Mujercitas ,
Heidi ,
Una niña anticuada ,
Los muchachos de Jo ), los leí aconsejada por él (lo mismo que los otros mencionados en la poesía citada), pero después, como era una niña muy curiosa y precoz, pasé a inspeccionar los infinitos volúmenes de su enorme biblioteca y a saciarme de lecturas no siempre infantiles, como
Las mil y una noches , que me abrieron las puertas del país de los sueños y me introdujeron al mágico reino de mundos orientales, y de hadas, castillos, reyes y princesas prisioneras de dragones gigantescos. Mi padre tuvo muchos defectos pero una gran virtud: leía (y escribía) muchísimo, de ahí que me inculcara con su ejemplo, desde muy pequeña, lo que considero su mejor herencia: la pasión por la lectura pues, como bien dice el
Mahabharata : “Si escuchas [o lees] con atención un relato, no serás nunca más la misma persona”. No hay mejor terapia que la lectura de historias, reales o fantásticas; gran verdad que Freud descubrió y aplicó con éxito a su método psicoterapéutico. Bien decía Freud que el psicoanálisis era para él más una narración literaria producto de una mente creativa que no un tratado científico, y que tenía más puntos de contacto con la
poiesis que con la retórica. Este concepto lo retoma James Hillman (1984: 2) cuando escribe, en
Le storie che curano , que su intención era fundar una psicología del alma que fuera una psicología de la imaginación; una psicología “che presuppone un fondamento poetico della mente”. Por eso leer es un arte, y leer ‘bien’ es como interpretar un cuadro haciendo silencio en el bullicio de nuestro espacio interior pues requiere concentración, intuición para captar la densidad semántica de lo que se observa o lee y creatividad para encontrar todas las conexiones inter e intraliterarias (o visivas) que el texto propone. Hoy sabemos que, si hemos leído ‘bien’, la lectura cambia no solo nuestra mente y nuestra visión del mundo sino también nuestro cerebro, pues modifica el tejido neuronal creando nuevas sinapsis que agregan renovada complejidad al ya complejo sistema mente-cuerpo del lector.
Esta introducción muy personal a un trabajo que tiene como argumento principal el draco es casi obligada pues, dado que –como sabemos por la física cuántica– el sujeto es el resultado de la interacción entre el material de la lectura y la mirada focalizada del lector, involucrarse en la lectura de un texto que tiene como protagonista una figura tan poderosa como el dragón-serpiente supone de parte del lector sumergirse en un recorrido que transformará seguramente sus coordenadas mentales.
El volumen se compone de dos partes: en la primera, me refiero a aspectos del dragón-serpiente en relación con contextos mítico-culturales, evolutivos y literarios bi y plurilingües. En lo literario, dedico particular atención a una forma circular de draco: el uróboros, porque es el que aparece con mayor frecuencia en la literatura hispanoamericana. En la segunda parte me refiero principalmente a la interacción entre lo antropológico, el mito y la ciencia, y relaciono al draco con las visiones de la ayahuasca, por un lado, y con las visiones oníricas, por el otro. Por lo que concierne a la dimensión onírica, introduzco mis propias experiencias personales a nivel arquetípico, y describo brevemente un recorrido onírico alquímico que tuve durante años, y donde el draco ocupa un lugar estratégico. Por tal motivo la segunda parte, en determinado momento, presenta tonalidades más subjetivas de carácter parcialmente autobiográfico y describe, incluso, estados de conciencia que rozan lo transpersonal. En cierto sentido, imito sin querer (o tal vez queriendo) la actitud de Borges que, cuando aparentemente narraba aventuras fantásticas en tercera persona, en realidad describía sus experiencias interiores. Remedando entonces las palabras de Borges, el draco “concuerda con la imaginación de los hombres […] Es, por decirlo así, un monstruo necesario”. Borges se jactaba no de los libros que le fue dado escribir, sino de aquellos que le fue dado leer. 1Y nadie mejor que él sabía que la lectura (al igual que la escritura) es como un desembarco en el papel que permite transitar caminos propios y ajenos, y realizar viajes virtuales pletóricos de posibilidades –en un espacio/tiempo diferente– cómodamente sentados en la poltrona, mientras la imaginación activa las neuronas-espejo del cerebro y despierta la actitud de explorador de tierras desconocidas y apetecibles. Con palabras de Cortázar (otro escritor que, como Borges, me involucró en reiteradas lecturas de su obra):
