivir deshonrados; y demás desto que Cortés les dijo, todos los más soldados que le fuimos en alzar capitan y dimos consejo sobre dar al través con los navíos, dijimos en alta voz que no curase de corrillos ni de oir semejantes pláticas, sino que con el ayuda de Dios con buen concierto estemos apercebidos para hacer lo que convenga, y así cesaron todas las pláticas; verdad es que murmuraban de Cortés é le maldecian, y aun de nosotros, que le aconsejábamos, y de los de Cempoal, que por tal camino nos trujeron, y decian otras cosas no bien dichas; mas en tales tiempos se disimulaban.

En fin, todos obedecieron muy bien.

Y dejaré de hablar en esto, y diré cómo los caciques viejos de la cabecera de Tlascala enviaron otra vez mensajeros de nuevo á su capitan general Xicotenga, que en todo caso no nos dé guerra, y que vaya de paz luego á nos ver y llevar de comer, porque así está ordenado por todos los caciques y principales de aquella tierra y de Guaxocingo; y tambien enviaron á mandar á los capitanes que tenia en su compañía que si no fuese para tratar paces, que en cosa ninguna le obedeciesen; y esto le tornaron á enviar á decir tres veces, porque sabian cierto que no les queria obedecer, y tenia determinado el Xicotenga que una noche habia de dar otra vez en nuestro real, porque para ello tenia juntos veinte mil hombres; y como era soberbio y muy porfiado, así ahora como las otras veces no quiso obedecer.

Y lo que sobre ello hizo diré adelante.

CAPÍTULO LXX

Índice

CÓMO EL CAPITAN XICOTENGA TENIA APERCEBIDOS VEINTE MIL HOMBRES ESCOGIDOS, PARA DAR EN NUESTRO REAL, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO.

Como Masse-Escaci y Xicotenga el viejo, y todos los más caciques de la cabecera de Tlascala enviaron cuatro veces á decir á su capitan que no nos diese guerra, sino que nos fuese á hablar de paz, pues estaba cerca de nuestro real, y mandaron á los demás capitanes que con él estaban que no le siguiesen si no fuese para acompañarle si nos iba á ver de paz; como el Xicotenga era de mala condicion, porfiado y soberbio, acordó de nos enviar cuarenta indios con comida de gallinas, pan y fruta, y cuatro mujeres indias viejas y de ruin manera, y mucho copal y plumas de papagayos, y los indios que lo traian al parecer creimos que venian de paz; y llegados á nuestro real, zahumaron á Cortés, y sin hacer acato, como suelen entre ellos, dijeron:

—«Esto os envia el capitan Xicotenga, que comais si sois teules, como dicen los de Cempoal; é si quereis sacrificios, tomá esas cuatro mujeres que sacrifiqueis, y podeis comer de sus carnes y corazones; y porque no sabemos de qué manera lo haceis, por eso no las hemos sacrificado ahora delante de vosotros; y si sois hombres, comed de las gallinas, pan y fruta; y si sois teules mansos, aquí os traemos copal (que ya he dicho que es como incienso) y plumas de papagayos; haced vuestro sacrificio con ello.»

Y Cortés respondió con nuestras lenguas que ya les habia enviado á decir que quieren paz y que no venia á dar guerra, y les venian á rogar y manifestar de parte de nuestro Señor Jesucristo, que es él en quien creemos y adoramos, y el Emperador don Cárlos (cuyos vasallos somos), que no maten ni sacrifiquen á ninguna persona, como lo suelen hacer; y que todos nosotros somos hombres de hueso y de carne como ellos, y no teules, sino cristianos, y que no tenemos costumbre de matar á ningunos; que si matar quisiéramos, que todas las veces que nos dieron guerra de dia y de noche habia en ellos hartos en que pudiéramos hacer crueldades, y que por aquella comida que allí traen se lo agradece, y que no sean más locos de lo que han sido, y vengan de paz.

Y parece ser aquellos indios que envió el Xicotenga con la comida, eran espías para mirar nuestras chozas y entradas y salidas, y todo lo que en nuestro real habia, y ranchos y caballos y artillería, y cuántos estábamos en cada choza; y estuvieron aquel dia y la noche, y se iban unos con mensajes á su Xicotenga y venian otros; y los amigos que traiamos de Cempoal miraron y cayeron en ello, que no era cosa acostumbrada estar de dia ni de noche nuestros enemigos en el real sin propósito ninguno, y que cierto eran espías, y tomaron dellos más sospecha porque cuando fuimos á lo del pueblezuelo Cimpacingo, dijeron dos viejos de aquel pueblo á los de Cempoal, que estaba apercibido Xicotenga con muchos guerreros para dar en nuestro real de noche de manera que no fuesen sentidos, y los de Cempoal entónces tuviéronlo por burla y cosa de fieros, y por no sabello muy de cierto no se lo habian dicho á Cortés; y súpolo luego doña Marina, y ella lo dijo á Cortés; y para saber la verdad mandó Cortés apartar dos de los tlascaltecas que parecian más hombres de bien, y confesaron que eran espías de Xicotenga, y todo á la fin que venian; y Cortés les mandó soltar, y tomamos otros dos, y ni más ni ménos confesaron que eran espías; y tomáronse otros dos ni más ni ménos, y más dijeron, que estaba su capitan Xicotenga aguardando la respuesta para dar aquella noche con todas sus capitanías en nosotros; y como Cortés lo hubo entendido, lo hizo saber en todo el real para que estuviésemos muy alerta, creyendo que habia de venir, como lo tenian concertado.

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