Despues de despedidos los mensajeros mejicanos, vino el cacique gordo, con otros muchos principales nuestros amigos, á decir á Cortés que luego vaya á un pueblo que se decia Cingapacinga, que estaria de Cempoal dos dias de andadura, que serian ocho ó nueve leguas, porque decian que estaban en él juntos muchos indios de guerra de los culúas, que se entiende por los mejicanos, y que les venian á destruir sus sementeras y estancias, y les salteaban sus vasallos y les hacian otros malos tratamientos; y Cortés lo creyó, segun se lo decian tan afectuadamente; y viendo aquellas quejas y con tantas importunaciones, y habiéndoles prometido que los ayudaria, y mataria á los culúas ó á otros indios que los quisiesen enojar; é á esta causa no sabia qué decir, salvo echallos de allí, y estuvo pensando en ello, y dijo riendo á ciertos compañeros que estábamos acompañándole:
—«Sabeis, señores, que me parece que en todas estas tierras ya tenemos fama de esforzados, y por lo que han visto estas gentes por los recaudadores de Montezuma, nos tienen por dioses ó por cosas como sus ídolos. He pensado que, para que crean que uno de nosotros basta para desbaratar aquellos indios guerreros que dicen que están en el pueblo de la fortaleza de sus enemigos, enviemos á Heredia el viejo;» que era vizcaino, y tenia mala catadura en la cara, y la barba grande, y la cara medio acuchillada, é un ojo tuerto, é cojo de una pierna, escopetero.
El cual le mandó llamar, y le dijo:
—«Id con estos caciques hasta el rio, que estaba de allí un cuarto de legua; é cuando allá llegáredes, haced que os parais á beber é lavar las manos, é tira un tiro con vuestra escopeta, que yo os enviaré á llamar; que esto hago porque crean que somos dioses, ó de aquel nombre y reputacion que nos tienen puesto; y como vos sois mal agestado, crean que sois ídolo.»
Y el Heredia lo hizo segun y de la manera que le fué mandado, porque era hombre que habia sido soldado en Italia; y luego envió Cortés á llamar al cacique gordo é á todos los demás principales que estaban aguardando el ayuda y socorro, y les dijo:
—«Allá envio con vosotros este mi hermano, para que mate y eche todos los culúas de ese pueblo, y me traiga presos á los que no se quisieren ir.»
Y los caciques estaban elevados desque lo oyeron, y no sabian si lo creer ó no, é miraban á Cortés si hacia algun mudamiento en el rostro, que creyeron que era verdad lo que les decia; y luego el viejo Heredia, que iba con ellos, cargó su escopeta, é iba tirando tiros al aire por los montes porque lo oyesen é viesen los indios, y los caciques enviaron á dar mandado á los otros pueblos cómo llevan á un teule para matar á los mejicanos que estaban en Cingapacinga; y esto pongo aquí por cosa de risa, porque vean las mañas que tenia Cortés.
Y cuando entendió que habia llegado el Heredia al rio que le habia dicho, mandó de presto que le fuesen á llamar, y vueltos los caciques y el viejo Heredia, les tornó á decir Cortés á los caciques que por la buena voluntad que les tenia que el propio Cortés en persona con algunos de sus hermanos queria ir á hacelles aquel socorro y á ver aquellas tierras y fortalezas, y que luego le trujesen cien hombres tamemes para llevar los tepuzques, que son los tiros, y vinieron otro dia por la mañana; y habiamos de partir aquel mismo dia con cuatrocientos soldados y catorce de á caballo y ballesteros y escopeteros, que estaban apercebidos; y ciertos soldados que eran de la parcialidad de Diego Velazquez dijeron que no querian ir, y que se fuese Cortés con los que quisiese, que ellos á Cuba se querian volver; y lo que sobre ello se hizo diré adelante.
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CÓMO CIERTOS SOLDADOS DE LA PARCIALIDAD DE DIEGO VELAZQUEZ, VIENDO QUE DE HECHO QUERIAMOS POBLAR Y COMENZAMOS Á PACIFICAR PUEBLOS, DIJERON QUE NO QUERIAN IR Á NINGUNA ENTRADA, SINO VOLVERSE Á LA ISLA DE CUBA.
