En el consumo convivimos con una crisis de comensalidad . Aunque hay alimentos suficientes y a pesar de su distribución sesgada, aun los que acceden a ellos han perdido el sentido acerca de qué y por qué comer. En un mundo que parece haber superado las necesidades biológicas, los valores que dan sentido al consumo alimentario también están en crisis: se deshilachan las culturas alimentarias al mismo tiempo que la industria globalizada homogeneiza la oferta y se forma un núcleo de productos procesados que son idénticos en todos los rincones del planeta, y que prevalecen sobre la necesidad, la geografía o la cultura. Gaseosas, enlatados, bocadillos ( snacks ), sopas deshidratadas y lácteos endulzados forman el corazón de los consumos mundiales, a despecho de las necesidades nutricionales o de las preferencias culturales. Esto ha provocado una crisis en la alimentación tradicional (patrones de consumo posibles y probados durante miles de años) y por primera vez en la historia de la cultura humana vemos un desplazamiento del grupo al individuo al momento de decidir qué comer. Aunque hoy nos parece extraño, en el pasado la decisión acerca de qué comer era social: la familia, la comunidad, la cultura o la economía nacional dictaban lo que se consideraba sano o rico o apropiado (para géneros, edades, situaciones) y se tomaban decisiones grupales (familiares) de lo que cada uno podía y debía comer. Hoy esa decisión recae en el individuo. Una decisión en solitario de un comensal formateado por la industria que domina qué y por qué comer con la lógica de la ganancia empresarial antes que la salud o la sustentabilidad.
Porque la crisis es global y se da en todas las áreas y simultáneamente, algunos autores la consideran una “crisis de civilización”. Por el contrario, aquí consideramos que es una crisis del derecho a la alimentación , que –aunque reconocido como derecho humano por las Naciones Unidas– sigue siendo en gran medida declamatorio desde 1948, cuando, luego de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, muchas naciones soñaron con un mundo libre de hambre.
Todas las dimensiones del derecho están en crisis: la capacidad de alimentarse de manera autónoma, de alimentar a otros y de ser alimentado (cuando el sujeto no puede hacerlo). Los Estados son los garantes de este derecho y deben arbitrar los medios para que se cumpla, ya sea a través de políticas públicas directas (asistenciales) e indirectas (como el empleo), ya sea atendiendo el reclamo cuando los ciudadanos encuentran este derecho vulnerado. Pero por la intersectorialidad de los derechos humanos, antes que por una jerarquía entre ellos, vulnerar el derecho a la alimentación adecuada vulnera también otros derechos humanos (económicos como el trabajo, sociales como la salud o culturales como la identidad) con los que está fuertemente interrelacionado.
Defender el derecho a la alimentación adecuada para cualquier Estado significa que las políticas alimentarias deben tener como fin promover al ciudadano fortaleciendo su libertad y su autonomía y no utilizarse como formas de dominación, control social o clientelismo político. La crisis del sistema alimentario –como no podía ser de otra manera– conlleva y es producto de derechos humanos conculcados.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.