Bernal Díaz del Castillo - Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3)

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Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3): краткое содержание, описание и аннотация

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La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es una obra de Bernal Díaz del Castillo, que fue uno de los soldados participantes en la mayoría de las jornadas de la conquista de México en el siglo XVI. Es una obra de estilo cautivador desde las primeras líneas. Nos narra el proceso de la conquista de México de una manera ruda, aunque sencilla, ágil y directa. Leer su libro es transportarse al pasado y vivir al lado de un soldado todos los sucesos de la conquista: descripciones de lugares, relatos de personajes, anécdotas, críticas agudas y angustiantes relaciones de fatiga y peligros enfrentados.

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Y desque los caciques y papas de aquel pueblo y otros comarcanos vieron que tan justificados éramos, y las palabras amorosas que les decia Cortés con nuestras lenguas, y tambien las cosas tocantes á nuestra santa fe, como lo teniamos de costumbre, y que dejasen el sacrificio y de se robar unos á otros, y las suciedades de sodomías, y que no adorasen sus malditos ídolos, y se les dijo otras muchas cosas buenas, tomáronnos tan buena voluntad, que luego fueron á llamar á otros pueblos comarcanos, y todos dieron la obediencia á su majestad; y allí luego dieron muchas quejas de Montezuma, como las pasadas que habian dado los de Cempoal cuando estábamos en el pueblo de Quiahuistlan; y otro dia por la mañana Cortés mandó llamar á los capitanes y caciques de Cempoal, que estaban en el campo aguardando para ver lo que les mandábamos, y aún muy temerosos de Cortés por lo que habian hecho en haberle mentido; y venidos delante, hizo amistades entre ellos y los de aquel pueblo, que nunca faltó por ninguno dellos; y luego partimos para Cempoal por otro camino, y pasamos por dos pueblos amigos de los de Cingapacinga, y estábamos descansando, porque hacia recio sol y veniamos muy cansados con las armas á cuestas; y un soldado que se decia Fulano de Mora, natural de Ciudad-Rodrigo, tomó dos gallinas de una casa de indios de aquel pueblo, y Cortés, que lo acertó á ver, hubo tanto enojo de lo que delante del hizo aquel soldado en los pueblos de paz en tomar las gallinas, que luego le mandó echar una soga á la garganta, y le tenian ahorcando si Pedro de Albarado, que se halló junto á Cortés, no le cortara la soga con la espada, y medio muerto quedó el pobre soldado.

He querido traer esto aquí á la memoria para que vean los curiosos letores cuán ejemplarmente procedia Cortés, y lo que esto importa en esta ocasion. Despues murió este soldado en una guerra en la provincia de Guatimala sobre un peñol.

Volvamos á nuestra relacion: que, como salimos de aquellos pueblos que dejamos de paz, yendo para Cempoal, estaba el cacique gordo, con otros principales, aguardándonos en unas chozas con comida; que, aunque son indios, vieron y entendieron que la justicia es santa y buena, y que las palabras que Cortés les habia dicho, que veniamos á desagraviar y quitar tiranías, conformaban con lo que pasó en aquella entrada, y tuviéronnos en mucho más que de ántes, y allí dormimos en aquellas chozas, y todos los caciques nos llevaron acompañando hasta los aposentos de su pueblo; y verdaderamente quisieran que no saliéramos de su tierra, porque se temian de Montezuma no enviase su gente de guerra contra ellos; y dijeron á Cortés, pues éramos ya sus amigos, que nos quieren tener por hermanos, que será bien que tomásemos de sus hijas é parientas para hacer generacion; y que para que más fijas sean las amistades trujeron ocho indias, todas hijas de caciques, y dieron á Cortés una de aquellas cacicas, y era sobrina del mismo cacique gordo, y otra dieron á Alonso Hernandez Puertocarrero y era hija de otro gran cacique que se decia Cuesco en su lengua; y traíanlas vestidas á todas ocho con ricas camisas de la tierra y bien ataviadas á su usanza, y cada una dellas un collar de oro al cuello, y en las orejas cercillos de oro, y venian acompañadas de otras indias para se servir dellas; y cuando el cacique gordo las presentó, dijo á Cortés:

—« Tecle (que quiere decir en su lengua señor), estas siete mujeres son para los capitanes que tienes, y esta, que es mi sobrina, es para tí, que es señora de pueblos y vasallos.»

