Tucídides - Historia de la Guerra del Peloponeso

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Historia de la Guerra del Peloponeso es un relato de la guerra homónima, que tuvo lugar en la Antigua Grecia y que enfrentó a la Liga del Peloponeso (liderada por Esparta) y la Liga de Delos (liderada por Atenas). La obra fue escrita por Tucídides, un general ateniense que sirvió en la guerra. La obra es considerada un clásico, además de que se trata de uno de los primeros libros de historia que se conocen. Fue dividida en ocho libros por los editores posteriores de la Antigüedad.

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FIN DEL LIBRO PRIMERO.

LIBRO II

Índice

SUMARIO

I. Los beocios, antes de empezar la guerra, se apoderan por sorpresa de la ciudad de Platea, favorable a los atenienses, siendo arrojados de ella y muertos la mayoría de los que entraron. — II. Grandes aprestos de guerra de ambas partes y de las ciudades a ellas aliadas. — III. Discurso que Arquidamo, rey de los lacedemonios, dirige a los suyos para animarles a la guerra — IV. Persuadidos por Pericles los atenienses que vivían en los campos, acuden con sus bienes a la ciudad, y se preparan a la guerra. — V. Los peloponesios entran a saco en tierra de Atenas, y por consejo de Pericles solo salen contra ellos las tropas de caballería de los atenienses. — VI. Grandes aprestos por mar y tierra que los atenienses hicieron en el verano en que empezó la guerra y el invierno siguiente. Nuevas alianzas hechas por ellos en Tracia y Macedonia, y exequias públicas con que en Atenas honraron la memoria de los muertos en la guerra. — VII. Discurso de Pericles en loor de los muertos. — VIII. Epidemia ocurrida en la ciudad y campo de Atenas en el verano siguiente. Nuevos aprestos belicosos y desesperación de los atenienses. — IX. Discurso de Pericles al pueblo de Atenas para aquietarlo, exhortarle a continuar la guerra y a sufrir con resignación los males presentes. — X. Virtudes y loables costumbres de Pericles. — XI. Nuevos aprestos de guerra que por ambas partes se hicieron aquel verano. La ciudad de Potidea capitula con los atenienses. — XII. Los peloponesios sitian Platea, defendiéndola sus moradores. — XIII. Combate de los atenienses delante de la ciudad de Espartolo, en tierra de Botiea, y de los peloponesios delante de Estrato, en la región de Acarnania. — XIV. Triunfan los atenienses en batalla naval contra los peloponesios, y de ambas partes se preparan a pelear nuevamente en el mar. — XV. Discurso y recomendaciones de Cnemo y de los otros capitanes peloponesios a los suyos. — XVI. Discurso y exhortación de Formión, capitán de los atenienses, a los suyos. — XVII. En la segunda batalla naval ambas partes pretenden haber conseguido la victoria. — XVIII. Intentan los peloponesios tomar por sorpresa el puerto del Pireo, y no lo logran. — XIX. Sitalces, rey de los odrisios, entra en tierra de Macedonia, reinando Pérdicas, y sale de ella sin hacer cosa digna de memoria. — XX. Proezas de Formión, capitán de los atenienses, en Acarnania, y origen de esta tierra.

I

Índice

Los beocios, antes de empezar la guerra, se apoderan por sorpresa de la ciudad de Platea, favorable a los atenienses, siendo arrojados de ella y muertos la mayoría de los que entraron.

La guerra entre atenienses y peloponesios comenzó por los medios y ocasiones arriba dichos, y asimismo entre los aliados y confederados de ambas partes, la cual continuó después de comenzada, sin que pudiesen contratar los unos ni los otros sino mediante farautes y salvo conducto. Escribiremos, pues, de ella, y contaremos por orden lo que pasó así en el verano como en el invierno. Empezó quince años después de los tratados de paz que habían hecho por treinta años, cuando tomaron a Eubea29, que fue a los cuarenta y ocho años del sacerdocio de Críside en la ciudad de Argos, siendo éforo en Esparta Enesio, y presidente y gobernador en Atenas Pitodoro, seis meses después de la batalla que se dio en Potidea, al principio de la primavera. Y en este tiempo algunos tebanos, que serían en número de trescientos, llevando por sus capitanes dos caballeros beocios de los más principales, llamados el uno Pitángelo, hijo de Fílidas, y el otro Diémporo, hijo de Onetóridas, entraron por sorpresa una noche al primer sueño en la ciudad de Platea, situada en tierra de Beocia, y a la sazón confederada con los atenienses. Pudieron hacerlo por tratos e inteligencias con algunos de la ciudad que les abrieron las puertas, que fueron Nauclides y sus compañeros, los cuales querían entregarla a los tebanos, esperando por esta vía destruir la influencia de algunos ciudadanos que eran enemigos suyos, y también por su provecho particular. Para los tratos sirvió de mediador Eurímaco, hijo de Leontíadas, que era el hombre más principal y más rico de Tebas.

