Tucídides - Historia de la Guerra del Peloponeso

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Historia de la Guerra del Peloponeso es un relato de la guerra homónima, que tuvo lugar en la Antigua Grecia y que enfrentó a la Liga del Peloponeso (liderada por Esparta) y la Liga de Delos (liderada por Atenas). La obra fue escrita por Tucídides, un general ateniense que sirvió en la guerra. La obra es considerada un clásico, además de que se trata de uno de los primeros libros de historia que se conocen. Fue dividida en ocho libros por los editores posteriores de la Antigüedad.

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Cuando los atenienses supieron que su fortaleza había sido tomada, los que estaban en los campos se juntaron y vinieron a cercar a Cilón y a los suyos dentro de ella. Pero porque la plaza era fuerte y se cansaban de estar allí detenidos, la mayor parte se fueron a sus negocios y dejaron allí nueve capitanes con número bastante de gente con encargo de guardar, y mantener el cerco de la plaza, dándoles pleno poder de hacer todo aquello que bien les pareciese en aquel caso para el bien de la ciudad, y durante el sitio hicieron algunas cosas que les parecía convenir al bien de la república. En este tiempo Cilón y su hermano hallaron manera de salir secretamente de la fortaleza y se salvaron. Pero los otros que habían quedado dentro, obligados por el hambre, después de haber muerto muchos, se guarecieron en el gran altar que está dentro de la fortaleza. Los que habían quedado en guarda del cerco los quisieron sacar: viendo que se morían y a fin de que, por su muerte, el templo no fuese profanado y violado, los sacaron fuera, y los mataron. Algunos fueron muertos pasando por delante de los dioses, y otros al pie de los altares, por lo cual todos los culpados de las muertes y sus descendientes fueron condenados por crueles y sacrílegos y desterrados por los atenienses, primero, y por Cleómenes, auxiliado por los atenienses sublevados23. No solamente echaron de la ciudad a los que se hallaron de estas líneas, sino que los huesos de los difuntos los arrojaron fuera de los límites. Pasado algún tiempo, volvieron, y al presente hay algunas casas de estas familias que los lacedemonios pedían fuesen echadas, por saber que Pericles, hijo de Jantipo, descendía de aquella raza por parte de su madre, esperando que si lanzaban a este de la ciudad de Atenas, podrían después más a su placer venir al fin deseado de su guerra contra los atenienses, y si no le echaban, a lo menos le harían odioso al pueblo, pues creería este que por salvar a Pericles se había en parte provocado la guerra. Pericles era en aquel tiempo el hombre más principal de la ciudad de Atenas y de mayor autoridad; siempre contrario a los lacedemonios, y que persuadía a los atenienses que emprendiesen la guerra contra ellos.

A esta demanda respondieron los atenienses diciendo que los lacedemonios purgasen también el sacrilegio de que estaban contaminados a causa de la violencia que hicieron en el templo de Neptuno en Ténaro. Porque, tiempo atrás, los lacedemonios habían sacado fuera del templo de Neptuno y muerto algunos fugitivos hilotas que pedían merced, violando así el templo, a lo cual atribuía el pueblo un gran terremoto que poco después se sintió en la ciudad de Lacedemonia. Además pedían los atenienses a los lacedemonios que purgasen otro sacrilegio de que asimismo estaban contaminados, que se hizo en el templo de Palas en Calcieco, y ocurrió de esta manera:

Después que Pausanias fue privado por los lacedemonios del mando que tenía en Helesponto, y le ordenaron que se defendiese de los cargos que contra él había, aunque fue absuelto de ellos, no por eso le devolvieron el empleo. Viendo esto Pausanias salió de la ciudad de Lacedemonia fingiendo que quería volver al Helesponto y servir en la guerra como soldado; pero su verdadero propósito era tratar con el rey de los medos tocante a esta guerra que él mismo había comenzado, y después, con ayuda del rey, usurpar la tiranía y el mando sobre toda Grecia. Para conseguir su deseo, mucho tiempo antes que le acusaran, había ganado la gracia del rey por un singular servicio que le hizo, y fue que, a la vuelta de Chipre, habiendo tomado la ciudad de Bizancio, y preso a los que el rey había dejado allí de guarnición, entre los cuales había muchos parientes, amigos y familiares del rey, se los envió secretamente, sin dar parte a los otros capitanes, sus compañeros, fingiendo que se le habían escapado. Y esto lo hizo por medio de Góngilo, encargado de guardarlos, con el cual asimismo envió al rey una carta del tenor siguiente:

