Eduardo de Gortari - Himnos
Здесь есть возможность читать онлайн «Eduardo de Gortari - Himnos» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Himnos
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Himnos: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Himnos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Himnos — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Himnos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
«Tu hermano, tú, yo: no puede ser casualidad. Seguro alguien más está pasando por lo mismo».
«Ramón está buscando ayuda, pero no sé contra qué».
13
Luis dice que se siente mal, se rasca todo el tiempo, culpa a la dermatitis por la tenaz comezón que ha dejado rasguños en sus brazos y piernas. Aun así vamos al cine, reímos ante la sangre falsa, pega de brincos ante los sustos más burdos. Me lleva a casa, nos besamos brevemente. Pero no tiene ánimos para que fajemos.
«Lo siento, Domi; neta no me siento muy bien», alega mientras se rasca la nuca. Ante la luz del farol que ilumina el bulevar junto a la playa, los rasguños ostentan un brillo de herida fresca, recién coagulada. Mi cabeza se llena de dudas, como un hormiguero recién poblado, pero Luis malinterpreta mis temores:
«¿Estás peída?».
«No, para nada», le digo conteniendo algo más que llanto. Lo abrazo con ese instinto que podría convertirse en costumbre y percibo en sus músculos una cortante fragilidad, como si piel y huesos pudieran crujir entre mis brazos con un mínimo esfuerzo.
«¿Es como un hormigueo, verdad?», le digo sin soltarlo. No quiero soltarlo.
14
Porque puedo sentir ese hormigueo, recorre sus venas, las capas más profundas de su piel. Puedo sentirlo. No en mí, en él. Vomito al subir a mi departamento. Paso una hora bajo la regadera. Sueño que abrazo un cadáver.
15
Ramón me marca por la mañana antes de salir al colegio.
«He estado preguntado y no somos los únicos: amigos que sufren hormigueos, otros sueñan con tormentas de chicatanas. Pareciera que todos nos hemos contagiado de un mismo virus».
«¿Y qué podemos hacer?».
«Estoy tras la pista de alguien pero no sé si funcione».
«¿Y entonces?».
«Esperar tal vez».
«¿Esperar a qué!».
«No lo sé tampoco, no sé qué signifique esto».
16
Ya es demasiado tarde. Esta mañana en el colegio, durante la misa que antecede las clases, anuncian que César ha muerto. Dicen que enfermó de zika, que estuvo días en el hospital, que el tratamiento no surtió efecto. Por supuesto mienten: «Ayer fue un día soleado», dice el periódico mientras una nueva fosa se abre en los extrarradios del Puerto.
Ni Julia ni Ramón han venido a clase y no contestan mis llamadas. En el receso saco mi patineta del locker y me escapo por la barda trasera del colegio. En el largo camino hasta casa de Julia le marco a Luis y tampoco contesta.
17
Julia no abre la puerta, no responde llamados. Sabemos que está bien porque llora: sus gemidos inundan el departamento con el mismo regusto amargo de las chicatanas freídas en el sartén el día que empezó todo esto.
Ramón me saca al patio, prende un cigarro.
«César no tenía zika ni nada semejante. Julia me dijo ayer que la última vez que lo vio tenía las ronchas y la fiebre, pero no, no era esa verga. Él sentía hormigueos».
Noto una roncha en su nuca. Ramón también está enfermo.
«Como si un ejército se abriera paso bajo tu piel, un hormigueo que empieza en tu uretra y poco a poco se extiende hacia tus brazos, tus piernas; ese ejército llega a tus ojos y empiezas a ver rojo. Te sientes débil, y más que débil te sientes muy frágil, quebradizo, como una pinche hormiga que aprietas y deja pus entre tus dedos».
18
Desgasto las llantas de mi patineta sin voltear. Sé que están atrás de mí. Siento las hormigas en mi coño, una procesión de antenas y patas bajo mi piel, pulverizan carne a dentadas, reemplazan sangre con mancha, con esa tromba roja que pisa la playa para anidar en nosotros.
19
El zumbido de las hormigas parece el siseo de una serpiente.
20
«Sabía que vendrías tarde o temprano», dice Elvia, entre veladoras y fotografías, matas de romero y hierbabuena, tras las cortinas de un puesto de inciensos en el mercado Hidalgo. «Tú o alguien más, sabía que alguien vendría. Pero has llegado tarde. Ya no puedes contener la pandemia, no podrás evitar más contagios. La sangre llama, niña, siempre llama. ¿Quién limpia los terrenos, quién barre los despojos? Las hormigas. ¿Y quién es la madre de las hormigas? ¿Qué madre no va detrás de sus hijos? Esto es una venganza y es una limpieza. La sangre se limpia con sangre. Morirán tan chicos, como insectos, son destinos rotos por la tormenta».
