1 ...7 8 9 11 12 13 ...27 No habrá quienes supongan, ante el creciente fenómeno literario (e industrial) de la literatura infantil, que hace cinco o seis décadas no se producían cuentos o novelas para niños en el Perú. Ahí están para negarlo Francisco Izquierdo Ríos y Carlota Carvallo, nuestros más grandes creadores. Tal vez algunos presuman que ni pensarlo a lo largo del siglo XIX, regido por el distinguido tradicionista Ricardo Palma… cuando en Europa se escribían los grandes clásicos infantiles como Peter Pan (pieza teatral, 1905 – edición, 1911) y Las aventuras de Pinocho (novela por entregas, 1882-1883). Quizás parezca un desvarío imaginar que durante el Virreinato existiera un coro de voces, de tono festivo o tremebundo, que narraran cuentos para los pequeños… mientras por aquellos años, en los pueblos del Viejo Mundo, los hermanos Grimm recopilaban con devoción verdaderas joyas orales venidas de la oscura Edad Media —tan cautivantes hasta hoy—, que se han convertido en hontanar de la moderna literatura para niños y jóvenes de occidente. Por eso es conveniente indagar en los primitivos relámpagos de nuestra literatura infantil y acercarnos a su llama formativa, como también al fuego lento de su evolución.
En las navegaciones académicas por las historias y antologías generales de literatura peruana —no me refiero a selecciones infantiles, tan insulares y escolásticas hasta hace unos años— he encontrado una sola excepción: el minucioso y original trabajo de Enrique Ballón, titulado Antología general de la prosa en el Perú. De 1895 a 1985. Tomo III (Edubanco, 1986). Aquí presenta un apartado titulado La narrativa infantil, que se abre con estas palabras:
La narrativa infantil es producida en nuestro país por los profesores de escuela, a fin de emplearla como auxiliar pedagógico. Sin embargo, algunos escritores también se han preocupado por incursionar en este prototipo de narrativa que, como es de suponer, se halla influido por ciertos criterios de literatura académica y formal, determinando así su carácter semi-institucional.
El profesor Ballón incluye con excelente criterio cuatro valiosos cuentos y hace una mínima referencia a cada uno: “La respuesta del algodón”, de Mariela Nieri de Dammert; “La laguna encantada”, de Carlota Carvallo de Núñez; “El colibrí con cola de pavo real”, de Francisco Izquierdo Ríos; y “El mundo de Santiago”, de Ana y Elizabeth Mayer. Al parecer todos estos cuentos publicados en la década de 1960.
Dos estudios en torno al género
Es preciso detenernos en dos estudios que inauguran la reflexión en torno al género: El papel de la literatura infantil (Lima, 1967) de Carlota Carvallo de Núñez y La literatura infantil en el Perú (Lima, 1969) de Francisco Izquierdo Ríos. El ensayo de Carvallo de Núñez está precedido por una presentación de Matilde Indacochea Pejoves, también especialista en el tema, quien destaca el carácter pionero de revisión de un género incipiente y cuyo valor reside, además, en “despertar el interés por una causa que cada día va ganando más terreno entre los padres, los educadores, los bibliotecarios y los libreros”. De estas líneas se deducen las aristas de atención que dedica la autora en esta modesta publicación del desaparecido Consejo Nacional de Menores.
Con una visión drástica, a tono con la ideología de la época, Carvallo de Núñez censura desde el inicio la “nociva influencia de las historietas ilustradas o cómics, el cine y la televisión…”, y subraya la importancia de una auténtica literatura nacional, cuya finalidad rebasa el mero pasatiempo para sumergirse en la psicología y la categoría artística. Valora los vaivenes entre la realidad y a la fantasía, los diversos procedimientos literarios de los que se vale el género y menciona dos casos ejemplares: el escritor estadounidense de origen holandés Meindert DeJong, ganador del Andersen 1962, y la escritora chilena Marcela Paz, creadora de un personaje muy popular: Papelucho.
