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Jillian Hunter: Los Diabólicos Placeres de un Duque

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Jillian Hunter Los Diabólicos Placeres de un Duque

Los Diabólicos Placeres de un Duque: краткое содержание, описание и аннотация

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Adrian Ruxley podrá ser un encantador libertino que hechiza hasta las moscas, pero no es un hombre dado a permanecer quieto mientras una dama es acosada, ni siquiera en una boda organizada por la dama en cuestión, Emma Boscastle, profesora de buenos modales en su academia de Londres para jóvenes damas. Adrian se enfrenta al ofensor, se produce un altercado, y ahora este adulador se encuentra recuperándose bajo el techo de Emma, encantado de la profunda preocupación que refleja su encantador rostro. Ella tiene un encanto que ningún libertino puede resistir. Emma está escandalizada con su propio comportamiento, seducida por un desconocido, atractivo ciertamente, eso sí. ¿Cómo podrá ocultar su indiscreción de la mirada de sus perceptivos hermanos? La pasión que Adrian ha despertado, y los sensuales placeres que le ha mostrado, han convertido los días de Emma en la academia en una exhibición impropia y sus noches en un audaz abismo de sensualidad. Pero cuando su intimidad revela los turbulentos secretos de Adrian, Emma quiere afrontar su más ambicioso plan: reformar a un libertino.

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– Alguien debería haberte advertido -susurró con voz apenas audible.

Durante el intervalo de varios latidos de corazón ella no pudo pensar.

Y cuando finalmente lo hizo, se dijo que aunque estuviera vivo, podría haber sufrido una lesión duradera. Por haberla defendido. Un caballeroso lobo. Peinó un mechón de pelo dorado oscuro de su ensangrentada sien. -¿Advertirme de qué? -preguntó distraídamente.

Él lanzó un suspiro contra su pecho. -Que un ángel no tiene nada que hacer besando a un diablo.

– Nunca le he besado. -Él suspiró y giró la cabeza en su regazo.

Su regazo.

Sí, las apariencias importaban. Su reputación importaba, pero no tanto como la vida de un hombre que había llegado en su defensa en un abrir y cerrar de ojos… de hecho, Emma no pudo evitar pensar que toda la situación podría haber resultado bastante mejor si Lord Wolverton no hubiera sido tan precipitado al jugar al héroe. -Se pondrá bien -dijo, tanto a sí misma como a él. ¿Cuántas veces sus temerarios hermanos se habían caído de árboles, ventanas, carruajes con exceso de velocidad, para aparentemente morir? Más de una vez, los jóvenes demonios se habían encontrado a las puertas de la muerte. Y Emma, siendo una de los dos únicos niños Boscastle de los que todo el mundo estaba de acuerdo en que mostraban un mínimo de sentido común, y que se preocupaban por la mayoría de su familia, era la única en desesperarse por ellos.

– Mi pequeña mamá -la llamaba frecuentemente su propia madre.

Pero este hombre, este duro, fuerte, hermoso hombre, cuyo gran peso había prácticamente bloqueado el flujo de sangre de sus extremidades inferiores, no podía morir.

Una firme mano tocó su hombro. Levantó la mirada hacia la cara de su hermano Heath. -¿Qué demonios ha ocurrido? -exigió.

De repente se dio cuenta que estaban solos, Sir William y los dos sirvientes se habían marchado, sabiamente. -¿Qué ha ocurrido, Emma? -repitió.

Heath se arrodilló junto a ella, su rostro serio.

Nadie esperaba ver al heredero de un duque derribado por una silla, en la alfombra, durante un banquete de bodas. Cualquier persona de buena educación estaría comprensivamente perpleja.

– Ha habido un… incidente. -dijo tan tranquilamente cómo le fue posible.

– ¿Un incidente? -él alzó la frente-. ¿Ha sido herido?

Ella señaló la astillada silla. -No. Se metió en una pelea.

– Ese no parece Adrian.

– Atrapó a Sir William forzando sus intenciones con…

– ¿Qué?

– … con mi mano. William no quería soltarla y Adrian intercedió.

Heath sonrió misteriosamente. -Bueno, ese sí parece un duque.

Se forzó a si misma a mantener la calma. -¿Va a ponerse bien, Heath?

– ¿Te insultó?

– No, en absoluto. -Sacudió la cabeza, su horrorizada mirada clavada todavía en el rostro de Adrian-. Él estaba tratando de defenderme, y el lacayo le golpeó con una silla por error.

Heath deslizó dos dedos bajo la blanca corbata de Adrian para sentir su pulso. -En ese caso, puedo afirmar con total confianza que se pondrá bien.

– ¿Entonces por qué no se mueve? -preguntó angustiada.

Heath sonrió. -Pregúntaselo.

