Tucídides - Historia de la Guerra del Peloponeso

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Historia de la Guerra del Peloponeso es un relato de la guerra homónima, que tuvo lugar en la Antigua Grecia y que enfrentó a la Liga del Peloponeso (liderada por Esparta) y la Liga de Delos (liderada por Atenas). La obra fue escrita por Tucídides, un general ateniense que sirvió en la guerra. La obra es considerada un clásico, además de que se trata de uno de los primeros libros de historia que se conocen. Fue dividida en ocho libros por los editores posteriores de la Antigüedad.

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»Hablando de lo pasado, sabemos que los peloponesios fueron iguales contra los otros griegos en una sola batalla, y en lo restante nunca fueron poderosos para hacer la guerra a aquellos que estaban mejor provistos que ellos, porque no se rigen por un consejo y parecer, sino por el de muchos, y a causa de ello todo lo que han de hacer lo hacen de repente. Y aunque sean iguales en el derecho de votar, son desiguales en ejercerlo, pues cada uno sigue su opinión y mira por su provecho particular, de lo cual no se puede seguir cosa buena; porque si los unos se inclinan a castigar a alguno y perseguirle, los otros se recatan de gastar de su hacienda. Además, acuden tarde y de mala gana a juntarse en consejo para tratar de cosas de la república, determinan en un momento los negocios de ella y gastan la mayor parte del tiempo en tratar de los suyos privados. Cada cual de ellos piensa que las cosas de la república no recibirían más detrimento por su ausencia, suponiendo habrá alguno que haga por él, como si estuviese presente; y siendo todos de esta opinión, no se cuidan de si el bien de la república se pierde por todos juntos. Lo que alguna vez acuerdan no lo pueden realizar por falta de dinero; porque la guerra y sus oportunidades no requieren largas tardanzas.

»Ni hay por qué temamos sus plazas fuertes, ni su armada; porque, respecto a los muros, aunque estuviesen en paz, difícilmente podrían hacer su ciudad tan fuerte como es la nuestra, y menos en tiempo de guerra, pudiendo nosotros, por el contrario, hacer muy bien nuestros reparos y municiones. Y si fortalecieran alguna plaza poniendo en ella guarnición, es verdad que nos podrían hacer daño recorriendo y robando nuestra tierra por alguna parte y sublevando contra nosotros algunos de nuestros súbditos, pero con todas sus fortalezas no nos podrán estorbar el ataque de su tierra por mar, en la cual somos más poderosos que ellos, por el continuo ejercicio de mar. Tenemos más experiencia para poder hacer la guerra por tierra que ellos para hacerla por la mar, en la cual ni tienen experiencia ni la pueden adquirir fácilmente; porque si nosotros, que continuamente hemos navegado desde la guerra de los medos, no estamos perfectamente enseñados en las cosas del mar, ¿cuánto menos lo estarán aquellos siempre acostumbrados a labrar la tierra?

»Nuestros barcos les impidieron siempre aprender la guerra marítima, y si se atreviesen a combatir por mar, aun careciendo de experiencia, si tuvieran numerosa armada y fuese la nuestra pequeña, cuando vean la nuestra grande, y que les aprieta por todas partes, se guardarán de andar por mar, no acostumbrándose a ella, y sabrán poco y servirán para menos. Porque en el arte de la mar, así como en las otras artes, no basta ejercitarse por algún tiempo; antes para saberlo y aprender bien, conviene no ejercitarse en otra cosa. Y si dijeren que tomando el dinero que hay en los templos de Olimpia y de Delfos nos podrán sonsacar los marineros que tenemos a sueldo, dándoles mayor cantidad que nosotros, contestaré que nos causarían daño si estos no fuesen, como lo son, nuestros amigos. Además tenemos patrones y marineros de nuestra nación en mayor número que todos los otros griegos, y ninguno de los que están a sueldo, aparte el peligro a que se pone si nos dejare, querría verse expulsado de nuestra tierra con la esperanza de enriquecerse más con el partido de ellos que con el nuestro; porque dándoles mayor sueldo será por menos días que les durará el nuestro.

»Estas y otras cosas semejantes de los peloponesios juzgo oportuno recordároslas. De nosotros diré lo que siento. Estamos muy libres de aquello que culpamos en ellos y tenemos otras cosas notables, de que ellos carecen. Si quieren entrar en nuestra provincia por tierra, entraremos en la suya por mar, y no será igual el daño que nos harán al que recibirán de nosotros: porque les podemos destruir parte del Peloponeso y ellos no pueden destruir toda la tierra de Atenas. Además no tienen tierra ninguna libre de guerra, y nosotros tenemos otras muchas, así islas como tierra firme, donde no pueden venir a hacernos daño a causa del mar que poseemos, que es una gran cosa.