Carvallo de Núñez (1967) hace un recuento de las actividades organizadas en beneficio de la creación y la difusión de la literatura infantil —seminarios, congresos, apoyo a bibliotecas—; registra la importancia y evolución de las ilustraciones en los libros para niños; reseña algunas opiniones de la psicología moderna en torno a los beneficios de la lectura, por sus componentes imaginativos y lúdicos; subraya, de otro lado, sus inquietudes frente al mundo actual, plagado de comodidades materiales que ponen en riesgo la libertad individual; y reflexiona sobre el oficio del escritor para niños y sus requerimientos: “El cuento infantil ha de ser ágil y ameno. Debe encauzar la imaginación e inclinar la sensibilidad hacia las cosas bellas. Inculcar comprensión y amor hacia la humanidad”.
Luego de este repaso algo apocalíptico de la cultura infantil entronizada en el mundo contemporáneo, Carvallo de Núñez ofrece una “Breve reseña de la literatura infantil en el Perú”: menciona sobre todo a escritoras como Angélica Palma, María Wiesse, Alida Elguera y Alicia Larrabure. Destaca, más adelante, a los novelistas que han aprovechado de nuestro folklore: Ciro Alegría, Arturo Jiménez Borja, José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos. En poesía nombra a Catalina Recavarren de Zizold, Julia del Mar y Luchi Blanco; y en teatro a María Tellería y Omar Zilbert, entre otros.
Dos años después la Casa de Cultura del Perú, hoy Ministerio de Cultura, publica La literatura infantil en el Perú (1969) de Francisco Izquierdo Ríos. Es un libro pequeño y de valor inapreciable, tanto por su contenido ensayístico como antológico, que resulta incomprensible que no haya sido reeditado en este medio siglo transcurrido. La primera parte del libro se abre con una pregunta crucial: “¿Existe literatura para niños en el Perú?”. Izquierdo Ríos no se distrae en disquisiciones sobre “literatura infantil” o “literatura para niños”, su preocupación fundamental es qué poner en manos del pequeño lector para que capture su interés y su complacencia: “La literatura infantil —afirma— debe proporcionar al niño un alto goce estético, despertando en él amor profundo por la Naturaleza, por la Vida, por la Patria, por la Humanidad”.
Gracias a su vocación por la docencia —y también a pesar de ese compromiso—, el autor comprende y advierte que las virtudes de la literatura van por caminos distintos a las estrategias pedagógicas. Cruzarlos, confundir sus improntas, es un error que volatiliza la lección del aula y estorba:
la captación espontánea del pequeño y ansioso lector. Los niños deben interpretar la naturaleza de los temas sintiéndolos, gozándolos con amplia libertad, a sus anchas. Ya la literatura infantil con moraleja al pie de las composiciones debe pasar a la historia. (Izquierdo Ríos, 1969, p. 8)
Lamenta el oficio censor de muchos maestros y reivindica el papel del niño como descubridor de sus temas de interés, teniendo, desde luego, al maestro como atento acompañante y guía. De esa conjunción de vivacidad infantil y miramiento adulto se consigue un estado mágico que sella el concepto que tiene el autor: “La literatura infantil es recreativa y educativa a la vez. Una composición, cual sea ella, influyendo en la sensibilidad del niño, está educándolo” (Izquierdo Ríos, 1969).
Sobre la base de la valoración del adulto, que disfruta y pondera los alcances de la literatura infantil, Izquierdo Ríos hace una revisión de los mejores ejemplos de la literatura universal. Menciona una gama de testimonios ajenos a toda expresión “de ñoñeces, de infantilismos y de puerilidades”: desde los cuentos populares europeos y los cantares de gesta, hasta narradores modernos de la envergadura de Antón Chejov, Óscar Wilde y Horacio Quiroga. Relación de nombres que revelan su apertura de ilustración y discernimiento, pues hace la salvedad de los riesgos perturbadores que representan algunos libros; Las mil y una noches o El Decamerón , verbigracia.
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