Chloe Gong - Placeres violentos

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«Me criaron para odiar, Roma. Nunca podría ser tu amante, sólo tu asesina. »Una antigua guerra de sangre entre dos bandas baña las calles de rojo, dejando a la ciudad indefensa ante las garras del caos. En el centro de esta disputa se halla Juliette Cai, la orgullosa heredera de la Pandilla Escarlata, una red de gánsteres que opera por encima de la ley. Sus únicos rivales son los criminales rusos que integran la Banda de las Flores Blancas; detrás de cada movimiento está su heredero: Roma Montagov, el primer amor de Juliette… y su primera traición.Pero cuando la población parece ser poseída por una locura que la hace desgarrar su propia garganta hasta morir, comienza a correr el rumor acerca de un contagio provocado por un monstruo oculto en las sombras. A medida que las muertes se acrecientan, Juliette y Roma deberán dejar sus rencores de lado y trabajar unidos antes de que la ciudad que ansían dominar desaparezca por completo.« Romeo y Julieta se transforma magistralmente de una historia de amor maldito adolescente a una mezcla emocionante de intriga política, horror, misterio trepidante y, sí, romance, en una ciudad que se convierte en un personaje por derecho propio.»
BCCB« Esta novela se sitúa entre las mejores reinterpretaciones de historias clásicas de la literatura juvenil.»
School Library Journal«"El Bardo" aprobaría con toda seguridad esta novela.»
The New York Times Review« Una lectura obligada con una conclusión que dejará a los lectores con ganas de más.»
Kirkus Reviews

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—Bàba —insistió Juliette, aunque sabía que él todavía estaba pensando. La cuestión es que su padre era un hombre de pocas palabras y Juliette era una chica que no podía soportar el silencio. Incluso cuando todo estaba agitado a su alrededor, con el personal entrando y saliendo de la cocina, una comida en marcha y la mesa dando lugar a varias conversaciones a volúmenes oscilantes, no podía soportar que su padre dejara su pregunta en el aire, en lugar de responder de inmediato.

El asunto era que, aunque la complaciera ahora, Lord Cai sólo estaba fingiendo estar preocupado por una supuesta locura. Juliette podía darse cuenta: se trataba de un juego de niños que se sumaba a la ya monstruosa lista que requería la atención de su padre. Después de todo, ¿a quién le importarían los rumores de extrañas criaturas que surgían de las aguas de esta ciudad cuando los nacionalistas y los comunistas también se estaban rebelando, las armas preparadas, con ejércitos listos para entrar en acción?

—¿Y eso fue todo lo que Roma Montagov reveló? —Lord Cai preguntó finalmente.

Juliette se estremeció. No pudo evitarlo. Había pasado cuatro años rehuyendo ante el mero pensamiento de Roma y por ello escuchar su nombre en voz alta, nada menos que pronunciado por su propio padre, se sentía como algo inapropiado.

—Sí.

Su padre tamborileó lentamente sobre la mesa con los dedos.

—Sospecho que sabe más —continuó Juliette— pero fue prudente.

Lord Cai volvió a sumirse en el silencio, permitiendo que el ruido a su alrededor se acallara, elevándose primero para descender después. Juliette se preguntó si su mente estaba en otra parte en ese mismo momento. Después de todo, se había mostrado terriblemente indiferente ante la noticia de la presencia del heredero de los Flores Blancas en su territorio. Dada la importancia que tenía para la Pandilla Escarlata la guerra entre clanes, esto únicamente demostraba cuánto más trascendental había pasado a ser la política, si Lord Cai apenas prestaba atención a la infracción de Roma Montagov.

Sin embargo, antes de que su padre tuviera la oportunidad de volver a hablar, las puertas batientes de la cocina se abrieron de golpe y el sonido rebotó con tanta fuerza que la tía sentada junto a Juliette dejó caer su taza de té.

—Si sospechamos que los Flores Blancas tienen más información que nosotros, ¿qué estamos haciendo simplemente hablando del asunto aquí sentados?

Juliette apretó los dientes y se secó las gotas de té que habían salpicado su vestido. Era Tyler Cai quien había entrado, el más irritante entre sus primos hermanos. A pesar de tener la misma edad, era como si él no hubiera crecido en absoluto durante los cuatro años de ausencia de Juliette. Aún seguía haciendo bromas burdas y esperando que otros se arrodillaran ante él. Si él pudiera, exigiría que el globo girara en la dirección contraria simplemente por pensar que ésa sería una forma más eficiente de hacerlo, por poco realista que eso sonara.

—¿Tienes el hábito de escuchar a escondidas tras las puertas en lugar de entrar? —se burló Juliette, pero su comentario mordaz no fue apreciado. Sus parientes se levantaron de un salto al ver a Tyler, y se apresuraron a buscar una silla, a traer más té, a buscar otro plato, probablemente uno grabado en oro y con incrustaciones de cristal. A pesar de la posición que tenía Juliette como heredera de la Pandilla Escarlata, nunca la mimarían de tal manera. Ella era una chica. Desde el punto de vista de sus familiares, sin importar cuán legítima fuera, nunca sería lo suficientemente buena.

