Tucídides - Historia de la Guerra del Peloponeso

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Historia de la Guerra del Peloponeso es un relato de la guerra homónima, que tuvo lugar en la Antigua Grecia y que enfrentó a la Liga del Peloponeso (liderada por Esparta) y la Liga de Delos (liderada por Atenas). La obra fue escrita por Tucídides, un general ateniense que sirvió en la guerra. La obra es considerada un clásico, además de que se trata de uno de los primeros libros de historia que se conocen. Fue dividida en ocho libros por los editores posteriores de la Antigüedad.

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«Yo, Temístocles, vengo a ti, rey Artajerjes. Soy aquel que causó más males a tu casa que ningún otro griego, mientras me vi obligado a resistir al rey Jerjes tu padre, que nos acometió: empero también le hice muchos servicios cuando me fue lícito hacerlos, y si al volver se salvó del peligro en que se vio, a mí lo debe.» Porque después que Jerjes perdió la batalla naval en Salamina, Temístocles le escribió que se diese prisa a volver, fingiendo que los griegos habían determinado cortar los puentes por donde habían de pasar, y que él lo había estorbado. Y lo restante de la epístola decía: «Al presente los griegos me persiguen por amigo tuyo, y aquí estoy dispuesto a hacerte muchos servicios. He resuelto quedarme un año, para mostrarte después la causa por que vengo.»

Cuando el rey leyó la carta, se maravilló extraordinariamente de su contenido, y le otorgó lo que le demandaba, de quedar un año allí antes de presentarse a él; durante el cual aprendió todo cuanto fue posible, así de la lengua, como de las costumbres de los persas. Después se presentó al rey, y fue más temido y estimado de él que ningún otro de los griegos que a él acudieron, así por la dignidad y honra que había tenido antes, como porque le mostraba los medios de sujetar toda Grecia; y principalmente porque daba a conocer por experiencia que era hombre sabio y diligente, de mayor viveza y lucidez de entendimiento que todos los otros, porque su claro talento adivinaba las cosas no aprendidas, y para proveer en los casos repentinos era de muy presto y atinado consejo.

Tenía gran acierto para prever lo porvenir, mucho juicio en las cosas presentes, y en las ambiguas y dudosas, donde había dificultad en juzgar lo bueno o lo malo, una prudencia maravillosa. Además, era el más resuelto de todos los hombres en todas las cosas de que hablaba, así por don de naturaleza como por la presteza de su ingenio.

Declaró al rey todo lo que convenía hacerse para la empresa contra Grecia, pero antes de que llegase el tiempo de realizarla, murió de enfermedad, aunque algunos suponen que se mató con veneno, viendo que no podía cumplir lo que había prometido al rey.

Fue sepultado en la ciudad de Magnesia en Asia, donde se ve hoy día su sepulcro en el mercado: de cuya ciudad el rey le había dado el gobierno y la renta, que ascendía a cincuenta talentos anuales26 para provisión de pan, y de vino le había dado la ciudad de Lámpsaco por ser el territorio más fértil en vino de toda Asia: y para carnes le dio la ciudad de Miunte27. Dicen que sus parientes llevaron sus huesos por disposición del difunto, y los enterraron en tierra de Atenas sin saberlo los atenienses, porque no es permitido, según las leyes, enterrar el cuerpo de hombre juzgado traidor y rebelde.

Este fin tuvieron Pausanias y Temístocles, ambos varones famosos y célebres capitanes entre los suyos.

XVI

Índice

Deliberan los atenienses sobre si deben aceptar la guerra uobedecer las exigencias de los lacedemonios.

Reclamado por los lacedemonios a los atenienses, y por estos a aquellos que purgasen de una parte y de otra las ofensas y los sacrilegios a los dioses, aquellos pidieron de nuevo a estos que pusiesen en libertad a los potidenses, y dejaran vivir a los de Egina según sus leyes; y sobre todo les declararon que comenzarían la guerra contra ellos, si no revocaban el decreto que habían hecho contra los de Mégara, por el cual se les prohibía desembarcar en puertos de los atenienses, acudir a sus ferias y comerciar con ellos. A todas estas demandas, y principalmente a la de revocar el decreto, los atenienses determinaron no obedecer, acriminando a los megarenses porque ocupaban la tierra sagrada y sin término28, y recibían en su ciudad los esclavos que huían de Atenas.

