Primera edición en MINIMALIA, noviembre de 2008.
Director de la colección: Alejandro Zenker
Coordinación técnica: Laura Rojo
Cuidado editorial: Elizabeth González
Coordinadora de producción: Beatriz Hernández
Formación digital: Itzbe Rodríguez Ciurana
Viñeta de portada: Mauricio Morán
Esta obra se publica con el apoyo del Instituto de Traducción de Literatura Coreana (KLTI).
© 2000 Solar, Servicios editoriales, S.A. de C.V.
Calle 2 número 21, San Pedro de los Pinos
Teléfonos y fax (conmutador): 5515-1657
solar@editores.com
www.solareditores.com
ISBN 978-607-7640-17-2
Índice
Ambiente invernal
Canción amorosa de Garibong
La risotada
El país azul en el mar del sur
El mar lejano
Epílogo
Palabras de la autora
Ambiente invernal
Aquel día el señor Han entró en la aldea Sinli, de la que había recibido alabanzas el día anterior en el Departamento de Información Pública del ayuntamiento del pueblo. Según le había dicho el jefe, era la aldea “menos modernizada” y la más simpática de todas, por lo cual no dejaba de resultar un “paisaje” atractivo e inmejorable. Tal como le había dicho el jefe de la aldea, el lugar, apaciblemente rodeado de montañas, era hermoso a primera vista.
Era un día pleno de sol invernal en que no había ni rastro de nubes en el cielo. La nieve que había caído hacía ya dos días, cubierta de barro, estaba amontonada a los costados del camino. Una voz procedente del edificio comunal se expandía por las inmediaciones y llegaba a los oídos de tres chicas que esperaban de pie en una de las paradas de autobús.
—Señores residentes, su atención, por favor. Se les informa que este día nos visitará el enviado de una televisora para filmar nuestra aldea, por lo que se les pide vestir traje limpio y reunirse sin excepción en el club social. Una vez más, se les solicita a todos los habitantes de la aldea su colaboración para el documental titulado Ambiente invernal.
Al parecer, habría una filmación del hombre al que se había referido la abuela esa mañana, sentada a la mesa para desayunar. Michong, que había escuchado decir a la gente que alguien de una televisora visitaría la aldea, pidió a Younggui que averiguase si también vendría algún artista. Aquél le contestó que no vendría ninguno ni nadie que se le pareciera, y agregó que no había más que un tipo con una cámara en la mano. Si un artista hubiera venido a la aldea, Michong habría ido al edificio comunal, pero como no era así, no tenía razón alguna para asistir.
Aunque las chicas esperaron mucho tiempo el autobús que las llevaría al centro del pueblo, éste no llegó. Así que no tuvieron más remedio que decidirse a caminar por la calle cubierta de guijarros. Cada una mostraba a su manera un aire melancólico. Michong parecía la más melancólica de todas. De las otras dos chicas, Kyongae y Hyangsuk, una vestía un abrigo de plumas de pato y la otra un simple abrigo. Michong, por su parte, llevaba un suéter delgado con franjas de lana. Encogiendo al máximo los hombros por el frío, seguía a sus amigas con pasos menudos. Había muchos autobuses que pasaban por la calle del pueblo, pero ninguno era el que ellas esperaban. Sin embargo, Kyongae sacudía a veces una mano hacia los vehículos que pasaban a su lado a alta velocidad, con la esperanza de que alguno parara. Pero no había ninguno que se detuviese, como lo presintió desde el principio. Cada vez que veía pasar uno a toda prisa, agitaba el puño en el vacío con actitud despectiva en dirección al vehículo que se alejaba.
Ya habían empezado las vacaciones de invierno; sin embargo, estas tres chicas, que vivían en las aldeas de Sinli y Dangchuri, no tenían a dónde ir. Michong había salido porque Kyongae, que vivía en Dangchuri, le había prometido un teléfono celular como regalo de Navidad. Hyangsuk les dijo que iba al salón de belleza del centro del pueblo para teñirse el pelo, y agregó que cambiaría de aspecto para presentarse ante Chongsik, el hombre a quien quería.
—No pude conciliar el sueño nada más de imaginar cómo me mirará Chongsik al verme transformada.
—¿Qué dices? ¿Que no puedes dormir? ¡Qué cursi eres!
—Entonces, ¿qué tengo que decir?
—Por lo menos no mentir diciendo que no pudiste dormir.
Kyongae entró a estudiar a la escuela primaria de la aldea y dejó la de Seúl porque su familia había tenido que abandonar la capital para vivir acá. Me había dicho que su padre era presidente de una empresa en Seúl que se había arruinado después de la llegada del Fondo Monetario Internacional (FMI). Lo habían despojado materialmente y ésa fue la causa de su divorcio. Hacía un año que su padre se había casado de nuevo. Kyongae no hablaba el dialecto que se usaba en el pueblo, lo cual era un tanto insólito. No sólo no lo hablaba, sino que regañaba a sus amigos cuando lo usaban, diciéndoles que parecían rústicos. Era una chica guapa, que gastaba dinero con sus amigos, por lo que todos sus compañeros querían una amistad estrecha con ella. Se decía que su padre, aunque arruinado hacía tiempo y actualmente sin dinero, no quería desanimarla ante sus amigos, por lo que siempre le daba suficiente para que gastara a su gusto. Si alguien quería ser su amigo, lo primero que debía hacer era evitar el dialecto. Había una anécdota al respecto: en la época de la escuela primaria, si alguno de sus amigos hablaba en dialecto, debía devolverle de inmediato cualquier regalo que hubiese recibido de ella. Durante la secundaria su actitud había cambiado, aunque siguió con su costumbre de regañarlos. Kyongae, gracias a su nueva madre que se pintaba y se vestía a la moda, llevaba un buen celular, de los que se estaban usando, el pelo teñido con luces y bonitos pendientes en las orejas. También se sentía orgullosa del abrigo de plumas de pato que usaba, y les decía a sus amigos que su nueva madre se lo había regalado. Michong, por otra parte, pensó en lo contenta que se pondría con una nueva madre como la de Kyongae. No le daban ganas, hablando francamente, de recordar a la suya, que se había marchado de casa abandonándola a ella y a su hermano. Tampoco le gustaban su abuelo ni su abuela, que fruncían el ceño cada vez que les pedía dinero. Cuando empezaban las vacaciones, Michong se sentía más solitaria. Todos los días tenía que barrer el entarimado y fregarlo con un trapo, lavar los platos y dar de comer a los animales domésticos, aguantar las reprimendas de su abuela y arreglar sola toda la casa. Al ver que llamaba por teléfono a sus amigos, la abuela le decía groserías inaceptables; y aunque Michong sólo recibiese las llamadas, era regañada con palabras ofensivas. Un día Michong, para desquitarse de la golpiza propinada por su abuela la noche anterior, se escondió después del desayuno en una habitación cerrada llevando un álbum en la mano. Younggui la siguió y allí dentro hicieron pedazos una tras otra las fotografías de su madre. Mientras las despedazaba, Michong soltaba todas las groserías que había oído de boca de su abuela por la mañana. Y mientras insultaba, derramaba extrañas lágrimas de tristeza cada vez que sacaba una foto. Llorar ante las imágenes la ponía más histérica, por eso hacía pedazos las fotos de su madre hasta convertirlas en polvo. Younggui la interrogó en voz baja (no podía hablar muy fuerte porque su garganta siempre estaba cubierta de flemas: su voz se había vuelto ronca desde de que su madre dejó la casa y él pasó tres días y tres noches llorando):
Читать дальше