Félix Giménez Noble - Los Resurrectores

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El Valle de Andrómeda había nacido sobre un tablero de arquitecto, pero resultó que los kilómetros y kilómetros de pista de nieve tersamente pisada, en realidad no fueron construidas, sino que –simplemente– surgieron. Los dioses, sorprendidos, exigieron entretenimiento. La adrenalina de los velocistas terminó de asentar las pistas. Pero lo que llevó a Andrómeda a la popularidad mundial fue el altísimo promedio diario de contusiones y fracturas entre los usuarios. Eso fue al principio, durante la temporada inaugural. Después siguieron los accidentes fatales. Después dejó de nevar. Sobre las paralizadas instalaciones de Andrómeda, se iban a acumular los días interminables de la agonía del Valle de Andrómeda. Ex-Centro de esquí, ideal para olvidados de la mano de Dios. Nada para hacer, ya que ni nieve hay. Le sobrará tiempo para darse cuenta de que, usted, su única vida, la tiró a la basura. Venga a conocernos.

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Pero no había contado con esta sensación. Cuando su presencia se concretó en El Valle, la realidad vino con yapa. Le podía pasar algo . Y eso sí que, tratándose de ella, era toda una novedad.

Comenzó a descender hacia el valle con recelo, el cambio en segunda velocidad y los ojos fijos en el hielo de la calzada. Cuando la pendiente se suavizó un poco, allí volvían a estar Cabreras y Luciana mirándola con amabilidad, apreciando –casi–, los modales de ella abriendo el estuche del saxofón.

El restaurant de Puerto Madero no era el mejor lugar para tocar jazz. Los verdaderos protagonistas del lugar eran: el salmón marinado con eneldo, la silla de cordero y salsa de menta y el magret de pato, los cuales, a diferencia del jazz, reclamaban cero de improvisación. Al desfilar por la más clásica de las vajillas, se llevaban toda la dignidad al estómago de los comensales. Ninguno de estos platos había decepcionado nunca al cliente más pretencioso. “Someone who watch over me” 2y “I‘ll be seeing you” 3no llegaban a la altura ni de un acompañamiento. En primer plano: ruido de tenedores y cuchillos. Lejos y muy débil, sin protestar casi, la música humillada, las horas perdidas en el conservatorio: Sibila y su pasión solitaria. Pero hacer música en un mundo casi siempre de sordos no era lo peor. Ocurre que ella misma tiene la audición tan extremadamente desarrollada (y no solamente hablando en el sentido musical) que puede escuchar conversaciones mantenidas en voz baja desde una distancia considerable. Esta susceptibilidad se potenciaba en lugares concurridos y solía complicarle su desempeño musical. A veces dudaba de que las voces le llegaran desde afuera. Pero ¿y entonces? Ahora, por ejemplo, mientras está ajustando la boquilla del saxo, en la mesa más próxima: no voy a dejar de ir al estreno de ninguna manera, ella es mi amiga / ¡Por eso le tocás el culo cada vez que la tenés cerca! O la mesa grande junto al ventanal: se lo dije hace dos meses al francés que los capitanea: hay que tirarles abajo la licitación / es el único camino / los otros están decididos…

Brusco silencio. La camioneta recorre la breve avenida mientras Andrómeda apaga las voces, la música, y hasta la sonrisa de Martín Cabreras. Sibila cuenta una, dos, tres edificaciones y se detiene ante Odín. Esas eran las órdenes. En ese hotel estaba el cuarto de electricidad, el corazón de la fuerza motriz de El Valle. Desdeñó un gesto de preocupación y buscó la linterna. Antes de bajar del vehículo, le vinieron a la cabeza unas notas, tapizándola por dentro. Para que no tenga frío , pensó la saxofonista. Para que no se sienta sola , –la voz de la esquiadora–. Para que no tenga miedo , confesó la mujer.

Destrabó las cerraduras, abrió las puertas y chocó contra una densidad oscura. El encierro. No es más que el olor a encierro . La creatura deforme la rodeó. Perfumes… perfumes distintos y rancios. El aliento cargado del despertar. Frituras y desodorante, olor a cuerpos; sobre todo, mucho olor a cuerpo . El aire hizo un ruido raro y la viscosidad se perdió rumbo a la montaña. La tumba estaba abierta. Los gases se habían ido a buscar el aire. Solamente faltaba exhumar el cadáver. Sibila miró en derredor, como tratando de determinar hasta dónde llegaría el cuerpo. El paisaje de postal también había entrado en descomposición. El bello rostro de El Valle –ahora despellejado de nieve–, era una mueca tiesa de piedras y guijarros. Casi una calavera.

