Y desque los caciques y papas de aquel pueblo y otros comarcanos vieron que tan justificados éramos, y las palabras amorosas que les decia Cortés con nuestras lenguas, y tambien las cosas tocantes á nuestra santa fe, como lo teniamos de costumbre, y que dejasen el sacrificio y de se robar unos á otros, y las suciedades de sodomías, y que no adorasen sus malditos ídolos, y se les dijo otras muchas cosas buenas, tomáronnos tan buena voluntad, que luego fueron á llamar á otros pueblos comarcanos, y todos dieron la obediencia á su majestad; y allí luego dieron muchas quejas de Montezuma, como las pasadas que habian dado los de Cempoal cuando estábamos en el pueblo de Quiahuistlan; y otro dia por la mañana Cortés mandó llamar á los capitanes y caciques de Cempoal, que estaban en el campo aguardando para ver lo que les mandábamos, y aún muy temerosos de Cortés por lo que habian hecho en haberle mentido; y venidos delante, hizo amistades entre ellos y los de aquel pueblo, que nunca faltó por ninguno dellos; y luego partimos para Cempoal por otro camino, y pasamos por dos pueblos amigos de los de Cingapacinga, y estábamos descansando, porque hacia recio sol y veniamos muy cansados con las armas á cuestas; y un soldado que se decia Fulano de Mora, natural de Ciudad-Rodrigo, tomó dos gallinas de una casa de indios de aquel pueblo, y Cortés, que lo acertó á ver, hubo tanto enojo de lo que delante del hizo aquel soldado en los pueblos de paz en tomar las gallinas, que luego le mandó echar una soga á la garganta, y le tenian ahorcando si Pedro de Albarado, que se halló junto á Cortés, no le cortara la soga con la espada, y medio muerto quedó el pobre soldado.
He querido traer esto aquí á la memoria para que vean los curiosos letores cuán ejemplarmente procedia Cortés, y lo que esto importa en esta ocasion. Despues murió este soldado en una guerra en la provincia de Guatimala sobre un peñol.
Volvamos á nuestra relacion: que, como salimos de aquellos pueblos que dejamos de paz, yendo para Cempoal, estaba el cacique gordo, con otros principales, aguardándonos en unas chozas con comida; que, aunque son indios, vieron y entendieron que la justicia es santa y buena, y que las palabras que Cortés les habia dicho, que veniamos á desagraviar y quitar tiranías, conformaban con lo que pasó en aquella entrada, y tuviéronnos en mucho más que de ántes, y allí dormimos en aquellas chozas, y todos los caciques nos llevaron acompañando hasta los aposentos de su pueblo; y verdaderamente quisieran que no saliéramos de su tierra, porque se temian de Montezuma no enviase su gente de guerra contra ellos; y dijeron á Cortés, pues éramos ya sus amigos, que nos quieren tener por hermanos, que será bien que tomásemos de sus hijas é parientas para hacer generacion; y que para que más fijas sean las amistades trujeron ocho indias, todas hijas de caciques, y dieron á Cortés una de aquellas cacicas, y era sobrina del mismo cacique gordo, y otra dieron á Alonso Hernandez Puertocarrero y era hija de otro gran cacique que se decia Cuesco en su lengua; y traíanlas vestidas á todas ocho con ricas camisas de la tierra y bien ataviadas á su usanza, y cada una dellas un collar de oro al cuello, y en las orejas cercillos de oro, y venian acompañadas de otras indias para se servir dellas; y cuando el cacique gordo las presentó, dijo á Cortés:
—« Tecle (que quiere decir en su lengua señor), estas siete mujeres son para los capitanes que tienes, y esta, que es mi sobrina, es para tí, que es señora de pueblos y vasallos.»