»Considerad, pues, que si fuésemos moradores de cualquier isla, seríamos inexpugnables y no podríamos ser conquistados. Ahora bien, en nuestra mano está hacer lo mismo en Atenas que si morásemos en alguna isla, que es dejar todas las tierras y posesiones que tenemos en tierra de Atenas, y guardar y defender solamente la ciudad y la mar. Y si los peloponesios, que son más que nosotros, vinieren a talar y destruir la tierra, no debemos por la ira y enojo presentarles batalla, porque aunque los desbaratemos una vez volverán a venir en tan gran número como antes; y si una vez perdiésemos la jornada, perderíamos la ayuda de todos nuestros súbditos y aliados, que cuando entendiesen que no somos bastantes para acometerles por mar con gruesa armada, harían poco caso de nosotros. Cuanto más, que no debemos llorar por que se pierdan las tierras y posesiones si salvamos nuestras personas, pues las posesiones no adquieren ni ganan a los hombres sino los hombres a las posesiones. Y si me quisiereis creer, antes os aconsejaría que vosotros mismos las destruyerais para dar a entender a los peloponesios que no les habéis de obedecer por causa de ellas.

»Otras muchas razones os podría decir para convenceros de que debéis esperar la victoria, si quisiereis oírme, mas no conviene, estando como estáis en defensa de vuestro estado, pensar en aumentar vuestro nuevo señorío, ni añadir voluntariamente otros peligros a los que por necesidad se ofrecen: que ciertamente yo temo más los yerros de los nuestros, que los pensamientos e inteligencia de nuestros enemigos. De esto no quiero hablar más ahora, sino dejarlo para su tiempo y lugar.

»Y para dar fin a mis razones me parece que debemos enviar nuestros embajadores a los lacedemonios, y responderles que no prohibiremos a los megarenses nuestros puertos, ni los mercados con tal que los lacedemonios no veden la contratación en su ciudad a los extranjeros, como la vedan a nosotros y a nuestros aliados y confederados, pues ni lo uno ni lo otro está exceptuado ni prohibido en los tratados de paz. Y en cuanto al otro punto, que nos piden de dejar las ciudades de Grecia libres, y que vivan con sus leyes y libertad, que así lo haremos si estaban libres al tiempo que se hicieron dichos tratados; y si ellos también permiten a sus ciudades gozar de la libertad que quisieren para que vivan según sus leyes y particulares institutos, sin que sean obligadas a guardar las leyes y ordenanzas de Lacedemonia tocante al gobierno de su república. Queremos estar a derecho y someter las cuestiones a juicio según el tenor de nuestros tratados y convenciones, sin comenzar guerra ninguna; pero que si otros nos la declaran y mueven primero, que trabajaremos para defendernos.

»Esta respuesta me parece justa y honrosa y conveniente a nuestra autoridad y reputación, y juntamente con esto conoced que, pues la guerra no se excusa, si la tomamos de grado, nuestros enemigos nos parecerán menos fuertes: y de cuantos mayores peligros nos libraremos, tanta mayor honra y gloria ganaremos, así en común como en particular. Nuestros mayores y antepasados, cuando emprendieron la guerra contra los medos, ni tenían tan gran señorío como ahora tenemos, ni poseían tantos bienes, y lo poco que tenían lo dejaron y aventuraron de buena gana, usando más de consejo que de fortuna, y de esfuerzo y osadía, que de poder y facultad de hacienda. Así expulsaron a los bárbaros y aumentaron su señorío en el estado que ahora lo veis. No debemos, pues, ser menos que ellos, sino resistir a nuestros contrarios, defendernos por todas vías y trabajar por no dejar nuestro señorío más ruin y menos seguro que le heredamos de ellos.»

Habiendo Pericles acabado su razonamiento, los atenienses, aprobando su consejo, determinaron seguirle, y conforme a él, respondieron a los lacedemonios por medio de sus embajadores, que no harían cosa de lo que ellos demandaban, sino que estaban dispuestos a someter a juicio y responder a sus demandas; y con esta respuesta los embajadores volvieron a su tierra. En adelante no curaron de enviar más embajada los unos a los otros. Empero las causas de las diferencias entre ambas partes antes de la guerra, tuvieron origen en las cosas que ocurrieron en Epidamno y en Corcira, aunque por estas no dejaban de comunicarse unos con otros sin farautes ni salvoconducto, aunque ya se recelaban y tenían sospecha entre sí, pues lo que entonces se hacía fue causa de la perturbación y rompimiento de las treguas, y materia y ocasión de la guerra.

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