Tucídides - Historia de la Guerra del Peloponeso

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Historia de la Guerra del Peloponeso es un relato de la guerra homónima, que tuvo lugar en la Antigua Grecia y que enfrentó a la Liga del Peloponeso (liderada por Esparta) y la Liga de Delos (liderada por Atenas). La obra fue escrita por Tucídides, un general ateniense que sirvió en la guerra. La obra es considerada un clásico, además de que se trata de uno de los primeros libros de historia que se conocen. Fue dividida en ocho libros por los editores posteriores de la Antigüedad.

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Cuando los atenienses supieron lo que había pasado en Platea, mandaron prender a todos los beocios que se hallasen en tierra de Atenas y enviaron su mensajero a Platea para que no hiciesen mal ninguno a los tebanos que tenían en prisión hasta que ellos determinasen en consejo lo que debiera hacerse, pues no sabían que los hubiesen muerto, porque el primer mensajero que vino a Atenas partió de Platea cuando los tebanos entraron, y el segundo después que fueron vencidos y presos. Enviaron los atenienses su faraute o trompeta, y cuando llegó halló que todos los prisioneros habían sido muertos. Los atenienses enviaron un ejército a Platea con provisión de trigo para abastecer la ciudad; juntamente con esto dejaron buena guarnición de gente de guerra, y sacaron de la ciudad las mujeres y los niños, y los otros que no eran para tomar las armas.

II

Índice

Grandes aprestos de guerra de ambas partes y de las ciudades a ellas aliadas.

Hechas estas cosas en Platea, y viendo los atenienses claramente las treguas rotas, se aprestaron a la guerra, y lo mismo hicieron los lacedemonios y sus aliados y confederados. Ambas partes enviaron sus embajadores al rey de Media y a los otros bárbaros de quien esperaban ayuda, y procuraban traer a su bando las ciudades de fuera de su señorío. Los lacedemonios encargaron a las ciudades de Italia y Sicilia, que seguían su partido, que hiciesen navíos de guerra, cada cual cuantos pudiese, además de los que tenían aparejados, de suerte que llegasen al número de quinientos, y también que les proveyesen de dinero, no cuidando de hacer otros aprestos; que no recibiesen en sus puertos más de una nave de Atenas cada vez, hasta tanto que estuvieran dispuestas todas las cosas necesarias para la guerra.

Los atenienses por su parte, primeramente apercibieron a las ciudades sus confederadas y enviaron sus embajadores a las otras cercanas al Peloponeso, como son Corcira, Cefalenia, Acarnania, Zacinto; porque entendían que si estas ciudades se aliaban con ellos, más seguramente podrían hacer guerra por mar en torno del Peloponeso.

Ninguna de ambas partes fijaba sus pensamientos en cosas pequeñas, ni emprendían la guerra de otra suerte sino como convenía a su autoridad y reputación; y como al principio todos se disponen con ardor a la guerra, muchos jóvenes, así de Atenas como del Peloponeso, de buena gana se alistaban porque no la habían experimentado. Además todas las otras ciudades de Grecia se animaban viendo que las principales se inclinaban a ella.

Había muchos pronósticos, y relataban los oráculos respuestas de los dioses de muchas maneras, así en las ciudades que emprendían la guerra, como en las otras. Y aconteció que en Delos tembló el templo de Apolo, lo cual nunca fue visto ni oído desde que los griegos se acuerdan. Y por las señales que veían juzgaban todo lo venidero y lo inquirían con toda diligencia. La mayor parte se aficionaban antes a los lacedemonios que a los atenienses, porque decían y publicaban que querían dar a Grecia la libertad. De aquí que todos, así en común como en particular, de palabra y de obra, se disponían a ayudarles con tanta afición, que cada cual pensaba que si él no se hallaba presente, la cosa se impediría por su falta. Muchos estaban indignados contra los atenienses: unos porque les quitaban el mando, y otros porque temían caer en su dominio. Así, pues, de corazón y de obra se preparaban de ambas partes. Las ciudades que cada cual tenía por amigas y confederadas para la guerra eran estas: de parte de los lacedemonios, todos los peloponesios que habitan dentro del estrecho de mar que llaman Istmo, excepto los argivos y los aqueos, que eran tan amigos de los unos como de los otros; y de los aqueos no hubo al principio sino los pelenos que fuesen del partido de los lacedemonios, aunque a la postre lo fueron todos. Fuera del Peloponeso eran de su bando los megarenses, los focenses, los locros, los beocios, los ambraciotes, los leucadios, los anactorios. De estos, los corintios, los megarenses, los sicionios, los pelenos, los eleos, los leucadios y los ambraciotes proveyeron de navíos; los beocios, los focenses y los locros de gente de a caballo, y las otras ciudades de infantería.

