Publio Ovidio - Metamorfosis. Libros VI-X

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Metamorfosis. Libros VI-X: краткое содержание, описание и аннотация

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Epopeya mitológica por excelencia, las
Metamorfosis es una de las obras magnas de Ovidio. El conjunto de relatos memorables que han servido a lo largo de los siglos como materia de innumerables refacciones por parte de las artes y las ciencias merecía una cuidada edición crítica como la que presenta la Biblioteca Clásica Gredos. Este es el segundo volumen de los tres que integran una de las traducciones más actuales al español y que está llamada a convertirse en un referente ineludible de la tradición ovidiana. Publicado originalmente en la BCG con el número 400, este volumen presenta la traducción de los libros VI-X de las
Metamorfosis de Ovidio realizada por José Carlos Fernández Corte y Josefa Cantó Llorca (Universidad de Salamanca) y revisada por ellos para esta edición.

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La noticia de la desgracia, el dolor de la gente y las lágrimas de los suyos transmitieron el súbito desastre a una madre que se asombraba de que los dioses hubieran podido, y se enfurecía porque se hubieran atrevido a esto, 270 y porque tuviesen derechos tan ilimitados. Pues el padre, Anfión, traspasándose el pecho con la espada, había puesto fin al mismo tiempo a su vida y a su dolor. ¡Ay! ¡Qué diferencia entre esta Níobe y la Níobe aquella que hacía poco había apartado a la gente de los altares de Latona 275 y se había exhibido, con la cabeza bien alta, por las calles de la ciudad, despertando la envidia de los suyos, mientras que ahora le tendría compasión incluso un enemigo! Se abalanza sobre los fríos cadáveres y reparte sus últimos besos, sin orden ni concierto, entre todos sus hijos. Después, levantando hacia el cielo los brazos lívidos: 280 «Aliméntate, cruel Latona, con nuestro dolor, aliméntate», dijo, «y sacia tu pecho con mi luto33; [sacia tu fiero corazón», le dijo, «me llevan a enterrar en siete funerales;] alégrate, goza de tu triunfo, victoriosa enemiga. ¿Cómo que victoriosa? Más me quedan a mí, en mi desdicha, 285 de los que tienes tú en tu felicidad; después de tantas muertes, todavía te venzo34». Así dijo, y del arco en tensión resonó el nervio, que, salvo en Níobe, puso terror en todos; ella se muestra atrevida en la desgracia. Estaban ante los lechos fúnebres de los hermanos las hermanas, con negros vestidos y cabellos en desorden. 290 La primera de ellas, tirando del dardo pegado a sus entrañas, se desploma moribunda mientras besa a su hermano; la segunda, que intentaba consolar a su desgraciada madre, quedó callada de repente y se dobló en dos por una herida invisible [y mantuvo cerrada la boca hasta que hubo salido el alma]. 295 Esta, en vano huyendo, se derrumba, aquella muere encima de su hermana; se oculta esta, se ve temblar a aquella. Muertas seis, tras sufrir distintas heridas, sólo quedaba la última; la cubre la madre con todo su cuerpo, la oculta bajo el manto: «Déjame una sola, la más pequeña; 300 de muchas, te pido la menor, y sólo una», exclamó. Mientras suplica, cae aquella por la que suplica. Se sentó, en la orfandad más absoluta, entre los cuerpos exánimes de los hijos, las hijas y el marido, y se quedó inmóvil por la desgracia; la brisa no agita ni uno de sus cabellos, el color de su rostro es exangüe, sus ojos 305 permanecen inmóviles en las tristes mejillas, y nada vivo queda a la vista en ella. La lengua misma se le hiela dentro, con el duro paladar, y las venas pierden la facultad de latir; se queda sin flexibilidad el cuello, los brazos no pueden accionar, ni los pies andar; en su interior también las entrañas son de piedra35. 310 Sin embargo, sigue llorando y, envuelta en un poderoso torbellino de viento, es arrebatada hasta su patria; allí, clavada en la cumbre de un monte, se deshace en agua y todavía hoy el mármol vierte lágrimas.