«Pausanias, general en jefe de los espartanos, al rey Jerjes, salud. Queriendo agradarte y ganar tu gracia, te envío los prisioneros que yo había cogido en buena guerra por las armas: y es mi voluntad, si te pluguiere, desposarme con tu hija, y poner a Esparta y a toda Grecia en tus manos. Lo cual pienso que podría hacer seguramente teniendo buena amistad e inteligencia contigo. Por tanto, si este negocio te agrada envía por mar alguno de los tuyos que sea hombre de confianza, con quien yo pueda comunicar todo mi proyecto y secreto.»

Esta carta alegró mucho a Artajerjes, y prontamente envió a Artabazo, hijo de Farnaces, so color de darle el cargo y gobierno de la provincia de Dascilio, que a la sazón gobernaba Megabates por el rey. Mandole llamar antes y le dio una carta para Pausanias, que estaba en Bizancio, sellada con su sello, y además le encomendó que tratase con Pausanias lo más secreto que pudiese, y si le mandaba hacer alguna cosa que la hiciese. Llegó Artabazo a la provincia de Dascilio, hizo lo que le mandó el rey, y envió la carta a Pausanias, que decía así:

«El rey Jerjes a Pausanias, salud: Te agradezco mucho el placer y buena obra que me hiciste enviándome los prisioneros que tomaste en Bizancio, y nunca será olvidado este favor ni por mí, ni por los míos. En gran manera me agradaron tus razones, y así te ruego que trabajes de noche y de día por poner en ejecución lo que me has prometido, que por mi parte no faltará ni oro, ni plata, ni ejércitos, donde quiera que fueren menester. Sobre lo cual puedes tratar seguramente con Artabazo, al que te envío para esto expresamente por ser hombre sabio y fiel. Y haciéndolo como dices, tus cosas y las mías se abrevien en nuestra honra y provecho.»

Cuando recibió esta carta, Pausanias, a quien los griegos tributaban gran respeto por el cargo y autoridad que tenía, comenzó a engreírse y ensoberbecerse de suerte que no se contentaba con vivir a la manera acostumbrada de los griegos, sino que salía de Bizancio ataviado a la moda de los medos, y andando por tierra de Tracia, llevaba soldados medos y egipcios que le acompañaban, y se hacía servir a la mesa como los medos.

No podía, en efecto, encubrir su corazón ni sus pensamientos, sino que daba a entender en sus hechos lo que tenía en el ánimo. Difícilmente concedía audiencia a los que a él llegaban, y airábase con todos de repente, por lo que ninguno se atrevía a hablarle. Esta fue la principal causa de que los confederados de Grecia se apartasen de los lacedemonios y se unieran a los atenienses. Por ello los lacedemonios le llamaron como antes se ha dicho, y cuando partió por mar en la galera llamada Hermíone sin licencia de la república, advirtiose que hacía lo mismo que antes. Desterrado de Bizancio por los atenienses, que la conquistaron, no volvió más a Esparta, retirándose a unos lugares de tierra de Troya. Estando allí fueron avisados los lacedemonios de que tenía tratos con los bárbaros, y parecioles que no lo debían tolerar. Enviáronle un ministro de justicia con la vara de los éforos, que llama escítala24, mandándole que viniese con el ministro a Esparta, so pena de rebelde y enemigo de la patria. No queriendo parecer sospechoso, y confiando en que con dinero se podía librar de las consecuencias de los crímenes y culpas de que le acusaban, fue a Esparta con aquel ministro, y al llegar le aprisionaron por orden de los éforos, a los cuales es lícito hacer esto mismo hasta con el rey. Puesto después en libertad, presentose a juicio para responder a la acusación que le dirigían.

En Lacedemonia, ni sus contrarios, ni toda la ciudad, hallaron motivo aparente, ni indicio verdadero para castigarle, mayormente siendo hombre de linaje de reyes y de gran autoridad y reputación, porque había sido tutor de Plistarco, hijo del rey Leónidas, y en su nombre había administrado el reino; pero la insolencia de sus costumbres y el querer imitar la vida de los bárbaros les infundía mucha sospecha, de que estaba en inteligencia con ellos, y tramaba alguna cosa para ser señor y mandar entre los suyos.

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