Los tebanos, conociendo que en todo caso la guerra se había de hacer contra los atenienses, quisieron antes que se declarase tomar aquella ciudad, que siempre había sido su enemiga: y por este medio entraron en ella fácilmente sin ser sentidos de persona alguna, porque no había guardia y llegaron hasta la plaza, no pareciéndoles entonces poner por obra lo que habían otorgado a los ciudadanos que les facilitaron la entrada, que era ir a destruir las casas de sus enemigos particulares, antes hicieron pregonar que todos aquellos que quisiesen ser aliados de los beocios, y vivir según sus leyes, acudieran allí y trajesen sus armas, esperando que por esta vía atraerían a los ciudadanos a su voluntad. Cuando los de Platea sintieron que los tebanos estaban dentro de su ciudad, temiendo que fuesen más los que habían entrado (porque no los podían ver por ser de noche), aceptaron su petición, fueron a ver y hablar con ellos, y viendo que no querían hacer novedad alguna, se sosegaron. Después, andando en los tratos, conocieron que eran muy pocos, y determinaron acometerlos porque los plateenses se apartaban de mala gana de la alianza con los atenienses. Para no ser vistos si se juntaban por las calles, horadaron sus casas por dentro y pasaron de unas a otras: así en poco rato se hallaron todos juntos en un lugar, pusieron muchas carretas atravesadas en las calles que les sirviesen de trincheras e hicieron otros reparos que les parecieron convenientes y necesarios en aquel momento. Juntos todos, y casi una hora antes del día, salieron de su estancia y vinieron a dar sobre los tebanos, que aún estaban en el mercado esperando. Salieron de noche temiéndose que si los acometían de día se defenderían mejor y con más osadía que no de noche estando en tierra extraña y no teniendo noticia del lugar, según que por experiencia se mostró. Porque viéndose los tebanos engañados y que cargaban sobre ellos, tentaron dos o tres veces salir por alguna calle, mas de todas partes fueron lanzados. Entonces con el gran ruido que había, así de aquellos que les perseguían como de las mujeres y niños, y otros que les tiraban piedras y lodo desde las ventanas, y también con la lluvia que estaba cayendo, quedaron tan atónitos que se dieron a huir por las calles como podían, sin saber dónde iban a parar, así por la mala noche como por no conocer la ciudad; no pudiendo salvarse por ser tan perseguidos y también porque uno de los ciudadanos acudió prontamente a la puerta por donde habían entrado, la única que estaba abierta, y la cerró con una gran tranca en lugar de cerrojo, de manera que los tebanos no pudieron salir por allí. Algunos de ellos subieron sobre las murallas y se arrojaron por ellas pensando salvarse, de los cuales murió el mayor número. Otros llegaron a una puerta que no tenía guardas, y con una hoz que les dio una mujer quebraron la cerradura y se salieron, aunque estos fueron muy pocos, porque los vieron en seguida. Los que andaban por las calles, como los que quebrantaron la cerradura, fueron a parar a un edificio grande que estaba junto a los muros, cuya puerta hallaron por acaso abierta, y pensando que fuese alguna de las puertas de la villa y que se podrían salvar, entraron por ella. Entonces, viendo los ciudadanos que todos estaban encerrados, discutieron si les pondrían fuego para quemarlos a todos juntos, o si los matarían de otra manera. Mas al fin aquellos y todos los otros que andaban por la villa se rindieron con sus armas a merced de los de la ciudad.

Entretanto que esto pasaba en la ciudad de Platea, los otros tebanos que habían de seguir de noche con toda la gente a los que primero habían entrado para ayudarles si fuese menester, tuvieron nuevas en el camino de que los suyos habían sido desbaratados y perseguidos; apresuráronse lo más que pudieron a acudir en su socorro, mas no pudieron llegar a tiempo, porque de Tebas a Platea hay noventa estadios30, y la lluvia grande que había caído aquella noche les detuvo; además el río Asopo, que habían de atravesar, a causa de la mucha agua que había caído, estaba malo de pasar a vado. De modo que cuando pasaron a la otra parte y fueron avisados de que los suyos, que entraron primero en la ciudad, habían sido todos muertos o presos, celebraron consejo entre sí para acordar si prenderían a todos los de Platea que estaban fuera de la ciudad, que serían muchos, y asimismo gran número de bestias, ganado, y bienes muebles, a causa de que aún no estaba declarada la guerra, para con esta presa rescatar los prisioneros de los suyos que quedaron vivos dentro de la ciudad. Estando en esta consulta, los plateenses, sospechando lo que tramaban, les enviaron un faraute para demostrarles que habían hecho lo que debían al querer tomarles por sorpresa su ciudad durante la paz, y para declararles que si hacían daño a los ciudadanos que estaban en el campo matarían todos los prisioneros tebanos que tenían; pero que si se iban fuera de sus tierras sin injuriarles, se los entregarían vivos; jurándolo así, según afirman los tebanos, aunque los de Platea dicen que no les prometieron darles en seguida sus prisioneros, sino después de hecho el convenio, y esto sin juramento. De cualquier manera que sea, los tebanos partieron para su ciudad sin hacer daño en tierra de los plateenses; y los plateenses, después de traer a la ciudad todo lo que tenían en los campos, mandaron matar los prisioneros que serían cerca de ciento ochenta, entre los cuales estaba Eurímaco, que había convenido la traición. Así hecho, enviaron su mensajero a Atenas y entregaron los muertos a los tebanos, según su promesa, abasteciendo su ciudad de todas las cosas necesarias.

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