—Sí.
Me enfurecía la manera con la que Rodrigo me hacía sentir, en cierto modo, que le debía adoración absoluta. Y eso de «por favor» y «gracias» lo omitía a menudo. Emerson dijo que «la vida es corta, pero siempre hay tiempo suficiente para la cortesía». Ni siquiera nos dimos un beso. La ira era su combustible aquella mañana. Sabía que Rodrigo estaba enfadado, pero no entendía el porqué. No recordaba haber hecho nada malo. Preparé dos tazas de café y le ofrecí una, alcé la mano para que entrara en mi habitación y me senté en la silla del escritorio y él en la cama deshecha.
—Tú dirás...
—Olivia, por favor..., no me vuelvas a hacer esto. No he podido dormir pensando en todo lo que ha pasado. Me tenías preocupado.
—Me estás diciendo en serio que estabas preocupado por... ¿por qué?
—Porque no puedes desaparecer así durante la noche. No te puedes fiar de la gente, ibas guapísima y los tíos son unos cerdos.
—Guapísi... ¡bah! —Resoplé y puse los ojos en blanco. ¿De verdad estábamos teniendo esa conversación tan absurda y tan temprano? Me quedé boquiabierta. No es que tuviera con Rodrigo una relación de muchos años, pero me sorprendió el cambio de ser una persona totalmente normal a una sensible, irritable y celosa—. ¿No crees que soy mayorcita para arreglármelas sola?
—No me lo hagas más, por favor.
—¡¿Que no te haga más el qué?! Rodrigo, ¿te das cuenta de que no tengo ni un amigo en la universidad? ¿Te das cuenta de que apenas salgo a ningún sitio si no es contigo? ¿Te das cuenta de que estamos haciendo una vida totalmente aislados del mundo? Al menos yo.
—Eso no es verdad.
—Este fin de semana tendríamos que estar con Gonzalo y Mariana, ¿recuerdas? Me dijiste que teníamos otros planes, ¿recuerdas? Pues no lo sé, tengo la sensación de que no querías pasar tiempo a solas con mi familia.
—No es eso..., Olivia. Sí que tenemos planes, tenía algo preparado para nosotros.
Puse los ojos en blanco. Rodrigo intentaba buscar una buena excusa para no pasar el fin de semana con mi hermano y su novia... Sus razones tendría. ¿Qué ocultaba? De repente, sonó mi teléfono. Rodrigo alzó una ceja y clavó sus ojos en la pantalla iluminada de mi teléfono. Lo miré por el rabillo del ojo, me acerqué hasta él y le di la vuelta.
—¿Me estás ocultando algo?
—No, es solo que estamos teniendo una conversación y no quiero tener el teléfono por medio.
—¿Quién te escribe?
—No lo sé, no lo he mirado.
—¿Puedes, por favor..., mirarlo? —La mirada de Rodrigo me asustó; estaba resoplando, quizá pensaba que la noche anterior le había sido infiel... o cualquier otra paranoia sin sentido, vete tú a saber.
«Hola, desaparecida. Ayer te perdiste a Laura
caerse en la chimenea, ¡casi sale ardiendo! Vamos a ir a merendar todos juntos a las cinco, ¿te apuntas?».
—Es Raúl, un compañero de clase.
—¿Qué Raúl? Nunca me has hablado de él.
—¿Sabes por qué no te he hablado de él? ¡Porque lo conocí ayer! ¡A-YER! Porque no conocía a nadie de mi universidad hasta ayer. ¿Y sabes por qué? Porque paso más tiempo contigo que conmigo.
Rompí a llorar. No entendía qué había pasado los últimos meses de mi vida. No sabía por qué me encontraba en esta situación y no sabía por qué Rodrigo había cambiado tanto en tan poco tiempo.
—Está bien, Olivia. Por favor, no llores... ¿Qué te pasa?
—Me pasa que no sé por qué estamos discutiendo, Rodrigo. Me pasa que no sé qué es lo que te pasa a ti. ¿Es que he hecho algo mal?
—Bueno, deberías haberme cogido el teléfono ayer... Estaba preocupado. Además, ibas demasiado guapa como para que algún buitre no te echara el ojo. Y aparentemente lo hizo ese tal Raúl. Es solo... No quiero que te vistas así para otras personas. Solo para mí. —Enarqué una ceja. ¿Qué me estaba queriendo decir?—. Hagamos algo para que no nos vuelva a pasar. No te vistas de esa manera cuando estés con otras personas.