21
He encontrado un nido de chicatanas en el manglar al otro lado del Jamapa. Uso mi tabla como una pala y el machete que me dio Elvia como un atávico amuleto. Debo limpiar esta guarida de coralillo. Si mato a la madre de las hormigas, estas saldrán mañana nuevamente, habrán de cortejarse en el aire oscuro, formarán nuevos nidos. La tromba interrumpió su apareamiento y por eso vinieron a nosotros, núbiles cuerpos. Pienso en el cadáver de César cubierto de chicatanas; anidaron hasta quebrarle la piel, como un caparazón, dejando los puros huesos. La coralillo aparece dibujando en el aire un dos repentino. Debo decapitarla, que las hormigas vuelvan a su nido. Mañana seguirán las masacres y los contagios; los periódicos dirán que fue un día caluroso; nadie sabrá que salvé a algunos; pero ni Julia ni Ramón ni Luis ni yo sentiremos la roja procesión, libres de toda mancha. Soñaré un vuelo nupcial esta noche. Habrá pasado la tromba.
22
Los veo en la calle y sé que están enfermos, que se han infectado. Se rascan con una furia inútil que ensangrenta los brazos, con un vigor insuficiente para el escape. Otros se retuercen por reflejo; ignoran que están muertos. Cuerpos decapitados, se fatigan en los últimos estertores de una inútil resistencia. Solo unos cuantos yacen en inmóvil resignación. No veo banqueta ni asfalto: solo cuerpos del color de la sangre que revientan bajo las llantas de mi patineta. Cuando tomo impulso, mi pie barre esqueletos que ya no manchan la lija de mi tabla con una pasta roja, tornasolada.
LA FLORACIÓN DE LOS ROBLES: UNA DENDROCRONOLOGÍA
Ya se sabe: el primer recuerdo suele ser implantado: cada vida tiene por espuela una ficción. Lo cual no impide que aún conserve la exacta memoria del día en que emergió como verde banderita producto de un viaje, ácido e inhóspito, por el tracto digestivo de un zanate. Desde entonces siente una nostalgia por el vuelo que ha combatido parcialmente en el laborioso esfuerzo de rozar alturas que solo conoció siendo semilla. Todo camino es fruto de una desolación: los hombres retiraban la maleza, los pastos salvajes y azarosos, para marcar la ruta más cómoda hacia un mar que en días nítidos se dibujaba a la distancia como un vago espejismo del cielo. Era demasiado joven como para llamar la atención de cualquier paseante: sus tiernas ramas eran incapaces de prolongar un fuego propicio para la cocción y el seguro descanso. Creció siendo testigo de innumerables carreras de relevos donde el pescado fresco pasaba de mano en mano como una saeta, donde los capturados caminaban hacia el reino como pescado fresco. Sin mayores temores que verse nutrido por heces ocasionales, pasó la infancia siendo el taciturno centinela de una ruta que se construyó principalmente para permitir el fluido tránsito de proteínas esenciales. Pero todo camino vuelve a su origen y tarde o temprano es recorrido por una desolación que corre en sentido inverso: el ejército salido del mar pasó a su lado consternado por la floración de los robles circundantes. La juventud le permitió pasar inadvertido: ya no era una verde promesa producto de un paracaidismo bienhechor, pero tampoco una vieja amenaza como los robles muertos que terminan siendo arcos, vigas, vergantines. Aquellos hombres inauguraron una tradición que hubo de respetarse por centurias: volver aquel camino el escenario de sacrificios seculares sellados por la pólvora; persecuciones bilaterales, carretas emboscadas por forajidos, ejércitos menguados por el dengue y la malaria. Con los años, el roble se vio fortalecido por abonos circunstanciales: la sangre de los combatientes se incorporaba a la tierra como una ofrenda involuntaria de nitrógeno y hierro. Ante semejantes regalos inesperados hubiera sido una mezquindad quejarse de los viajeros que dormitaron bajo su sombra o de las parejas fugitivas que marcaban en su corteza los motivos de la huida. Renovarse resulta indispensable para la supervivencia y qué habría sido de la desolación originaria sin sofisticar la forma en que transitan las proteínas esenciales: la tierra que pisaron miles quedó bajo el asfalto que dejaron constructores cargados de instrumentos cuya única función era suplir una carencia: el sentido común de los ríos. No cesaron los sacrificios ni las afrentas: el ya tradicional plomo siguió siendo la forma más eficaz de permitir que la sangre fertilizara los alrededores, pero también es cierto