Ella miró hacia abajo, a un par de provocativos ojos avellana, que lucían un pecaminoso regocijo. La mejilla de Adrian presionó en la curva de su pecho.

Un lobo, sin duda.

CAPÍTULO 03

Adrian observaba con ojos entrecerrados las figuras moviéndose alrededor de su cama. Quienquiera que fuesen, quería decirles que se fuesen al diablo, y lo dejaran dormir por una hora o más. Ya había sido suficiente insulto a su dignidad tener que sufrir a Heath y Drake Boscastle examinándole la cabeza y mirándole los ojos mientras él yacía inútil, en el suelo.

También había querido informarles a esos tontos testarudos que habría podido caminar por su cuenta hasta el coche si las paredes hubieran dejado de girar por un momento, y si algún bromista hubiese dejado de tirar de la alfombra bajo sus pies cada vez que daba un paso.

Se hubiera quedado contento permaneciendo reclinado contra el atractivo busto de Emma Boscastle, hasta encontrar energía para dejar atrás ese montón de mierda que la había insultado. Y el otro idiota que le había sacado los sesos, había empeorado las cosas.

Reconoció su graciosa figura al lado de la ventana de la casa de Heath Boscastle.

Por lo que podía ver de ella, y su visión estaba muy borrosa, parecía intacta, ni un cabello rojizo dorado fuera de lugar, lo que era mucho más de lo que podía decir su propio orgullo.

Había querido rescatarla, no lo contrario. Levantó la cabeza para hablar. Un dolor punzante lo atravesó desde el cráneo hasta los dientes.

Inesperadamente ella lo miró.

– Infierno -dijo él-. Duele como el mismo infierno.

– Se está moviendo, Heath -susurró ella a una sombra a su derecha-. Ve abajo a buscar al médico.

Después de un minuto o más, un brusco escocés de barba blanca se sentó a su lado. -Debería estar perfectamente bien por la mañana -declaró con poca convicción.

– Bueno, gracias a Dios -dijo Emma desde el lado opuesto de la cama.

– Pero -agregó el médico-, puede no ser así.

– ¿Cómo puede saberse? -preguntó consternada.

– No se puede. -dijo el doctor escocés morbosamente alegre-. Ese es el desafío de la medicina.

Emma se aventuró más cerca de la cama. Adrian la hubiese reconocido solo por su fragancia sutil, dulce y seductora como las rosas después de la lluvia. El desafío, según su punto de vista, no era la medicina. Era esconder su fascinación por la mujer quieta a su lado. Podía dolerle la cabeza, pero el resto de su cuerpo, desafortunadamente, parecía estar funcionando bastante bien.

– Creo que está recuperando la consciencia -dijo el doctor-. ¿Nos puede dar su nombre?

Adrian cruzó los brazos sobre su pecho, y se sentó con la cabeza punzándole. -Rey Tutankhamon.

– Está bien -dijo Heath con una sonrisa divertida.

– Yo no lo veo muy bien. -Emma miró a Adrian. Él la miró con interés.

– Y en realidad, puede no estarlo -dijo el médico con aire grave-. Si ha sufrido una fractura de cráneo, puede que nunca sea él mismo otra vez.

– ¿Y quién seré? -preguntó Adrian con leve ironía.

– Una fractura de cráneo no es para reír, su Señoría. Podría haber sangrado en el cerebro y tener consecuencias duraderas.

Emma frunció el ceño, preocupada. -¿Qué vamos a hacer?

– Déjenlo descansar -dijo el médico-. Denle la medicina si se la toma. Parece ser difícil.

– Deme su maldita panacea -dijo Adrian molesto-. Y me iré a mi propio hotel. -Hizo una mueca, mientras la doncella detrás de Emma le acercaba a los labios una cuchara con un líquido espumoso marrón.

– No te irás a ninguna parte después de eso -dijo Emma satisfecha.

– Si no descansa -dijo el médico, dirigiéndose a Heath y a Emma ahora-, tendrá que ser controlado. Hay que acortar las conversaciones.

– ¿Entonces por qué diablos no se callan? -preguntó Adrian apoyándose en las almohadas.

– Oscurezcan la habitación. Manténgale la cabeza mojada. Le voy a dejar estricnina.

– ¿Estricnina? -preguntó Emma mirando furtivamente la cara de Adrian. Él se la devolvió-. ¿Y para qué?

– Es un tónico -respondió el médico-. Además previene la constipación [3]. Sugiero que lo mantengan levemente sedado en caso que se ponga violento.

Adrian bufó. -¿En caso? Sigan tratándome como a una tía inválida, y al final será cierto.

La mirada de Emma parpadeó clavada en la de Adrian. Mantuvieron los ojos fijos en el otro hasta que él bajó la mirada a su boca. Los labios de ella se abrieron.

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