Finalmente, después de todas estas demandas y respuestas, llegaron tres embajadores de los lacedemonios que eran Ranfio, Melesipo y Agesandro, los cuales sin hacer mención de ninguna de las otras cosas de que habían tratado antes, les dijeron en suma estas palabras: Los lacedemonios quieren la paz con vosotros, la cual podéis gozar si dejáis a los griegos en libertad, y que vivan según sus leyes. Al oír esta demanda los atenienses reunieron su consejo para determinar la última respuesta que les debían dar: y cuando todos dijeron sus pareceres, unos que debían aceptar la guerra y otros que era preferible revocar el decreto contra los megarenses, motivo de la guerra, se levantó Pericles, hijo de Jantipo, que a la sazón era el hombre más principal de toda la ciudad, y con más autoridad para decir y obrar, habló de esta manera:

XVII

Índice

Discurso y opinión de Pericles en el Senado de Atenas, conforme a la cual se da respuesta a los lacedemonios.

«Mi parecer es y fue siempre, varones atenienses, no conceder y otorgar su demanda a los lacedemonios ni rendirnos a ellos, aunque sepa muy bien que los hombres no hacen la guerra al final con aquella ira y ardor de ánimo que la emprenden, sino que según los sucesos mudan y cambian sus voluntades y propósitos. En lo que al presente se consulta, persisto en mi anterior opinión y me parece justo que aquellos de vosotros que participaban de ella si después en algo errásemos, me ayuden a sostener su parecer y el mío; y si acertásemos, que no lo atribuyan a mi sola prudencia y saber, pues comúnmente vemos, que los casos y sucesos son tan inciertos como los pensamientos de los hombres. Por esta razón cuando nos ocurre alguna cosa no pensada acostumbramos culpar a la fortuna.

»Viniendo a lo presente, cierto es que los lacedemonios, antes de ahora, manifiestamente nos han tramado asechanzas y las traman en la actualidad. Porque existiendo en nuestras convenciones y tratados, que si alguna diferencia hubiese entre ambas partes se resuelva en juicio de árbitros de dichas partes, y entretanto las cosas queden en el mismo estado y posesión que se hallaren, debieran pedirnos que sometiéramos a juicio el asunto sobre que hay debate y cuestión, y ni esto piden, ni cuando se lo hemos ofrecido lo han aceptado, porque quieren resolver las cuestiones por medio de las armas y no por la razón, mostrando claramente que antes vienen en son de mando que en demanda de justicia. Nos ordenan que partamos de Potidea, que dejemos a Egina en libertad y que revoquemos el decreto contra los megarenses, y los que han venido a la postre nos mandan que dejemos vivir en libertad a los griegos según sus leyes; y para que ninguno de vosotros piense que es pequeña la exigencia de revocar el decreto contra los de Mégara, a lo cual ellos se atienen, e insisten diciendo que, de hacerlo, no tendremos guerra; y para que ninguno opine que no debemos provocar la guerra por tan poca cosa, os aviso que esta pequeña cosa contiene en sí vuestras fuerzas y la firmeza y consecuencia de todas las otras en que fundo mi opinión. Si les otorgamos esta, inmediatamente os demandarán otra mayor, pareciéndoles que por miedo habéis cedido a su pretensión; y si les recusáis con aspereza, vendrán replicando en igual tono. Por tanto, me parece que debéis determinar a obedecer y pactar con ellos antes de recibir daño, o emprender la guerra, que es lo que yo juzgo por mejor antes que otorgarles cosa alguna grande ni pequeña, para no tener ni gozar con temor lo que tenemos y poseemos.

»En tan gran servidumbre y sujeción se pone el hombre obedeciendo al mandato de sus iguales y vecinos sin tela de juicio, en cosa pequeña como en cosa grande. Y si conviene aceptar la guerra, los que están presentes conozcan y entiendan que no somos los más flacos ni para menos, porque los más de los peloponesios son mecánicos y trabajadores, que no tienen dinero en común ni en particular, ni menos experiencia de guerras, mayormente de las de mar; y si alguna guerra civil tienen no la pueden llevar al cabo por su pobreza. Ni pueden enviar barcos ni traer ejército por tierra, porque se apartarían de sus negocios particulares y perderían su trato y manera de vivir. Además, sabéis bien que la guerra se sostiene más con dinero dispuesto que con empréstitos y demandas. Pues por ser como son mecánicos, y trabajadores sobre todo, antes servirán con sus personas que con dinero, teniendo por cierto que más fácil les será salvar sus cuerpos de los peligros de la guerra que contribuir para los gastos de ella, sobre todo si durare largo tiempo.

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