En realidad, más que señalar a los presuntos responsables de la falsificación de la historia de la ciudad —los “escritores pasatistas”, por ejemplo—, lo que interesa son las imágenes que, paradójicamente, han terminado por ocultar la ciudad. En realidad lo que subraya Salazar Bondy no es que existe una “verdadera imagen” de la ciudad que se ha perdido para siempre en los anales de la historia, sino que toda imagen es producto de la representación de un referente —Lima, por ejemplo— y que en ello interviene la pertenencia a una clase social de quien representa. Esa es una idea marxista porque explica el nivel de lo simbólico, tomando en cuenta la extracción socioeconómica de quien escribe.
¿Cómo emanciparnos de esta embustera seducción?
Solamente a través del despertar de la conciencia, lo cual pasa primero por generar polémica y hasta escándalo; pero ese es precisamente el objetivo del libro. En ese sentido, es importante que —a pesar de la incomprensión de ciertos sectores de la sociedad—, haya resultado decisivo en la formación de muchos intelectuales, escritores y artistas. Ello podría comprobarse de una manera muy sencilla, ya sea a través de una encuesta u otro medio.
¿Crees que los rasgos culturales más recurrentes de nuestra ciudad señalados por Salazar Bondy son la persistencia del pasado, el culto al boato palaciego y el fervor por las formas vacías?
Los rasgos culturales que mencionas están íntimamente ligados al concepto de lo “huachafo”, y que aparece explicado en el capítulo “Sátira e instinto de casta”. Allí se lee: “El recién mentado es un peruanismo que reúne en un solo y pleno haz los conceptos de cursi, esnobista y ridículo. Huachafo no es término viejo (se le atribuye al periodista Jorge Miota, de la primera treintena de este siglo) mas su admisión en la lengua viva ha sido apoteósica. Está en el habla diaria y excepcional, culta y popular, ofensiva y cariñosa”.
Creo que el término es examinado como un rasgo adoptado principalmente por los nuevos ricos; en este caso, la pequeña burguesía limeña, sector que ha logrado enriquecerse y ascender en la escala social. Para Salazar Bondy, se trata de casos de “disfracismo” o “ardides” para aparentar la pertenencia a una clase de la que no se es parte: “son casos de disfracismo en pos de la categoría que no se tiene y que se presume superior aunque de hecho no lo sea. Lo postizo, es, en último término, huachafo, y según las previas categorías constituye antes lo huachafito , lo huachafoso y lo huachafiento . Importa pues la intención que dirige el mimetismo arribista”.
¿De qué manera explica Salazar Bondy la herencia de las formas coloniales? ¿Ese “fetichismo literario” por perpetuar las jerarquías y las conductas pasadistas?
La imitación presente en lo huachafo es, en el fondo, una manera de perpetuar las desigualdades sociales en vez de enfrentarlas. Por otro lado, el concepto sirve también para discriminar a quien es huachafo de quien no; es decir, funciona como un mecanismo de reconocimiento de lo falso, de lo espurio. Sin embargo, lo que también habría que preguntarse es hasta qué punto los propios conquistadores que llegaron al Perú no fueron a su vez falsos imitadores de los rasgos dominantes que distinguían a la aristocracia terrateniente española de su época. Ello sugeriría que la huachafería es también un rasgo presente en las clases dominantes de nuestra sociedad desde el momento mismo de la fundación de la Colonia.
A partir de la afirmación: “Tenemos más de costumbrismo que de costumbres”, Salazar Bondy expone algunas de nuestras manías protegidas por el criollismo y sus celebradas manifestaciones. ¿Es un color local, una impostura o un fraude folclórico?
Quisiera responder la pregunta desde otro flanco. Si bien es cierto que hay en el libro un énfasis por desenmascarar el criollismo bajo todas sus formas —otra de ellas, el “perricholismo”—, hay que ser conscientes de que ello también se relaciona con las transformaciones que estaba sufriendo Lima por entonces: cuando Salazar Bondy está escribiendo Lima la horrible , la “Lima criolla” —que podemos encontrar representada en un autor como Diez Canseco— ya estaba en proceso de desaparecer; si bien aún subsistía como una subcultura, estaba empezando a declinar. El propio Salazar Bondy ya lo señalaba en un artículo de 1956, titulado “La ciudad que semeja el país”. Esto lo digo porque hay quienes afirman y repiten la idea de que la visión que Salazar Bondy tenía de la ciudad y el país era, para su época, anacrónica y eso es completamente falso.
¿Cómo juzgas la “viveza criolla” y las repercusiones que ha tenido en nuestra vida política?
Hacer una historia de la “viveza criolla” y su influencia en el poder político es una idea muy provocadora, pero me temo que sería sumamente difícil llevarla a cabo desde el momento en que el concepto mismo es muy volátil. Salazar Bondy se esforzó por delimitarlo, pero aun así creo que ha envejecido o, en todo caso, se ha diluido entre otras formas de conducta que imperan en el presente y resultan más eficientes en términos económicos.
Ya nadie habla de las Grandes Familias, de aquellos linajes que venían del Virreinato y se establecían en la República. ¿Recuerdas que hace unas décadas era un gran tema político? ¿De qué manera lo observa Salazar Bondy?
Es cierto, ya nadie habla de las Grandes Familias sino de corporaciones, empresas, negocios, franquicias, etcétera. Quizás lo que se ha transformado es la naturaleza misma de lo que se podría llamar el Gran Capital. Creo que la desaparición del rótulo obedece a los cambios que han ocurrido en la conformación económica y social de la sociedad, aunque ello no significa decir que estamos ante una sociedad más justa o digna que aquella que Salazar Bondy conoció.
¿No es la hipocresía limeña uno de los grandes tópicos del libro? ¿Por ejemplo la ambivalencia entre la devoción religiosa y la más ordinaria voluptuosidad?
Absolutamente, y ese tema sí ha conservado su vigencia cuando observamos la influencia que aún tiene la Iglesia católica en un Estado que se autodefine como laico. En el ámbito de la devoción religiosa, Salazar Bondy también detecta un “disfracismo” cuando al referirse al culto a Santa Rosa y San Martín de Porres sostiene que: “[a]mbos místicos… han sido, sin embargo, incorporados al folklore criollista y colocados en un lugar visible del friso de la quimera virreinal para que con sus aureolas lo prestigien. Se habla de ambos, se les literatiza, cancionea y trafica, como frutos del idilio colonial, idénticos en su origen y sentido a la picaresca tapada, al capitanzuelo calavera, al ventral oidor, a cualquier máscara del acartonado museo de la Arcadia Colonial”.
¿Qué opinas de la visión que tiene Salazar Bondy de la figura femenina? Para él no existe tanta diferencia entre tapada de la colonia y la candidata a Miss Perú: una apariencia conservadora que esconde turbulencia erótica y astucia irrefrenable.
La visión de la mujer es, para su época, revolucionaria. Quizás hoy no notemos lo que significaban para sus lectores afirmaciones como la siguiente: “Las limeñas atraen para devorar (F. Dabadié), han decretado, en diversos tonos, los viajeros que fueron capaces de eludir la trampa matrimonial y un refrán popular consagra que Lima es paraíso de mujeres, purgatorio de hombres e infierno de maridos”.
Sé, incluso de un artículo que escribió como respuesta a los ataques personales que un tal Carlos Neuhaus le hiciera en Caretas , después de la publicación del libro. Salazar Bondy estima que la liberación de la mujer limeña la convertirá en un factor decisivo para el progreso y la justicia de la sociedad.
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