—¿A qué te refieres con esa... manera? —Me crucé de brazos, confusa.
—Con esas ropas y escotes tan llamativos, me refiero. Los chicos suelen fijarse poco o nada en tu figura o en tu cara si vas con ese escote por ahí. Te lo digo yo. Solo estoy intentando protegerte, ¿entiendes?
—Entonces, si ayer no hubiera ido vestida de esa manera, ¿no me hubieras llamado tantas veces? —Me sequé los ojos y me sorbí los mocos.
—Claro que no. Me preocupaba que algún idiota intentara hacerte algo raro y más que yo no estuviera ahí para defenderte.
Me pareció una idea ridícula. Acepté. Acepté esa condición no porque estuviera de acuerdo con Rodrigo. Pero acepté porque, si quería tener una vida normal universitaria y pasármelo bien, era una condición que tenía que cumplir para no estar toda la noche pendiente del teléfono. Rodrigo me besó, hicimos el amor y ahí se quedó la discusión del día. No contesté a Raúl. Tampoco fui a merendar con el grupo de clase.
El invierno seguía ahí cuando llegaron los primeros exámenes. Los días iban pasando y Rodrigo y yo estábamos más enamorados que nunca. Salíamos a pasear, tomábamos café en lugares acogedores y bonitos, pasábamos el tiempo muerto besándonos y haciendo planes juntos. Con el tiempo comprendí que Rodrigo solo quería protegerme de todo el mal que podía hacerme la gente. Empecé a dejar de llamar a las pocas amigas que tenía, de hablar con mi familia y de conversar con Gonzalo. Cada vez que pasaba por casa de visita, mi madre hacía comentarios estúpidos sobre mi vestimenta o mi mentalidad. Gonzalo, sin embargo, al principio me hacía un montón de preguntas acerca de Rodrigo, mi aspecto o mi carácter, pero como mis contestaciones eran ariscas y le decía que no debía meterse donde no le llamaban, dejó de hacer preguntas. Mi carácter cambió. Mi vida también.
En el piso compartido, Vanesa y Nerea y yo descorchamos una botella de cava y unas aceitunas para despedirnos hasta que terminaran los exámenes, pues era su último año de carrera y se iban directas a estudiar el MIR. No puedo decir que se convirtieron en amigas porque casi nunca pasaba tiempo con ellas. Les tenía aprecio porque me habían tratado bien y apenas se quejaron de las broncas que tenía asiduamente con Rodrigo.
Antes de los primeros exámenes me fui una semana a casa para estudiar. Rodrigo estaría esos días en su apartamento, estudiando para los exámenes finales. Cogí el tren con mis maletas y toda mi —ya no tan bonita— ropa. Llegué a casa, saludé a mis padres y me fui directamente a darme un baño de burbujas tan caliente que humeó el vapor durante unos veinte minutos, mientras hablaba por teléfono con Rodrigo. Rodrigo, Rodrigo y Rodrigo.
Mi padre y Gonzalo trabajaban prácticamente durante todo el día. Mi madre, sin embargo, tenía una vida cómoda. Salía a hacer la compra, cocinaba, y lo hacía tan rico que a veces solo venía a casa para llevarme algunos tuppers al apartamento. Después quedaba con algunas amigas, salía de compras, organizaba algunos eventos benéficos y luego volvía a casa para atender las necesidades de mi padre y de mi hermano y les alimentaba. Caminaba por la vida sin prisa.
A pesar de que casi todo en mi vida había cambiado, mi rutina diaria de levantarme temprano para ir a nadar no lo había hecho en absoluto. Me siento en paz cuando nado. Mi estado de ánimo cambia por completo una vez que entro en la piscina; puedo estar en el agua hasta que los dedos se me arrugan como pasas. Sentir el agua en mi piel significaba que iba a tener un buen día. Cuando nado, no tengo que competir con nadie. Solo la idea de pensar en un rival me estresa y desagrada. Nadando estoy sola conmigo misma, el único reto es no dejar de nadar. Respiración. Sales del agua y notas que la piel se eriza, mientras cascadas de agua recorren tu piel para volver a su origen. Respiraciones, dentro y fuera del agua. No hay nadie que me presione en el agua, por lo que es el único momento del día en el que mi mente divaga entre mis pensamientos. Mientras oigo mi respiración, organizo mi día, pienso en todas las cosas que me preocupan, que no son pocas..., pero me siento a salvo.
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