—Me parece simple —continuó diciendo Tyler. Se deslizó en un asiento, reclinándose como si estuviera en un trono—. Ya es hora de que mostremos a los Flores Blancas quién realmente tiene el poder en esta ciudad. Exijamos que entreguen la información que con la que cuentan.

—Tenemos mayor cantidad de integrantes, un armamento superior —intervino un oscuro tío, respaldando a Tyler mientras se acariciaba la barba.

—Los políticos se pondrán de nuestro lado —añadió la tía junto a Juliette—. Tienen que hacerlo. No soportan a los Flores Blancas.

—Una batalla territorial no es prudente…

Por fin una voz sensata en esta mesa , pensó Juliette, volteando hacia el mayor de sus primos segundos, quien acababa de hablar.

—… pero con tu experiencia, Tyler, quién sabe cuánto más podríamos hacer avanzar nuestras líneas territoriales.

Juliette apretó los puños. Me apresuré a sacar conclusiones, se dijo, apartando la vista de aquel primo.

—Esto es lo que debemos hacer —comenzó Tyler con entusiasmo. Juliette lanzó una mirada a su padre, pero éste parecía contento con concentrarse en lo que comía. Desde el regreso de Juliette, Tyler había estado buscando todas las oportunidades para eclipsarla, ya fuera en una conversación o mediante comentarios indirectos. Pero en todas las ocasiones Lord Cai había intervenido para silenciarlo, para recordar a estas tías y tíos en la menor cantidad de palabras posible quién era la verdadera heredera, para manifestar que ese favoritismo mostrado hacia Tyler no los llevaría a ninguna parte.

Sólo que esta vez Lord Cai permaneció en silencio. Juliette no sabía si se estaba absteniendo porque consideraba que las tácticas de su sobrino eran ridículas o porque en realidad estaba tomando en serio lo dicho por Tyler. Su estómago se retorció, ardiendo con ácido de sólo pensarlo.

—… y las potencias extranjeras no podrán quejarse —continuó Tyler—. Si estas muertes han sido autoinfligidas, es un asunto que podría afectar a cualquiera. Es un asunto de nuestra gente, que necesita nuestra ayuda para defenderlos. Si no actuamos ahora y recuperamos la ciudad por su bien, entonces ¿qué papel cumplimos? ¿Sufriremos otro siglo de humillaciones?

Los presentes en la mesa manifestaron su aprobación por distintos medios. Gruñidos de alabanza; pulgares arrugados y llenos de cicatrices que se alzaban; palmaditas en el hombro de Tyler. Sólo el señor Li y su padre permanecieron callados, sus rostros se mantuvieron neutrales, pero eso no era suficiente. Juliette arrojó sus palillos, rompiendo las finas varitas de porcelana en cuatro pedazos.

—¿Quieres entregarte tú mismo en el territorio de los Flores Blancas? —dijo ella poniéndose de pie y alisándose el vestido—. Adelante. Haré que una criada desenrede tus tripas cuando las envíen de vuelta en una caja.

Con sus parientes demasiado conmocionados para protestar, Juliette abandonó la cocina. Su corazón latía con virulencia a pesar de su comportamiento tranquilo, temerosa de que tal vez en esta ocasión había ido demasiado lejos. Tan pronto como estuvo en el pasillo, se detuvo y miró por encima del hombro, viendo cómo se cerraban las puertas de la cocina. La madera de esas puertas, importada de alguna nación lejana, estaba tallada con caligrafía tradicional china: poemas que Juliette había memorizado mucho tiempo atrás. Esta casa era un espejo de su ciudad. Era una fusión de Oriente y Occidente, incapaz de abandonar lo antiguo pero desesperada por imitar lo nuevo, y al igual que la ciudad, la arquitectura de esta casa no lograba compaginar los distintos elementos.

Las hermosas, pero mal ajustadas puertas de la cocina se abrieron de nuevo. Juliette apenas se estremeció. Había estado aguardando este momento.

—Juliette. Necesito hablar contigo.

Era Tyler, quien la había seguido, con el ceño fruncido. Tenía la misma barbilla puntiaguda de Juliette, el mismo hoyuelo que aparecía en momentos de desconcierto en la esquina inferior izquierda del labio. El que se parecieran tanto era algo que superaba el entendimiento de ella. En todos los retratos de la familia, a Juliette y Tyler siempre los acomodaban juntos, dispuestos como si fueran gemelos en lugar de primos. Pero ellos nunca se habían llevado bien. Ni siquiera en la cama plegable para los niños, cuando jugaban con pistolas de juguete en lugar de armas reales, y Tyler nunca fallaba uno solo de los perdigones de madera que apuntaba a la cabeza de Juliette.

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