Tucídides - Historia de la Guerra del Peloponeso

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Historia de la Guerra del Peloponeso es un relato de la guerra homónima, que tuvo lugar en la Antigua Grecia y que enfrentó a la Liga del Peloponeso (liderada por Esparta) y la Liga de Delos (liderada por Atenas). La obra fue escrita por Tucídides, un general ateniense que sirvió en la guerra. La obra es considerada un clásico, además de que se trata de uno de los primeros libros de historia que se conocen. Fue dividida en ocho libros por los editores posteriores de la Antigüedad.

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Al saber estos la rebelión de los samios, reunieron una armada de setenta barcos para ir contra ellos, aunque de estos barcos no llegaron más de cuarenta y cuatro a Samos, porque enviaron los demás, parte a Caria para estorbar que los fenicios pasasen a socorrer a los de Samos, y parte a Quíos para traer gente de guerra. Cuando estas cuarenta y cuatro naves, que acaudillaba Pericles con otros nueve capitanes, arribaron a la isla de Tragia y encontraron setenta navíos de los samios, que venían de Mileto, de los cuales veinte venían cargados de gente de guerra, los combatieron y desbarataron; y después de esta victoria, llegándoles de refresco cuarenta navíos de socorro de Atenas y de Lesbos, y veinticinco de Quíos, descendieron a la isla de Samos y pusieron cerco a la ciudad, habiendo primero desbaratado una banda de gente que había salido de la ciudad contra ellos. La cercaron por tres partes, una por mar y dos por tierra. Ocupado en el sitio de la plaza Pericles, le avisaron que los fenicios venían con gran número de navíos a socorrer a los samios, y tomando sesenta de sus barcos, que acababan de llegar, fue con toda diligencia a tierra de Cauno y de Caria. Entretanto, de la otra parte había salido del puerto de Samos Esteságoras con cincuenta navíos para ir a recibir a los fenicios; y como los de Samos fueron avisados de la partida de Pericles, vinieron por mar, con todos los navíos que pudieron juntar, a acometer el campo de los atenienses, que no estaba muy fortificado, embistieron contra los barcos ligeros de los atenienses que hallaron en el puerto, los echaron a pique y vencieron en batalla naval todos los barcos que les salieron al encuentro. De esta manera fueron señores de la mar, y por espacio de catorce días metieron y sacaron fuera de la ciudad todo lo que quisieron. Mas al fin de estos días volvió Pericles con los otros navíos, y los encerró de nuevo en la villa.

Poco después recibieron gran socorro de Atenas, que fue cuarenta barcos, capitaneados por Tucídides, Hagnón y Formión, y veinte navíos de los confederados, cuyos capitanes eran Tlepólemo y Anticles; y de Quíos y Lesbos llegaron treinta naves. Aunque los samios hacían algunas escaramuzas y salidas por mar durante el cerco de la ciudad, que fue de nueve meses, como vieran que no eran poderosos para resistir largo tiempo, se rindieron con estas condiciones: que los muros de la ciudad fuesen derribados, que diesen rehenes y entregasen todos sus navíos a los atenienses, y para los gastos de la guerra pagasen una gran suma de dinero en determinados plazos. También los bizantinos concertaron obedecer a los atenienses, como lo solían hacer antes.

Pasado algún tiempo comenzaron las diferencias entre los de Corcira y de Potidea, de que antes hicimos mención, y entre todos los otros que ya dijimos, las cuales fueron ocasión de la guerra de que hablamos al presente.

Estas son, en efecto, las guerras que los griegos tuvieron, así contra los bárbaros como entre sí, desde que el rey Jerjes partió de Grecia hasta el comienzo de la que ahora escribimos, por espacio de cincuenta años, durante los cuales los atenienses aumentaron en gran manera su imperio y poder, cosa que los lacedemonios sentían y comprendían muy bien, pero no lo impedían, sino que vivieron lo más de este tiempo en paz y reposo, porque no eran muy ligeros para emprender guerras, ni las declaraban sino por necesidad, y también porque estuvieron ocupados con guerras civiles, hasta que vieron que crecía el poder de los atenienses más y más cada día y que maltrataban y ultrajaban a sus amigos y aliados. Entonces determinaron no sufrirlo más y acudir a la guerra con todas sus fuerzas para abatirles si pudiesen.

Cuando declararon por decreto que los atenienses eran quebrantadores de la fe y alianza, y habían injuriado a sus aliados y confederados, enviaron a Delfos para saber del oráculo de Apolo qué fin tendría aquella guerra, y el oráculo respondió:

Que de cierto vencerá Quien fuere más esforzado, Y llamado y no llamado Su socorro les dará.

