En el momento en que Juliette entró velozmente en el corredor, acomodándose el último palillo en el cabello, sabía que había llegado demasiado tarde.
En parte era culpa de la criada por no despertarla cuando se suponía que debería haberlo hecho y en parte culpa suya por no levantarse al alba, como había estado intentando hacerlo desde su llegada a Shanghái. Esos fugaces momentos justo cuando el cielo se estaba iluminando, y antes de que el resto de la casa se despertara en medio del estruendo cotidiano, eran los minutos más tranquilos que uno podía encontrar en esta casa. Las mañanas en que comenzaba el día lo suficientemente temprano para atrapar un soplo de aire frío y una bocanada de silencio absoluto en su balcón eran sus favoritas. Podía deambular por la casa sin que nadie la molestara, entrar en la cocina y recibir de los cocineros cualquier cosa que le apeteciera probar, para luego ocupar el asiento que deseara en la mesa vacía. Dependiendo de qué tan rápido masticara, incluso podía pasar un rato en la sala de estar, con las ventanas abiertas de par en par dejando entrar los cánticos de las aves madrugadoras. Por otra parte, los días en que no conseguía salir tan rápido de las cobijas, equivalían a sentarse malhumorada a desayunar con el resto de la familia.
Juliette se detuvo ahora frente a la puerta de la oficina de su padre, maldiciendo en un susurro. Hoy no había sido sólo una cuestión de evitar a sus parientes lejanos. Hubiera querido fisgonear una de aquellas reuniones de Lord Cai.
La puerta se abrió velozmente. Juliette dio un paso atrás, tratando de parecer natural.
Definitivamente demasiado tarde .
—Juliette —Lord Cai la miró con el ceño fruncido—. Es muy temprano. ¿Por qué estás despierta?
Juliette acomodó las manos debajo de la barbilla, la viva imagen de la inocencia.
—Escuché que teníamos un ilustre visitante. Pensé en venir a presentar mis saludos.
El mencionado visitante arqueó una ceja. Era un nacionalista, pero el que fuera realmente ilustre o no, era algo difícil de determinar, así vestido únicamente con un traje occidental sin las condecoraciones que su uniforme militar del Kuomintang exhibiría en el cuello. La Pandilla Escarlata había mantenido una relación de amistad con los nacionalistas —el Kuomintang— desde su fundación como partido político. Últimamente, las relaciones se habían vuelto aún más cercanas con el propósito de combatir el ascenso de sus “aliados” comunistas. Juliette llevaba en casa sólo una semana, y ya había visto a su padre tener al menos cinco reuniones diferentes con los consternados nacionalistas que buscaban el apoyo de los gánsteres. Todas las veces había llegado demasiado tarde para entrar a la reunión sin avergonzarse por su demora, y entonces había debido conformarse con permanecer a la espera tras la puerta para atrapar retazos de la conversación.
Los nacionalistas tenían miedo, eso ya lo sabía. El incipiente Partido Comunista de China animaba a sus miembros a unirse al Kuomintang como una muestra de cooperación con los nacionalistas, pero en lugar de demostrar cooperación, la creciente influencia de los comunistas dentro del Kuomintang estaba comenzando a amenazar el control de los nacionalistas. Tal escándalo se había convertido en la comidilla del país, especialmente en Shanghái, un lugar sin ley y una ciudad que era lugar de nacimiento y muerte de muchos gobiernos.
—Es muy amable de tu parte, Juliette, pero el señor Qiao debe apurarse para acudir a otra reunión.
Lord Cai hizo un gesto a un sirviente para que condujera al nacionalista hasta la puerta. El señor Qiao se retiró el sombrero con un gesto cortés y Juliette sonrió forzadamente, tragándose un suspiro.
—No sería mala idea que me permitieras asistir a una reunión, Bàba —dijo tan pronto como el señor Qiao se perdió de vista—. Se supone que estás enseñándome.
—Puedo enseñarte gradualmente —respondió Lord Cai, sacudiendo la cabeza—. No deberías involucrarte en política todavía. Es un asunto muy aburrido.