que los automóviles impactados en árboles vecinos durante lluvias torrenciales cumplían una labor casual pero significativa a la hora de compensar el despojo: bajo el asfalto, las raíces se abrían rutas hacia el agua sin requerir mayores instrumentos de medición que el instinto. A lo largo de siglos, fueron cientos los robles de la zona que pasaron por el inmisericorde trámite de la guillotina, culpables de haber florecido en el momento justo que marca la madurez necesaria para convertirse en mesas, sillas, postigos, arpas, marcos, trabes, guitarras, lanchas, jaranas, libreros. Lo que por años fue un defecto y acaso motivo de burla (haber crecido sin florecer, rebasar la altura de los mayores sin cruzar primero la pubertad) de pronto fue el camuflaje propicio para la supervivencia: por muy alto que fuera, ¿quién cortaría un roble que jamas ha florecido? No fue más que hogar de pájaros estacionarios, guarida de mamíferos, testigo involuntario al pie de un carretera, con una superficie sembrada de experiencias: balas perdidas incrustadas en los anillos de su juventud, navajazos frutos del amor y el aburrimiento, pedazos de corteza arrancados para preparar infusiones de propiedades analgésicas. Una tarde, una mujer descendió de su coche al pie del camino y vio al roble como el hallazgo que se espera durante toda una vida. Siguió con un serrucho menor la ruta abierta por la bala y extrajo una muestra parcial en un procedimiento semejante en dolor y propósitos a una punción lumbar. Días más tarde, la misma mujer volvió acompañada de todo un equipo de investigadores cargados de instrumentos cuya única función era suplir una carencia: el sentido común de los anillos concéntricos detrás de la corteza. A pesar de su aparente e indefectible juventud, resultó ser el roble más viejo del que se hubiera tenido noticias. Las cosas que habrá visto, se dijeron entre ellos como si el roble pudiera sentir algo cercano al regocijo: viajes y procesiones, formas del comercio que devinieron en guerras, guerras entabladas para permitir el comercio, fugitivos y paseantes, turistas y migraciones. ¿Qué otra historia podría contar sino el devenir natural de lo que empezó siendo despojo y desolación? En anillos de celulosa vieron el reflejo de su propia historia. Dejaron una placa, le pusieron un nombre y de tanto en tanto lo visitaban buscando los signos de una floración que se había postergado durante siglos. Varias generaciones continuaron con la labor fundacional de aquella mujer: detenerse bajo su sombra, buscar nuevas huellas, seguir el transcurso de un milagro fruto de la mutación. La misma carretera adyacente fue reconstruida en no pocas ocasiones, siempre con la magra ayuda de instrumentos de medición incapaces de suplir el sentido común de los ríos e instrumentos de construcción incapaces de suplir el sentido común de las montañas: las rocas se mueven en una misma dirección siguiendo tácitos acuerdos. El mar que antes se distinguía solo en días claros comenzó una lenta pero inexorable invasión, en un tiempo en que los cuerpos seguían los pasos nutricios de sus predecesores y los constructores seguían los torpes pasos de sus antecesores y las parejas fugitivas parecían ignorar el destino de todas las parejas anteriores, y los pájaros que se posaban en sus ramas seguían moviéndolo a la nostalgia de los días anteriores a que fuera una verde banderita alzada en el excremento, y los robles nacían cada vez más lejos porque la tierra ya no era propicia sino para este único espécimen imperturbablemente joven, desgraciadamente viejo. El mar cubrió los alrededores: la punta de la colina que gobernaba el roble se transformó en una isla súbita, solo accesible en lancha, ajena a las naves circundantes y el oleaje nutricio: la marea arrastra cuerpos que cumplen la misma función que los primeros cuerpos: la atávica circulación de proteínas esenciales, los despojos pactados y la desolación que ya no requiere ni recuerda camino alguno. Espera lo que ya no espera: ¿quién sembrará verdes banderas en qué colinas lejanas? Desearía, como tantos otros robles, solo heredar la espuela y la nostalgia. Vendrán las flores. No los herederos.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Himnos»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Himnos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Himnos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.