Ya me habrán oido decir en el capítulo ántes deste que Cortés habia de ir á un pueblo que se dice Cingapacinga, y habia de llevar consigo cuatrocientos soldados y catorce de á caballo y ballesteros y escopeteros, y tenian puestos en la memoria para ir con nosotros á ciertos soldados de la parcialidad del Diego Velazquez; é yendo los cuadrilleros á apercebirlos que saliesen luego con sus armas y caballos los que los tenian, respondieron soberbiamente que no querian ir á ninguna entrada, sino volverse á sus estancias y haciendas que dejaron en Cuba; que bastaba lo que habian perdido por sacallos Cortés de sus casas, y que les habia prometido en el Arenal que cualquiera persona que se quisiese ir que les daria licencia y navío y matalotaje; y á esta causa estaban siete soldados apercebidos para se volver á Cuba; y como Cortés lo supo, los envió á llamar, y preguntando por qué hacian aquella cosa tan fea, respondieron algo alterados, y dijeron que se maravillaban querer poblar adonde habia tanta fama de millares de indios y grandes poblaciones, con tan pocos soldados como éramos, y que ellos estaban dolientes y hartos de andar de una parte á otra, y que se querian ir á Cuba á sus casas y haciendas; que les diese luego licencia, como se lo habia prometido; y Cortés les respondió mansamente que era verdad que se la prometió, mas que no harian lo que debian en dejar la bandera de su capitan desamparada; y luego les mandó que sin detenimiento ninguno se fuesen á embarcar, y les señaló navío, y les mandó dar cazabe y una botija de aceite y otras legumbres de bastimentos de lo que teniamos.
Y uno de aquellos soldados, que se decia Hulano Moron, vecino de la villa que se decia Delbayamo, tenia un buen caballo overo, labrado de las manos, y le vendió luego bien vendido á un Juan Ruano á trueco de otras haciendas que el Juan Ruano dejaba en Cuba; é ya que se querian hacer á la vela, fuimos todos los compañeros é alcaldes y regidores de nuestra Villa-Rica á requerir á Cortés que por via ninguna no diese licencia á persona ninguna para salir á tierra, porque así convenia al servicio de Dios nuestro Señor y de su majestad; y que la persona que tal licencia pidiese, por hombre que merecia pena de muerte, conforme á las leyes de la órden militar, pues quieren dejar á su capitan y bandera desamparada en la guerra é peligro, en especial habiendo tanta multitud de pueblos de indios guerreros como ellos han dicho: y Cortés hizo como que les queria dar la licencia, mas á la postre se la revocó, y se quedaron burlados y aun avergonzados, y el Moron su caballo vendido, y el Juan Ruano, que lo hubo, no se lo quiso volver, y todo fué maneado por Cortés, y fuimos nuestra entrada á Cingapacinga.
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DE LO QUE NOS ACAECIÓ EN CINGAPACINGA, Y CÓMO Á LA VUELTA QUE VOLVIMOS POR CEMPOAL LES DERROCAMOS SUS ÍDOLOS Y OTRAS COSAS QUE PASARON.
Como ya los siete hombres que se querian volver á Cuba estaban pacíficos, luego partimos con los soldados de infantería ya por mí nombrados, y fuimos á dormir al pueblo de Cempoal, y tenian aparejado para salir con nosotros dos mil indios de guerra en cuatro capitanías; y el primero dia caminamos cinco leguas con buen concierto, y otro dia á poco más de vísperas llegamos á las estancias que estaban junto al pueblo de Cingapacinga, é los naturales dél tuvieron noticia cómo íbamos; é ya que comenzábamos á subir por la fortaleza y casas, que estaban entre grandes riscos y peñascos, salieron de paz á nosotros ocho indios principales y papas, y dicen á Cortés llorando que por qué los quiere matar y destruir no habiendo hecho por qué, pues teniamos fama que á todos haciamos bien y desagraviábamos á los que estaban robados, y habiamos prendido á los recaudadores de Montezuma; y que aquellos indios de guerra de Cempoal que allí iban con nosotros estaban mal con ellos de enemistades viejas que habian tenido sobre tierras é términos, y que con nuestro favor les venian á matar y robar; y que es verdad que mejicanos solian estar en guarnicion en aquel pueblo; y que pocos dias habia se habian ido á sus tierras cuando supieron que habiamos preso á otros recaudadores; y que le ruegan que no pasemos adelante la armada y les favorezcan; y como Cortés lo hubo muy bien entendido con nuestras lenguas doña Marina é Aguilar, luego con mucha brevedad mandó al capitan Pedro de Albarado y al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí, y á todos nosotros los compañeros que con él íbamos, que detuviésemos á los indios de Cempoal que no pasasen más adelante; y así lo hicimos, y por presto que fuimos á detenellos, ya estaban robando en las estancias, de lo cual hubo Cortés gran enojo, y mandó que viniesen luego los capitanes que traian á cargo aquellos guerreros de Cempoal, y con palabras de muy enojado y de grandes amenazas les dijo que luego les trujesen los indios é indias y mantas y gallinas que habian robado en las estancias, y que no entre ninguno dellos en aquel pueblo; y que porque le habian mentido y venian á sacrificar y robar á sus vecinos con nuestro favor eran dignos de muerte, y que nuestro Rey y señor, cuyos vasallos somos, no nos envió á estas partes y tierras para que hiciesen aquellas maldades, y que abriesen bien los ojos no les aconteciese otra como aquella, porque no habia de quedar hombre dellos á vida; luego los caciques y capitanes de Cempoal trujeron á Cortés todo lo que habian robado, así indios como indias y gallinas, y se les entregó á los dueños cuyo era, y con semblante muy furioso les tornó á mandar que se saliesen á dormir al campo, y así lo hicieron.
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