El Valle de Andrómeda había nacido sobre un tablero de arquitecto, pero rompió a la vida cuando lo tocó un rayo: el genio divino de Silberstein. Levántate y anda , habrá dicho el financista. Y las pistas, desarrollándose como alfombras de nieve mágica. Los plegamientos de esa parte de la cordillera resulta que, desde el Paleozoico, echaban de menos la batuta del Creador. Durante su construcción, los conductores de las excavadoras vivieron en permanente asombro. Allí donde el trazado auguraba que –para continuar la pista– habría que dinamitar la montaña, a último momento aparecía la exacta pendiente que no solamente permitía sortear el obstáculo, sino que, además, le agregaba al camino gracia natural y ecológica distinción. Así resultó que los kilómetros y kilómetros de pista de nieve tersamente pisada por los infatigables “ratra”, en realidad, no fueron construidas, sino que –simplemente– surgieron. Los dioses bostezaban y necesitaban entretenimiento. Así que fue en homenaje a ellos que se las bautizó, y en la inauguración se vieron colmadas de torneos y competencias. El último retoque a las pistas de esquiar lo pondría la excitación del público. La adrenalina de los velocistas terminó de asentarlas. Pero lo que las llevó al más inimaginable nivel de popularidad mundial fue el altísimo promedio diario de contusiones y fracturas entre los usuarios. Eso fue al principio, durante la temporada inaugural.

Después siguieron los accidentes fatales.

Someone in the night, searching shadows around. 4La voz de Carly Simon, con su timbre original y pleno, pero adentro de su cabeza. ¿Cómo es que se pueden evocar tan fielmente los sonidos? Cuando hablaba Martín Cabreras, por ejemplo, siempre le hacía pensar en un locutor, aunque él era, básicamente, empresario y hombre de mundo. Un muy buen hombre. ¿Qué hubiera sido de ella en la etapa del Village si El Ángel –como le decía todo el mundo– no la hubiera ayudado? Ya mismo le hablo a Woody para que toques con él (en realidad la que conocía a Woody era su esposa). Resultó, y, además de los lunes había quedado estable, y pagó el alquiler atrasado y volvió a comer. De veras había estado perdida en New York. Aunque ella no lo sabía. ¿Se trataría de lo mismo esta vez? ¿El Ángel poniéndola a salvo? La insistencia en presentarle a Silberstein había sido de él, aunque también en eso Sibila intuía la mano de Luciana. Así fue como, en Quartier Le Parc, recibió –del dueño y señor de El Valle–, las coordenadas precisas. La ruta a Mendoza y el alunizaje en Andrómeda correrían por cuenta de Sibila. Había comenzado a sospechar que los riesgos, también.

En principio parecía algo simple. Durante un invierno en que había nevado hasta en Buenos Aires, para Andrómeda corría la tercera temporada consecutiva de nieve ausente sin aviso. Las antorchas de la Fiesta de la Nieve sin encender era el menor de los detalles, pero el que mejor simbolizaba el desastre. Lo que –en cambio– se acumulaba sobre las paralizadas instalaciones del El Valle, eran los meses. Andrómeda caía en picada, Sibila entendió que Silberstein no había decidido (aún) negociarla como chatarra. Y aunque así fuera, lo mejor sería que las construcciones y servicios se conservaran en el mejor estado posible. Allí es donde ella entraba en acción. Su encuentro con Silberstein la había diplomado.

Sibila Mosen, campeona de descenso en shoes, 5salió de Le Parc especializada en vaciar tazas de inodoro y prender las pocas lámparas que aún no estuvieran quemadas para que el conjunto de Andrómeda no se viera así de mortecino. También debería darle un poco de cuerda a los medios de elevación –cosa que los engranajes no se oxiden–, y ventilar. Sobre todo, eso: ventilar. Por si llegara el momento en que aparecieran compradores, que no los espante el mal olor.

Sibila ha abierto las puertas de Odín. El ambiente a encierro, diluido, cede su espacio al punzante frío de la montaña. Es la primera vez que duda de que El Ángel le haya hecho un nuevo favor.

Pero no será la última.

La audición no era la única sensibilidad extraordinaria de Sibila. Aunque las otras capacidades no resultaban fáciles de describir, y mucho menos, de clasificar. Sibila empezó a prestarles atención ( a prestarse atención ) la noche que los ojos de su madre se atoraron. En ese recuerdo está viendo cómo se le congela la mirada y también se ve a sí misma, zamarreándola para que vuelva a parpadear.

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