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Jillian Hunter: Los Diabólicos Placeres de un Duque

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Jillian Hunter Los Diabólicos Placeres de un Duque

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Adrian Ruxley podrá ser un encantador libertino que hechiza hasta las moscas, pero no es un hombre dado a permanecer quieto mientras una dama es acosada, ni siquiera en una boda organizada por la dama en cuestión, Emma Boscastle, profesora de buenos modales en su academia de Londres para jóvenes damas. Adrian se enfrenta al ofensor, se produce un altercado, y ahora este adulador se encuentra recuperándose bajo el techo de Emma, encantado de la profunda preocupación que refleja su encantador rostro. Ella tiene un encanto que ningún libertino puede resistir. Emma está escandalizada con su propio comportamiento, seducida por un desconocido, atractivo ciertamente, eso sí. ¿Cómo podrá ocultar su indiscreción de la mirada de sus perceptivos hermanos? La pasión que Adrian ha despertado, y los sensuales placeres que le ha mostrado, han convertido los días de Emma en la academia en una exhibición impropia y sus noches en un audaz abismo de sensualidad. Pero cuando su intimidad revela los turbulentos secretos de Adrian, Emma quiere afrontar su más ambicioso plan: reformar a un libertino.

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Jillian Hunter Los Diabólicos Placeres de un Duque The Devilish Pleasures of a - фото 1

Jillian Hunter

Los Diabólicos Placeres de un Duque

The Devilish Pleasures of a Duke (2007)

6° de la Serie La Familia Boscastle

CAPÍTULO 01

LONDRES, 1815

Había un lobo en la boda.

Emma Boscastle, vizcondesa viuda de Lyon, no estaba segura de si había sido uno de los invitados o una de las criadas quien había susurrado al pasar, durante la recepción de la boda, esa observación inquietante. En un principio ignoró el comentario. Podían haberse referido a uno de los grandes perros de caza de algún huésped, o simplemente a alguien muy hambriento.

Una dama no se rebajaba a escuchar chismes. Su profesión la obligaba a dar ejemplo a los demás y a no complacer su lasciva curiosidad. Esta era, después de todo, la boda de una de sus antiguas alumnas, que se celebraba en la casa de Portman Square de los parientes políticos de la novia, no una reunión campestre cualquiera.

Varios minutos después, en el desayuno nupcial, el comentario tomó un carácter más intrigante sin embargo. Acababa de decidir que el apuesto caballero de pie en medio de la habitación tenía un atractivo aire de mala reputación. Lo que explicaría por qué no podía resistirse a mirarlo y por qué debería hacerlo. Lamentablemente, el hecho de que estuviera acompañado por tres de sus propios hermanos, los Lores Heath, Drake y Devon Boscastle, sólo aumentaba ése aura peligrosa. Probablemente era una persona que debía evitarse. El cielo sabía que habría evitado a su propia familia si no fueran sus parientes y por tanto, estuviera obligada a ofrecerles su apoyo.

Sus sospechas acerca del atractivo extraño se confirmaron tras el brindis con champaña, cuando él se volvió de repente y le sonrió por encima de la tarta de boda. Ella le devolvió la pícara sonrisa antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. Sus perceptivos ojos avellana brillaron con absoluta picardía.

¿Lo conocía? Seguramente recordaría a un hombre con tan dominante presencia, a menos que nunca le hubiera visto entre gente educada. Había que admitir que era agradable mirarlo, con su oscuro pelo rubio del color del trigo, sus rasgos cincelados y su figura de anchos hombros.

Arriesgó otra mirada pensativa sobre su perfil. Irradiaba la energía incansable de un lobo con ropa de caballero… Un choque de comprensión recorrió su cuerpo. No podía ser. Sus hermanos no habrían traído al famoso Adrian Ruxley, vizconde de Wolverton, a la boda de la señorita Marshall.

Un lobo en la boda. Las malas lenguas se referían a él como a un mercenario profesional. Si uno creía lo que decían, era un soldado de fortuna, que había dado la espalda a su educación aristocrática, y a pesar de la oposición de su padre, había elegido luchar contra piratas en tierras extranjeras.

La hermana más joven de Emma, Chloe, que sin duda no era imparcial, afirmaba que Lord Wolverton era malinterpretado, que era un valiente pícaro, y fiel amigo de su selecto círculo de amigos. Emma sospechaba que la verdad estaba en algún lugar en medio de las dos opiniones.

¿Sus hermanos se habían atrevido a invitar a una persona tan cuestionada a la boda?