Cortés las recibió con alegre semblante y les dijo que se lo tenian en merced; mas para tomallas, como dice que seamos hermanos, que hay necesidad que no tengan aquellos ídolos en que creen y adoran, que los traen engañados, y que no les sacrifiquen; y que como él no vea aquellas cosas malísimas en el suelo y que no sacrifiquen, que luego ternán con nosotros muy más fija la hermandad; y que aquellas mujeres que se volverán cristianas primero que las recibamos; y que tambien habian de ser limpios de sodomías, porque tenian muchachos vestidos en hábito de mujeres que andaban á ganar en aquel maldito oficio; y cada dia sacrificaban delante de nosotros tres ó cuatro y cinco indios, y los corazones ofrecian á sus ídolos y la sangre pegaban por las paredes, y cortábanles las piernas y brazos y muslos, y los comian como vaca que se trae de las carnicerías en nuestra tierra, y aun tengo creido que lo vendian por menudo en los tiangues, que son mercados; y que como estas maldades se quiten y que no lo usen, que no solamente les seremos amigos, más que les hará que sean señores de otras provincias; y todos los caciques, papas y principales respondieron que no les estaba bien de dejar sus ídolos y sacrificios, y que aquellos sus dioses les daban salud y buenas sementeras y todo lo que habian menester; y que en cuanto á lo de las sodomías, que pornán resistencia en ello para que no se use más; y como Cortés y todos nosotros vimos aquella respuesta tan desacatada y habiamos visto tantas crueldades y torpedades, ya por mí otra vez dichas, no las pudimos sufrir; y entónces nos habló Cortés sobre ello y nos trujo á la memoria unas santas y buenas doctrinas, y que, ¿cómo podiamos hacer ninguna cosa buena si no volviamos por la honra de Dios y en quitar los sacrificios que hacian á los ídolos? Y que estuviésemos muy apercebidos para pelear si nos lo viniesen á defender que no se los derrocásemos, y que, aunque nos costase las vidas, en aquel dia habia de venir al suelo.

Y puestos que estábamos todos muy á punto con nuestras armas, como lo teniamos de costumbre para pelear, les dijo Cortés á los caciques que los habian de derrocar; y cuando aquello vieron luego mandó el cacique gordo á otros sus capitanes que se apercibiesen muchos guerreros en defensa de sus ídolos; y cuando vió que queriamos subir en un alto cu, que es su adoratorio, que estaba alto y habia muchas gradas, que ya no se me acuerda qué tantas habia, vimos al cacique gordo con otros principales muy alborotados y sañudos, y dijeron á Cortés que por qué les queriamos destruir.

Y que si les haciamos deshonor á sus dioses ó se los quitamos, que todos ellos perecerian, y aun nosotros con ellos; y Cortés les respondió muy enojado que otra vez les ha dicho que no sacrifiquen á aquellas malas figuras, porque no les traigan más engañados, y que á esta causa los veniamos á quitar de allí, é que luego á la hora los quitasen ellos; si no, que luego los echarian á rodar por las gradas abajo; y les dijo que no los terniamos por amigos, sino por enemigos mortales, pues que les daba buen consejo y no le querian creer; y porque habian visto que habian venido sus capitanes puestos en armas de guerreros, que está enojado con ellos y que se lo pagarán con quitalles las vidas; y como vieron á Cortés que les decia aquellas amenazas, y nuestra lengua doña Marina que se lo sabia muy bien dar á entender y aun los amenazaba con los poderes de Montezuma, que cada dia los aguardaba, por temor desto dijeron que ellos que no eran dignos de llegar á sus dioses, y que si nosotros los queriamos derrocar, que no era con su consentimiento, que se los derrocásemos y hiciésemos lo que quisiésemos.

Y no lo hubo bien dicho, cuando subimos sobre cincuenta soldados y los derrocamos, y venian rodando aquellos sus ídolos hechos pedazos, y eran de manera de dragones espantables, tan grandes como becerros, y otras figuras de manera de medio hombre y de perros grandes y de malas semejanzas; y cuando así los vieron hechos pedazos, los caciques y papas que con ellos estaban lloraban y tapaban los ojos, y en su lengua totonaque les decian que les perdonasen y que no era más en su mano ni tenian culpa, sino estos teules que les derruecan, é que por temor de los mejicanos no nos daban guerra; y cuando aquello pasó, comenzaban las capitanías de los indios guerreros, que he dicho que venian á nos dar guerra, á querer flechar; y cuando aquello vimos, echamos mano al cacique gordo y á seis papas y á otros principales, y les dijo Cortés que si hacian algun descomedimiento de guerra que habian de morir todos ellos; y luego el cacique gordo mandó á sus gentes que se fuesen delante de nosotros y que no hiciesen guerra; y como Cortés los vió sosegados, les hizo un parlamento, lo cual diré adelante, y así se apaciguó todo.

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