– Fue en un tren, papá. Alguien lo contó.
El padre de Mervin levantó la vista de su procesador de palabras. Su hijo conservaba el don de inquietarlo, porque difícilmente atinaba lejos del blanco.
– Hubo una temporada... Yo viajaba a Tucumán cada tres semanas. Todavía funcionaba el ferrocarril. Me acompañaste un par de veces. –Había un cine.
– Es cierto. Un vagón en el que daban una película después de cenar. –De submarinos.
–¡Cómo te acordás! Una vez dieron La caza al Octubre Rojo , con Sean Connery. Íbamos al salón comedor, y cenábamos al salir de Rosario.
– ¡Bajen las persianas, que van a tirar piedras! –Mervin se entusiasmaba con el recuerdo.
– ¿Te acordás del gordo? Ése, que nos enchufaron en la mesa, que fumaba esos toscanos apestosos y no hacía más que hablar del Chaco, y del río, y del Pombero y de toda esa mierda... ¿Te acordás?
– Mervin, no...
Es cierto. Ese hombre había contado la historia, en su mesa. Y también era cierto que él no había hecho nada para evitarlo. Quizá porque estaba tan subyugado como su hijo, o porque, en el fondo, el terror de él lo había complacido. Total, cuando se retiraran al camarote, las pesadillas atacarían a Mervin. Él no tenía por costumbre sacar los pies fuera de las cobijas.
No vendría mal que su hijo lo aprendiera .
Sibila regresó a la habitación. La frente le dolía horriblemente, pero lo peor era la hinchazón de la cabeza. Se miró al espejo del baño: el derrame avanzaba levemente más, por debajo del ojo izquierdo. Mañana será el Día de la Mofeta. ¿Qué más podrías pedir? Con el antifaz que tendrás al levantarte, ni el Hachero ese, será capaz de reconocerte ¿El Hachero Loco? Ni para asustar a los niños.
Antes de acostarse, cerró la puerta de la habitación con llave, recargó la linterna con pilas nuevas, y se durmió con ella debajo de la almohada.
Tenía los pies bien tapados.
el principal inversor es él… ¿De dónde creen que salió la guita para los quartiers? Ninguna constructora tiene esa plata, dice Luciana de vuelta del vestuario, y por qué cerca de las vías pregunta Joaquín, qué buena observación le dice Martín al primo, pero evita comentar la obsesión por los trenes que le corroe su sangre judía a Silberstein
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