Bernal Díaz del Castillo - Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3)

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Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3): краткое содержание, описание и аннотация

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La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es una obra de Bernal Díaz del Castillo, que fue uno de los soldados participantes en la mayoría de las jornadas de la conquista de México en el siglo XVI. Es una obra de estilo cautivador desde las primeras líneas. Nos narra el proceso de la conquista de México de una manera ruda, aunque sencilla, ágil y directa. Leer su libro es transportarse al pasado y vivir al lado de un soldado todos los sucesos de la conquista: descripciones de lugares, relatos de personajes, anécdotas, críticas agudas y angustiantes relaciones de fatiga y peligros enfrentados.

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Y que donde más mal les habia venido á la contina es de una ciudad muy grande que está de allí andadura de un dia, que se dice Cholula, que son grandes traidores, y que allí metia Montezuma secretamente sus capitanías; y como estaban cerca, de noche hacian salto; y más dijo Masse-Escaci, que tenia Montezuma en todas las provincias puestas guarniciones de muchos guerreros, sin los muchos que sacaba de la ciudad, y que todas aquellas provincias le tributan oro y plata, y plumas, y piedras y ropa de mantas y algodon é indios é indias para sacrificar, y otros para servir.

Y que es tan gran señor, que todo lo que quiere tiene, y que las casas en que vive tiene llenas de riquezas y piedras chalchihuites, que ha robado y tomado por fuerza á quien no se lo da de grado, y que todas las riquezas de la tierra están en su poder; y luego contaron el gran servicio de su casa, que era para nunca acabar si lo hubiese aquí de decir, pues de las muchas mujeres que tenia, y como casaba algunas dellas, de todo daban relacion.

Y luego dicen de la gran fortaleza de su ciudad, de la manera que es la laguna, y la hondura del agua, y de las calzadas que hay por donde han de entrar en la ciudad, y las puentes de madera que tiene en cada calzada, y cómo entra y sale por el estrecho de abertura que hay en cada puente, y cómo en alzando cualquiera dellas se pueden quedar aislados entre puente y puente sin entrar en su ciudad; y cómo está toda la mayor parte de la ciudad poblada dentro en la laguna, y no se puede pasar de casa en casa sino es por unas puentes levadizas que tienen hechas, ó en canoas, y todas las casas son de azuteas, y en las azuteas tienen hechos como á maneras de mamparos, pueden pelear desde encima dellas, y la manera cómo se provee la ciudad de agua dulce desde una fuente que se dice Chapultepeque, que está de la ciudad obra de media legua, y va el agua por unos edificios, y llega en parte que con canoas la llevan á vender por las calles.

Y luego contaron de la manera de las armas, que eran varas de á dos gajos, que tiraban con tiraderas que pasan cualesquier armas, y muchos buenos flecheros, y otros con lanzas de pedernales que tienen una braza de cuchilla, hechas de arte que cortan más que navajas, y rodelas y armas de algodon, y muchos honderos con piedras rollizas é otras lanzas muy largas y espadas de á dos manos de navajas, y trajeron pintados en unos paños grandes de nequen las batallas que con ellos habian habido y la manera del pelear.

Y como nuestro capitan y todos nosotros estábamos ya informados de todo lo que decian aquellos caciques, estorbó la plática y metiólos en otra más honda, y fué que cómo ellos habian venido á poblar á aquella tierra, é de qué partes vinieron que tan diferentes y enemigos eran de los mejicanos, siendo tan de cerca unas tierras de otras; y dijeron que les habian dicho sus antecesores que en los tiempos pasados que habia allí entre ellos poblados hombres y mujeres muy altos de cuerpo y de grandes huesos, que porque eran muy malos y de malas maneras, que los mataron peleando con ellos, y otros que quedaban se murieron; é para que viésemos qué tamaños é altos cuerpos tenian, trujeron un hueso ó zancarron de uno dellos, y era muy grueso, el altor del tamaño como un hombre de razonable estatura: y aquel zancarron era desde la rodilla hasta la cadera: yo me medí con él, y tenia tan gran altor como yo, puesto que soy de razonable cuerpo; y trujeron otros pedazos de huesos como el primero, mas estaban ya comidos y deshechos de la tierra; y todos nos espantamos de ver aquellos zancarrones, y tuvimos por cierto haber habido gigantes en esta tierra; y nuestro capitan Cortés nos dijo que seria bien enviar aquel gran hueso á Castilla para que lo viese su majestad, y así lo enviamos con los primeros procuradores que fueron.

Tambien dijeron aquellos mismos caciques, que sabian de aquellos sus antecesores que les habia dicho un su ídolo en quien ellos tenian mucha devocion, que vendrian hombres de las partes de hácia donde sale el sol y de léjas tierras á les sojuzgar y señorear; que si somos nosotros, holgaran dello, que pues tan esforzados y buenos somos; y cuando trataron las paces se les acordó desto que les habia dicho su ídolo, que por aquella causa nos dan sus hijas para tener parientes que les defiendan de los mejicanos.