De parte de los atenienses estaban los de Quíos, los de Lesbos, los de Platea y los mesenios, que habitan en Naupacto, y muchos de los acarnanios; los corcirenses, los zacintios y los otros que son sus tributarios, entre los cuales eran los carios, que habitan la costa de la mar, y los dorios que están junto a ellos. La tierra de Jonia, los de Helesponto y muchos lugares de Tracia; y todas las islas que están fuera del Peloponeso y de Creta hacia levante, que se llaman Cícladas, excepto Melos y Tera. De estos, todos los de Quíos, Lesbos y los corcirenses proveyeron de navíos, y los otros todos de gente de a pie. Tal fue el apresto y ayuda de los aliados y confederados de las dos partes.

Volviendo a la historia, los lacedemonios cuando supieron lo que había acaecido en Platea, enviaron un mensaje a sus aliados y confederados para que tuviesen a punto su gente; y prepararon todas las cosas necesarias para salir al campo un día señalado, y entrar por tierra de Atenas. Hecho así, las fuerzas de todas las ciudades se hallaron a un mismo tiempo en el estrecho del Peloponeso llamado Istmo, y poco después arribaron los otros. Cuando todo el ejército estuvo reunido, Arquidamo, rey de los lacedemonios, que era caudillo de toda la hueste, mandó llamar a los capitanes de las ciudades, y principalmente a los más señalados, y les dijo estas razones:

III

Índice

Discurso que Arquidamo, rey de los lacedemonios, dirige a los suyos paraanimarles a la guerra.

«Varones peloponesios y vosotros nuestros compañeros aliados y confederados, bien sabéis que nuestros mayores y antepasados hicieron muchas guerras así en tierra del Peloponeso como fuera de ella. Y aquellos de nosotros que somos más ancianos tenemos alguna experiencia de guerra, empero nunca jamás tuvimos tan gran aparato de ella ni salimos con tan gran poder como al presente, que vamos contra una ciudad muy poderosa y donde hay muchos y muy buenos guerreros. Por tanto es justo que no nos mostremos inferiores a nuestros mayores, ni demos vergüenza a la gloria y honra ganada por ellos y por nosotros adquirida, porque a toda Grecia conmueve esta guerra, y está muy atenta a la mira, esperando y deseando el buen suceso de nuestra parte, por el gran odio que tiene a los atenienses.

»Mas no porque nos parezca que somos muchos en número, y que vamos contra nuestros enemigos con gran osadía, debemos pensar que no osarán salir a pelear contra nosotros, y por esta causa no nos debemos descuidar en ir bien apercibidos; antes conviene que cada cual de nosotros, así el capitán de la ciudad, como el soldado, se recele siempre de caer en algún peligro por su culpa; pues los casos de la guerra son inciertos, de las cosas pequeñas se llega a las más grandes, y hartos vienen a las manos por una pequeña causa o por ira. Muchas veces los que son en menor número porque se recatan de los que son más, los vencen, si aquellos, por tener en poco a su contrario, van mal apercibidos. Por lo cual, conviene siempre que, entrados en tierra de los enemigos, tengamos ánimo y corazón de pelear osadamente, y que venidos al hecho nos apercibamos con recelo y cautela. Haciéndose esto, seremos más animosos para acometer a los enemigos, y más seguros para pelear resistiendo. Debemos pensar que no vamos contra una ciudad flaca y desapercibida incapaz de defenderse, sino contra la ciudad de Atenas, muy provista de todas las cosas necesarias, y creer que son tales que saldrán a pelear contra nosotros; si no fuere ahora, a lo menos cuando nos vieren en su tierra talándola y destruyéndola, porque todos aquellos que ven al ojo y de repente algún mal no acostumbrado, se mueven a ira y saña, y generalmente los menos razonables salen con ira y furor a la obra, lo cual es verosímil hagan los atenienses más que todas las otras naciones, porque se tienen por mejores y más dignos de mandar y dominar a los otros, y de destruir la tierra de sus vecinos antes que ver destruida la suya.

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