Cortés las recibió con alegre semblante y les dijo que se lo tenian en merced; mas para tomallas, como dice que seamos hermanos, que hay necesidad que no tengan aquellos ídolos en que creen y adoran, que los traen engañados, y que no les sacrifiquen; y que como él no vea aquellas cosas malísimas en el suelo y que no sacrifiquen, que luego ternán con nosotros muy más fija la hermandad; y que aquellas mujeres que se volverán cristianas primero que las recibamos; y que tambien habian de ser limpios de sodomías, porque tenian muchachos vestidos en hábito de mujeres que andaban á ganar en aquel maldito oficio; y cada dia sacrificaban delante de nosotros tres ó cuatro y cinco indios, y los corazones ofrecian á sus ídolos y la sangre pegaban por las paredes, y cortábanles las piernas y brazos y muslos, y los comian como vaca que se trae de las carnicerías en nuestra tierra, y aun tengo creido que lo vendian por menudo en los tiangues, que son mercados; y que como estas maldades se quiten y que no lo usen, que no solamente les seremos amigos, más que les hará que sean señores de otras provincias; y todos los caciques, papas y principales respondieron que no les estaba bien de dejar sus ídolos y sacrificios, y que aquellos sus dioses les daban salud y buenas sementeras y todo lo que habian menester; y que en cuanto á lo de las sodomías, que pornán resistencia en ello para que no se use más; y como Cortés y todos nosotros vimos aquella respuesta tan desacatada y habiamos visto tantas crueldades y torpedades, ya por mí otra vez dichas, no las pudimos sufrir; y entónces nos habló Cortés sobre ello y nos trujo á la memoria unas santas y buenas doctrinas, y que, ¿cómo podiamos hacer ninguna cosa buena si no volviamos por la honra de Dios y en quitar los sacrificios que hacian á los ídolos? Y que estuviésemos muy apercebidos para pelear si nos lo viniesen á defender que no se los derrocásemos, y que, aunque nos costase las vidas, en aquel dia habia de venir al suelo.
Y puestos que estábamos todos muy á punto con nuestras armas, como lo teniamos de costumbre para pelear, les dijo Cortés á los caciques que los habian de derrocar; y cuando aquello vieron luego mandó el cacique gordo á otros sus capitanes que se apercibiesen muchos guerreros en defensa de sus ídolos; y cuando vió que queriamos subir en un alto cu, que es su adoratorio, que estaba alto y habia muchas gradas, que ya no se me acuerda qué tantas habia, vimos al cacique gordo con otros principales muy alborotados y sañudos, y dijeron á Cortés que por qué les queriamos destruir.
Y que si les haciamos deshonor á sus dioses ó se los quitamos, que todos ellos perecerian, y aun nosotros con ellos; y Cortés les respondió muy enojado que otra vez les ha dicho que no sacrifiquen á aquellas malas figuras, porque no les traigan más engañados, y que á esta causa los veniamos á quitar de allí, é que luego á la hora los quitasen ellos; si no, que luego los echarian á rodar por las gradas abajo; y les dijo que no los terniamos por amigos, sino por enemigos mortales, pues que les daba buen consejo y no le querian creer; y porque habian visto que habian venido sus capitanes puestos en armas de guerreros, que está enojado con ellos y que se lo pagarán con quitalles las vidas; y como vieron á Cortés que les decia aquellas amenazas, y nuestra lengua doña Marina que se lo sabia muy bien dar á entender y aun los amenazaba con los poderes de Montezuma, que cada dia los aguardaba, por temor desto dijeron que ellos que no eran dignos de llegar á sus dioses, y que si nosotros los queriamos derrocar, que no era con su consentimiento, que se los derrocásemos y hiciésemos lo que quisiésemos.
Y no lo hubo bien dicho, cuando subimos sobre cincuenta soldados y los derrocamos, y venian rodando aquellos sus ídolos hechos pedazos, y eran de manera de dragones espantables, tan grandes como becerros, y otras figuras de manera de medio hombre y de perros grandes y de malas semejanzas; y cuando así los vieron hechos pedazos, los caciques y papas que con ellos estaban lloraban y tapaban los ojos, y en su lengua totonaque les decian que les perdonasen y que no era más en su mano ni tenian culpa, sino estos teules que les derruecan, é que por temor de los mejicanos no nos daban guerra; y cuando aquello pasó, comenzaban las capitanías de los indios guerreros, que he dicho que venian á nos dar guerra, á querer flechar; y cuando aquello vimos, echamos mano al cacique gordo y á seis papas y á otros principales, y les dijo Cortés que si hacian algun descomedimiento de guerra que habian de morir todos ellos; y luego el cacique gordo mandó á sus gentes que se fuesen delante de nosotros y que no hiciesen guerra; y como Cortés los vió sosegados, les hizo un parlamento, lo cual diré adelante, y así se apaciguó todo.
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