Los campesinos

licios

Todos ya entonces, hombres y mujeres, temen las divinas expresiones de cólera y todos a porfía 315 veneran con devoción los grandes poderes de la diosa gemelípara. Y como suele ocurrir, a partir del hecho más cercano, vuelven a contar los anteriores36. Uno de ellos dice: «También despreciaron antaño a la diosa en los campos de la fértil Licia: los campesinos no quedaron impunes. Su acción está envuelta en la oscuridad por la ínfima condición de sus participantes37, 320 pero es sin embargo prodigiosa; yo vi en persona el estanque y el lugar, famoso por el portento; pues mi padre, ya de edad avanzada e incapaz de viajar, me había ordenado traer de allí bueyes selectos, y él mismo me había asignado al marchar un guía de aquel pueblo. Mientras recorro los pastos en su compañía, 325 veo que en el centro de una laguna se alzaba un viejo altar, ennegrecido por la ceniza de los sacrificios, rodeado de temblorosas cañas. Se detuvo mi guía y musitó con temerosa voz: “Séme propicio”; “Séme propicio”, dije yo con similar murmullo. Sin embargo, le preguntaba si el altar era de las náyades o de Fauno 330 o de un dios de aquella tierra, cuando mi acompañante repuso: “Joven, no reside en este altar un poder montaraz, sino que lo llama suyo aquella a la que en otro tiempo la real cónyuge prohibió pisar el orbe; sólo la errante Delos escuchó su petición de ayuda, cuando, isla flotante, nadaba por el mar”. 335 Allí, reclinándose en una palmera y en el árbol de Palas, dio a luz Latona a dos gemelos contra la voluntad de su madrastra. Se cuenta que también de allí tuvo que escapar huyendo de Juno la recién parida y que llevó en el regazo a sus hijos, dos poderes divinos. Ya en las tierras de Licia, madre de la Quimera, cuando un sol severo abrasaba los campos, 340 la diosa, cansada por el largo esfuerzo, y reseca por el calor del astro, sintió sed: sus hijos habían bebido ávidamente de sus lechosas ubres hasta dejarlas secas. A la sazón, divisó un estanque de no abundantes aguas, en el fondo de un valle; unos rústicos recogían allí ramificados mimbres, 345 juncos y algas, amigas de los pantanos. Se acercó, y doblando la rodilla, la apoyó en tierra la Titania para tomar el helado líquido y beberlo. La turba de campesinos lo impide; así les habló la diosa mientras se lo impedían: “¿Por qué me vedáis el agua? El uso del agua es común. 350 La naturaleza no hizo el sol propiedad privada, ni el viento, ni las finas aguas; me he acercado a un bien que es público; sin embargo, os pido suplicante que me lo deis. No me disponía a lavar aquí mi cuerpo ni mis cansados miembros, sino a aliviar mi sed; se queda sin humedad la boca del que habla, 355 la garganta se seca y apenas se abre camino por ella la voz. Un trago de agua será néctar para mí y reconoceré que, con él, habré recibido también la vida; la vida me habréis dado con el agua. Dejaos conmover también por estos, que extienden sus bracitos desde mi seno”; (y, oportunamente, los niños extendían los brazos)38. 360 ¿A quién no habrían podido conmover las suaves palabras de la diosa? Ellos, sin embargo, persisten en rechazar la petición y añaden además amenazas e insultos, si no se aleja de allí. No les basta con esto: además revolvieron ellos mismos el estanque con sus pies y sus manos, y, saltando de un lado para otro 365 con mala intención, removieron el blando cieno del fondo. La ira dio una tregua a la sed; ya no suplica más la hija de Ceo a personas indignas, ni soporta seguir utilizando palabras impropias de la majestad de una diosa. Elevando las palmas hacia el cielo, dijo: “Vivid eternamente en este estanque39”. 370 Se cumplen los deseos de la diosa; les complace estar bajo el agua, y sumergir unas veces todo su cuerpo en el hueco de la ciénaga y otras sacar la cabeza, a ratos nadar por la superficie, en otros momentos salir a las orillas del estanque y volver de un brinco a las heladas aguas. Pero todavía hoy ocupan 375 sus deslenguadas lenguas en litigios y, dejando a un lado la vergüenza, aunque estén bajo el agua, bajo el agua intentan proseguir con sus insultos40. También ahora su voz es ronca, hinchan el cuello exageradamente y sus propios insultos ensanchan su inmensa boca. Sus espaldas tocan directamente con la cabeza, mientras sus cuellos parecen haber sido eliminados. 380 Son verdes por detrás, mientras su vientre, la parte más grande de su cuerpo, es blanquecino: esos nuevos seres que saltan en las aguas pantanosas son las ranas41».

Marsias

Así, cuando un desconocido hubo contado la desgracia de unos hombres de la nación licia, otro se acordó del sátiro a quien el hijo de Latona sometió a un castigo, después de haberlo vencido en la contienda de la flauta tritonia42. 385 «¿Por qué me arrancas de mí mismo?», dijo; «Ay, siento lo que he hecho», gritaba, «no era para tanto una flauta». Mientras gritaba, le fue arrancada la piel de toda la superficie de sus miembros y todo él era una gran herida43. Su sangre mana por todas partes, los músculos, al descubierto, se ofrecen a la vista y las venas laten temblorosas sin piel que las proteja. 390 Se podrían contar las palpitantes vísceras y las relucientes entrañas de su pecho44. Lo lloraron los rústicos faunos, deidades de las selvas, y sus hermanos sátiros, y Olimpo, querido aún en aquel trance, lo lloraron las ninfas y todo el que en aquellas montañas 395 apacentó lanígeros rebaños y cornudas manadas. Se humedeció la tierra fértil y, una vez empapada, filtró las lágrimas que caían y las absorbió en sus veneros más profundos; cuando las convirtió en agua, las lanzó al aire libre. Buscando desde allí las movidas aguas del mar por profundas pendientes 400 un río, el más transparente de Frigia, lleva el nombre de Marsias45.

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