1 ...7 8 9 11 12 13 ...26 —¿Qué pasa?
Tyler se detuvo. Se cruzó de brazos:
—¿Cuál es tu problema?
Juliette puso los ojos en blanco.
—¿Mi problema?
—Sí, tu problema. No es divertido cuando te niegas a escuchar mis ideas…
—No eres estúpido, Tyler, así que deja de actuar como tal —lo interrumpió Juliette—. Odio a los Montagov tanto como tú. Todos los odiamos, tanto que lo llevamos grabado en la piel. Pero ahora no es el momento de librar una guerra territorial. No con nuestra ciudad desmembrada por los extranjeros.
Transcurrió un instante.
—¿Estúpido?
Tyler no había entendido en absoluto lo que Juliette había tratado de implicar y ahora se sentía ofendido. Aquel primo era como un chico con piel de acero y corazón de cristal. Desde que perdió a sus dos padres siendo demasiado joven, se había convertido en un falso anarquista Escarlata, pretencioso por el simple hecho de serlo, de comportamiento salvaje al interior de la pandilla, y dado que los similares se atraen, sus únicos amigos eran aquellos que trataban de establecer una conexión con los Cai saltando escalones y de la manera más expedita posible. Todos parecían andar en puntitas a su alrededor, satisfechos con lanzarle golpes coreografiados y permitir que se sintiera poderoso cuando rechazaba cada uno de esos fingidos puñetazos, pero si alguien le conectara una patada repentina, de inmediato se derrumbaría.
—No creo que defender nuestro modus vivendi sea estúpido —prosiguió diciendo Tyler—. No creo que reclamar nuestro país a esos rusos …
El problema era que Tyler pensaba que su manera de ver las cosas era la única correcta. Juliette desearía de todo corazón no encontrarlo culpable siempre. Después de todo, Tyler era como ella; quería lo mejor para la Pandilla Escarlata. Sólo que en su mente, él era lo mejor para el futuro de la Pandilla Escarlata.
Juliette no quería seguir escuchando. Giró sobre sus talones y comenzó a alejarse.
Hasta que su primo la sujetó de una muñeca.
—¿Qué clase de heredera eres ?
Más veloz que un rayo, Tyler la estrelló contra la pared. Mantuvo una mano apretada contra la muñeca izquierda de ella y el resto de su brazo extendido contra la clavícula, empujando con la suficiente fuerza para que se interpretara como una amenaza.
—Déjame ir —bufó Juliette, sacudiéndose de su agarre— ahora mismo.
Tyler no cejó.
—Se supone que la Pandilla Escarlata es tu prioridad. Nuestra gente debe ser tu prioridad.
—Mira quién lo dice.
—¿Sabes lo que creo? —Tyler respiró hondo, sus fosas nasales se dilataron, las profundas arrugas salpicaron su rostro con absoluto disgusto—. He escuchado los rumores. No creo que odies a los Montagov en absoluto. Creo que estás intentando proteger a Roma Montagov.
Juliette se quedó completamente estática. No fue el miedo lo que se apoderó de ella, ni ningún tipo de intimidación que Tyler hubiera intentado provocar en ella. Era indignación, y en segundo lugar una ira ardiente, muy ardiente. Ella haría pedazos a Roma Montagov antes de volver a protegerlo.
La mano derecha de la joven se alzó bruscamente —puño cerrado, muñeca firme, nudillos apretados— e hizo un contacto perfecto y centrado con la mejilla de su primo. En el primer instante él no pudo reaccionar. Un instante en el que Tyler simplemente se quedó parpadeando, con los rasgos de su pálido rostro temblando por la conmoción. Luego tropezó, soltó a Juliette y giró la cabeza para mirarla, con el odio fijo en las órbitas de sus ojos. Una línea roja apareció en la superficie de su pómulo, resultado del reluciente anillo de Juliette que había rasgado su piel.
Pero eso no era todo.
—¿Qué yo estoy protegiendo a Roma Montagov? —repitió ella.
Tyler se quedó helado. No había tenido la posibilidad de moverse, apenas si había logrado dar un mínimo paso atrás, antes de que Juliette sacara de su bolsillo un cuchillo. Lo presionó justo sobre el corte en el pómulo de su primo y susurró:
—Ya no somos niños, Tyler. Y si vas a amenazarme con acusaciones escandalosas, tendrás que responder por ellas.