Pero era un asunto relevante si la Pandilla Escarlata pasaba tanto tiempo recibiendo las visitas de estas facciones. Especialmente si la noche anterior Lord Cai apenas había parpadeado cuando Juliette le comunicó que el heredero de los Flores Blancas había entrado en su muy céntrico club burlesque , y se había limitado a responderle que ya estaba enterado del asunto y que hablarían de ello por la mañana.
—Vamos a la mesa del desayuno, ¿de acuerdo? —dijo su padre. Colocó la mano en la nuca de Juliette, guiándola por las escaleras como si existiera el riesgo de que ella saliera corriendo—. También podemos hablar de lo sucedido anoche.
—Va a estar delicioso el desayuno —murmuró Juliette. En realidad, la algarabía durante las comidas matutinas le producía dolor de cabeza. Había algo en particular en las mañanas en esta casa que inquietaba a Juliette. Sin importar de qué hablaran sus parientes, sin importar lo mundano que fuera —como sus especulaciones sobre el aumento de los precios del arroz— sus palabras destilaban intrigas y mordacidad implacable. Todo lo que discutían parecía más apropiado para horas tardías de la noche, cuando las criadas se retiraban a sus habitaciones y la oscuridad se extendía por los pisos de madera pulida.
—Juliette, cariño —gritó una tía en el momento en que ella y su padre se acercaban a la mesa—. ¿Dormiste bien?
—Sí, Ā yí —respondió Juliette destempladamente, tomando asiento—. Dormí muy bien.
—¿Te volviste a cortar el cabello? Seguro que sí. No recuerdo que fuera tan corto.
Como si sus parientes no fueran lo suficientemente molestos, había tantos de ellos entrando y saliendo de la casa Cai como para que Juliette se interesara de verdad por alguno de ellos. Rosalind y Kathleen eran sus primas más cercanas y sus únicas amigas, y eso era todo lo que necesitaba. Todos los demás eran simplemente un nombre y un parentesco que tenía que recordar en caso de que necesitara algo de ellos algún día. Esta tía que parloteaba en su oído ahora mismo era demasiado lejana para ser útil en cualquier situación en el futuro, tan lejana que Juliette tuvo que detenerse un segundo para preguntarse por qué estaba presente en la mesa del desayuno.
—Por amor de Dios, dà jiê, deja respirar a la chica.
La cabeza de Juliette se alzó bruscamente, sonriendo ante la voz que había intervenido desde el extremo de la mesa. Pensándolo bien, sólo había una excepción a su apatía: el señor Li, su tío favorito.
Xiè xiè , murmuró.
El señor Li simplemente levantó su taza de té para agradecer, con un brillo en los ojos. Su tía resopló, pero dejó de hablar. Juliette volteó en dirección a su padre.
—Entonces, Bàba, anoche —comenzó—. Si le damos crédito a las habladurías, uno de nuestros hombres se encontró en los puertos con cinco de los Flores Blancas y luego se degolló con sus propias manos. ¿Qué puedes inferir de todo esto?
Lord Cai hizo un ruido premeditado desde la cabecera de la larga mesa rectangular, luego se frotó el puente de la nariz y suspiró profundamente. Juliette se preguntó cuándo habría sido la última vez que su padre había dormido toda la noche sin que lo interrumpieran las preocupaciones y las reuniones. Su agotamiento era invisible para el ojo inexperto, pero ella podía notarlo. Ella siempre lo notaba.
O tal vez simplemente estaba cansado de tener que sentarse a la cabecera de esta mesa y escuchar los chismes de todos a primera hora de la mañana. Antes de que Juliette se marchara de la casa, la mesa del comedor era redonda, como deberían de ser las mesas chinas. Sospechaba que la habían cambiado con el propósito exclusivo de dar gusto a los visitantes occidentales que pasaban por la casa Cai para las reuniones, pero el resultado era caótico: los miembros de la familia no podían hablar con quien prefirieran hacerlo, como podrían haberlo hecho si todos estuvieran sentados en círculo.
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