Y cuando acabaron su razonamiento, todos quedamos espantados, y deciamos si por ventura dicen verdad; y luego nuestro capitan Cortés les replicó, y dijo que ciertamente veniamos de hácia donde sale el sol, y que por esta causa nos envió el Rey nuestro señor á tenellos por hermanos, porque tienen noticia dellos, y que plegue á Dios nos dé gracia para que por nuestras manos é intercesion se salven; y dijimos todos:

—«Amen.»

Hartos estarán ya los caballeros que esto leyeren de oir razonamientos y pláticas de nosotros á los de Tlascala, y ellos á nosotros; queria acabar, y por fuerza me he de detener en otras cosas que con ellos pasamos; y es que el volcan que está cabe Guaxocingo echaba en aquella sazon que estábamos en Tlascala mucho fuego, más que otras veces solia echar; de lo cual nuestro capitan Cortés y todos nosotros, como no habiamos visto tal, nos admiramos dello; y un capitan de los nuestros, que se decia Diego de Ordás, tomóle codicia de ir á ver qué cosa era, y demandó licencia á nuestro general para subir en él; la cual licencia le dió, y aun de hecho se lo mandó; y llevó consigo dos de nuestros soldados y ciertos indios principales de Guaxocingo, y los principales que consigo llevaba ponian temor con decille que cuando estuviese á medio camino de Popocatepeque, que así se llamaba aquel volcan, no podria sufrir el temblor de la tierra ni llamas y piedras y ceniza que dél sale, é que ellos no se atreverian á subir más de hasta donde tienen unos cues de ídolos, que llaman los teules de Popocatepeque.

Y todavía el Diego de Ordás con sus dos compañeros fué su camino hasta llegar arriba, y los indios que iban en su compañía se le quedaron en lo bajo; despues el Ordás y los dos soldados vieron al subir que comenzó el volcan de echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio quemadas y livianas y mucha ceniza, y que temblaba toda aquella sierra y montaña adonde está el volcan, y estuvieron quedos sin dar más paso adelante hasta de allí á una hora, que sintieron que habia pasado aquella llamarada y no echaba tanta ceniza ni humo, y subieron hasta la boca, que era muy redonda y ancha, y que habia en el anchor un cuarto de legua.

Y que desde allí se parecia la gran ciudad de Méjico y toda la laguna y todos los pueblos que están en ella poblados; y está este volcan de Méjico obra de doce ó trece leguas; y despues de bien visto muy gozoso el Ordás, y admirado de haber visto á Méjico y sus ciudades, volvió á Tlascala con sus compañeros, y los indios de Guaxocingo y los de Tlascala se lo tuvieron á mucho atrevimiento, y cuando lo contaban al capitan Cortés y á todos nosotros, como en aquella sazon no habiamos visto ni oido, como ahora, que sabemos lo que es, y han subido encima de la boca muchos españoles y aun Frailes franciscanos, nos admirábamos entónces dello; y cuando fué Diego de Ordás á Castilla lo demandó por armas á su majestad, é así las tiene ahora en su sobrino Ordás que vive en la Puebla; y despues acá desque estamos en esta tierra no le habemos visto echar tanto fuego ni con tanto ruido como al principio, y aun estuvo ciertos años que no echaba fuego, hasta el año de 1539 que echó muy grandes llamas y piedras y ceniza.

Dejemos de contar del volcan, que ahora, que sabemos qué cosa es y habemos visto otros volcanes, como son los de Nicaragua y los de Guatemala, se podian haber callado los de Guaxocingo sin poner en relacion, y diré cómo hallamos en este pueblo de Tlascala casas de madera hechas de redes, y llenas de indios é indias que tenian dentro encarcelados é á cebo hasta que estuviesen gordos para comer y sacrificar; las cuales cárceles les quebramos y deshicimos para que se fuesen los presos que en ellas estaban, y los tristes indios no osaban de ir á cabo ninguno, sino estarse allí con nosotros, y así escaparon las vidas; y dende en adelante en todos los pueblos que entrábamos, lo primero que mandaba nuestro capitan era quebralles las tales cárceles y echar fuera los prisioneros, y comunmente en todas estas tierras las tenian; y como Cortés y todos nosotros vimos aquella gran crueldad, mostró tener mucho enojo de los caciques de Tlascala, y se lo riñó bien enojado, y prometieron desde allí adelante que no matarian ni comerian de aquella manera más indios. Dije yo que qué aprovechaban aquellos prometimientos, que en volviendo la cabeza hacian las mismas crueldades.

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