Por supuesto que lo habían hecho. Los queridos granujas podrían estar calmándose desde que se habían casado, pero todavía poseían el escandaloso espíritu Boscastle. Honestamente, nada era sagrado para la familia. Los hermanos elegían las compañías más polémicas, tanto hombres como mujeres, que la correcta Sociedad desaprobaba. De hecho, Emma había tenido tanto miedo de que alguno de los hermanos la avergonzara, que se había perdido la mitad de la ceremonia manteniendo un ojo sobre tres de ellos.

Sin embargo, la boda había transcurrido como un sueño, a pesar de las repetidas declaraciones de gratitud de la novia hacia su mentora. Con modestia, Emma rehusó reconocer el papel que había desempeñado en la realización de este memorable evento.

Era una mujer que amaba la tradición. Observar las formalidades casi permitía olvidar la vulgaridad que existían fuera del mundo bien educado.

Lo que más disfrutaba era de una hermosa boda. Otro soplo de esperanza suavemente liberado sobre lo rancio de la humanidad. La cordialidad. Los hermosos trajes. La dignidad del compromiso y la ceremonia.

Y luego, finalmente, llegaba el lírico tintineo de fina porcelana, mientras se saboreaba un desayuno bien preparado. Miró complacida el antiguo servicio de plata pulida, majestuosamente colocada sobre manteles de pálido damasco. Detalles. Hermosos detalles. Hacían creer que la vida podía y debía ser gobernada por el orden y la belleza.

– Ya sé que asistiré a tu próxima boda, Emma -Bromeó su prima Charlotte, apareciendo a su lado-. Las chicas están apostando sobre cuando te lo propondrá Sir William.

– ¿Apostando? ¿Las estudiantes de mi academia? -Emma se echó a reír de mala gana-. Nosotros ni siquiera hemos discutido sobre el futuro. -Aunque Sir William Larkin, un caballeroso abogado al que había conocido sólo unos meses antes, más que hablar, se le había insinuado sobre matrimonio, durante sus escasos encuentros en las obras de teatro y días de campo en los que habían coincidido.

– Apostando sobre mi boda -murmuró con burlona desaprobación-. No sé en qué se ha convertido nuestra escuela.

– En la mejor -respondió Charlotte con voz exuberante, que hizo a Emma preguntarse cuántos vasos de champaña habría bebido su prima. Charlotte era de carácter reservado, pero siempre parecía tener cierta rebeldía cociendo a fuego lento en su interior.

Sin embargo, Emma apreció el elogio tan duramente ganado. Como fundadora de la pequeña academia de damas, ahora ubicada en la casa de Londres perteneciente a su hermano y cuñada, se tomaba una responsabilidad personal sobre sus alumnas. Las damas que se graduaban se referían con orgullo a sí mismas como las Leonas de Londres. En otras palabras, habían sobrevivido a la intensa orientación de Lady Lyons [1]para poder presentarse como perfectas jóvenes damas.

Sólo aparentemente.

Por desgracia, no podía extender su influencia cuando se marchaban, y su grupo actual de pupilas estaba demostrando una vena salvaje que absorbía toda sus energías.

– Hablando del tema, ¿dónde han ido las muchachas? -preguntó. Emma había traído a la boda a sus cuatro alumnas más antiguas, en la creencia de que se debía poner la etiqueta en práctica para poder perfeccionarla.

– La última vez que las vi, acababan de avistar a Lord Wolverton y rogaban a Heath que las presentara.

Emma palideció. Todas las formas imaginables de ruina social pasaron por su mente.

– ¿Y tú se lo permitiste?

– Realmente, no. Deja de preocuparte Emma. Heath nunca permitiría que se lastimara a las muchachas.

Emma miró alrededor de la habitación con alarma. -Querida, no son las chicas las que están en peligro. ¿Has visto cómo se comportan en el momento que se desatan?

– ¿Desatan? -preguntó Charlotte, sorprendida-. ¿Ésa es la palabra que usarías?

– Obsérvalo tú misma.

Lord Wolverton estaba rodeado impotente, en el centro del círculo de miradas femeninas, parecía… un hombre desesperado por escapar. Era una imagen que difícilmente se podía conciliar con su reputación de mercenario profesional.

En ese momento sin embargo no era la conducta de Lord Wolverton la que merecía crítica, a pesar de su pasado. Si lo era la de las tres chicas que lo rodeaban, con toda la sutileza de lecheras en un prado. Estallando en estridentes risitas. Aleteando sus abanicos y mirando fijamente a su Señoría, como si hubieran olvidado cada delicado precepto que Emma había implantado en sus jóvenes cabezas.

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