Una risa suave.
—¿Y cómo piensas hacerlo? —preguntó Tyler con voz ronca—. ¿Vas a apuñalarme en pleno pasillo? ¿A diez pasos de la mesa donde todos desayunan?
Juliette presionó el cuchillo más profundamente. Un chorro de sangre empezó a manar por la mejilla de su primo, escurrió hasta las líneas de su propia palma, goteando en seguida a lo largo de su brazo.
Tyler había dejado de reír.
—Soy la heredera de la Pandilla Escarlata —dijo Juliette. Su voz era ya tan afilada como su arma—. Y créeme, tángdì, te mataré antes de permitir que me arrebates mi lugar.
En ese momento empujó a Tyler fuera del alcance de la hoja del cuchillo, que ahora brillaba con destellos escarlatas. No dijo más, no ofreció más respuesta que una mirada difusa.
Juliette dio media vuelta, y al hacerlo sus zapatos de tacón produjeron surcos en la alfombra. En seguida se alejó de allí.
—No hay nada aquí.
Irritado, Roma Montagov continuó su búsqueda, clavando los dedos en las grietas a lo largo del malecón.
—Cállate. Sigue buscando.
Todavía no habían encontrado algo que valiera la pena el esfuerzo, eso sin duda era cierto, pero el sol todavía estaba en lo alto del firmamento. Candentes rayos se reflejaban en las olas que golpeaban silenciosamente el malecón, cegando a cualquiera que las mirara durante demasiado tiempo. Roma seguía dando la espalda a las turbias aguas de color amarillo verdoso. Si bien era sencillo mantener el sol brillante fuera de su campo de visión, era mucho más difícil mantener a raya la incesante y molesta voz que parloteaba detrás de él.
—Roma. Roma -ah . Roma…
—Por Dios santo, mudak . ¿Qué quieres? ¿Qué pasa?
Las horas que quedaban del día eran abundantes, y a Roma no le gustaba particularmente la idea de regresar a casa sin llevar algo a su padre. Se estremeció al pensarlo, imaginando la atronadora decepción que marcaría cada palabra de Lord Montagov.
—Puedes ocuparte de esto, ¿no? —le había preguntado esa mañana, poniendo una mano sobre el hombro de Roma. Para un observador casual, podría haber parecido que Lord Montagov había aplicado un gesto paternal para animarlo. En realidad, la palmada había sido tan contundente que Roma todavía tenía una marca roja en el hombro.
—Esta vez no me decepciones, hijo —susurró Lord Montagov.
Siempre era esa palabra, hijo . Como si aún siguiera significando algo. Como si Roma no hubiera sido reemplazado por Dimitri Voronin —no en el nombre sino en el favoritismo—, y relegado a las tareas que Dimitri estaba demasiado ocupado para hacer. A Roma no se le había encomendado esta pesquisa porque su padre confiara mucho en él. Se la asignaba porque la Pandilla Escarlata ya no era el único problema que rondaba sus negocios, porque los extranjeros en Shanghái estaban tratando de sustituir a los Flores Blancas como la nueva facción contra los Escarlatas, porque los comunistas estaban siendo una molestia constante tratando de reclutar dentro de las filas de los Flores Blancas. Mientras Roma registraba el suelo en busca de algunas manchas de sangre, Lord Montagov y Dimitri estaban ocupados lidiando con la política. Estaban manteniendo a raya a los infatigables británicos, estadounidenses y franceses, todos los cuales babeaban por un trozo del pastel que era el Reino Medio, ávidos por sacar algún provecho de Shanghái, la llamada “ciudad sobre el mar”.
¿Cuándo fue la última vez que su padre le había ordenado que se acercara a la Pandilla Escarlata como lo había hecho anoche, como un verdadero heredero que debía conocer bien al enemigo? No era porque Lord Montagov quisiera protegerlo de la guerra entre clanes, eso era ya cosa del pasado, sino porque su padre no confiaba en él ni un poco. Dar a Roma esta tarea era un último recurso.
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