Uno podría llegar a pensar que la vida es eso, desembarcos, y que solo la gran faramalla de la historia tapa con sus estrepitosos asaltos la sigilosa, incesante continuidad de otros avances, de otras conquistas […] Fines y formas varían como la vida misma, pero el desembarco es siempre igual, hay capitán en tierra firme, hay avance hacia el objetivo último, hay sangre negra y mapas y estrategias: al término, infaltable, un sueño que se fija, alguien que empieza a pensar en un nuevo desembarco. (Cortázar, 1988 [1978]: 82)
Invito, entonces, al lector a ‘desembarcar’ en el ‘nuevo mundo’ de estas páginas, para ‘embarcarse’ en una aventura que –como todas las aventuras de cierta importancia– puede comportar un (re)nacimiento a nuevas dimensiones y significados de la vida, si luego de haber explorado conmigo la polifacética dimensión del draco, objetiva y subjetiva, su lectura logra renovar en él el deseo de investigar las tierras desconocidas de su yo más profundo.
1. “Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer” (Borges, 1988: iii).
“Yo he dedicado una parte de mi vida a las letras, y creo que una forma de felicidad es la lectura; otra forma de felicidad menor es la creación poética, o lo que llamamos creación, que es una mezcla de olvido y recuerdo de lo que hemos leído” (“El libro”, en Borges, 1980: 24).
Comprende che eres un mundo en pequeño, y que en ti están el sol, la luna y las estrellas.
Orígenes, Leviticum Homiliae
Quiero quedarme en medio de los libros.
En ellos he aprendido a dar mis pasos,
a convivir con mañas y soplidos vitales,
a comprender lo que crearon otros
y a ser por fin este poco que soy.
Mario Benedetti
1. El dragón-serpiente como fenómeno imaginario y mítico
En la historia de las distintas civilizaciones, la literatura fantástica poblada de monstruos y seres maravillosos ha ocupado un lugar importante y enriquecido el acervo del inconsciente colectivo de la humanidad. Estos personajes ‘fronterizos’ que nos han acompañado desde la infancia en los cuentos de hadas y en las leyendas ilustradas y novelas fantásticas han sido el modo en que el ser humano, desde épocas lejanas, ha aprendido no solo a canalizar sus miedos irracionales sino también a “soñar despierto” para poder dar significado al mundo y a los aspectos incomprensibles de su relación con las fuerzas de la naturaleza. Pero si bien las criaturas irreales o mitológicas se encuentran diseminadas en las leyendas de todo el mundo, ninguna como la del dragón-serpiente ha recibido, a lo largo del tiempo, tanta atención. Sería interesante preguntarse por qué en Occidente, en los últimos años, una enorme cantidad de novelas, exposiciones, mensajes publicitarios y películas de ciencia ficción han focalizado el interés en un monstruo que no pertenece a la ‘realidad’ concreta del mundo, aunque sí forma parte de nuestra realidad interior. Distinción poco pertinente si tenemos en cuenta que, después de todo, la misma palabra ‘realidad’ es ambigua: ¿cuál es el fenómeno que podemos considerar real en contraposición a lo ficticio? Tanto la realidad que se nos ofrece a la percepción sensorial y que denominamos “objetiva” como la realidad construida por nuestra imaginación son verdaderas para nuestra psique y no solo para ella, pues la dualidad corpúsculo-onda, para la física cuántica, son estados de la materia con el mismo derecho de existencia: el mundo objetivo “en su aspecto sensible es apariencia . La «verdad» […] son «los átomos y el vacío». Traducido a nuestro lenguaje, «aparente» significa «subjetivo». La realidad, por lo tanto, no aparece a los sentidos […] porque es incompatible con una constatación sensible” (Branca y Ossola, 1988: 28, mi traducción).
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