Habiendo acordado y determinado la guerra por consejo, llamaron de nuevo a sus aliados y confederados a la ciudad de Lacedemonia para consultar el negocio y determinar todos juntamente si convendría comenzarla. Cuando llegaron los procuradores y embajadores de las ciudades, celebraron el consejo para que habían sido llamados; y como los otros hablasen primero culpando a los atenienses, y concluyendo que se les debía hacer la guerra, al final hablaron los corintios, que al principio habían hablado y rogado y persuadido a los otros confederados que comenzasen la guerra inmediatamente contra los atenienses, temiendo que, mientras consultaban, les tomasen estos la ciudad de Potidea. Y saliendo en medio los últimos de todos, hicieron el razonamiento siguiente:

XIII

Índice

Discurso y proposición de los corintios en el Senado de los lacedemonios ante todos los confederados y aliados para persuadirles de la necesidad de la guerra contra los atenienses.

«Varones amigos nuestros, aliados y confederados, no hay razón para culpar a los peloponesios, que no querían determinar la guerra contra los atenienses, puesto que nos juntan aquí para este propósito, por lo cual conviene a los que son caudillos y presidentes de los otros, como lo sois vosotros, que conforme son honrados y acatados sobre todos, tengan igual respeto a las cosas de los particulares, mirándolas como a las públicas, para que sean bien gobernadas y tratadas. En cuanto a lo que toca a nos y a los otros que ya nos hemos apartado de los atenienses, no es menester que nos enseñen cómo nos debemos guardar de ellos. Solamente nos conviene amonestar y avisar a aquellos que habitan la tierra firme lejos de los puertos, donde se hacen las ferias y mercados, que será bien sepan y entiendan que si ellos no dan ayuda y socorro a los que moran en la costa, el trato y comercio de sus bienes y mercaderías les será muy difícil, y lo mismo el retorno de aquello que les llega por mar. No deben ser, por tanto, jueces injustos de lo que tratamos al presente, diciendo que no les toca a ellos nada; antes deben saber que, si no se cuidan de los moradores de la costa y los dejan sucumbir, el peligro y daño vendrá después sobre ellos. Atiendan que la consulta presente se hace tanto por ellos como por los otros, y por eso no deben ser perezosos ni negligentes para emprender esta guerra, a fin de que después puedan tener paz. Porque si es de hombres sabios y prudentes estar quietos y no moverse, si ninguno les injuria, así también es de buenos y animosos, cuando son injuriados, trocar la paz por la guerra, y después de bien hechas y provistas sus cosas volver a la amistad y concordia, no ensoberbeciéndose con la prosperidad de la victoria en la guerra, ni por codicia de paz y reposo sufrir las injurias. Porque todo hombre que por amar el sosiego es perezoso para vengarse, pronto se ve privado del deleite que toma en el descanso; y asimismo el que a menudo provoca la guerra, ensoberbecido con la prosperidad, suele desconocerse a sí mismo, con una crueldad y ferocidad poco segura y menos cierta, porque no hace con razón lo que es obligado a hacer; aunque muchas veces sucede salir bien de las empresas locas y temerarias porque los enemigos son necios, mal aconsejados en los que emprenden, y muchas empresas que parece se acometen con saber y discreción salen mal porque no las ejecutamos como las propusimos y determinamos. Siempre tenemos buena y cierta esperanza de las cosas que emprendemos; pero, al ejecutarlas, muchas veces faltamos por miedo o por temor en la obra.

»En lo que a nosotros toca, que en gran manera hemos sido injuriados por los atenienses, comenzaremos la guerra con buena y justa querella y con intención de vivir en paz y sosiego después que nos hayamos vengado. De esta guerra debemos esperar la victoria por dos razones: la primera, porque tenemos más número de gente y mejores soldados y más experimentados en la lucha, y la segunda, porque estamos todos unidos y resueltos a hacer todo aquello que nos manden. Si tienen más navíos que nosotros, supliremos esta falta con nuestro dinero particular, que cada cual dará en la cantidad que le corresponda, y con el que tiene el templo de Delfos y el de Olimpia, que podemos tomar prestado para atraernos con dádivas sus marineros y aun la gente de guerra, que son extranjeros y tienen a sueldo, lo cual no ocurrirá a nosotros, porque somos más poderosos en gente que en dinero.

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